Google This is a digital copy of a book that was prcscrvod for gcncrations on library shclvcs bcforc it was carcfully scannod by Google as parí of a projcct to make the world's books discoverablc onlinc. It has survived long enough for the copyright to expire and the book to enter the public domain. A public domain book is one that was never subject to copyright or whose legal copyright term has expired. Whether a book is in the public domain may vary country to country. Public domain books are our gateways to the past, representing a wealth of history, culture and knowledge that's often difficult to discover. Marks, notations and other maiginalia present in the original volume will appear in this file - a reminder of this book's long journcy from the publisher to a library and finally to you. Usage guidelines Google is proud to partner with libraries to digitize public domain materials and make them widely accessible. Public domain books belong to the public and we are merely their custodians. Nevertheless, this work is expensive, so in order to keep providing this resource, we have taken steps to prcvcnt abuse by commercial parties, including placing lechnical restrictions on automated querying. We also ask that you: + Make non-commercial use of the files We designed Google Book Search for use by individuáis, and we request that you use these files for personal, non-commercial purposes. + Refrainfivm automated querying Do nol send automated queries of any sort to Google's system: If you are conducting research on machine translation, optical character recognition or other áreas where access to a laige amount of text is helpful, picase contact us. We encouragc the use of public domain materials for these purposes and may be able to help. + Maintain attributionTht GoogXt "watermark" you see on each file is essential for informingpcoplcabout this projcct and hclping them find additional materials through Google Book Search. Please do not remove it. + Keep it legal Whatever your use, remember that you are lesponsible for ensuring that what you are doing is legal. Do not assume that just because we believe a book is in the public domain for users in the United States, that the work is also in the public domain for users in other countries. Whether a book is still in copyright varies from country to country, and we can'l offer guidance on whether any specific use of any specific book is allowed. Please do not assume that a book's appearance in Google Book Search means it can be used in any manner anywhere in the world. Copyright infringement liabili^ can be quite severe. About Google Book Search Google's mission is to organizc the world's information and to make it univcrsally accessible and uscful. Google Book Search hclps rcadcrs discover the world's books while hclping authors and publishers rcach ncw audicnccs. You can search through the full icxi of this book on the web at |http: //books. google .com/l Google Acerca de este libro Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido cscancarlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo. Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embaigo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir. Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como tesümonio del laigo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted. Normas de uso Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas. Asimismo, le pedimos que: + Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares: como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales. + No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos propósitos y seguro que podremos ayudarle. + Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine. + Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La l^islación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de autor puede ser muy grave. Acerca de la Búsqueda de libros de Google El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la página |http : / /books . google . com| p \ I '.'-" \ • ■ . \ '^ iH 6DERRA DE LA INDEPENDENCIA .-»i-; la ihüuua o? Esta obra es propiedad del autor, quien perseguirá ante la , ley al que la reimprima. , CAPÍTULO PRIMERO CAMPAÑA DE FRANCIA Invasión de Francift,— Situación de Wellington,— La de Soult. — Sueva correspondeocia de Soult y Sucliet, — Estado de- fensivo de la frontera.— Paso de! Bidasoa.— Toma de La Bliune.— Bajas.— Inacción de Wellington.— Sitio y rendi- ción de Pamplona. — Conducta de Wellington ante la Nive- lie.— Batalla de la Nivelle. — Ataque de los reductos de Sare.— Freiré y Hope. — Muerte de Conroux.— En la iz- quierda franceea. — Ocupación de S«int-Pée.— Consecuen- cias.— A un escritor portugués. — Kueva suspensión de las operaciones.— Rendición de Jaca.— Preparativos de Soult. — Política inglesa. — Se reanudan las operaciones.— Jor- nada del lOdediciembre.— Resolución de Soult.— Situación de los franceHea. — Ataque de loa aliados.— Acción de los * eepaBol es.— Jornada del II.— La del 12.— La del 13.— Vic- toria de loe aliados.-Lasbajas.— Observaciones. —El gene- ral Harispe.— Se piensa en la vuelta de los españoles.— La nueva administración.— Nuevas operacioneH.— Acción de Garritz.— Paso del Adour junto á Bayona.— Batalla de Or- thez. — El terreno y las fuerzas, — El ataque de los aliados. T- Pensamientos de ofensiva en Koult.— El duque de Angu- lema.— Congreso de Chatil Ion.- Nuevo arranque de Soult. — Avanzan los aliados. — Combate de Tarbfs.— Nueva posi- ción.— Las tropas francesas.— Las aliadas.— Paso del (Ja- rona. —Plan de ataque.— Coniienzii la batalla. — AlJican Freiré y Beresford.— Revés de Taupln.— Beresford sube al Calvinet. — Ataque del puente des iJomoiselies. — Loh espa- ñoles en el Calvinet. — La linea del canal y Saint-Cyprien. — Las bajas. — Evacuación de Ton louse.— Observaciones. — Retirase el ejército francés. — Primeras noticias de Paris. — Armisticio. — La paz.— Bloqueo de Bayona. — Acción de Saint Etienne. — Se emprende el sitio. — Salida del 14. — Hope, prisionero y berido. — Reacción de los aliados. — La paí. — Ocupación de Benasque, — Bloqueo de Santofia. — Es- tado de la plaza. — Ataque á los fuertes exteriores.- Capi- tnlaciónrecbazada. — La paz general. Para cuando tenian lugar loe Bucesos militares que Invasión de hemos narrado en la última parte del volumen ante- ™ " " rior, habla invadido la Francia el marqués de Welling- 6 GUERRA DB LA INDBPBNDBNCIA toD^ coronado de los inmarcesibles laureles de Vitoria^ de Sorauren y San Marcial. Había necesitado dar descanso á las tropas de su mando que en aquellas tan rudas y sangrientas batallas, como en el tan disputado sitio de San Sebastáin, si revelaron su valor de siem- pre y su inquebrantable constancia, sufrieron innu- merables bajas y fatigas que exigían una pronta re- organización y algún reposo. Situación Existían, además, circunstancias varias que iban ton. ^ "^^ ^ exigir larga y honda meditación hasta resolver una empresa más seria, según suele decirse, y más difícil de lo que para algunos hiciera pensar el resultado glo- rioso de las operaciones que acababan de ejecutar los ejércitos aliados^ Si la ocupación de San Sebastián de- ^ jaba disponibles fuerzas tan numerosas como las del general Graharñ, las que un día y otro no cesaban de llegar de Inglaterra y del interior de la Península por tierra y mar desembarcando á las inmediaciones de la frontera en que formaba la masa general del ejército; si por las noticias que le venían á lord Wellington, el mariscal Soult no debía esperar por el pronto más re- fuerzos que los del reclutamiento recientemente decre- tado en las provincias inmediatas, tan escaso y poco valioso como llevamos dicho; si las plazas dejadas á retaguardia, aun siendo de tal importancia como Pam- plona y San tofia, nunca servirían de estorbo eficaz para seguir avanzando por la derecha del Bidasoa hasta penetrar, sin precaución de esa parte, en el Imperio francés, todavía era necesario tomar en consideración razones, dificultades y obstáculos para detenerse á es- tudiar un plan ofensivo que no produjera el fracaso de tantos triunfos como los ya conseguidos y la necesidad tampoco extrnordinarift una victoria de las armaa francesas en el Rbiu, tomado en cuenta el portentoso genio del emperador Nfipoleóu, la sola posibilidad de que, ei era decisiva, podrían llegarle á Soult refuerzos considerables, quitai-ía, de seguro, el sueQo al genera- lísimo inglés al forjar en sus veladas el plan de la fu- tura campaQa at otro lado del Bidasoa. Los despachos del célebre general nuestro aliado, rebosan de órdenes y órdenes & los generales de los ejércitos de tierra, asf inmediatos subordinados suyos como aliados, por- tugueses ó españoles, para la eoocentroción de sus tro- pas en la línea de la frontera y destinos respectivos, á los jefes de la escuadra inglesa que seguía sus movi- mientos para el desembarque de los hombres y de ma- terial que llegaban á los puertos próximos, ó. Cádiz y Lisboa, en demanda de facilidades para el refuerzo y abastecimiento para sus medios de transporte, á Lon- dres, por fíu,6n solicitud también de noticias de cuanto sucedía en el norte de Europa y de instrucciones mili- tares y políticas á que atemperar su conducta y movi- mientos. Jira, sin embargo, ya su autoridad tan grande; se hallaba tan sólidamente asentado su prestigio den- tro y fuera de la Península, que lodas las dificultades desaparecían ante su voluntad, más ó menos diplomá- ticamente expresada, y alianábansele los obstáculos que hemos dicho se le oponían, por más poderosos que para otros se hubieran podido presentar (1). (I) Es curioHo el examen del exiiedieute, pudióraaios Ha- J 8 eUKRRA DE LA INDBPBNDENGIA La de Soult. No poseía esos recursos morales y. materiales su adversario; el mariscal duque de Dalmacia. Sus recien- tes reveses en Sorauren y San Marcial le habían arre* batado gran parte de los primeros en aquel ejército que^ aun batido tantas veces, todavía esperaba, al verle llegar á la frontera, investido con toda la con- fianza del Emperador, recuperar la gloriosa reputación de sus anteriores campañas en la Península. En cuanto á los materiales, iban Soult y los que le seguían á verse privados de los en su situación, puede decirse que ais- lada, les serían del todo necesarios para llenar debi- damente su misión. Los que le ofrecía Napoleón eran de poco valor, de eficacia muy dudosa, consistiendo en milicias nacionales destinadas antes á la defensa, mejor dicho, á la vigilancia de una frontera por nadie ame- nazada seriamente; masas de hombres arrancadas al cuidado de sus hogares, sin disciplina ni práctica de la guerra tal como la hacían sus compatriotas de los ejér- citos de tantos años atrás. Escribía la baronesa de Crouseilhes el 3 de diciembre desde Oloron: c Estos des- graciados guardias nacionales se retiran, lo cual pro- voca medidas de rigor; quieren que se les uniforme por- que, si no, prisioneros, son víctimas y tratados como rebeldes: ese temor debe debilitar su denuedo; los de los valles quieren guardar sus montañas; en fin, se mar, de su dimisión del mando de los ejércitos españoles por la destilación de Castaños y Girón del mando del 4.°, á que nos hemos referido anteriormente. Eran el 5 y el 6 de octubre de aquel año de 1813 y todavía corrían de Lesaca á Cádiz des- pachos de Wellington á su hermano y á nuestro ministro de la Guerra con la hipócrita renuncia de un mando que nadie de- seaba y menos él, sabiendo que ni el gobierno ni las Cortes habrían de aceptarla en las críticas circunstancias en que se hallaba España por aquellos días. mando 7 aun subordinarse á su colega, inferior en antigüedad y concepto. Entonces se reanudó la correspondencia interrum- Nueva co- pida al cesar Souit en sus maniobras de socorro á qj^ ¿^ 8ou^°y Pamplona y San Sebastián tras los fracasos del 28 de ^'^*^''^*-. (1) Soolt «Bcribía meses deepuóa á Suohet desde Toolouee: sSi pudiera sostenermp un mes en el ünrona, haría entrar en filas de '6 á 8,000 conscriptos que el din de hoy me HÍrveii tan sólo de embarazo y que ni siquiera tíeuen aúu fuelles, que oepero coa la ma>iir impacieucia de Perpignani. Pues ¿no babla escrito á bucliet el i de octubre anterior <-8toí íEste levantamiento (el de Ioh 30.000 bombree en aquel p:tÍH, que Be asignaron á Súchel) se opera rápidamente. T.a clase de hombres en 1.I es heiuiusa, y espero que se comple- tará ant«s de un mes» Y anadia en eu carta del 14 «Les conscríte commencent á :ii'riTer, ils eont animes d' an bon eeprit; dans peu, ils feront de bons soldáis». Véase cómo los pinta Carri6n Nisas en su magistral obra: «Veinte afios de guerra, tliue, han iranacurrido: el conscripto •le 1813, es una criatura enclenque, medio formada y menos todavía, si se puede, en su moral que en su físico, un niño des- graciado aturdido de aquel paso súbito de la paz y de la gro- sera abundancia de su rústico bogar á la vida revuelta y aven- turera, A las fatigas y privaciones de los campamentos, acep- tando la guerra con una resignación sin voluntad, minado por 1:1 nostalgia, descorazonado desde que cesó de ver el campa- nario de su choza, habiendo recibido el fusil, pero no la ma- nera de servirse de él, tu'roj ando aquella arma inútil ó arras- trándola con paso vacilante, el rostro mustio, la mirada fija, incapaz, pi le preguntáis, de reijionderos ni cuál es su bata- llón, ni el nombre de su capitán ni el propio suyo, dónde va ni de dónde llega, ui de qué mal va á morir bajo el árbol á cuyo pie acaba de caen. / 10 UÜKRRA 0B LA INDEPENDENCIA - julio y 31 de agosto. Y se reanudó para no cesar has- ta abril de 1814^ al tiempo de la batalla de Toulouse ¡y el fin de la guerra con la entrada de ios coligados del Norte en París y la abdicación del Emperador Napoleón en Fontainebleau. El Ingeniero militar T. Choumara publicó en 1840 un libro interesantísimo titulado c Considérations Militaires sur les Mémoires du Marécbal Suchet et sur la Bataille de Toulouse», en que afiade varios despachos á los publicados por el Duque de la Albufera en su obra, y completa los del de Dalmacia sobre tan debatido y enojoso asunto, de cuya primera parte dimos cuenta en el tomo anterior. Hasta 176 páginas emplea Choumara en transcribir la correspondencia entre los dos mariscales, en anali- zarla y juzgarla, como nosotros lo haremos en el pe- ríodo á que nos estamos contrayendo y á medida que lo exijan los sucesos militares que comprenda. Todo en la frontera occidental parecía estar en vías de pre- paración; y el mariscal Soult no se descuidaba en alle- gar recursos con que repeler la acción ofensiva que, aun cuando con dudas todavía, consideraba próxima por parte del enemigo que tenía á su frente. Y deci- mos que con dudas, porque no falta en su correspon- dencia ocasión en que manifieste esperar que lord We- llington no se decidirá á acometer ó que resuelva to- mar cuarteles de invierno. Esttido de- Ya hemos dicho que aun antes de lo de San Mar- frontera. ^í^^? Cuando era Soult quien tomaba la ofensiva, ha- bía preparado todo el terreno ocupado por sus tropas para resistir la invasión del enemigo. Se daba nuevo impulso á las fortificaciones de Bayona; se cerraba el camino de aquella ciudad á España con una fuerte lí- Rtiurie, y laa divisiones que formaban en el centro y el ala izquierda del ejército aparecían bien atrinche- radas y en posiciones perfectamente elegidas, aai para en so caso invadir nuestro territorio desiderátum de su "general en jefe, como para cubrir y defender el íraueés. *Todo8 los trabajos, dice Pellot, se hallaban en acti- vidad; la tropa y el habitante, armados de herramien- tas y dirigidos por los oficiales de ingenieros, daban á todo el frente de España una forma defensiva é impo- nente. » Si esto era ya obra en parte anterior al 31 de agosto, fecha tan fatal para los imperiales como glo- riosa para España y sus aliados, (después se trató de aumentar los obstáculos opuestos á una invasión; y se echó un puente en la Nivelle agua arriba de San Juan de Luz; se construyó una cabeza de puente en el de la Nive de Cambo; se fortificó más y más á San Juan de Pie de Puerto y ó. Navarreins, y se atrincheraron y guarnecieron suficientemente cuantos de^íRladeros y pasos ofrecía la accidentada frontera de Navarra». Eran desiguales las fuerzas, es verdad, aunque no «n las proporciones que les dan los historiadores fran- ceses que se han empeñado en sumar números exage- radamente grandes para la composición del ejército aliado y en restar otros no menos coueiderables para la del que r^ía su tan celebrado mariscal Duque de Dalmacia. Si, con efecto, fuéramos á dar fe á sus dea- pachos al Ministro de la Guerra y á Suchet, escritos para que éste corriera en su auxilio desde Cataluña, tendríamos que concederle, no sólo una gloria en 12 GUERRA DE LA INDEPENDENCIA aquella campaña muy superior á las más legítimas que alcanzara en su larga y honrosa carrera, sino que también una preeminencia respecto á su adversario en sus modos de operar y combatir que ya habrán visto nuestros lectores nos hemos resistido á reconocer- le. Cuando niega que las fuerzas aliadas opuestas á Suchet sean lo numerosas que éste le anuncia, porque en ese caso el enemigo no le hubiera dejado llegar con 15 ó 18.000 hombres á Tarragona para retirar la guar* nición, señala á Wellington nada menos que 140.000 hombres, de los que más de 16.000 de caballería y 5.000 artilleros é ingenieros. A la vez supone, ó, me- jor, pretende hacer se suponga, que sólo cuenta él con 66.000 hombres, de los que, si se verificara el movi- miento por Jaca, aceptado en idea por Suchet, lleva- ría 46.000 que con- los 30.000 de su colega de Catalu- ña, caería sobre los aliados en Aragón con 75.000, ejército «con que podi*ía, sin duda alguna, llegar á Sangüesa y Tudela, movimiento que obligaría á lord WeUington á abandonar Navarra y dirigirse al Ebro. > Pero es el caso que ni Suchet tenía esa fuerza disponi- ble, ni Soult podría hacer pasar las suyas por Can- franc y menos con las 100 piezas que se proponía He - var, ni el Ministro de la Guerra aprobaría el proyecto sin la orden del Emperador que, por el contrario, exi- gía á ambos mariscales fuerzas considerables con que atender á Lyon. A pesar de esas cuentas de que resulta una des- proporción tan grande entre las fuerzas beligerantes en las dos fronteras oriental y occidental de los Piri- neos, concluía así Soult su carta de 27 de septiembre á su ministro: «Con esos medios es de temer que We- llington intente una inTasióQ eu Francia y compren- derá V. B. que d eso auoediera, serla difícil evitar ta- mafio mal, y juzgará también, no lo dado, que no po- dremos prev^iirlo con alguna esperanza de éxito sin alejar pronto de las fronteras del Imperio el teatro de la guerra: si nó, aumentará el peligro de día en día y las pérdidas que tengamos serán quizás irreparables. En la Península, loe enemigos hacen marcbar cuantos se hallan en estado de llevar armas de 18 á 40 afios. Nosotros podremos contener e9e empaje, y confío en que los 95.000 hombres que propongo emplear en la operación proyectada, obtendrán infaliblemente éxito y restablecerán los asuntos del Emperador en Espa- Ba. (1). Todo pura quimera, cuya realización, aun consi- derándola posible, dependía de que la aprobase el Emperador que pensaba en muy otras operaciones para él más importantes; quimera también que iba á desvanecer muy pocos días después el ejército aliado cmzatido la frontera é invadiendo el territorio francés que él, Soult, creía invulnerable (2). (1) Ilay qne advertir qne se proponia dejar en la írontertí del BidaBoa hasta 20.000 Lumbres que avanzarían por Ronces- Tallen á Aoia y Urroz para apoyar bu movimiento, ya indicado, desde Jaca á Sangüesa. (2) De entre loe documentoH t'raaceBes se hace muy difícil arrancar una úpiáión todo lo imparcial que se necesita, üi Choamara parece no escribir más que para recriminar á Su- chc!t, Fellot signe ciegamente la^ opiniones de Soult. He aqui un párrafo indudablemente inspirado en loií despachos de Aquel mariscal, ili^l único medio, dice, pura restablecer los asantoa en España, hubiera sido el de concertar Us operacio- nes entre el ejército de Aragón y el de los Pií'ineos, hacer desembocar por Jaca un cuerpo de tropas de lo menos 40.000 hombres que se dirigiera, según, las circunstancias, fuese á Navarra, íoeso á Aragón, uo .dejando en la cordillera Pire- naica sino las fuerzae estrictamente necesarias para guarne- 14 GÜBKRA DB LA INDEPENDENCIA ^ Paso del Bi- Él 7, con efecto, de aquel mes de octubre de 1813, entraba en Francia el ejército aliado siguiendo laa instrucciones que el día anterior había dictado á sus generales el duque de Wellington, tan detalladas y precisas como tenía costumbre de darlas. El teatro de aquella campaña era muy variado^ tanto por su extensión como por los accidentes que lo hacían muy propio para todo género de operaciones, para las defensivas, especialmente, por los muchos cursos de agua que lo cruzaban, las montañas de donde caían, altas y escabrosas cual pirenaicas^ y la abundancia de recursos en los espacios intermedios; esto es, entre la cordillera, las inhospitalarias laudas^ entonces en sus comienzos de población forestal ini- ciada por Napoleón, y el Océano, dominado por las escuadras británicas (1). cer y defender las plazas fuertes y las obras de campaña. Pero la época brillante de las conquistas había pasado y tocábamos el momento en que el águila imperial iba á retroceder al Rliin.» ¿Se quiere mayor conformidad que la de Pellot con Soult? (1) Creemos haberlo descrito en nuestra Geografía con la extensión y en la forma propias para hacer con fruto su estu- dio militar y comprensibles las operaciones de la campaña de 18l4, como las anteriores de 1793 y 94; por lo que nos aiTiesgamos á repetir aquí un trabajo que, cuando no otros mé- ritos, tiene el de su originalidad y exactitud. Con él, y un mapa á la vista, esperamos satisfacer las aspiraciones más exi- gentes de los que, á la simple lectura de un relato, ambicio- nan añadir causas, observaciones y razonamientos que acaben de darles motivos suficientes para juzgar por sí mismos el por qué del resultado en los sucesos militares más importantes. ¿Cómo, sino, comprender los juicios, no digamos de los histo- riadores clásicos, de un Thucidides ó Jenofonte, de un César, Polibio, Suetonio ó Vogncio, sino de Federico, Napoleón y has- ta de los crí|¿cos modernos, maestros que por tales hemos te- nido en nuestras escuelas y liceos militares? Titúlase el capítulo: Valles franceses de los Pibinbos Occidentales; y para los que piensen como nosotros en ese punto, lo insertamos íntegro pu el apéndice de este tomo, nú- mero i. santa valle la froatera coii Francia. £n ella se encon- traban situadas las divisiones imperiales, ocupándola desde los Alduides y sus flancos en Valcarlos y Ordax, hasta la desembocadura del Bidasoa. Allf tenia orden el general Híll de a¡>oyar con la división portuguesa, ([ue bajaría á Krrazu, los movimientos de la 3.* inglesa desde Maya, y, si lo necesitaba, llamar sobre su dere- cha á las tropas de Mina, muy inmediatas á sus posi- ciones. Dalhousie con la inglesa que mandaba y los españoles de Girón, acampados en Ecbaiar, ligaría sus maniobras de avance con las tropas de su derecha aca- badas de nombrar para apoderarse de Zugarramurdi y seguirlas con la 6.' división Colville, situada en Maya, hacia Ainhoa y Ezpelétte. üirón hacía frente al puerto de Vera que debería acometer extendiendo las dos co- lumnas en que dividiría su fuerza al ataque de la for- midable posición de La Rhune, para el que Welling- ton le sefialó en sus instrucciones hora, camino, y mo- dos, muy detalladamente, en razón á la importancia que daba á la empresa. Ei centro francés se hallaba entre el puerto de Vera y la montaña de Mándate, y la división ligeia y la espaflola de Longa fueron en- cargadas con la 4.' inglesa, establecida cerca de Le- saca, cuartel general del ejército aliado, de, cruzando el Bidasoa por el pueute de Vera y los vados er creído lord Wellington necesario el forma- lizar el sitio dándole el carácter del regular y metódico que aconseja la ciencia con todos los medios de mate- rial y trabajos indispensables para terminarlo satis- factoriamente. Y esto que dio á aquel cerco la dura- ción de 129 dias, en los que el ejército aliado llevó á (I) Belmas dice que 400 infantun y cuaatos gendarmes lia- bía en la plaza, saliendo el 33 por la puerta de ."^nn Nicolás, se apoderaron del fuerte del Príncipe que habían evacuado lo» nuestros, volviendo á l'aniplona con una huena coiseulia y la sola pérdida de 6 lieridof. W general Ayniericli dice en bu par- te que el merodeo de lou IJ'iiiice»eí< íaé cuando ya se hallaban al abrigo de su artillería de la fortaleza, á la que volvieron á la media hora de ta refriega. \ 32 QUERBA DE LA INDEPENDENCIA cabo SUS empresas comprometidísimas de SorauTen, San Sebastián^ San Marcial 7 el paso del Bidasoa, sia que ni defensa tan obstinada ni el número de los que la ejecutaban influyeran para que se desistiese de ellas^ prueba que otras razones eran las que detendrían á Lord Wellington al penetrar en el territorio francés, lo mismo en noviembre, cruzando la Nivelle, que en oc- tubre el Bidasoa. Todo el mes de agosto había pasado en inacción por nuestra parte al frente de Pamplona; y sólo en septiembre y en la creencia de que podrían los aliados verse obligados á retirarse ante la actitud que tomaba de nuevo Soult, intentó Cassan una salida en que logró sorprender á D. Carlos España que resultó herido de alguna consideración en la refriega; sin que, empero, lograran otra ventaja que la de llevarse á la pla-^a al- gunos de los pocos víveres que podía contener una zona azotada tanto tiempo por el fuego y devastada entre el recinto de la fortaleza y las líneas, cada día mejor cu- biertas de fortificaciones, de los sitiadores. Cassan dice al describir en su parte aquella sa- lida del 9 de septiembre: «En esa jornada, nuestra artillería hizo mucho daño al enemigo y acalló dos de las cuatro piezas que tenía montadas en el ángulo del jardín de la Casa R(>ja y cerca de Burlada. Los espa- ñoles hicieron grandes esfuerzos para recobrar sus puestos avanzados; y en su ataque, dirigido á desalo- jar á nuestros zapadores y granaderos de la casa Lo- renza, el general D. Carlos España, comandante en jefe del bloqueo, fué en persona á animar á sus tropas; y estuvo en poco que no fuera apresado después de ser herido en la rodilla». 34 GUEBÜA DB LA INDHPENDKNOIA que el 10 de ese mes salió de nuevo el jefe de Estado Ma- yor de Gassan con 600 infantes y los pocos gendarmes^ cuyos caballos no hablan sido aún víctimas del ham- bre, pretendiendo merodear por el campo de Burlada; sin resultado, porque después de un vivo fuego de los nues- tros, los dragones de Villaviciosa cargaron á los fran- ceses tan ejecutivamente que Maucune tuvo dos ca- ballos muertos y estuvo para quedar prisionero. Sus bajas, contando con las sufridas por otro destacamen- to que salió de Pamplona hacia el reducto del Prínci- pe, fueron de 4 muertos y 75 heridos. Y no fué lo peor eso y el fracaso de su expedición para los famé- licos presidiarios de Pamplona, sino el convencimien- to de que ya no debían esperar auxilio alguno ni modo de evadirse de la fortaleza y juntarse á sus camaradas del ejército de Soult, de quien ni siquiera logró Cassan recibir contestación alguna á los despachos cifrados que le enviara con hombres que le merecían con- fianza para obtenerla. De lo que pudo asegurarse Cas- san fué de que los sitiadores estaban siempre alerta, que habían reforzado sus puestos avanzados y au- mentado el número de sus trincheras y cortaduras, ha- ciéndolas comunicar de día como de noche entre sí con telégrafos y hogueras. Entretanto, Cassan había dirigido un mensaje al campo español pidiendo se permitiese la salida de un gran número de habitantes que, de otro modo, pere- cerían de hambre. Pero, además de la conveniencia militar para los sitiadores por el más rápido consumo de los comestibles en la plaza, había una circunstan- cia en que pudiera apoyarse la negativa á esa deman- da, la de que, al comenzar el sitio, Cassan previno á IOS Daoiianies se [>rov«yt»eQ ae viveiea para ires me- ses y pasados éstos, el geDemí sitiador cousideró obli- gatorio pora los franceses el mantener á loa BÍtiodos sopeña de rendirse. Hizo más el general España: eu UD mensaje en qiie contestaba al de Cassan, lo declaró responsable de la vida de los pamploneses que aún permanecían 6É la plaza. La guarnición, con efecto, carecía ya de todo re- curso para pros^nir la defensa por muchos días. Se habla acabado la carne de caballo, y ni hierba se en- contraba dentro del recinto, del que tampoco osaban salir unos hombres que^ según ha dicho un cronista francés de aquel sitio, no tenían ya la faerza necesa- ria para mantenerse en pie ni para resistir el peso del fusil, pareciendo espectros ambulantes, arrastrándose algunos hasta los puestos españoles que los rechaza- bac á la plaza. Ana antes de haber llegado á esa ya extrema situación en que el escorbuto llenaba, ade- más, los hospitales, la ración de la tropa se habla re- ducido á cuatro onzas de carne de caballo, otras cua- tro de pan y una de arroz, que luego se hizo imposi- ble seguir dando. (1) Entonces y como contestación 6 represalias á la ne- (I) El general Caeean dice en ea parte: [liiciuR de Sahamendia y do Lul8 XIV, de donde parti'D Íok chiiiíiiuh á Ahl-uíu, AroBtt';,'tiiu 46 OÜBBRA m IiA IKDEPBNDENOIA ficultades que hallaría el ejército aliado en la con- quista de esas posiciones que alguno ha querido coni- parar con las de Torres-Vedras y que Soult manifestó después deberían costar á loe aliados 25.000 bajas; las que Lord Welliugton, en tanto tiempo como tuvo para hacerlo^ no dejó de examinar puesto por puesto en los accidentes todos de tan vasta línea antes de fijar su plan de ataque. No hay más que leer las de- talladas instrucciones que dio á sus generales el 27 de octubre, en espera de la rendición ya próxima de Pamplona, para comprender con qué atención había ejecutado los reconocimientos necesarios y con qué juicio y arte estudiado y discernido cuantas dificultades pudiera tener que dominar ó vencer. Los temporales retardaron la ejecución de ese plan aun después de tomada Pamplona; pero no pasó un sólo día sin que fuera escribiendo á cada general las disposiciones preventivas que debiera tomar ó las va- riantes que las circunstancias pudieran imponerle en sus marchas ó en la ocupación de loe puntos designa- doseles en la presupuesta línea de batalla (1). El éxito de la jornada consistía en forzar el centro francés hasta envolver su derecha, con lo que Soult tendría que evacuar la posición de San Juan de Luz y y Saint Pé; en fin, el sector de *Conroux es el terreno com- prendido entre Luis XIV y el puente de Amotz». La posición, con efecto, es soberbia y se habría hecho inex- pugnable si Soult hubiera pensado antes lo que después, en apoyarla, sin fijarse principalmente en la defensa de la dere- cha, en que él se hallaba y que Lord Wellington, muy acerta- damente, no hizo sino amenazar. (1) Eso á pesar de ocupar las instrucciones cinco páginas en letra microscópica en los despachos de Lord Wellington. No las copiamos porque se comprenden bien con la lectura de la relación de la batalla. tiempo el general Hill, que con la debidn auticipacióo aaldite de sus campea del Baztan y Maya, habria de rechazar éú suyo sobre Aiuhoa á las divisiones de Drouet, evitando su acción en favor de su centro y se- parándole de la comunicación con Foy y París, que. Uevamoe dicho observaban nuestra derecha desde las inmediaciones de San Juan de Pie de Puerto para, en coso oportuno, caer sobre ella. Frente ¿ Siboure, el papel de los generales Hope y Freiré, se reduela á to- mar las posiciones de Urrugne, mantener segura su comunicación con el centro, y observar la derecha francesa sin atacarla hasta conocer el éxito completo del centro en su avance á la Nlvelle. Decía Wellington al final de su Memorándum: (Si aconteciese, con todo, que el éxito de los demás ataques contra el enemigo le indujeran á abandonar algunas de las posiciones ú obras que ocupa en la orilla izquierda de la Nivelle entre Ascain y Socoa, el general Freyre y el general sir J. Hope se considerarán autorizados para ocupar el te- rreno que abandone el enemigo y podrán en tal caso avanzar sus tropos hacia la Uuea del rio Nivelle, basta donde pueda hacerse oon ventaja y sin comprometer laa tropas en un ataque contra cualquier punto fuer- temente ocupado ó establecido bajo la protección in- mediata de las obras enemigas. ■ Todo eso se dirigía á evitar que Soalt desde San Juan de Luz, su cuartel general, con Reille, fuera á apoyar las del centro, ob- jetivo principal en el plan del generalfsimo del ejercite aliado. La batalla comenzó al ser de día el 10, atacando 48 GUEBRA DE LA INDEPENDENCIA Colé con su 4.* división los reductos de delante de Sare, apoyado por nuestro ejército de reserva de An- dalucía que Girón dirigió sobre las posiciones de la derecha de aquel pueblo y las alturas que lo dominan á retaguardia, corriéndose por las descendencias de la Petite Rhune. El combate, allí, y especialmente en el reducto avanzado de Santa Bárbara, fué rudísimo. Exigió la toma de aquella obra, esmeradamente forti- ficada, una hora de pelear y mucha y preciosa sangre de una y otra parte; cediendo al fin los franceses, más que á la fuerza de las bayonetas inglesas al temor de verse envueltos por los españoles. Ocupáronse, con eso, las mencionadas trincheras avanzadas del pueblo de Sare, que fué en seguida asaltado por nuestros compa- triotas, á cuyo frente entró el tan conocido D. Juan Downie que, para no desmentir su carácter raro y jac- tancioso, celebró la hazaña con un repique general de campanas. Con eso también pudo Lord Wellington es- tablecerse en el reducto principal á que acabamos de referirnos para de más cerca dirigir las operaciones tan felizmente comenzadas. En las tropas causó, como siempre, gran entusiasmo la presencia de su general en jefe; y mientras los nuestros avanzaban al pie de la Petite Rhune según su programa, los de Colé ocupa- ban las alturas que dominan Sare á su retaguardia. El de la Pe- El barón Alten, entretanto, se dirigía con la divi- sión Ligera á la cumbre de la Petite Rhune, posición, ya hemos dicho, excelente y cuya conquista decidiría en gran parte del éxito de la jornada. Iba con él la división Longa que contribuyó, como era de esperar, á la ocupación de tan importante al- tura, en cuyo ataque fué herido el general inglés en pnmet lugar, y la de eir U. Uope luego para im- pedir la del euemigo en contra de nuestras tropas. Es- tas bajaron de Mándale y se dirigieron en dos colum- nas á Ascain, con lo que se evitaba que la derecha del centro francés tomase de naneo á los altados que atacaban la Petite Rhune j las alturas de Sare; ope- racióa á que contribuyó eficazmente el genera) Hope con la izquierda de los aliados, lanzándola sobre Urrugne, cuyos reductos ocupó, y sobre las alturas fortificadas al frente de Siboure, desde las que impidió que Beille intentase enviar nuevos refuerzos á Serres en favor de Aecain y del centro todo de sus compatrio- tas, tan decididamente atacado por Freiré, Alten y Colé con Girón y Looga. Nadie explica mejor el conjimto de aquellas bri- llantes y felices maniobras que lord Welliugton que, como bemos ya dicho, las presidia desde el reducto de Santa Bárbara, ocupado en los comienzos de la bata- lla. Dice asi en su despocbo del 13 en Saint Pé: . Los espaüoles no disponían de ese dinero y, por consiguiente, no podían inspirar el interés ni el res- peto que los ingleses. Oe ahí el que nuestros compa- triotas se hicieran tan temibles á los franceses, aun cuando, si ha de creerse á ese mismo Pellot y á la Baronesa de Crouaeilhes sobre todo, los portugueses dejaron muy atrás á nuestros compatriotas en lo de atrepellar y robar á las gentes del país. (1) (1) En los despaclioe de Weltington hay nna carta dirigida el 14 al general Freyre, en que ee lamenta el Lord de qne pue- da naeatro digno compatriota tener por ofenaivaB órdenea que Be le habían tranetnitido por conducto del general O'Lawlor. La copiamos porqii^ nos parece importante é instructiva. E^táes- critu en francés, y dice huí: tHe recibido vQewtra carta del 13 y siento mncbo que creáis que las órdenes que úB he becho traasmitir por el general O'Lawlor el 12, bayan sido causadas por alguna duda de que vos, los oficiales generales, y los ofi- 60 GUBRRA DB LA IKDBPBNDBNGIA Nueva en»- La división LoDga fué enviada á Medina de Po- las operado- noar por Irún, Oyarzun y el camino^ desde allí, más nes. . corto; la reserva de Andalucía fué acantonada en el Baztan, una brigada en cada uno de los pueblos de Elizondo, Errazu y Arizcun. dirigiéndose por la dere- cha de Ainboa y Urdax; Mina recibió la orden de re- tirarse á los Alduides, donde acantonaría dos regi- mientos enviando los demás á Roncesvallos, Orbaice- ta, Burguete y otros puntos de las inmediaciones. Las divisiones anglo-poiiiuguesas se establecieron cialeR del ejército en general, no hubiesen cumplido con su de- ber, ó que yo haya creído que la indisciplina fuese general en los cuerpos del ejército de vuestro mando. No cabe duda alguna de que ha habido desórdenes bastante graves en la noche del 11 y en la mañana y el día del 12 y de que soldados de todas las naciones han tomado parte en ellos. lYo no vengo á Francia pai'a robar; no he hecho matar y herir millares de oñciales y soldados para que el resto de los últimos puedan robar á los franceses. Por el contrario, es de- ber mío y es deber de todos nosotros, impedir el pillaje, sobre todo si queremos que vivan nuestros ejércitos á expensas del país. »He vivido largo tiempo entre soldados y he mandado lar- go tiempo ejércitos para saber que el único medio eficaz para impedir el pillaje, sobre todo en los ejércitos compuestos de diferentes nació nes i es el de hacer que la tropa esté sobre las armas. £1 castigo no hace nada y, por otra parte, los soldador saben perfectamente que para ciento que roban es uno el cas- tigado, en vez de que, teniendo reunida la tropa, se impide el robo y todos están interesados en evitarlo. »Si queréis tener la bondad de preguntar á vuestros vecinos los portugueses y á los ingleses, sabréis que los he tenido so- bre las armas dítis enteros: que lo he hecho quinientas veces, no sólo para impedir el pillaje, sino para hacer que sus cama- radas descubran á los que han cometido faltas graves que siempre se dejan conocer del resto de la tropa. En la misma jornada del 12, estaban sobre las armas varias divisiones, y en todas se tocó llamada á todas horas del día por igual razón y con el mismo objeto. Jamás he creído que esa disposición ofen- diese de modo alguno á los generales y á los oficiales del ejér- cito; jamás hasta ahora ha sido censurada; y os ruego creáis que si yo tuviera motivo para censurar la conducta de los ge> nerales ó de los oficiales, lo haría con la misma franqueza con riscal Baresford establecería su cuartel general juato á ellas. La división Ligera se pondría á retaguardia de Arcangues, en comunicación, por la derecha, con loa cantones da la 3.* hiista Santa Birbara y extemiiéa- dose por la izquierda, basta ocupar Arbonue. qae he dado eaaa órdenes qae considero como las mejores para iinpeilirel pillaje. ■No lie dado tales árdenes á las tropas españolas ea Espa- ña, porque era na pais y comprendia la necesidad en que es- taban toios. Pero lo hacia todos días con loa demáa; y si preguntáis, hallareis que uo e»ó1o divisiones enteras, Bino que' brigadas, regimientos j alguna ves una compaúfa, se ponían sobre las armas pira impedir el mal ó para descubrir á lúe que lo hubieran uoiustido, lo que era raro que dejara de suceiler. (Después de esta expli<:ak;¡ón, que os ruego hagáis conocer á los generales del ejército espafiol, espero uo se creerá en ade- lante que yo tenga intención de ofender á nadie, quien quiera que sea; pero necesito deciros que si queréis que vuestro ejér- cito haga grandes cosas, precisa que se someta á disciplina, sin la qne no se pneden liacer; y no es necesario creer que cada disposición entrañe ana ofensa. iTengo también que acusar el recibo de vuestra carta en que me pedís que ponga á disposición del intendente de vues- tro ejército '¿00 mulos por 15 días. Creo que la orden que os envié ayer para acantonar el ejército evitará la necesidad de esa petición; y os ruego ree hagáis decir ni me equivoco. Me parec« también que serla mnclio más fácil al comisario gene- ral el pediros víveres que el de qjie se os entreguen jiOO mu- los.» Por otra carta del 16 se supone que Freiré quedó satisfe- cho con la anterior. Bepetimos aquí que para vindicación de la conducta de We- llington en este caso están las órdenes que dictó también para averiguar y castigar los entuertos coiuetidos por sns gentes, basta en el mismo Asuain, en compañía, sin duda, de las de Longa que tanto le irritaron é hiiío escarmentar tan ruda- mente. Hay que advertir que las órdenes enviadas á Freiré tenían 62 6UBRRA DE LA INDBPflNDBNCIA La 7.* se situaría en Saint Pé y la 4.* en Ascain y Serres, ocupando los caseríos inmediatos si fuese ne- cesario. Las tropas de Hope se situarían en Bidart, Ahet- ze^ Guethary y pueblos adyacentes, con las dos bri- gadas de Guardias en San Juan de Lus y Siboure. Hope tendría un regimiento de la brigada de ca- ballería de «Vandeleur frente á San Juan de Luz, y los otros regimientos ocuparían Urrugne, Hendaye y Bi - riatou. Alten establecería un regimiento de su brigada de origen y motivo en una alocución dirigida A los franceses el 1.® de noviembre desde Vera, la que decía así: c A pesar de que el país que se halla frente al ejército sea enemigo, el general en jefe desea particularmente que sean bien tratados los habitan- tes y respetadas sus propiedades como lo han sido hasta ahora. >Lo8 oficiales y soldados del ejército deben recordar que BUS naciones están en jiuerra con Francia, sólo porque el que se halla á la cabeza del gobierno de la nación francesa no les permite estar en paz y quiere obligarlas á someterse á su yu- go, no deben olvidar que el mayor de los males que sufre el enemigo en su vergonzosa invasión de España y Portugal, fué causada por los desórdenes de los soldados y las crueldades que ejercieron contra los desgraciados y pacíficos habitantes del país con autorización y hasta estímulos de sus jefes. >Sería inhumano é indigno de las naciones á quienes se di- rige el general en jefe, el vengar esa conducta en los pacíficos habitantes de Francia; y esa venganza, en todo caso, causaría al ejército males semejantes y aún mayores que los sufridos por el enemigo en la Península y llegaría á ser infinitamente opuesta al interés público. >Hay, pues, que obsei-var en ■ las ciudades y aldeas de la frontera de Francia las mismas reglas que se han practicado hasta ahora en las requisiciones y recibos de los víveres que se sacan del país, y los comisarios de cada uno de los ejérci- tos de las diferentes naciones recibirán órdenes del general en jefe de su ejército respectivo relativamente al modo de pa- gar esas provisiones y al plazo en que deberán tener lugai* los pagos.» Antes de eso, el 27 de septiembre, el general Girón había dirigido á los soldados franceses una proclama convidándolos á acogerse á los españoles y ofreciéndoles ventajas importan- tes y protección decidida á los habitantes del pfiis. caballería en Saint Pé j otro en Sara. Esa brigada desompefiaría los servicios de su arma como lo requi- riese Alten con las 6.", 3.' y Ligera divisiones. La brigada de caballería de Bock retrocedería has- ta detrás de Heruani; y los 3 escuadrones de Is bríga- da Somerset que ocupaban á Sai'e se trasladarían al valle del Bidasoa. £1 cuartel general se establecería el 17 en San Juan de Luz y el Estado Mayor espaQol en Urrugne. De modo que á ios cuatro dias de haber arrollado al ej^ito francés, vencido ejecutivamente en la Ni- velle hasta encerrarlo en Bayona y cubriendo en par- te la linea fortiScada débilmente de la N'ive, el alia- do, eu vez de aprovechar tal triunfo y proseguirlo basta destruir á su enemigo totalmente si no le aban- donaba todo aquel territorio fronterizo, tomaba la anacrónica resolución de establecer cuarteles de in- vierno para, así, dar un respiro á los que de un mo- mento á otro podían recibir refuerzos que le hicieran tomar de nuevo au anterior actitud ofensiva. (1) (!) fSi na ejército francés, dice nao de sns historiadores, se hnbiera hallado en la brillante aittiacíóc de los aliados des- pués de la derrota de Vitoria, nada habría detenido la pro- secución de BUS éxitos; tan distintos efectos produce el genio de las naciones en el oficio de las armas. i No; es el genio de los geaerales, no el de loa naciones, el que infíuve en la dirección más ó menos rápida, más ó menos eflcaz, por consiguiente, de la marcha y la suerte de las operaciones de la guerra. Sobre esas suspensionee de armas ha escrito recientemen- te (agosto de 1901) uu biógrafo de Vendóme en el Carnet de la Sabretaehe: *Eq aquella época, la guerra ofrecía rara vea el carácter de actividad continua. Se descansaba mucho, en in- vierno por supuesto, Ivas de un sitio en seguida y esos eran frecnentee. So se proseguia jarnáa un éxito hasta la destruc- ción del adversario, y era mny raro que á cada batalla no su- cediese un período aeai largo de calma. Eran costumbres que' nos esditlciiahora comprender, peroque, sin embargo, fácil- I 64 QUERRÁ DE LA INDSPENDBNOIA Rendición Ni siquiera tenia el pretexto de que loa íraDceses (\& Taca amenazaran de nuevo con la fracasada combinación para invadir el valle del Ebro por CanfranC; porque, además de lo crudo de la estación; se hallaba la plaza de Jaca^ que cierra aquel camino, estrechamente sitia- da por las fuerzas del general Mina desde que París se había trasladado á Francia para unirse al Duque de Dalmacia. Por grandes que fueran los padecimientos de nuestros soldados, en el Pirineo al vigilar las ave* nidos de San Juan de Pie de Puerto, de Pau y Tou- louse, en los valles que eran teatro de la campafia, no cesaban tampoco de mantener una estrecha unión con tas fuerzas que bloqueaban á Jaca. Así es que si la guarnición de esta plaza se arriesgaba á hacer, alguna salida, pronto se veía envuelta por nuestros compa- triotas que de todas partes acudían á rechazarla. El 11 de noviembre salieron hasta 500 hombres resueltos á echar á los de Mina de Benaguas y hasta forzaron el puente de San Miguel para luego correrse por la ori- lla del río Aragón; pero, acudiendo á la refriega el comandante navarro D. Antonio Oro, los hizo repasar las aguas que habían vadeado y los metió en Joca con no menos de 50 bajas, de las que un oficial y varios soldados muertos. Poco después, y animado Mina con los progresos que los ejércitos aliados hacian en Francia, dispuso el asalto de la plaza de Jaca que se verificó el 5 de di- mente por consideraciones políticas y sociales demasiado lar- gas para explicarlas aquí. El caso es que hacían las gueiTas in- terminables é inciertos 8us resultados.» Se nos antoja que ese escrito puede muy bien aplicarse á la campaña de lord Wellington que estamos recordando, la que duró nada nienon que de agosto de 1818 á abril de 1814. gene al castillo, donde se creyó segnro sabiendo que sas sitiadores no tenían artillería para abrirse paso por EOS robustos muros superabundante provistos de esa arma. Como que aún podría manteQerse en la fortaleza hasta el 17 de febrero del afio siguiente de 1814, en qne, atemorizado el Gobernador con la coDstrucciÓQ de las minas á que como en tantas otras ocasiones babia acudido Mina á falta de artillería, que nunca le llegaba, firmó una capitulación que le per- mitió regresar á Francia después de baber depuesto eus tropas las armas á udos 600 metros de la forta- leza. A virtud de aquella capitulación que obligaba á loe franceses á no volver á tomar las armas hasta an canje, condición que no cumplimentaron, moría de aquella extirpe. Pero (añadió) que nada se perdía en hacer la prueba, siendo de ejecución tan fácil >. Nuestro eximio historiador supone á Wellington revolviendo ya en su mente semejante plan y^ alentado por las palabras del eclesiástico, recomendándolo á su gobierno; pero lo cierto es que tres ó cuatro días des- pués de aquella conversación y ya en San Juan de Lu2, recibió una carta de Bathurst con otra de Lord Aberdeen y su opinión sobre los sentimientos de la corte de Austria respecto á la Casa de Borbón . A esa carta contestó largamente Wellington el 21 de noviembre acompañando su proclama á los franceses á fin de dar á conocer sua ideas couciliadoras y confir- mándolas con la expulsión de las tropas españolas del territorio francés. Ponderaba el Lord los efectos de esa conducta en el país, cuyos habitantes volvían á sus antes abandonadas viviendas y de mantenían en armo- nía con los soldados ingleses, á lo que contribuía el nión que se abría poao en aquella frontera en contra de Napoleóii, aunque diciendo no había oído ninguna en favor de la casa de Borbón, de la cual, en au con- cepto, 86 había borrado la memoria con loa 20 aüoa pasados desde que desapareció de Francia siendo tan desconocidos, si no más, sus príncipes que loe de cual- quiera otra casa de Europa. Dejando para máa ade- lante el dar positivamente á conocer esa opinión, es- cribía el Lord: cSóIo puedo deciros que si yo fuera un príncipe de la casa de Borbón nada me impediría ahora el presentarme, no en ima buena casa de Lon- dres, sino en Francia, y que si la Gran Bretafia estu- viese con él, me hallaría seguro del éxito. Ese éxito sería mucho más seguro de allí á un mes 6 más, caando Napoleón principiase á poner en ejecución las opresivas Qiedidas que necesita adoptar para restable- cer sa fortuna*. Y no se trató más de ese asunto en el cuartel ge- neral de Wellington hasta mucho más adelante. Conti- nuó la acción militar en ambos campos, considerán- doae, á lo que revela una carta dirigida el 22 de no-, viembre por el Lord al general Dumouriez, que la vue purement militaire cede á la poUtique. Gomo que el célebre generalísimo, tan furioso y todo contra los espafiolee, tardó muy poco en com- prender que sin ellos no podría adelantar lo qne de- seara en aquella campafia, en la que Soult le opondría COD sus talentos y energías resistencias que sin duda esperaba vencer con su política. 70 GUERRA DB l^A INDSPEKDBNOIA Al mismo tiempo que trataba de ensayarla, al con- testar á Lord Aberdeen decía que sus éxitos dependían de la moderación y justicia, así como de la disciplina de sus tropas, que hasta entonces se habían portado bien, pero no confiaba en los españoles de quienes no se podía esperar se abstuviesen del pillaje después de las miserias que en su propio país les habían hecho sufrir sus invasores. No le sería posible internarse en Francia sin ellos y sin sustentarlos y pagarles, f Si yo pudiera, añadía, contar con 20.000 buenos españoles, pagados y alimentados, tendría á Bayona. Si pudiera contar con 40.000, no sé donde pararía. Tengo ahora los 20.000 y los 40.000 á mis órdenes en la frontera, pero no puedo aventurarme á hacerlos avanzar por falta de medios para pagarles y mantenerlos. Sin paga ni víveres, necesitan robar, y si roban, nos arruinarán á todos» . ¿Pues y aquello de que las tropas británicas y los inmensos recursos proporcionados á Elspafia fueron los que salvaron la independencia de España? Dedicóse, por consiguiente, Wellington á buscar re- cursos, fuera, por supuesto, de Inglaterra (excepting from England) para cubrir los gastos que produjeran los 20.000 españoles que, como hemos dicho poco há, comprendió necesitaría pronto si hubiese de aspirar á hacer algo en Francia, lo cual no tardó, con efecto, en suceder. Se reanu- Después de varios reconocimientos de las posicio- raciones, ues ocupadas por los franceses en la línea de la Nive, reconocimientos que produjeron choques, algunos fuer- tes en Gambo y cerca de Arcangues, así como más le- jos, allá en Baigorrí, Lord Wellington decidió para el 9 QS imiar ei memoranaum que Biompre preceaia a looa acción importante, con las instrucciones detalladas para los generales que hubiesen de tomar parte eu ella, extendidas entonces por excepción en los espafiolee á Morillo, Á quifiD se encomendó la misión de impedir en el valle de la Níve todo ataque que el enemigo pu- diera emprender en él para turbar las operaciones de los aliados, situándose la división española en Itsazu ó donde el general Hill le creyese más conveniente para aquel objeto. No tardaremos á ver el caso que se hizo de los servicios prestados por aquella división que algún concepto debía merecer cuando era la única que el generalísimo inglés retuvo entre sus tropas. Debía ser el objeto preferente de Lord Wellington el de apoderarse de todo el terreno alto de la Nive, apro- vechado por los franceses que se apropiaban natural- mente los machos recursos que cabía les proporcionase y les proporcionaba con eíecto. Cruzado el Nive, pri- varía á los franceses de esos recursos, tanto más de desear cnanto estaban, puede decirse, que á la mano; abriríase comunicaciones con todo el país de su dere- cha y aun con el interior de Francia, interesantísimas caando tan difícil se estaba haciendo la situación mi- litar y política del emperador Napoleón. Por eso debió DO detenerse en la Nivelle al día siguiente de su vic- toria del 10 de noviembre, lo bastante fácil para ha- cerle comprender que, de pros^^ñrla, se hubiera pro- carado la dominación del alto Nive que ahora en muy desiguales condiciones buscaba. Y las en que tuvieron lugar los combates de los días 10, 11, 12 y 13 de di- 72 GUERRA ÜS LA INDIPBNDBNOIA ciembre le demostrarían los errores que habla opme- tido desde su entrada en Francia tomando el camino que indicaba en su ya citada carta á Dumouriez. Pero, en fin, hechos todos sus preparativos de si- tuación de tropas, reunión de víveres y municiones^ asi coÍDO del material de puentes con que íacilitar el paso del río, crecido, como es de suponer con los chu- bascos que aseguraba en sus despachos le habían im- pedido ponerse en movimiento, hizo Wellington que el 8 saliesen sus divisiones de los acantonamientos en que llevaban un mes de permanecer tranquilas y hasta Situación en armonía con sus enemigos (1). En la derecha ene- ses. miga continuaba Reille al apoyo de la plaza de Ba- yona y, hacia el centro, á cubierto de un gran pan- tano que desaguaba en el Adour. Seguía, al apoyo también del pantano, el centro francés y luego hasta la margen de la Nive frente á Villefranque su iz- quierda con las divisiones del conde D'Erlon, prolon- gándose^ hasta Cambo é Itsazu, Foy en el lado opuesto del primero de aquellos pasos, cortado el puente, se- gún hemos dicho, por precipitación, y París más arriba (1) Todos los historiadores de aquellos sucesos se man if es- tan acordes en ese último punto. «Así era, dice un portugués, como los piquetes, los centinelas, los escuchas, hasta los mis- mos oficiales, ya de uno, ya de otro ejército, hacían la guerra en la raya de Francia. El ejército luso-británico recibía de sus jefes los merecidos elogios por su disciplina y conducta, vana- gloriándose de triunfar tan sólo por su valor y gallardía, cua- lidades que por tantas veces lo habían coronado con la inmar- cesible palma de la victoria. Sólo dada la señal del combate, obligaba la honra á medir sus armas con las de los vencedores de Austerlitz y de todo Europa. En esa forma y en medio de esa ya habitual convivencia, fué cuando al anochecer del ci- tado día 8 de diciembre, nuestros soldados se despidieron de los franceses diciéndoles: AáieUy me9»icwr%^ jueq' á áemain au comhaU Se creerían en las líneas de Fontenoy. que bajaría de sus posioioaes en el camino < primero y priuctpal ataque debía dírigirfle contra la ix- quiorda francesa; y el general Hill pasó la Nive por Cambo mientras Clinton, del cuerpo de Beresford, lo cruzó por Ustariz poniendo en giave peligro á las tro- pas de la brigada Becryei que se retiraba para reunirse á las de su división, cuyo jefe, el general Foy, después de una brava resistencia junto á Cambo, se vio obli- gado á acogerse á una serie de alturas entre el Adoar y la Nive haciendo frente á sus enemigos y con su de- recha en Villeíranque junto á la orilla derecha clel se- gundo de aquellos ríos. A ese pueblo y á las alturas inmediatas se dirigieron los aliados vencedores, ocu- pando uno y otras después de varios ataques, en que Foy, reforzado por la divisióu Abbó, enviada por D'Erlon desde Vieux y Petit- Mouguerre, aún reco- brándolas por un momento, hubo de abandonarlas á la calda ya de aquella tarde, pero sin perder el caserío de Lormentua, centro de su nueva posición. Habían tomado parte principal en aquel ataque britanos y por- tugueses, éi con varia fortuna en alguna de sus peri- pecias, con el resultado fíiul á que aspiraba su general en jefe. Mas no por eso debiera éste haber olvidado, al Acción de mencionarlo, la parte también que cupo en aquel día é nuestros compatriotas de Morillo, cuya misión hemos anteriormente recordado. Dada la señal de empezar el combate, la columna de cazadores, del coronel Cano, y la 1.' brigada que mandaba el brigadier Cebrián, va- ' dearon la Nive el agua á los hombros con la pérdida de un oficial y algunos soldados que les arrebató la co- rriente. Puesto eu la orilla derecha, Morillo atacó las los españoles 74 aURBRA DB LA INDEPENDENCIA alturas de donde cubrían los franceses aquellos vados de la Isleta y Cabarre, arrojándolos de ella y obligán- doles á acogerse á un cerro áspero que lleva el nombre de Arrocaray, del que también tuvieron que retirarse á la posición que había tomado Foy al abandonar Cambo y el paso de Ustáriz. De modo que los puntos extremos de la línea que Lord Wellington había pen- sado despejar en el fértil terreno explotado por los franceses en el alto Nive^ fueron ocupados en primer lugar por los espafioles, á quienes no cita para nada en su parte. En la iz- Entretanto, sir John Hope avanzó desde San Juan cesa' * ^^ ^® ^^^ P^r ^1 camino de Bayona, y Alten desde Bas- sussary; reconociendo aquél desde Bíarritz y Anglet las fortificaciones y los puestos de la desembocadura del Adour en el mar, y el jefe de la brigada Ligera in- glesa los avanzados del campo atrincherado y la la- guna á cuyos lados formaban la derecha y el centro enemigos. Jornada del La jomada había, pues, dado pocos resultados y bre. lo demostraba perfectamente la orden dada al anoche- cer por el Generalísimo para, manteniéndose su dere- cha sobre los caminos de San Juan de Pie de Puerto, volver las tropas á sus anteriores posiciones. Pero aún mejor que eso, lo reveló la actitud del ejército francés en la mañana siguiente. Cuando Hill se disponía á proseguir el ataque del día anterior y apoderarse de las alturas á que se habían acogido Foy y Abbé, las halló desocupadas, habiendo retrocedido sus defensores al campo atrincherado en que se apoyaban el centro y la derecha de su ejército. Con eso y viendo el nuevo rumbo que tomaba la lucha, hubo Hill de establecer BUS tropas en el terreno tan reciamento disputado «1 día antea; esto es, con su derecha junto al Adour, su izquierda en Villefranque y el centro cubriendo «u Saint Fierre el camino de Saiut-Palais y San Juan de Pie de Puerto, por donde amenazaba el general París. El mariscal Soult, con efecto, habla tomado una resolución que honra su memoria. El vencido en San Marcial y recientemente en la Kivelle, retirándose ant« fuerzas tan superiores y siu esperanzas de poder neu- tralizar ni su Damero ni su calidad con los reclutas que le enviaban las provincias inmediatas, se resolvió & su- plir con BU audacia y su talento condiciones tan desfa- vorablea. Animarlanle á cambio tan arriesgado de siste- ma la ausencia de fuerza tan numerosa como la espa- ñola del frente de su línea, la grande extensión que ocupaba la aliada, de cerca de 3 leguas, y la parsimo- nia del general bu adversario, de quien debiera espe- rarse se aprovechara inmediatamente de sus triunfos, edn darle á él tiempo de reparar sus pérdidas; la de la moral, sobre todo, que hubieran podido producirle. Y dejando frente á Hill algunas fuerzas conque, al abri- go de los atrincheramientos de su campo, contener cualquiera tentativa que el general inglés se atreviera á intentar para forzarlo, acometió con las divisiones Leval y Boyer del cuerpo de Reille la izquierda aliada y, con las de Ulausel, su centro, establecido en la me- seta de Bassussary. El conde D'Erlon, pasando con sus cuatro divisiones la Nivepor el puente, echado, según dijimos, agua arriba de Bayona, debía unirse á Clau- sel para el ataque del centro enemigo y para contener á HUÍ sí retrocedía en vista de eso á la izquierda del río, tan viva é inesperadameDte atacada. 76 GUKRKÁ DE LA INDIPBNDENCIA Loe puestos avanzados de Hope, fueron arrollados con el Ímpetu característico de los franceses obligando á cuantos los defendían á abandonarlos para cogerse á la proximidad d¿ Bidart en la gran meseta de Bas- sussary^ cubierta á su frente por obstáculos naturales y por trincheras construidas por los ingleses en tanto tiempo como llevaban ya de ocuparla. La división Li- gera fué, del mismo modo, atacada; teniendo sus pi- quetes que retirarse á Arcangues, en cuyo fuerte y en la iglesia reconcentró su defensa, afortunada, princi- palmente, porque el estado de los caminos y el del te- rreno todo, con motivo de las pertinaces lluvias de aquellos días, impidió á los franceses llevar en orden sus columnas hasta muy entrado el día. A pesar de eso, los cabezas de esas columnas lograron apoderarse de la posición de Bassussary en la parte del camino de San Juan de Luz hasta avistar Bidart, cubierto de todo género de obstáculos como todo el terreno ante- • rior y por el grueso de las divisiones aliadas de Hope. La posición de Bassussary parece que debía ser decisi va pues que dividía la línea anglo-portuguesa, dejan- do la división Ligera en Arcangues expuesta á los ata- ques de las de Glausel y más á la derecha á los del cuerpo de D'Erlon que, habiendo cruzado la Ni ve, iba apoyando el movimiento de sus colegas por la izquier- da hasta cerca de Arauntz. £n el ataque de Bidart y al bosque después de Ba- rrouilhet, por más que los zapadores franceses fueron abriendo paso á las tropas de Reille á través de los se- tos y cercados que impedían una acción simultánea y uniforme, acabaron por fracasar; tal y . tan terrible y eficaz fué la resistencia opuesta por las divisiones del doce de las cuarenta piezas que habla sacado el ejército de Bayona atacaron loa dos puntos fuertes en que ha- bía concentrado bu fuerza el general Alten; pero ía no- ble resistencia que éste les opuso y el temporal por mo- mentos más y más recio y la proximidad de la noche hicieron que OLautel dejara para el día siguiente la prosecución del combate. Más, empero, que la resis- tencia de los aliados en Bidart y Arcangues, paralizó la acción de las tropas de Soult en aquel generoso y habilísimo arranque suyo, la presencia en Urdoins de ana gruesa columna inglesa que Hill destacó de sus fuerzas haciéndola repasar la ^ive para caer sobre la izquierda francesa, sobre la división D' Armagnac, prin- , cipalmente, que la cubría. No podía discernirse á cuál de los dos ejércitos de> bíera concederse el laurel de la victoria en aquel día. Ambos habían sufrido pérdidas de más de 1.500 hom- bres cada uno y buen número de prisioneros, pero du- rante la noche tuvieron los franceses la importan- tísima baja de 1.300 de los dos batallones de Nassau y uno de Francfort que se pasaron á los aliados con el coronel Krúse que los mandaba. (1) B}so, sin embargo, (1) Dfceae que bo pasaron con la condición de eer traeU- dftdoB á su pala y no obligárseles á hacer aroiHs contra los que acababan de ser aua camaradaa en guerra tac larga. (Victorias y Conquistas» dice: «En la noche del 10 ul II, dos mil hombree 78 QUBRBÁ DE LA INDEPUNDENOÍA no influyó bastante para que el duque de Dalmacia de- sistiera de su propósito de, tomando de nuevo la ofen- siva, ver de, ya que no otra cosa mientras no varia- sen las circunstancias del Imperio, rechazar la inva- sión de los aliados por la frontera pirenaica. La noche del 10 al 11 mantuvieron loe franceses las posiciones conquistadas el primero de aquellos días; lo cual indi- I caba, por lo menos, un fruto no poco importante de la iniciativa tomada cuando debía parecer á sus enemi- gos tan temeraria como impropia de quien andaba ha- cia más de dos meses retirándose y buscando abrigos en que resistir á su poderoso adversario. Ni dejaría de sorprender á éste tan generosa resolución; pues que, aun habiéndola tenido desde el principio de aquellas operaciones y en cada uno de los períodos de inacción habiendo cuidado de fortificar su campo y los puestos avanzados hacia el del enemigo, creyó no deber pro- seguir las ventajas conseguidas al rechazarlo al caer de la tarde del 10. Jornada del El 11, la luz del día mostró ambos ejércitos en la misma disposición; y si bien lord Wellington intentó recobrar las posiciones de Bassussary, no lo logró, ha- biendo de retirarse nuevamente á las suyas de Bidart en que, á su vez, rechazó á las divisiones de Reille, que para término de la jornada intentaron ocuparlas. La del 12. Algo semejante á eso sucedió el 12, el cual transcurrió de los regimientos de Nassau, del gran ducado de Francfort, y de otras tropas de diversos principes de la confederación del Ehin, establecidos á la derecha del camino de Saint-Jean-de Luz, abandonaron su campo y pasáronse á los ingleses.» Los demás alemanes del ejército fi'ancés, la orden de cuyo desarme no había llegado todavía á Soult, fueron inmediata- mente enviados á Bayona. rocha 6 repasar la JNlve dejando áloe franceses des- pejado todo el terreno alto del valle que les había arre- batado Hill el 9, pensó para mejor conseguirlo atacar el 12 á ese mismo general cuj^o cuerpo de ejército ha- bría Bofrído una gran disminución con el destacamen- to hecho el 10 á Urdainz en la izquierda de la Nive. Durante, pues, la noche del 12, retiró Soult todas sus tropas al campo atrincherado, de las que una gran parte aparecía al amanecer del 13 atacando des- esperadamente, dice WellingtoQ en su despacho, aque- lla serie de alturas ocupada p>or Hill anteriormente entse el Adour, hacia Saint-Pierre y la Nive, jonto á Villefranqae. Eran las divisiones D'Armagnac, Abbé, Foy, Darricau y Maransin, 'formando un total de 30 á 35.000 hombres con 22 piezas de artillería, mandados por D'Erlon inmediatamente y bajo la suprema di- rección del duque de Dalmacia, que con ellos se tras- ladó luego al campo de batalla. No tenía Hill aquella noche á sus órdenes más de 15.000 hombres y 14 pie- zas; pero sospechando lord Wellington del pensa- miento de Soult, ya por descuidos cometidos por los franceses dejando apagar las hogueras que debían de- nunciar el mantenimiento de sus posiciones del día 12, ya por propia inspiración militar con el espectácu- lo del combate en los dos anteriores, había insinuado á Beresford la conveniencia de reforzar á Hill con la 80 OUBRRA DB LA INDBPENDBNCIA división Clinton^ que pasó Ja Nive al amanecer, se- guida después por 'dos brigadas de la de Picion. De manera que^ añadiendo á sus primeras fuerzas las que el 10 fueron desde Urdainiz á apoyar la derecha del centro anglo-portuguás atacado en Árcangues y la di- visión y las brigadas que acabamos de citar, el general Hill llegó á reunir al poco tiempo de empezar el com- bate una masa de 40 á 50.000 hombres acompañados de más de 30 piezas de artillería. La del 13. Si en un principio no era fácil distinguir ni el nú- mero de los enemigos ni sus disposiciones de combate, luego se desvaneció la niebla que cubría el campo, y el general Hill fué descubriendo la marcha de tres de las divisiones francesas que, superando las grandes di- ficultades que les ofrecía el terreno y entorpecía su impetuoso avance, le iban á atacar en la magnífica posición de Saint- Fierre, excelente, repetimos, pero muy distante del resto de la línea extensísima ocupa- da por el ejército, cuya extrema derecha formaba. Mantuvo, con todo eso, gallardamente su p'uesto á pesar del encarnizamiento con que le atacaba la divi- sión Abbé mientras Darricau, con la suya, subía por la derecha de la Nive para envolverle, y D'Armagnac iba con igual objeto por junto al Adour hacia le Vieux- Mouguerre, poniéndole en el más grave peligro. Pero sabe el general británico que va á ser socorrido muy pronto; y, para no perder su posición, echa mano á sus reservas, con cuyo refuerzo logra, efectivamente, mantenerse en Saint- Fierre, aunque hostigado de fren- te por Abbé, y en su naneo derecho por Foy y D'Ar- magnac que, ocupando el Vieux-Mouguerre, amena- zan cortarle la comunicación con el resto de su línea. puntos entablada después de mediodía,, se hizo general y ruda; y siendo desiguales las fuerzas y favorable para^ los aliados el terreno desde que sus refuerzos se esta- blecieron en él, inclinóse de su lado la victoria decla- ráudose indudable al anochecer. En vano el mariscal ' Soult, sin calcular, como dice un cronista de aquel combate, si en circunstancias semejantes importa su vida á la salud de todos, se adelanta á los puestos avanzados, marcha con sus tiradores, loe exhorta, los anima, les recuerda sus triunfos anteriores, la. ver- güenza de ver un ejército inglés en el territorio de. la Fi-ancia, la confianza que ha puesto el soberano en sus esfuerzos de tan largo tiempo probados, y les mnestra á la patria sin otra esperanza que su abnegación. En vano el general Maransin vuela a! Vieux Mouguerre TOMO ZIV 6 82 QUERRÁ DB IiA INDBPBNDBNOÍA desde Marrac^ donde se había mantenido sin combatir, y contiene por un momento á los aliados que, por ña y tras grandes pérdidas, se apoderan de aquella parte de la orilla izquierda del Adour. En vano la caballería ligera del general Soult avanza hasta ponerse á la ^- ' tura de Cambo para cortar el camino de San Juan de Pie de PuertO; donde encuentra á los españoles de Morillo y algunos escuadrones ingleses que la rechazan también al caer la tarde. Abbé, hallándose sin los re- fuerzos que repetidamente ha pedido, abrumada su división por las muchas tropas aliadas reunidas en Saint-Pierre para rechazarle, viendo heridos mortal- mente á uno de sus generales, dos de sus ayudantes y una multitud de oñciales y soldados^ y perdida toda esperanza de resistir el fuego de la artillería que el Lord hace avanzar contra él, tiene también que retirai*se, arrastrando en su movimiento las demás divisiones y á su general en jefe hacia el campo de Bayona, su iinexpugnable abrigo. Inexpugnable, sí, en tales cir- cunstancias; que si Soult tenía fuerzas para tomar la ofensiva contra el ejército aliado, sobraríanle para de- fender la plaza de Bayona, tan bien guarnecida, así como sabiamente fortifícada en tanto tiempo como se le había dejado para conseguirlo. Tales fueron las jomadas del 9 al 13 de diciembre de 1813 en las inmediaciones de Bayona, teatro de una de las contiendas más reñidas de la guerra de nuestra independencia si fuera ya de la Península, tan importantes cuanto que el ejército enemigo á quien nuestros compatriotas y nuestros aliados combatían llevaba el nombre de ejército de España. Las bajas. Las pérdidas de ambos ejércitos en aquellos cinco nos apaeionodaB según ta nacionalidad ó el carácter de 3US autores aunque procurando en todas sujetarlas á loa principios generalmente admitidos del arte de la (I) Da Luz Soriano da por nota en en obra la cuenta si- guiente: (Según Pellot, loe franceses tuTíeron áe 400 á 500 hombres muertos y 2.QO0 heridoa. Según Lapene, tnvieron 3.700 hom- brea [aera de combate y dos generales heridos. El mismo au- tor evalúa 1^ pérdidas de los aliados en 6.000 hombres, lo cual ee error manifiesto, pnes según un parte oflcial, publicado por Gur^'ood, los aliados tuvieron desde el 9 al 13 de diciembre 6Ó0 muertos, 3.807 heridos y 604 extraviados. Estos números sirven igualmente para refutar ¿ Vauduncourt, que evalúa las pérdidas experimentadas por los aliados el día i'2 eu 1.000 hom- bree, y á fielmas que sostiene que los aliados, según su propia confesión, perdieron en Saint-Pierre 8.000 hombrea, en tanto que los franceses solamente tuvieron li.OOO fuera de combate. Tbihandeau evalúa las pérdidas de loe frauceties desde el 9 al 84 aUBR&A DS LA IHBBPBNDENOIA guerra. Más propios esos juicios de una monografía que de una historia general^ varios son los expuestos en los escritos de que nos hemos valido, acabados también de citar; que así como, contando las bajas que represen- tan la obstinación de un combate y el valor, por consi- guiente, y la pericia desplegados en él, se procura revelar el mérito de los contendientes, así se levanta ó rebaja el concepto que cada uno debe merecer á la posteridad. Si el mariscal Soult hubiera podido llevar á ejecu- ción su plan tal cual lo concibió^ no sólo habría lo- grado el objeto que se lo inspirara, sino que obtenido también un éxito completo. El estado del terreno y el en que se hallaban los caminos, pero sobre todo la fal- ta de unión y armonía en las columnas de ataque re- tardaron éste y lo hicieron ineñcaz en los momentos precisos, efectos ambos del temporal de aquellos días y quizás de la situación moral de su ejército vencido varias veces en tan corto tiempo. De otro modo, los errores cometidos por Lord Wellington, antes con su inacción muy ajena de un general emprendedor, y lúe- 13 en 12.000 hombres, Lapene en 10.000 y Pellot en 6.914, de los cuales 4.600 heridos, número en que no se comprenden lus desertores y prisioneros.» No comprendemos esta cuenta por la confusión que en ella puede observar cualquiera que la estudie; necesita rectiticarse para obviar un olvido en su autor que no puede ser sino invo- luntario, el de consignar que las primeras ciñ*as de Pellot co- rresponden sólo al combate del 13 que los franceses llaman tW Saint-Pierre. Para acabar diremos que Lord Wellington en su despaclu» oficial dice, y en eso parece seguirle Toreno, que los muertos en su ejército fueron 6-50, los heridos, 3.907 y los contusos 604. De lo que, á lo visto, no quiere acordarse es de los prisioneros que le hicieron los franceses el primer día de aquella jornada; que luego procuraremos calificar en justicia. CAPÍTULO I 85 go, al mantener á Hill en posición tan comprometida en la derecha de la Nive y á tal distancia de su centro é izquierda, le expusieron á un desastre que le hubie- ra regularmente llevado á repasar la frontera. Y nada de eso, lo diremos cien veces, le hubiera sucedido, no se habría expuesto á tal peligro si, imponiéndose, co-* mo él sabía hacerlo, á las demasías que achaca con tanta safia á los españoles, no los hubiera tenido á su retaguardia y en ejia tan separados de sus tropas. El triunfo de Soult, hubiera sido una muy justa recom- pensa á su talento y á las equivocaciones y exceso de confianza de su, en otros casos, excesiva prudencia. (1). De todos modos Lord Wellington consiguió que Soult dejara á Bayona entregada á sus propias fuerzas y procurando guarecer en lo posible la derecha del , Adour, al que se acercó el ejército aliado para estor- (1) Choumara aplica á esas consideraciones Ja siguiente: «Lord Wellington había pasado el Bidasoa el 7 de octubre, la Nivelle el 10 de noviembre y la Nive el 10 de diciembre; dan- .000 hombres en Bayona para la defensa de la plaza y de los campos atrincherados dependientes de ella, me parece útil al servicio de Su Magestad que, independientemente del general Abbé, que haré entrar como de suplemento, haya allí uno de los tenientes generales de ejército revestido del mando de todo Pero Reille me ha demostrado una grande aversión á encerrarse en Bayona si lo exigen las circunstancias. Según eeo, temerla proponerle» (así). Es curioso el despacho en que Napoleón dice el 15 de no- viembre al general Caulaincourt: «Dad orden para que si los ingleses se llegan al palacio de Marracq, se quemen el palacio y todas las casas que me pertenecen á fín de que no se acues- ten en mi cama. Se retirarán todos los muebles, si sé quiere, eolocándose en una casa de Bayona», 88 aUBBRA DB LA IKDfiPBNDBNOIA embargo^ se creyó daría más fuerza al ejército de Es- paña^ como seguía denominándose el francés de los Pirineos Occidentales que regía Soult, fué el nombra- miento del general Harispe para el mando de un cuer- po de voluntarios vascos que, como los con que había hecho la guerra de 1793 á 95 por aquellos mismos si- tios, espiasen los movimientos de los aliados, cortaran sus comunicaciones y de todos modos los hostilizasen sin descanso (1). Pero eran aquéllos otros tiempos y la exaltación política de los de la Revolución y los entu- siasmos de los del imperio, aparecieron apagándose, sofocados por tanto y tanto sacrificio como habían contado. Harispe^ así, no podía producir los mismos resultados que sus paisanos le vieron veinte años antes obtener en aquellas montañas, aún revestido, cual iba, de la aureola de gloria con que le habían rodeado en España sus excepcionales servicios. La división que Soult formó en la frontera y puso á sus órdenes para impedir las invasiones parciales por el Roncal, Valcar- loe y el Baztan, constituyendo la extrema izquierda de la línea, nunca logró dar los resultados que de ella y principalmente del valor y la sagacidad de su jefe se (1) Harispe, á quien tantas veces hemos citado, era uno de los generales más distinguidos que Napoleón tuvo en España, ya con Moncey, ya con Su che t, de cuyo ejército fué traslada- do al de Soult, á quien se unió el 25 de aquel mismo mes de diciembre. «Nacido, dice Pellot, en el valle de Baigorry y muy querido de todos los habitantes de los Pirineos, su presencia representaba vivamente al espíritu de sus conciudanos el re- cuerdo de sus primeros hechos de armas en la anterior guerra de España; pero el entusiasmo que causaba se detenía en su persona y no llegaba al gobierno». La Baronesa de Crouseilhes escribía tristemente: «El gene- ral Harispe llega buenamente esta vez; se le ha visto en Tuu- louse, pero viene solo». Y en otra carta añade: «M. Harispe est- arrivé, mais tout seul, voilá des verités». CAPÍTULO I 89 esperaban. Represéntase en Francia á Haríspe batien- do á Mina y obligando á nuestras tropas de la Irontera de Navarra á retroceder escarmentadas y aún derrota- das; pero ahí está la espiritual cronista de Oloron por aquellos días que escribía á su hermano: cLes médi- tations anglaises sur les bords de T Adour nous sauvent encoré; et Mina lait paisiblement danser au chateau du general Harispe». Ni tampoco le faltaba razón á la ingenua Barone- sa al calificar la conducta de Lord Wellington á los ca- torce días de la batalla de la Nive. En vez de proseguir su victoria y aprovecharla, arrojando del Adour y del mismo Bayona á los franceses^ según parece ser su proyecto de un mes antes, el generalísimo de los alia- dos procuró fortificarse en sus anteriores y nuevas po- siciones de la devecha de la Nive, no extendiéndolas sino á algún punto próximo al Adour, de una de cu- yas islas, la de Holhariague, se apoderó para estorbar en lo posible la navegación de aquel río, y á otros que frente á Bidache, La Bastide-Clairence, Mendionde y Helette sirvieran para cubrir su derecha y amenazar la izquierda francesa hacia Saint-Palais y Sain-Jean- Pied-de-Port. Esa inacción sólo podía dar tiempo y ocasiones á combates sin otra importancia que la de mejorar de puesto en la línea general de ambos ejér- citos, impedir el que lo lograran los enemigos ó pro- veerse de víveres ó forrajes en los cantones ocupados. Así en Urto, en Mendionde, en Baigorry y Guereciette se disputaban los beligerantes sus respectivos puestos ó los alimentos de que unos y otros carecían frecuen- temente por la ruina del país y la dificultad de las co- municaciones. Hasta los reconocimientos tuvieron que 90 9ÜSRRA DB LA INDEPENDENCIA reducirse á buscar noticias por si de ellas podía descu- brirse el pensamiento de UU' adversario que^ aun ven- ciendo siempre^ no daba un paso adelante sino des- pués de largo tiempo y de las más detenidas y hondas meditaciones (1). Así pasaron diciembre de 1813, enero y parte de febrero de 1814 y nuestros lectores se preguntarán en qué pensaría tan largo espacio de tiempo el general en jefe del poderoso ejército de los aliados. Se piensa 8u correspondencia revela el empeño de reforzar su en la vuelta .... '. n ^ de loa espa- ©jército que, aun contando con los portugueses, su- ñoles. PQJJ3 inferior en infantería al francés. Se pretendía en Londres repatriar tres batallones; eso, cuando acababa (1) A propósito de esta última observación, vamos á tra ducir un párrafo del libro de Pellot, por lo menos muy cui-ioso y algo instructivo. Dice así: «El mariscal queriendo bacer al- gunos prisiojieros para obtener noticias positivas de la fuerza y posiciones del enemigo, dispuso un ataque nocturno á las ti'opas que se hallaban en Sauveterre. Dos ó tres horas des- pués de haberse puesto el sol, en el momento en que el ene- migo se había entregado al descanso, y en que el soldado em- briagado (la tete avinée), tendido cerca de una hoguera, olvi- daba sus fatigas y peligros, un destamento fiancés, manda- do por un oficial, prudente á la vez que audaz, se desliza en el vivac á paso de lobo y sin ser oido. A la señal convenida, se arroja sobre Ips aliados: óyense los gritos; la noche agi-anda el riesgo; los enemigos corren á las armas, disparan al azai* sus fusiles y se baten entre ellos. Nuestro puñado de bravos, cumpliendo 1^ orden que se les había dado, repasan el Gave, (de Pau), vuelven á entrar en Sauveterre sin haber tenido un sólo herido y traen unos 60 prisioneros, medio dormidos toda- vía y avergonzados de verse así cogidos. Ya se pensará que aquella pequeña escena no sería perdida para el regocijo de nuestros soldados». «Al día siguiente, el enemigo, queriendo vengar nuestro golpe de mano, nos ataca con su artillería. Nuestras piezas no estaban en posición pai*a contestarle; pero lo estuvieron muy pronto. Se cambiaron inútilmente algunos cañonazos y el ene- migo cesó de hacernos fuego.» Este rebato debió hacerse algo antes del 22 de febrero, en que Soult estableció en Orthez su cuartel general. CAPÍTULO I 91 de desprenderse de los españoles; pero se defendió el Lorii contestando que no se esperara que accediese á ello ni á disminución de ningún género en la fuerza de su mando^ á no ser que se pusiera á su. disposición el dinero suficiente para agregarse un cuerpo conside- rable de nuestros compatriotas, á quienes había envia- do á España, donde podrían encontrar recursos pro- pios, ya que á él no era dable proporcionárselos. Y ya empieza á plantearse en el cuartel general británico la cuestión de la vuelta de los españoles á la línea del ejército aliado, ya que en las jornadas de la Nive observaría su general el peligro que había co- rrido por la ausencia precisamente de ellos. No sólo repetía en esa correspondencia las mismas quejas que le habían hecho, á su decir, adoptar resolución tan grave, sino que las recargaba exagerándolas, princi- palmente contra la división Morillo, á la cual, sin em- bargo mantenía en primera línea, prueba de que, esti- mándola en su justo valor, no quería desprenderse de ella. Escribía á nuestro ilustre compatriota el 23 de diciembre: cNo he perdido miles de hombres para traer el ejército de mi mando al territorio francés á fin de que los soldados puedan robar y maltratar á los aldeanos franceses desobedeciendo positivamente mis órdenes, y os ruego que vos y vuestros oficiales tengan entendido que prefiero tener un pequeño ejército que obedezca mis órdenes y conserve la disciplina á uno grande desobediente é indisciplinado, y que si las me- didas que me veo obligado á tomar para reforzar la obediencia y buen orden me ocasionan pérdida de hombres y la reducción de mi fuerza, me es del todo indiferente y la falta recaerá sobre los que, por negli- 92 GUERRA DB LA INDBPBNDBNGIA gencia en sus servicios, sufren que sus soldados come- tan desórdenes que resultarán perjudiciales para su país». Cartas parecidas, 7 siempre refiriéndose en pri- mer lugar á la división Morillo, según llevamos dicho, escribía Lord Wellington al general Freiré y en uno de sus párrafos afladía: «He perdido 20.000 hombres en esta campaña y no es para que el general Morillo ni quien quiera que sea pueda venir á saquear á los al> deanos franceses; y donde yo mando, declaro alta- mente que no lo permitiré. Si se quiere el pillaje, que se llame á otro á mandar; -porque yo declaro que si se ha de estar á mis órdenes, es preciso no robar». Y, sin embargo, repetimos, jamás en aquella campaña se des- prendió de la división que mandaba ei general Mo- rillo (1). Valióse para seguir con el tema de la conducta lés- trica de los soldados de Morillo, de un revés sufrido por Mina en Baigorry para escribir otra vez á Freiré, diciéndole: «Preguntad á Mina la bonita manera con que los aldeanos de Baygotry le han atacado sorpren- diéndole en su pueblo, y veréis que la enemistad de los paisanos no es de despreciar cuando las tropas están acantonadas (2). (li No pasai'on HÍno muy pocos diaB para que escribiese á su Ministro: «Las tropas que manda Morillo se han portado nota- blemente bien (behaved remarkably well) en uno de esos ata- ques del 26 cerca de Macaye, en el cual el enemigo presentó una fuerza mayor de la. que acostumbra». (2) En uno de esos despachos consigna Lord Wellington un concepto de Morillo que le fué transmitido por Hill, á quien nuestro compatriota representó ser imposible refrenar su tropa porque todos los oficiales y soldados recibían «i cada correo cartas de sus amigos felicitándolos por su buena fortuna de hallarse en Ih'ancia y animándolos á aprovechar la ventaja de su situación para hacer fortuna. Esto dice el Generalísimo que se lo contó Hill. Ix> que los españoles escribirían á sus camai'adas sería OAPÍTULO I 93 Para evitar esos, para ól, graves peligros, Ijord Wó- l^a nueva llingtón procuró establecer en el territorio invadido ción. por sus tropas la administración posible en él, ya por su poca extensión hasta entonces, ya por ser muy po- ^ eos también los puertecillos sobre cuyo comercio pu- ' diera legislar dando las disposiciones y proclamas en que rebosa su correspondencia de aquellos días. Para demostrar á donde llevaba su espíritu de conciliación en ese punto respecto á los franceses, no hay sino re- cordar su proclama del l.^de febrero. Dice en ella: cLa municipalidad de San Juan de Luz queda autori- zada para tomar la suma de 1.166 francos 66 céntimos sobre el dinero procedente de las aduanas, para pagar los salarios de los oficiales empleados en la vigilancia de las aduanas hasta el 31 de enero según el estado que se me ha dirigido en esa fecha, firmado por M. D. Laxalde y M. Raymond St. Jean». Era todo eso efecto de la longanimidad con que re- cibían los franceses los males de la ocupación de su país por los ingleses; resignación de que ya hemos dado cuenta. Sólo al encontrar resistencia á su domi- nación era cuando Wellington se decidía á amenazar, qae vengasen los robos, atropellos y maldades cometidos por los franceses en su patria. ¿Y los de los ingleses de que se quejaban Fuenterrabía, Bilbao y Santander? Napier regala á los franceses ese rasgo de patriotismo que atribuye á sus montañeses del Pirineo. «Sin embargo, dice, las medidas (las amenazas de Lord Wellington) fueron suficientes. Los Bascos reconocieron las ventajas pecuniarias que podrían sacar de su buena inteligencia con las tropas inglesas y por- tuguesas, y las desgracias á que llevaría una guerra de repre- salias y no respondieron generalmente al llamamiento que Ha* rispe había hecho á su patriotismo.» I Pecuniarias I iQué diccionario se hizo tan cruel Napier para calificar á quien no ñiera compatriota suyo! 94 QÜBBBA DE LA INDEPENDENCIA nada más, sin embargo, que á amenazar con el cas- tigo. Asi lo hizo al tener conocimiento de la acción en que el general Harispe con sus baigorrianos, fuer- zas del general París y de otras brigadas arrojó, según ' ya indicamos, á Mina de los Alduides. Entonces y olvidando los inmensos servicios que le habían hecho las guerrillas españolas, decía entre otras cosas á los habitantes de Bidarry y de Baygorry: tSi quieréh ha- cer la guerra, que vayan á alistarse en las filas de los ejércitos; pero no permitiré que representen á la vez impunemente el papel de habitante pacífico y el de soldado». Algo le entretuvieron las noticias que recibía y da- ba sobre si debiera ó no presentarse en el teatro de aquella campaña una persona de la familia real des- tronada por la revolución, y sobre la libertad del rey Femando VU, así como de lo que podría dar de sí el tratado de Valencey respecto al porvenir del ejército inglés, que unas veces se pretendía llevar á Italia y otras á Holanda, á lo que siempre se opuso Lord We - llington. Y en esas ocupaciones, en la correspondencia que provocaban y en la que había de revelar su gratitud por las condecoraciones que de todas partes le llovían, la sueca de La Espada que el enviaba Bemadotte, en- tre otras, y la de María Teresa que recibió del empe- rador de Austria, pasaban los días, si tormentosos, en efecto, como siempre escribía, no tanto, sin embargo, como para explicar satisfactoriamente tan dilatada inacción, más parecida al resultado de un armisticio que á un estado de guerra tan interesante por las cir- cunstancias en que se hacía. CAPÍTULO í 95 «Nada que deba llamar vuestra atención ha ocu- rrido desde mi carta del 26 de diciembre», escribía á Lord Bathurst el 2 de enero. El 23 de este mismo mes « anunciaba una traslación de fuerzas francesas del cam- po atrincherado de Bayona á Burdeos y Peyrehorade sin consecuencia para las operaciones^ y el 30 comen- zaba también su carta diciendo: cNada de importancia ha ocurrido desde el 23 d^l actual». £1 12 de febrero Nuevasope- es cuando se sienten en el cuartel general aliado los preliminares de las operaciones tácticas de sus tropas, ya que hasta entonces no ha habido en toda la línea sino choques ocasionales, cuestión de reconocimientos ó forrajes. Las primeras deben iniciarse en la derecha del ejército que manda Hill; y dánse en San Juan de Luz las instrucciones por que ha de regirse aquél ge- neral presentándose hacia Helette el ÍA, y en La Bas- tide el 15, apoyado por Beresford con la 7.* división que ocupará Briscous y las alturas de La Costa aque- llos mismos días respectivamente, y por la caballería de Cotton que, según avancen Hill y Beresford, se moverá para penetral* en Bidache y Quiche si vé que se lo permiten la situación y la fuerza del enemigo (1). El tiempo había mejorado desde pocos días antes; ha- bía llegado el dinero con tanta instancia pedido, y las tropas ocupadas en el bloqueo de Bayona se traslada- (1) El general Hill dispondría de la 2.* y 3.* divisiones in- glesas, de la portuguesa, de la española de Morillo, de la bri- gada de caballería compuesta de los regimientos 13 y 14, de la artillería á caballo del capitán Brown, de cuatro piezas de montafia y de un destacamento del tren de pontones con IS de éstos. Beresford, ya lo hemos dicho, llevaría la 7.* división y Cotton su caballería. 96 QirBRRA DB LA IMDBPISNDBNCIA ban á la derecha hacia Hasparren^ sin cuidado por haber disminuido notablemente la guarnición de aque- lla plaza y de su campo atrincherado^ ya por haberse recibido órdenes de Napoleón para enviar al Norte otros 10.000 hombres, ya por deber situar algunas de las fuerzas en Peyrehorade, donde podrían subsistir mejor, y ya, en fin, por lo escaso de la recluta en los departamentos inmediatos. A pesar de esa reducción de fuerzas que menciona repetidamente la mayoría de los escritores frcmceses y confirma Lord Wellington varias veces en sus despa- chos, hay de aquellos quien señala á su ejército 60.000 hombres. Su derecha ocupaba el campo atrincherado de Bayona á las órdenes del general Reille; el centro, á las de D'Erlon, cubría la derecha del Adour de Ba- yona á Port-de-Lane; la izquierda, mandada por Clau- sel, se extendía por la derecha de la Bidouze desde su unión con el Adour hasta Saint-Palais; cubrían esa ala dos divisiones de caballería, y en su extremo hacia San Juan de Pie de Puerto, cuyas fortificaciones se habían aumentado así como las de los puntos próximos al Bi- douze, Guiche, Bidache, Came y otros, en que también se habían echado puentes, campaba la nueva división Harispe con la orden de vigilar y proteger las in- mediaciones de Ilelette, punto importante de la co- marca. Allí, con efecto, le ataca el 14 Hill con las fuerzas que le hemos señalado y le obliga á retirarse hacién- dole temer el ser envuelto por los ingleses, y amena- zado, por Mina, á retaguardia, en dirección de Sauve- terre, posición fuerte que los franceses creían muy difícil de atacar y por donde va á unírsele el general OAPÍTULO I 97 París (1). El 15, Hill continuó el avance á Garritz Acción de Garritz. donde reunidos Haríspe y París le esperaban en una fuerte posición que atacaron las divisiones Morillo y Stewart; ésta, de frente y la española, después de arro- llarlas avanzadas enemigas, para envolver la izquierda de los franceses que trataron dos veces, las dos en vano, de recuperar la altura que habían perdido en los co- mienzos del combate. La lucha fué larga y muy reñi- da, á punto de decir un historiador francés que ja- más se hablan batido sus compatriotas con más encar- niz miento, y lo prueban las 450 bajas que tuvieron en sus cargas á la bayoneta y el haber perdido los ingle- ses mucha gente, entre la que resultaron heridos un mayor general y un teniente coronel. No sufrieron tanto los nuestros, aun teniendo los cazadores de Doyle la legión extremeña y los batallones de la Unión y de Jaén bastantes bajas, y entre ellas, la de algunos ofi- ciales. Wellington había dicho á los soldados de Pingle: «E}s necesario que antes de anochecer seáis dueños de esa altura». Entre tanto, el resto de la derecha aliada con Beres- íord seguía el movimiento de Hill hasta establecer la. mAñana del 15 sus puestos en la Bidouze; y sobre la izquierda recibía el general Hope instrucciones del Lord, preocupado (very anxious) con lo que pudiera suceder en Anglet y Biarritz,. para observar la desem- bocadura del Adour que debería pasar cuando el Almi- rante de la escuadra, favorecida por vientos entonces (1) f Victorias y Conquistas» pintan á París atacado en He* lette y uniéndosele luego Haríspe; nosotros seguimos la rela- ción de Wellington, Pellót y otros. TOMO XIV I 98 GUERRA DE LA INDEPENDENCIA contrarios; lo creyera posible. Esta última operación debía considerarse tan delicada como necesaria; pues que se echaba mano del 4.® ejército español, estable- cido en la izquierda del Bidasoa, pidiendo al general Freiré se pusiera en comunicación con Hope é hiciera avanzar sus kopas para ayudarle en la empresa. (1) Los franceses abandonaron Saint» Palais rompien- do á la vez los puentes de la Bidouze, que inmediata- mente repusieron los aliados en tanto que Beresford con la derecha del centro desde la Joyeuse, que había cruzado el 15, avanzó á la Bidonze, obligando á Glau- sel á retirarse á la Gave de Mauleon, en cuya derecha tomó éste posición á cubierto de numerosas avanzadas que estableció en los puentes y barcas del Soison. E117 los aliados ganaron la derecha de la Gave de Mauleon, cuyo puente no pudieron los franceses acabar de rom- per ni impedir tampoco el paso del 92^ inglés, que ae- (1) Ya yemoB á Lord Wellington efUregarse como ae suele decir. Tres días antes de pasar esa orden á Freiré, el día 17 y desde Garrltz, le escribe lo siguiente: «Hemos forzado hoy el paso de la Gave de Mauleon. Cuento con hacer marchar in- mediatamente las dos divisiones del 4.® ejército de vuestro mando. Procuraré daros el sueldo como á las demás tropas del ejército y os daré víveres, y os rogaría que me dieseis lo que tenéis almacenado en Pasajes^ San Sebastián y Santander que podáis sin perjuicio para vuestras tropas. Lo tomaré por cuenta del gobierno español y an-eglaremos ese asunto de un modo oficial». Además, en su despacho del 20, le decía tam- bién: «He prevenido al Comisario general, M. Dalrymple, ponga á disposición del Comisario de vuestro ejército seis días de galleta en Oyarzun y Fuenterrabía, que os ruego guardéis en depósito para la época en que paséis el Bidasoa». »0s enviaré también un libramiento para el sueldo de un mes según vuestro presupuesto que os suplico toméis al mo- mento». Y añadía, para justificarse más: «Os ruego hagáis observar á vuestras tropas la más extricta disciplina, porqtte sin eso, añade Napier, estamos perdidos^». El mismo dice que Welling- ton dictó esas órdenes con la mayor repugnancia. CAPÍTULO I 99 guía mandando el tantas veces nombrado honrosa- mente coronel Cameron^ regimiento que^ batiendo des- pués á dos batallones enemigos^ facilitó el avance de las tropas basta la margen de la Gave d'Oloron, en cuya derecha y en lá posición de Sauveterre se esta- blecieron la división Villate con la de Harispe á su iz- quierda, y la de Taupin, que se daba la mano con la de Foy^ sobre su derecha hacia el Adour. cEn toda§ las acciones que acabo de detallar á V. E., escribía Lord Wellington á Loíd Bathurst, las tropas se han conducido perfectamente bien; y tengo una gran satisfacción en observar el buen comporta- miento de las del general Morillo en el ataque de He- Uete el día 14 y al arrojar los puestos avanzados del enemigo al frente de su posición eu Garritz el 15. » En ese mismo parte en que el generalísimo de los aliados hace elogios tan cumplidos de las tropas de la división Morillo, dice que las bajas de los anglo-por- tugueses consistieron en 31 muertos, de los que un solo oficial, 189 heridos y 12 contusos, pérdida no consi- derable siendo tantas las acciones y tan ventajoso el avance, que hay que admirar por su ejecución y más todavía por el pensamiento en que se inspiraba. Allí, sin embftrgo, debía cesar el avance para combinarlo con la marcha que hubiera de señalarse á las operacio- nes de la izquierda aliada, urgentes para el paso del Adour por bajo de Bayona, plaza que ora necesario y urgente también aislar cortando su comunicación con Dax y Burdeos así como con el ejército de Soult en cuanto fuera posible. La operación de aquellos días había resultado todo lo feliz que merecía, porque la atención primera del ejército establecido en la Nivelle 100 GUERRA DB LA INDBPENDBNCIA y la Nive tenía que ser la de desembarazarlo del temor de ser envuelto por su flanco derecho ocupado desde el Adour, la Joyeuse y la Bidouze por tropas bastante numerosas para el día menos pensado caer sobre los cantones y posiciones de los anglo-portugueses y cor- tarles la retirada al Bidosoa si^ separados de los espa- fioleS) se veían obligados á emprenderla. Paso del Disipado ese temor; Lord Wellington podía libre- á Bayona. D^^J^te dirigirse contra el campo atrincherado de Ba- yona; y, para bloquearlo^ había que cruzar el Adour por donde la escuadra que bordeaba por la costa pu- diera prestarle su poderoso apoyo. De ahí la inacción que, aunque por pocos días, su- cedió nuevamente á los combates que acabamos de describir, reñidos tan victoriosamente en la derecha de la línea de los aliados. La empresa era muy difícil y, sobre todo, arriesga- dísima. Pasar un río tan anchuroso como el Adour en su desembocadura, donde las mareas, subiendo hasta Bayona y al pie de la cindadela en que anclaban varios cañoneros y una corbeta, la Sapho, bien armada y pro- vista, ofrecían una serie de obstáculos proporcionados á las diferentes alturas del agua en su flujo y reflujo, constituía una operación que^ aun reducida á sólo ella, exigirla gran pericia en los marinos que la diri- gieran y resolución y valor nada comunes en las tro- pas que la ejecutaran. Los primeros disponían de bar- cos de 40 á 50 toneladas que el Lord hizo embargar en los puertos próximos para formar en el Adour un puente que alcanzó la longitud de más de 300 metros, y de un convoy de 50 velas para conducir los elementos de ese puente al río y protegerlo con sus cañoneras que CAPÍTULO I 101 deberían, en unión con la artillería de tierra, combatir á las francesas y á la Sapho que saldrían á su encuen- tro para impedir sus trabajos. Vientos contrarios impidieron la invasión del ma- terial naval en el Adour; pero el 23, puesto el general Hope de acuerdo con el almirante Penrose, penetraron las naves aliadas hasta apoderarse de las dos márge- nes del río en su desembocadura. Al tiempo mismo, impaciente el general Hope había hecho avanzar sus tropas hacia Anglet, y luego, cruzando el bosque que se extiende entre la laguna á que tantas veces hemos hecho referencia, pegada á las fortificaciones del cam- po atrincherado, y el mar, fué á establecer sus baterías frente al banco Saint • Bernard y al pie de la duna de Blanc-Pignon. Saber eso y bajar la Sapho de les Allés-Marines fué todo uno; emprendiéndose entre la artillería de las baterías aliadas y la corbeta un fuego á que ésta no pudo contestar con la eficacia ne- cesaria por los defectos de su posición, resultado de la corriente rápida de la marea. Acudieron en su auxilio las cañoneras del arsenal de Bayona, baterías flotantes consideradas como otros tantos reductos móviles, de- fensas inmejorables de la ría; pero bajaba la marea y era preciso esperar el flujo, á cuyo favor, después de an combate desgraciadísimo, hubo que remolcar al arsenal la Sapho, muertos su capitán y muchos de sus marineros (1). (1) Aparecen allí con las baterías de Hope los cohetes á la Congreve cuya eficacia se ha tenido siempre por muy dudosa, pero de los que dicen los historiadores de aquel suceso que pa- recían serpientes Ígneas deslizándose por el agua y que atrave- saban los costados de los buques. iVaya por la metáfora!. / 102 GUERRA DB LA INDEPENDENCIA Ese combate, terráqueo naval pudiéramos decir, sirvió á los aliados que á su favor penetraron por la boca del río, no sólo para desembarcar en las dos ori- llas después de hacer remontase las aguas un destaca- mento de cañoneras establecido allí para impedir la invasión y se acogiera como las demás al arsenal ^ sino para que el 24 entrara también en el Adour el convoy del puente de pontones que se había formado eu San Juan de Luz. Y tal actividad desplegaron los marinos ingleses, de cuyos jefes hizo después Lord Wellington merecido elogio, que, validos ó no de la distrac- ción producida por la acción y derrota de la Sapho, lograron formar establecimientos en las dos márgenes con tropas, si cortas en número, favorecidas por la fortuna para poder esperar la ejecución de las demás partes de tan atrevido y expuesto plan. (1) Aun así se hacía urgentísimo el llevar más tropas al Bocau eu auxilio de las acabadas de desembarcar y para inter- ceptar las comunicaciones de la plaza por aquel lado; y se pasaron por el pronto unos 1.200 infantes y cohe- teros en unas balsas formadas con un tren de pontones llevado por tierra en carros con las divisiones que Hope iba sucesivamente dirigiendo sobre aquel extre- mo del campo francés. Fueron, sin embargo, suficien- tes los en primer lugar pasados á la orilla derecha para rechazar el ataque de dos batallones enemigos que salieron inmediatamente de la plaza, los cuáles se (]) Los franceses, y algunos atribuyéndolo á traición de quien quiera que sea, censuran el que se hicieran retirar del Bocau dos batallones y piezas establecidas anteriormente allí para impedir la entrada de los enemigos por el río y su des- embarco en la orilla derecha. Se habían llevado á Bayona cre- yendo escasa sin duda su guarnición. OAPÍTULO I 103 vieron obligados á volver á ella, espantada su tropa cou el f aego^ nuevo alli^ de los cohetes. Horas después eran 6.000 los aliados establecidos en el Bocau y que ocuparon una excelente posición en el camino de Bur- deos, la de Hayet junto al Adour, y una casa, la maison Segur, sobre la ruta que bordeando a^uel rio conduce á Toulouse. En ese tiempo se echó el gran puente allí donde el río tenia 309 metros de ancho, formado de 26 barcos que se aseguraron á proa y popa con anclas y aun con cañones de hierro y con cables fijos en ambas orillas para resistir los embates de las mareas, precedido, además, de una gran cadena que resistiera los de cualquier buque con que se tratara de romper, á la manera, sin duda, del puente establecido en Amberes por Alejandro Famesio. Asi quedó perfectamente ase- gurada la comunicación de los aliados en ambas ori- llas del Adour y pudo darse por establecida la mal llamada investidura de la plaza de Bayona y su cam- po, que en seguida fueron cercados por el ejército del que, además de los anglo-portugueses, formaban ya parte los espafíoles, la división del general Espafía y las 4.* y 3.* provisional de Freyre. Lord Wellington, atento, como es de suponer, á BataUa de esas operaciones, no por eso descuidaba las de su de- ^*"®*- recha que, si paralizadas desde los combates que le habían hecho dueño de las comarcas interesantísimas que riegan la Bidouze y la Gave d'Oloron hasta tocar las aguas de la de Pau , importaban más todavía que el sitio de Bayona para la pronta y feliz terminación de aquella campaña. El mariscal Soult, aun retirán- dose, cual hemos visto, de río en río y de posición en 104 dUKBRA DS LA INDEPENDENCIA posición sobre las muchas que ofrecen los que en aquella parte afluyen al Adour, no se resolvía á re- nunciar á la guerra ofensiva á que su carácter y ex- periencia le impulsaban. La actividad, sin embargo, que desplegaban los aliados, empeñado su general en jefe en distraer al francés de cuanto se intentara para el paso del Adour por bajo de Bayona, obligó á Soult á, dejando su posición central de Peyrehorade, dirigir- se, por su izquierda, á Orthez que el 25 era bombar- deado con gran terror de sus habitantes. Por más que el célebre mariscal anduviera buscando lugar y ocasión en que reunir sus tropas y aceptar, cuando no provo- car, un combate general que ofreciera algún resultado siquier medianamente decisivo, para enardecer el es- píritu de su ejército y el no poco decaído del país, ni una cosa ni otra conseguiría en Orthez. Si el 25 se ha- bían limitado los aliados á cañonear la población y principalmente á las tropas francesas establecidas á sus espaldas, el 26 comenzaron á efectuar el paso del Gave de Pau por el vado de Lahontan y el más eleva- do de Cauneille, lo cual parecía ser el principio de una acción tan enérgica como inmediata. £1 terreno El ejército francés ocupaba sobre la derecha del río y las fuerzas. ^^ ^^^ asienta la ciudad, una serie de colinas en curva que cubren por espacio de tres kilómetros el terreno que se levanta á retaguardia de .Orthez en dirección de Sault de Navailles inmediatamente y de Agetman des- pués y Saint Sever. A la derecha de esa posición, que fué ocupada por la división Harispe, y formando el cen- tro de la línea general, campaban las divisiones Foy y D'Armagnac, mandadas en jefe por Reille; á caballo del camino de Bayona, y más lejos en ese mismo rumbo CAPÍTULO I 105 y paralelamente al de Dax formarou las de Maransin j Taupinde D'Erlon, con la brigada París en reserva. Por la izquierda de Harispe se extendían sucesivamen- te á las órdenes de Clausel la división Darricau hacia las alturas de Routun con la de Villate y la caballería del general Soult en reserva, y hasta Lacq por el ca- mino de Pau el general Berton á la cabeza de dos re- gimientos de caballería^ uno de infantería y dos ca- fiones. Esas fuerzas componían unos 40.000 hombres con 40 piezas de artillería. De nuestro lado, el mariscal Beresford que^ con la 4.* y 7.* divisiones y una brigada anglo-portuguesas, había ocupado Hastingues y Oyergave, cruzó el río de Pau junto á la confluencia de éste con el de Olorón, y par el camino de Peyrehorade se dirigió sobre la dere- cha francesa. El general Ficton y la caballería de Sir Stapletton-Cotton, que marchaban observando y apo- yando los movimientos de Beresford por su derecha, fueron á establecerse en Bereux, amenazando su puente y cruzar por él ó su inmediación el Pau. Hill se había ya puesto en los altos de Magret y Départ, de donde^ según acabamos de decir, cañoneó Orthez y á las tropas de Harispe, situadas detrás de la ciudad, mientras Mo- rillo se ponía sobre Navarrenx y la bloqueaba. Ibase, pues, á refiir el 27 un gran combate, si des- engañado Soult de emprenderlo ofensivo de su parte por la disparidad de fuerzas y sus tardías disposiciones anteriores, decidido á mantenerlo con cuanta energía pudiera y hasta con esperanzas de buena fortuna. El ataque de los anglo-portugueses fué general y El ataque puede decirse que simultáneo. Beresford con las mis- ¿^g ^® * ^*" mas divisiones 4.* y 7.* y la brigada Vibiane con que 106 GUXRRA DB LA INDBPBNDBNdA había pasado el Pau^ atacó á las nueve de la mafiana la derecha francesa con el propósito de envolverla, en tanto que Picton, apoyado por Cotton y la brigada de caballería de Somerset, llevando en reserva la división ligera de Alten, se dirigía contra el centro enemigo y aun parte de su flanco izquierdo, que Hill, después de pasar el Gave, se dispuso á envolver y atacar. Bereslord se apoderó de la aldea de Baint-Boés, no sin una lucha obstinada de más de tres horas que le opusieron los soldados de Reille, cuyas divisiones, ya que no lograron rechazarle del pueblo, le impidieron la salida de él y la continuación del ataque con el fuego certero de su numerosa artillería, perfectamente establecida. Colé y su 4.* división hallaron, al salir de Saint-Boés, un te- rreno demasiado angosto para desplegar su ataque á las alturas, y tan batido del enemigo que hubieron de desistir de su avance el brigadier Vasconcelos, que iba á emprenderlo con su brigada portuguesa, y el gene- ral Ross que lo dirigía. Frustrado el plan de envolver la derecha francesa, resolvió el Lord apoderarse de las posiciones en que ésta se hallaba establecida por un ataque extenso que aco- meterían no sólo las fuerzas de Beresford sino todas también las que componían el centro de la línea aliada y su reserva. Dice Lord Wellington en su parte: «Man- dé avanzar inmediatamente las divisiones 3.* y 6.*, y adelanté la brigada del coronel Barnard de la división Ligera con el fin de atacar la izquierda de la altura en que estaba situada la derecha enemiga. Este ataque, realizado por el regimiento 52.^, al mando del teniente coronel Colborne y sostenido en su derecha por las bri- gadas del general Brisbane y del coronel Keane de CAPÍTULO I 107 la 3.* división y por los ataques simultáneos en nues- tra izquierda de la brigada Anson de la 4.^ división; y en la derecha el teniente general Picton con los restos de la 3.* división y la 6.*, que mandaba el teniente general Clinton^ desalojaron al enemigo de las alturas y nos dieron la victoria.» Dejando, con efecto, la ca- ballería de Cotton y la de Somerset al frente de la divi- sión D'Armagnac, Lord Wellington, al cambiar el plan de ataque, dirigió su división Ligera contra la francesa de Maransin, las de Picton y Clinton contra í'oy> y ^ Colé y Beresford contra Taupin. La pelea se hizo rudísima, tan sangrienta que el general Béchaud fué muerto y el general Poy herido, produciendo tal efecto que, cediendo terreno la división de éste, arrastró en su movimiento retrógrado á las de Taupin y Maran- sin hasta que ponaiguieronreformarse con la protección de la brigada Paris, que detuvo á los aliados formando en cuadros para contenerlo. (1) Todas las tropas francesas de la derecha y centro de su línea tuvieron así que emprender la retirada (1) He aqní cómo describe Fellot aquel ataque y hace el elogio del general Foy. «La parte de la aldea de Saint-Boee en que estaban nuestras tropas, fué tomada y recobrada cinco veces. En una de aquellas cargas fué muerto el general de brigada Béchaud. El general de división Foy, á quien se ha visto señalarse siempre en el campo del honor, se batía como un león en el ataque de una eminencia de donde rechazaba al enemigo en desorden, cuando un tiro le hiere gravemente y le pone fuera de combate. Ese accidente hizo tal efecto en su di- visión, que se le observó al momento en su aptitud. Es el más hermoso elogio que se puede hacer de un general. La división en ese momento de vacilaciones y sentimiento se acerca más á la línea; y el conde Reille, por efecto de esa maniobra, se ve obligado á ceder un poco de terreno en so derecha.» Lord Wellington reconoce que la resistencia opuesta por los divisiones francesas junto á Saint-Boés le hizo cambiar el plan de ataque determinado en sus instrucciones para la batalla. 108 GUBRRA DE LA INDEPENDENCIA hacia Sault-de-Navailles^ amenazadas en su flanco izquierdo por la de Hill que, forzado el paso del río por Biron y arrollados los dos batallones enemigos que lo cubrían, se extendió con la 2.*^ división y la caballería del general Trane por aquel lado, en el que no procuró Villate sostener á Berton que, según hemos dicho, formaba la extrema izquierda francesa. Ante tan poderoso ejército no podría marchar en orden per- fecto el francés en su retirada que, si lo mantuvo en el corto trayecto de Orthez á Sault á favor del terreno quebrado que separa á estas dos poblaciones y la par- simonia inglesa, no tardó por eso en tomar los carac- teres todos de una derrota completa hasta Hagetman y Saint-Sever (1). Soult, con sus optimismos y todo, con sus esperanzas de lograr oéasiones en que volver á tomar la ofensiva, pero como general experto y cas- tigado no pocas veces en sus alardes, había señalado á sus tenientes Sault-de-Navailles como punto de con- centración en caso de haberse de retirar. Así, en los principios de su retirada había la derecha suya podido emprender la marcha lentamente y haciendo siempre cara al anemigo; pero á pesar de la protección de su (1) Wellington la califica así. «Este (el enemigo), dice, ee retiró al principio con nn orden admirable, aprovechando las muchas y buenas posiciones que el terreno le onecía; pero las pérdidas que experimentaba en los ataques repetidos de nues- tras ti'opas y el peligro que les amenazaba por el movimiento del general Hill aceleraron su marcha y al fín la retirada acabó en huida completa^ corriendo sus tropas en la mayor confu- sión y desorden.» No la pintan así «Victorias y Conquistas» que dicen: «La retirada se efectuó con orden y la mayor sangre fría: las divi- siones pasaron sucesivamente el desfiladero sin confusión y sin más pérdida que la de un escuadrón del 21.** de cazadores y de unos 300 hombres de infantería que fueron cortados del ejército y cogidos por la caballería inglesa». ble arrostrar cod fortuna el peligro con que la ame- nazaba Hill de envolverla. La batalla de Orthez boiira á las tropas de ambos ejércitoa beligerantes, pues que ba de reconocerse que, si de parte de los aliados mostró su general en jefe saber pl^ar sus talentos á las circunstancias y á las fases, siempre diversas, en uu combate de aque- llas proporciones, y portugueses é ingleses se batieron con gran valor y en un orden pertecto, no faltaron en el ejército francés, desgraciado y todo, ni babilidad en sus generales, ní abnegación en los soldados para de- jar bien puesto el bonor de sus armas. Y á tal punto en unos y otros de los últimos que, á pesar del desánimo y del desorden que pudiera sospecbai'se en el movi- miento sucesivo á su paso á la margen derecba del Luy-de-Beam junto á Sault-de-Navailles y á pesar de las enormes pérdidas del 27 en Ortbez, no tardaremos en verlos tomar una actitud ofensiva, aunque induda- blemente temeraria. (1) (1) Las bajtie, ca;o cálcalo ee hace siempre tan difícil, si bft de darse te al de loa franceaes, fueron eu su ejército de 2.500 hombres, entre los que Ib de lus dos gencrsiles nombra- dos anteriormente y muciius ¡eíea j oñci&leu. Perdió además 12 piezas y le fuerou I lei: bus sobre 2.000 priaioneroB. Las de loe aliados fueron también considerablea, valuándose en unoa 2.300 hombres los muertos y heridos, entre loa últimos el Ge- neralísimo y, á BU lado, nuestro ¡¡eneral Álava, con quien es- taba chanceándoB<> aquél por xu lierlda. .Sobre eso, dice Tore- lio GÜBRBA DK LA IKDEPBNDBKOIA Los aliados siguieron aunque no ejecutivamente el movimiento de los franceses. En Hagetman, Soult en- vió al general Da^ricau la orden de evacuar á Dax^ que no tardaron en ocupar los anglo-portugueses^ de los que las divisiones de Beresíord se dirigieron tara - bien á Mont de Marsan y Burdeos. Al tiempo de dar esas disposiciones^ se hallaba ya Lord Wellington en Saint- Sé ver, incierto de los movimientos que en su no interrumpida retirada andaba Soult ejecutando por la derecha del Adour, cruzado sin gran dificultad por los * nuestros; en Aire, por Hill y en Cázeres y en Barcelo- ne y LeeS; por Stapleton-Cotton. Pensamien- ^^^^ ®° aquella campaña tan difícil de calificar, to de ofensi- ya en Soalt. no: «Hubo no obstante de costar á los ingleses muy caro tan glorioso triunfo, habiendo corrido riesgo la vida de Lord We- llington, contuso de una bala de fusil que dio en el pomo «de su espada y le tocó en el fémur, causándole el golpe tal estre- mecimiento, que le derribó al suelo, estando apeado y en el momento mismo que se chanceaba con el general Álava, heri- do éste poco antes, no de gravedad, pero en parte sensible y blanda que siempre provoca á risa.» Entre tantos como han hecho ver sus cálculos sobre las bajas de uno y otro de los dos ejércitos, no queremos privar al lector del que manifestó el Lord en su parte. ^Jj\ IKDBPRNBEKOIA rar al ilustre Lord que do se presentarían á su frente tropas enemigas suficientes para hacerle perder el fru- to de sus gloriosos triunfos anteriores; ya procediesen del interior del Imperio por haber salvado Napoleón las dificultades que por aquellos días tenían atado á las fronteras del Norte^ ya del ejército que mandaba Su- chet en la de Cataluña? No logramos descubrir una sola razón militar que pudiera aconsejarle otra con- ducta. Y, sin embargo^ hombre de tantas dotes inte- lectuales y de experiencia tan ejercitada, debía encon- trarlas. El duque Andaba desde su entrada en Francia estudiando, ma. 7 ASÍ lo demuestran- sus despachos, una manera que considerarla decisiva para vencer sin los sacrificios que exige el uso de las armas. Podría ofrecérsela la intro- ducción de la discordia, mejor que en las filas del ejército enemigo que, entusiasmado con la gloria de sus al parecer inacabables triunfos y fascinado^ puede decirse, por el genio de Napoleón, no era natural se dejara vencer fácilmente, en el seno del pueblo fran- cés, disgustado con tanto infortunio como estaba ex- perimentando de un afío atrás y de que se le arranca- ran sus hijos para una guerra en concepto general desesperada ya y estéril. Ya hemos visto que, no desde que el vicario de Saint- Pé habló con Lord Wellington después de la batalla de la Nivelle, sino de algo antes, se trataba en- tre él y el Gobierno británico de si sería ó no conve- niente la presentación de un individuo de la familia de los Borbones de Francia en el país conquistado por los anglo-hispano-portugueses para que, desde él, hi- ciese entre sus compatriotas un llamamiento á favor CAPÍTULO I 113 de una reacción que elevase al trono al heredero legít- timo del desgraciado Luis *X VI. ' No debía satisfacer completamente al eminente Lord osa solución ^ ni quizás tampoco el procedimien- to con qué realizarla; pues que^ según también he- mos indicado; su contestación á Bathurst el 21 de no- viembre desde San Juan de Luz'podla dar lugar á va- rias interpretaciones. Más receloso aún se le descubre en el Memorándum escrito el 20 de diciembre para el Conde, después Duque, de Grammont, y remitido también á Bathurst en carta del 22 de diciembre, en que, después de anunciar la llegada de M. de Mailhbs del interior de Francia, donde dice hay una fuerte in- clinación á ver un Borbón en el ejército aliado y un deseo vehemente de que se envíe al citado Con- de á conferenciar en Inglaterra con los Príncipes de aquella casa, accede á esa demanda, pero con las con- diciones siguientes: 1.® Que sea inviolable el secreto de esa misión que sólo será conocida de los Minis- tros y de los Príncipes de la casa de Borbón. 2.° Que no habiendo hecho todavía ninguna demostración pú- blica de esos deseos el pueblo francés, ni creerla él probable por lo que había visto y oido, y declarando siempre los aliados su objeto de hacer la paz con Buo* ñaparte, recomendaba al Conde de Grammont acon- sejase á los Príncipes considerasen bien el caso y sus consecuencias antes de dar el paso que se les pro- ponía. Y concluía así su escrito: f Para el tiempo en que el Conde de Grammont llegue á Inglaterra ocurrirán varios acontecimientos que muestren si ha de conti- nuarse la guerra y con qué resultado, ó si se hace TOMO XIV 8 1 14 aUfiRRA DB LA INDBPBMBSNCIA probable la paz; y los Príncipes tendrán más datos que puedo yo tener para decidir el rumbo que deben tomar >. Pero ¿qué pás? Llega el 2 de febrero y Lord We- llington se encuentra con una carta del Duque de An- gulema en que le anuncia su arribo á Oyarzun y su intención de ir á SaiT Juan de Luz; preguntándole si debe presentarse como tal Duque de Angulema. El compromiso para el General en jefe del ejército alia- do es grande; pero, ya que no puede detener al Prín- cipe francés en España, le contesta lo siguiente: «Se- ría quizás de desear que yo tuviese una entrevista con Vuestra Alteza Real antes de que llegarais aqni. Como es probable que Vuestra Alteza Beal habrá par- tido antes que os baya llegado esta carta, tengo el honor de manifestaros que creo que hay razones ar- gentes para que Vuestra Alteza Real pase oon el nom- bre de Conde de Pradel hasta que podáis conocer el estado de los asuntos en este país y los sentimientos del pueblo en general », Y el 3 siguiente escribía al Conde de La Bisbal que aquel mismo día había llega- do á San Juan de Luz el Duque con el nombre de Conde de Pradel, afiadiendo que valía más no hacer nada por el momento; pero en la creencia de que si Buonaparte no hacía . pronto la paz y no eran batidos los aliados, se vería á los Borbones restablecidos en Francia lo mismo que en España, antes de lo que se podía esperar. s Lord Welligton habla, en efecto, conferenciado con Angulema en Urrugne; y, ya que no podía hacerle volver á San Sebastián por unos pocos días, consiguió que siguiera de incógnito basta que variasen las cir- CAPÍTULO I 115 cunstanoias^ sin que por eso dejara de hacerle conside- rar en su categoría por los generales de ejército, entre los que Freiré fué invitado á ofrecerle sus respetos. (1) No quiso, con todo, llevarse consigo al Príncipe en sus operacioues sobre Gorritz y Orthez, satisfaciéndose con anunciarle su marcha y prometiéndole escribirle. Realizólas, como se ha dicho, con toda felicidad, pero sólo en Saínt-Sever hubo de peilsaren la continuación de su conducta política al recibir á los diputados rea- listas que fueron de Burdeos asegurándole que los ha- bitantes de aquella ciudad no opondrían sino una muy ligera resistencia, ó mejor ninguna, á la entrada de los aliados en ella. Entonces, el 7 de marzo, resol- vió enviar á Beresford con las fuerzas que hemos in- dicado anteriormente, dándole instrucciones sobre cuanto debería hacer al presentarse al frente de Bur- deos. Decíale que el objeto de enviarle á Burdeos era el de establecer allí la autoridad del ejército, y even- tualmente, si fuese posible, el de obtener la navega- ción del Carona y el aprovechamiento de su puerto. Le recomendaba se pusiera en relaciones con las au- toridades para el gobierno de la ciudad comunicándo- les las proclamas que él había dado, y en caso de no hallarlas dispuestas en su favor, tomase el nombre de las personas que quisieran servirle para valerse de (1) Clerc lo pinta así: cCorto, de flsonomía mezquina, con aptitudes á la Borbón muy marcadas, y, por fin, gestos fre- cuentes, puso muchas veces á prueba al estado mayor de We- llington. Era de moda llamar tigres á los extranjeros que iban al cuartel general y el duque de Angulema recibió el mote de Tigre reah. Y añade por nota, copiándolo del' escrito de Henry Hous- saye (1816, pág. 33): «Espíritu casi inculto ó inteligencia es- trocha, embarazoso, torpe, desprovisto de toda gi*acia, ciertos i^estos le hacían ridículo». 116 aUBRBA DE LA IKDBFBNDENOIA ellas. Si las autoridades existentes se decidieran á continuar» las dejara en sus mismos cargos enviando- le á decir sus nombres. Si los habitantes le pregunta- ran si ccmsentiría la proclamación de Luis XVIII ; alzar el estandarte blanco, añadíale que contestara que la nación británica y sus aliados lo deseaban v que, conservándose el orden público, no intervendriaii sus tropas sino en favor de sus intereses. Pero como los aliados andaban en negociaciones para la paz con Biionaparte, les hiciera entender que por muy incli- nado que él estuviese contra el Emperador para la guerra, se mirasen mucho antee de alzar un estandar- te contra él y su gobierno. Sin embargo, Lord We- llington decía á Bereeford que si izaban la bandera blanca proclamando á Luis XVIU, no se opusiera^ se entendiese con las autoridades para proporcionarles armas y municiones de las que había en Dax y, por fin, se apoderase de los fuertes y buques de guerra para facilitar la navegación del Garona hasta el mar. (1) Se conoce que Lord Wellington había autorizado, aun cuando no lo diga, al Duque para que fuese á Burdeos con Beresford, porque al entrar los ingleses en aquella ciudad el 12 de marzo, lo pone así de ma- nifiesto el Maire al dirigir á los habitantes una entu- siasta proclama que el Lord supone dictada sin el con- sentimiento de S. A. B. y sin el conocimiento del Ma- riscal bajo cuya protección iba el Príncipe y algunos (1) Escribía también á Bathurst, que habla para Burdeos 6.000 fusiles de los cogidos á los franceses y podía mandar inmediatamente otros 2 ó 8.000 de Pasajes. Aún tenía 30.000 á lo largo de la costa desde Portugal, y, si hubiera buqueí^ para convoyarlos, podría enviar sobre 40.000 más. Y, sin embargo, los españoles no andaban bien armados. CAPÍTULO I 117 de cayofl párrafos, referentes á su conducta, tachó tam- bién de inexactos. Al acercarse á Burdeos Beresford^ se habían retira* do las autoridades y las tropas imperiales, muy esca* sas para intentar siquiera una resistencia que bien veían sería inútil, dada la disparidad de fuerzas y por el espíritu que sin rebozo ya ninguno revelaba la pobla- ción. Sólo quedaron representando á ésta el Arzobispo y el Maire, un M. Lynch, que salió al encuentro de loe aliados y después de dirigirles una calurosa arenga, la terminó poniéndose la escarapela blanca y con un € I Viva el Reyl> Y que el magistrado munici- pal interpretó rectamente los sentimientos del pue- blo que administraba lo demostraron inmediatamente los vítores de los bordeleses al entrar juntos y como en triunfo el Duque de Angulema y el Mariscal inglés (1). Todavía Wellington, sin aprobar ni desaprobar Congreso paladinamente la conducta de unos y otros, debió te- ^® CJhatillón. nerla por algo precipitada, pues en sus escritos y dis- cursos á las autoridades de las poblaciones que iba (1) De L'Anibigu^ revista inglesa que se publicaba en fran- cés^ sumamente curiosa sobre los sucesos de aquel tiempo, sa^ camos el párrafo siguiente que describe parte de lo que pasó en Burdeos al llegar Beresford. «En el momento en que el mfiOT Mariscal llegó á Pont-de-la-Maye, fué enviado el coronel Vivían al señor Maire, para manifestarle que creía entrar en una ciudad aliada y sometida á B. M. Luis XVIII; dándosele inmediatamente la seguridad de ello; y M. Lynch, y los once adjuntos, escoltados por una guardia real sin uniforme, se en- caminaron hacia el señor Mariscal: la escarapela blanca fué puesta y la bandera blanca flotó en la torre de St. Michel y el Maire dirigió al Mariscal un discurso en que manifestando todos los votos de los bordeleses, conmovió los corazones de los que lograron oírle. iQué encanto el de verle quitarse su banda, tomar el antiguo emblema' de los franceses y levantar aquella cucarda blanca, símbolo de la paz y de la dichai Después describe la llegada del duque de Angulema y el i-uidoso y cordial recibimiento que se le hizo. 118 GUERRA DB LA Iin)SPENDBNCIA ocupando^ deslizaba siempre la reserva de considerar* lá como expresión patriótica laudable, pero de resul- tados no definitivos mientras las demás naciones ene- migas de Napoleón anduviesen concertándose cou él para la paz á que nunca acababa de resolverse, espe- rando siempre la vuelta de la fortuna á sus sabios pensamientos militares y á sus incomparables legio- nes. Sobrábale á Wellington la razón para las descon- fianzas que revela todo su vacilante proceder respecto al alzamiento realista de Burdeos y de los varios pue- blos que pretendían secundarlo, porque hacia aquellas mismos días sé andaba en el Norte celebrando el congrí so de Chatillou; especie de rectificación ofrecida á los aliados por su desabrimiento en las conferencias de Francfort. No era fácil que Napoleón acep'tara condi- ciones que uno de sus admiradores califica de indecen- tes, ni tampoco la de una contestación inmediata v tan lacónica que habría de reducirse á responder sí ó no cuando su accesión á tratar de nuevo con sus enemi- gos tendía á ganar tiempo para prepararse á nuevas operaciones, superiores á las que su inmenso geuio militar le había procurado la fama y los prestigios del mayor capitán de todos tiempos. Se le exigía y eso sin darle tiempo para que lo refiexionara, la reducción del imperio á los límites de la extensión que media la Francia antes de la Revolución; y eso, si debía repug- nar á todo francés^ más repugnante y odioso se haría para quien, habiéndola recibido dilatada por las ideas y las armas de sus atrabiliarios pero enérgicos antece- sores en el gobierno de pueblo tan pundonoroso y le- vantisco^ iba á entregarla pequeña y casi, casi desacre- CAPÍTULO I 119 ditada. cLa Fraacia, diceThiers, sin la que jamás se había decidido de la suerte de una aldea en Europa, la Francia no debería pesar ni aún tratándose de los despojos del mundo entero que en aquellos momentos eran los suyos. Cierto que Napoleón había abusado de la victoria^ pero en medio del humo embriagador de Rívoli, de Austerlitz, Jena y Friedland; no había nun- ca tratado así á los vencidos y vencidos que estaban aplastados! > ... cAsí^ continúa Thiers, aunque el triun- fo de Napoleón fué el de un despotismo insoportable, su victoria era entonces el voto de todas las gentes honradas, no extraviadas por el espíritu de partido. Era él seguramente quien nos había valido todas esas humillaciones, pero un culpable que defiende el suelo patrio, llega á ser el suelo mismo». No debía distar mucho de esa opinión la de Lord Wellington; y presumiendo el acuerdo que al fin ha- bría de adoptar Napoleón, observaba la reserva que le hemos visto poner á sus resoluciones rcppecto á la lle- gada de Angulema al campo de loe aliados y al alza- miento de Burdeos. El combate de la Rothiére: aque- lla tenacidad indomable de Napoleón tan perfecta- mente secundada por Oudinot y Víctor, por Marmont y Gerard, y por la abnegación heroica del que bien pudiera llamarse puñado de soldados, venciendo al inmenso número de loe aliados regidos por Schwarzeu- be^g y Blucher, era, con efecto, para hacer reflexionar y dudar del resultado que daría aquella campafia. Jamás había brillado el genio de Napoleón con luz más admirable, ni aun en las portentosas jornadas de Italia y Alemania, algunas de las que acabamos de citar; y Wellington como político á la vez que estrate- 120 aUBRRA DB LA INBBPBNDBNOIÁ go, pondría más empeño en que sus operaciones no desdijeran de la de los .grandes ejércitos del Rhin, que en adelantarse á ellos en la expresión de sus ambicio- nes y de sus odios particularmente al gobierno impe- rial de la Prancia. Precisamente días antes le habían llegado noticias do aquellos combates extraordinaria- mente maravillosos de Ghampaubert, de Montmirail, Gháteau-Thierry y Vauchamp, dados en cuatro días sucesivos, el JO, el 11, 12 y 14 de febrero (1). Había más: después de jornadas tan fructuosas como brillan- tes, las del Mormant, de Villeneuve y Montereau sobre el ejército de Schwartzenberg, habían impresionado hasta tal punto á los generales aliados y á sus sobera- nos que, á consecuencia de ún gran consejo de guerra, decidieron proponer á Napoleón un armisticio cuyo mensaje llevó el Príncipe de Sichteustein á Napoleón, I Tal cambio de situación habían producido el genio de aquel hombre extraordinario y su carácter impertur- bable! * . Con las noticias de tales acontecimientos, la de la disolución del congreso de Chatillón á consecuencia de (1) Thiers hace el siguiente oportunísimo comentario: «Sa- liendo el 9 de febrero de Nogent-sur-Seine; llegando el 10 á Ghampaubert, Napoleón habla cogido ó destruido en aquella jornada el cuerpo de Olspuvieff , derrotado el 1 1 en Montmirail al cuerpo de Sacken, batido y rechazado el 12 sobre Gháteau- Thierry el de York, empleado el 18 en restablecer el puente de la Mai'ne, y el 14, deshaciendo el camino á Montmirail, había asaltado á Blucher que acababa torpemente de ofrecerse á su8 golpes como para proporcionarle la ocasión de acabar con el último de los cuatro destacamentos del ejército de iSilesia. Así, casi sin batalla, en cuatro combates librados golpe tras. golpe, Napoleón había desorganizado enteramente el ejército de Sile- sia, le había quitado cerca de 28.000 de sus 60.000 hombres, .inás una cantidad inmensa de artillería y de banderas, y había castigado cruelmente al más presuntuoso, al más bravo y más encarnizado de sus adversarios», CAPÍTULO 1 121 las preteusíones exageradas del Emperador francés, y con la posterior de los combates de Craone y Laon los días 7, 9 y 10 de mar^so, Lord Wellington hubo de decidirse á proseguir su campaña militar, dejando co- mo en suspenso, y no sin eb desagrado de Angulema y sus partidarios ya declarados, la política que se había propuesto desde su entrada en Francia. Soult, por su lado, sin desesperar de su suerte. Nuevo arran- €[Q6 dd Sonlt* siempre confiando en la parsimonia de su adversario que le daba tiempo para reponerse de los reveses que sutría en los períodos, precisamente, en que más 16 ne- cesitaba, los en que parecía iba á terminar la campaña de una manera irreparable, se disponía á continuarla; y no como general derrotado definitivamente, sino alar- deando de los arranques agresivos que habían siempre caracterizado su conducta militar. (1) Muchos elementos le faltaban para satisfacer con buen éxito propósitos tan generosos; pero creería haber- los adquirido en los días que le consintiera Lord We- llington, detenido después de la batalla de Orthez en (1) Hay que advertir que esos arranques de Soult podían obedecer á las repetidas instrucciones que recibía de Napoleón para que no cesara de operar ofensivamente aun cuando fuese con poca fuerza. * La resolución, sin embargo, de 8oult en Bayona le pertene- ce exclusivamente, porque le llegó bastante después la nota, dictada por el Emperador á su Ministro, en que decía: «Las plazas fuertes no son nada por sí mismas cuando el enemigo es dueño del mar y puede reunir tantas bombas, balas y pie- zas como quiera para destruirlas. Dejad, pues, sólo algunas tro- pas en Bayona.» cLa manera de impedir el sitio es tener el ejército reunido junto á la plaza. Tomad la ofensiva; caed sobre una ú otra ala del enemigo; y aunque no tengáis más que veinte mil hombres, si cogéis un momento propicio y atacáis decididamente, no dejareis de obtener algunas ventajas. Tenéis bastante talento pai'a comprenderme bien», 122 OUJBRRA DB LA INDEPKNDBNCIA contemplación de los sucesoe de Burdeoe y en espera á su vez de medios conque proseguir sus operaciones. Uno de esos elementos consistía en la incorporación inmediata de los refuerzos que pudieran enviársele del interior, pero principalmente de los reclutas de los de- partamentos inmediatos, destinados, á su ejercito. Aquellos eran muy excasos, sacados de las guarnicio- nes de los puntos que se iban sucesivamente abando- nando ó se consideraban innecesarios ante la formida- ble invasión extranjera; y los reclutas, si bien eran muchos, en tal número que bastaría para poner el ejército en estado de resistirla con fortuna, carecían de toda instrucción, ni podían llamarse soldados, cuan- do no desertaban á millares para no exponerse á los pe- ligros de la guerra. El único recurso* que Soult consi- deraba verdaderamente útil y hasta decisivo para ob- tener la victoria á que aspiraba, era el refuerzo que pudiera enviarle el mariscal Sucbet, tanto más con- veniente cuanto más se internaba el enemigo en Fran- cia y tanto más fácil en su concepto cuanto las opera- ciones que se estaban ejecutando se dirigían por el re- vés de los Pirineos y á lo largo de la frontera hacia la de Cataluña en que se había establecido el Duque de la Albufera. Ya en 9 de febrero y desde Peyrehorade había es- crito á este mariscal comunicándole sus noticias de que todas las tropas inglesas de Cataluña se ponían en mar- cha para reforzar á las de Wellington, y que las espa- ñolas de Alicante habían llegado ya á Navarra con igual destino; esperando Soult, de consiguiente, que todas, inglesas, españolas y portuguesas, se dirigirían contra él, limitándose del lado de Suchet á demostra- CAPÍTULO I 123 clones las qae quedaran á su frente de loa Pirineos Orientales, c Tengo el honor, añadía, de preveniros de todo éso, á fín de que en consecuencia, podáis prepa- rar vuestras disposiciones. . . Doy también cuenta de ello al ministro de la guerra por correo extraordinario y le ruego tome las órdenes del Emperador. Le hago además observar que, para oponer un dique al torren- te, sería quizás á propósito tuvierais la orden de eva- cuar Cataluña y que la mayor parte de las tropas que están ahí vinieran á marchas forzadas á reunirse al ejército de España, limitando la defensa del lado del Rosellón á la de nuestras plazas fuertes que serían provistas de buenas guarniciones y muchos víveres y en cuyo centro quedaría un cuerpo de observación. > Na- turalmente, el duque- de Dalmacia escribía aquel mis- mo día á su ministro de la guerra comunicándole iguales noticias respecto á los preparativos de los in- gleses y de los españoles para refoi'zar la acción de Lord Wellington. Manifestábale además que había es- crito á Suchet cuanto acabamos' de indicar, y aconse- jaba al ministro, pero como fuera de toda duda y muy urgente, iguales procedimientos; concluyendo por su- plicarle «hiciera poner á su disposición la totalidad de las tropas que el Emperador no hubiera llamado al grande ejército y no fuesen necesarias en el Norte ó en los departamentos del Oeste para preservarlos de una invasión, porque era de instantes el oponer un dique insuperable al torrente que amenazaba con inun- dar el mediodía del Imperio». Ya expusimos las razones que Suchet oponía á las demandas y argumentos de Soult, apoyados con tanta insistencia como calor por Pellot, Ghoumara y otros 124 GUICRKA DB LA INDBPXNDBNGIA de los admiradores del después ilustre ministro de Luis Felipe. No le escasearemos nosotros los elogios de que sus servicios y talentos le hacen merecedor y menps los que desplegó en la campafia de los Pirineos de que no0 estamos ocupando; pero pensar que se podía desguar- necer la frontera de los Orientales teniendo á su frente las fuerzas aliadas que la amenazaban, aun dismiuui- das con el destacamento de nuestro tercer ejército y algún otro anglo - siciliano al Bidasoa, es desfigurar las causas para, de sus consecuencias después, deducir cargos tan injustos como inmerecidos. El ministro Clarke y luego Napoleón aprobaron la conducta de Suchet, como no podía menos de suceder si habría de alcanzarse el objeto que perseguía el Emperador de evitar, si le era posible^ la invasión con que se le ame- nazaba por Lyon; aun cuando Soult quedara expuesto á peligros que u^o y otro suponían de menos mon- ta (1). Pero, de todos modos, los acontecimientos se . (1) Choumara ofrece á bvlb lectores este comentario, todo lo bello que se quiera, pero inadmisible por quien presuma co- nocer al hombre en general y particularmente aquellos dos mariscales, que no se querían bien. cHubiera sido un hermoso espectáculo, dice^ el de los cafiones de los mariscales Soult y Suchet respondiéndose y tronando juntos contra las masas an- glo-españolas, aquellos mariscales estrechándqse las manos ante los muros de Pamplona, marchando de acuerdo en perse- cución del ejército enemigo ó de sus restos y rechaz¿idolo hasta lejos de nuestras fronteras. iQué consecuencias inmensas no hubiera llevado consigo ese movimiento! Entonces, las ne- gociaciones se hubieran hecha fáciles con los españoles, felices de sobra con que se quisiera evacuar su territorio y devolverles su rey, en vez de correr la suerte de nuevos combates; enton- ces, las guarniciones que hubieran quedado en las plasas de las provincias de Valencia, Aragón y Cataluña, habrían vuelto naturalmente á las ñlas del ejército activo; entonces, por fín^ den mil bravos disponibles, uniéndose al ejército de Napoleón, hubieran caído como el rayo sobre las hordas extranjeras que más tarde penetraron en el corazón de la Francia, ó, mejor aún, no hubiesen penetrado jamás.» CAPÍTULO I 125 sucedían con una rapidez que la batalla de Orthee fué á agravarlos extraordinariamente. A pesar^ sin embargo^ de la falta de medios que representan la de los refuerzos esperados de la recluta en aquellas proyindas, y principalmente del ejército del mariscal Suchet, dejóse de nuevo Soult llevar de su genial ardiente y de sus optimismos^ tantas veces d&carmentados por su prudentísimo adversario en la guerra de la Península^ y á ellos se entregó otra vez intentando, tras el revés reciente de Orthez, tomar la ofensiva con la energía que le era característica. Y aprovechando la inacción de Wellington en aquellos días al esperar el paso del Adour por las fuerzas del general Hope y atender á los sucesos políticos que provocaba la entrada de Beresford en Burdeos, paso que le permitía trabajar en la organización de algunos cuerpos de guerrilleros, que naturalmente le habrían de resultar inútiles, y expedir órdenes y proclamas que neutralizasen el efecto de las de Angulema y sus amigos y partidarios, resolvió maniobrar sobre la de- recha del ejército aliado, dirigiéndose, en consecuen- cia, poi^ el camino de Tarbes á Gonchez, Simacourbe y Lembeye, así como para obligar á los aliados á concen- trarse y llamar á sí á Beresford (1). La maniobra era ¿ todas luces temeraria, así es que hubo muy pronto de desistir de ella al t)bservar que Lord Wellington, en vez de detenerse, envió desde Aire, donde tuvo desde (1) He aquí cómo explica esa maniobra de Soult el artillero Lapene: cEl enemigo dirige en ese intervalo un destacamento de 15.000 hombres á Burdeos y el bloqueo de Bayona retiene, de otro lado, una parte de sus fuerzas. El mariscal Soult sabe, en BU cuartel general de Kabastens, esa división del ejército aliado; y medita inmediatamente el marchar á su encuentro, 126 OUBRRA Dt: LA INBKPBNDENOU el 10 de marzo su cuartel general^ tres gruesas colum- nas^ la de la derecha sobre Conchez, la del centro so- bre Gastelnau, y la de>la izquierda á Plaisance. I^to sucedía el 18 de marzo día en que el generalí- simo aliado había reunido los medios que consideraba necesarios para reanudar las operaciones, interrumpi- das en Orthez y Saint- Sever. El 13 le había llegado la parte del 4.** ejército español que mandaba personal- mente el general Freiré, y esperaba se le reuniría el 14 la brigada de caballería de Ponsouby, fuerzas que creerla deber concentrar en Aire al recibir la no- ticia del movimiento de Soult sobre su flanco derecho, lo cual le hacía suponer exacta la de la incorporación al ejército francés de 10.000 hombres que le hubiera enviado Suchet desde Cataluña. Tan por cierta tenía esa noticia, que ese mismo día 14 escribía á Beres- ford: «Soult ha sido ciertamente reforzado con parte de las tropas de Suchet, y avanzó ayer tarde con fuer- zas considerables sobre Conchez». No es así de extrañar' que, aun ocupando una buena posición en las dos ori- llas del Adour, no se considerase bastante fuerte para avanzar, como pensaba, y animar la insurrección de los realistas mientras no se le unieran la 4.^ divisióu y una gran parte, si no toda, la caballería de Vivian. En esa creencia esperó en Aire á que le llegasen más fuerzas de las con que contaba en las fechas citadas. (1) compeler á Lord Wellington á aceptar una batalla aventurada bí no quiere desguarnecer el bloqueo de Bayona ó llamar el fuerte destacamento que está en marcha para Burdeos y retar- dar, por consiguiente, la ocupación de aquella importante ciu- dad. El ejército francés se pone, en consecuencia, en movi- miento, el 13 de marzo, y va sobre Lembeye y Conchezi. (1) Pellot dice á propósito de esa prudentísima reserva del CAPÍTULO I 127 En la del 18, no sólo tenía las faerzas suficientes para operar contra Soalt y escarmentarle en sus pujos de ofensiva, sino que, siempre suponiendo verdadera la noticia del socorro de Suchet á Soult, había dis- puesto, y sg hallaba en ejecución, la marcha del cuerpo británico de Clinton Ebro arriba para reunírsele en el Adour ó donde se considerase conveniente. Concentrado', pues, el ejército en las cercanías de A va usan Aire, adonde el 17 habían llegado los varios destaca- mentos que batían las avenidas principales, y las re- servas de caballería y artillería procedentes de Espafia, lo hizo, según ya indicamos^ marchar sobre 0)nchez mientras Hill dio sobre los puestos enemigos de Lem- béye. Los franceses de uno y otro punto se retiraron á Vic-en-Bigorre, en cuyos viñedos tuvo lugar el día 19 un ataque muy rudo con la retaguardia de Soult. El general Picton, con la 3.* división y la brigada alema- na de Bock, se movió gallardamente contra la retaguar- dia enemiga y la arrolló por las viñas y la población, en la que, y en Babastens, se reunió después el ejér- cito. Y aunque el general Berton rechazó, entretanto, en Maubourguet otra carga de la caballería alemana, matando á un jefe de los dragones hanuoverianos y haciendo prisionero al Rittmeister Seeger, dice la histo- ria de la Legión y confirma Napier, con lo que pudo retirarse en buen orden á Rabastens, Berton como D'Erlon pudieron también hacrerlo en dirección de Tarbes. Lord. «£( enemigo no volvía á tomar la ofensiva sino bailán- dose con fuerzas superiores en un punto; y cuando maniobraba avanstando se podía estar seguro de que la suerte de las armas se pondría de su lado.» 128 GUERRA DB LA nrDBPENDBNOU Combate Aquí fué donde el combate de ambas partes que de Tftf bes veníau hostilizándose desde Conchez y Vic-Bigorre, tomó el 20 un carácter más grave resistiendo larga y honrosamente el general Reille la entrada de los alia- dos en la ciudad^ y Clausel su salida en pe99ecución de los que se retiraban dé la antigua capital del Bigorre. Ocupaban los franceses excelentes posiciones; teniendo su izquierda en puestos avanzados bien guarnecidos^ la ciudad en medio, ocupada por Reille, y su dere- cha en las alturas del molino de viento de Oleac. Es- tas posiciones estaban algo retrasadas respecto á Tar- bes y se apoyaban en los altos de Odos, en que forma- ban las reservas. El ejército aliado adelantó varías columnas desde Vic-Bigorre y Rabastens y Ville-Pon- tot; el general Sir H. Clinton se dirigió á atacar la de- recha francesa con la 6/ división, cruzando la aldea de Bours, mientras Hitl atacaba la ciudad por el cami- no alto de Vic-Bigorre, con el vigor y la habilidad que le valieron la reputación de ser el teniente más hábil y feliz de Lord WelUngton. Eran las fuerzas muy desiguales: Soult no había recibido el refuerzo que el generalísimo inglés suponía haberle enviado el duque de la Albufera, quien no hay más que leer su correspondencia para comprender que, hasta algo después, nunca pensó en tal jornada, mien- tras el ejército aliado, sospechándola por lo menos, se había reforzado considerablemente con fuerzas que le llegaban de España, de Inglaterra y Portugal (1). La (1) Las Gacetas de días anteriores rebosan de noticias del paso de fuerzas aliadas de todas armas por la frontera, y del desembarque de las ingleses en los puertos españoles de aque- lla costa . úAPitou) I 129 acometida, pues, de las fuertes diViaioües aliadas, há- bilmente dirigida contra loa franceses, tendría que ob- tener an resaltado desastroso si no se evitaba en cuan< to lo coasintieran el honor militar y los optimismos de Soalt, empeCado en rencer á nn rival que tantas veces se los había escarmentado. Hill se apoderó de Tarbes á pesar do la resistencia que le opuso Reille; y aun cuando, segúu hamos indicado, coutuvo su marcha agresiva al salir de la ciudad el general Glausel, siem- pre tan enérgico y ian hábil, la maniobra de los ingle- ses sobre la derecha francesa hizo temer Á Soult verse, si no completamente envuelto, amenazado en sn co- municación con Toulouse, posición que consideraba como la única capaz de defensa en su critica situa- ción . Comprendió qne no podría sostener con éxito sus posiciones de Tarbes; y antes de exponerse al revés de que 80 veía amenazado, continuó su retirada por Mou- rejean y Saint Gaudens para establecerse el 24 en Toulouse, donde esperaba no sería ni desampai'ado de los suyos ni menos vencido. Una frase del despacho de Lord Wellingtou dirigi- do á Lord Bathurst el 25 de marzo desde Samatan, dice cnanto nosotros pudiéramos manifestar sobre la retirada del ejército francés de España desde Tarbes á Toulouse. Nnevft po- Tenemos, pues, á nuestros ejércitos, españoles y aliados, al frente^de la posición en* que va á represen- tarse el último episodio de la guerra.de la Indepen- dencia; celebrándose inmediatamente después de él la paz que pudiéramos decir del mundo, sí interrumpida den días por un arranque de audacia, sólo concebible en aquel monstruo de genio y de fortuna que se llamó (I) Lapene se detiene más en la descripción de aquella re- tirada de los suyos. Dice así: <£l mariscal Soult llega la noche del 21 á Saint-Gaudens, no sin inquietud por la presencia de los aliados sobre su flanco derecho. No está distante de lan- zarse del lado del Ariége y cambiar enteramente su linea de batalla y su plan de campaña. Sabiendo, sin embargo, allí el mal estado habitual del camino de Boulogne y Ix»mbez i Toulouse, que además ha hecho impracticable la lluvia de la noche del 21, Soult, asegurado de ello, expide á la división Ha* rispe la orden de replegarse sobre Saint-Gaudens. £1 general Villate, que ve á los aliados decididos á perseguirle en direc- ción de Boulogne, recibe también órdenes que le hacen aban- donai' bruscamente y con habilidad el camino seguido ha8ta entonces y se revuelve sobre Saint-Gaudens, adonde llega el 22 por la mañana. Lord Wellington se deja coger en ese ardid de guerra: llega á Boulogne y se entera del camino que ha to- mado la columna del general Villate. Sabiendo que no va en dirección de Lombez, sospecha por ñn el lazo que se le ha tendido; pero demasiado comprometido ya y no desesperando quizás todavía de llegar á Toulouse antes que nosotros, pro- sigue su marcha sobre aquella ciudad y acaba de engolfar su artillería y su ejército en un camino impracticable. El ejérci- to francés aprovecha ese incidente y se traslada el 22 á Mar- tres, el 28 á Noé, y llega, por fin, el 24 á Toulouse sin el más ligero obstáculos^. La batalla de Toulouse ha sido objeto de muy di- ferentee veisiones, asunto para Ihb más empefiadas y ardieuteB polémicaa. Los amigos y loa admiradores del Duque del Dalmacia han extremado bus argumen- tos en obsequio del célebre mariscal; debilitándolos, á pesar de todo, la posición que ocupaba cuando fueron publicados y más todavía los hechos mismos, lo que constituye la historia verídica é imparcial de aquella interesantísima campaña de 1814. Hemos tratado de esciibirta asi; y no hemos escaseado á Soult en nues- tros juicios de hasta ahora ni los escasearemos al dar cuenta del desenlace que tuvo la campafia al evacuar el ejército francés sus últimas y excelentes posiciones en el alto Garona; haciendo asi justicia á los talentos, al carácter y la pericia de uno de los tenientes predi- lectos de Napoleón; pero sin, por eso, hacerlo á costa de sa vencedor, cuya prudencia, excesiva si se quiere por más que nunca sobrara en ese caso, le proporcio- nó los laureles couque le coronaron su mérito y la for- tuna. En aqnella etapa brillaron en los ejércitos beli- gerantes el valor que nunca hablan desmentido uno ni o^, la pericia de sus jefes y la perseverancia tam- bién, bien probada en siete meses que llevaban deede la invasión de la Francia, avanzando el inglés con una circunspección rayana al miedo y resistiendo el francés y retrocediendo con una tenacidad convertida á veces en temeridad manifiesta. Y era que respetán- dose mutuamente como adalides que tantas veces ha- bían probado sus fuerzas, el que más favores habla recibido de la fortuna temblaba de que le desairara al fin, mientras el verdaderamente abandonado de ella 182 GUEBRA DB LA INDBPBNDBNdA se esforzaba impacientemente en atraérsela á sus ban- deras. El orgullo del uno se cifrarla en que no se le escapase; el del otro en oponer sus triunfos en el Me- diodía; restauradores, creerla^ de las desgracias de su incomparable maestro, por entonces agobiado de las que estaba experimentando en el Norte de su Imperio. Luego, al fin de la campaña, al recordar breve- mente, así x3omo en resumen, las varias é interesantí- simas peripecias que tan digna la hicieron de tenerse por lección magistral de los cultivadores del arte mi- litar, volveremos á este estudio comparativo, asunto, repetimos, de las más encontradas opiniones y de jui- cios muy difíciles de fijar bajo la impresión del pa- triotismo y las pasiones de sus autores. Choumara describe así la posición elegida por el mariscal Soult al retirarse de Tarbes. cLa ciudad de Toulouse, situada en la orilla derecha del Garona, tenía aún en 1814 un recinto antiguo flanqueado de torres, que la hacía susceptible de defensa; está cu- bierta al norte y al este por el canal de Languedoo; atrincherados los puentes que hay en ese canal desde su embocadura hasta el de des Demoiselles, ofrecía una excelente línea de defensa á que servía de reduc- to la población, y cubría el camino de Carcássone, por donde debía verificarse la unión del mariscal Soult con el mariscal Suchet, fuese que este. último se deci- diera por fin á abandonar Cataluña para emprender una diversión en favor de su colega, fuese que hubie- ran los dos de retirarse sobre Béziers». cLa cabeza del puente Guillemerie, situada en una eminencia ó contrafuerte que domina el terreno que lo rodea y flanquea los aproches de la línea del CAPÍTULO I 133 canal por el norte y el sur, la daba gran fuerza y la bacía inatacable en tanto que esa cabeza de puente no fuese asaltada. Y era sumamente difícil para el ene- migo el tomarla porque, independientemente 8e sus obras de campaña, tenía por reducto el arrabal Gui- Uemerie, sostenido por el de Saiut-Etienne que lo era asimismo por la ciudad de Toulouse. > «Se ve, en rigor, que el mariscal Soult hubiera po- dido limitarse á defender aquella línea; es también la que empezó por fortificar en la orilla derecha de la Garonne; pero cómo estaba cubierta y dominada por la meseta (platean) del Calvinet del extremo norte, del que se podía enfilar ó tomar de revés algunas partes del espacio comprendido entre el puente Matabian y la embocadura del canal, era conveniente ocupar aquella meseta, como línea avanzada, á fin de hacer pagar la posesión bastante cara al enemigo para que se retra- jese de cualquiera otra empresa ulterior». «Había, pues, en la posición del ejército francés en la orilla derecha: ohra^ (wanzadas en la meseta del Calvinet; un cuerpo de plaza formado por la línea for- tificada del canal, y un atrincheramiento general^ for- mado por el recinto de la ciudad de Toulouse. > «Eki la orilla izquierda y en el enti*ante formado por la Garonne está situado el arrabal Saint- Cypríen, igualmente envuelto por un muro antiguo de recinto que, al ayuda de algunas obras de campaña, formaba una excelente cabeza de puente y permitía al ejército francés maniobrar según su voluntad en las dos orillas. > «Previendo el caso en que Lod Wellington inten- tase forzar el paso de la Garonne en el mismo Toulou- 134 GUERRA DB LA INDEPENDENCIA 80; atacando el arrabal Saint -Gypríen con todas sus fuerzas, y en que el ejército francés entero debería to- mar parte de la defensa en la orilla izquierda, el ma- riscal Soult había hecho fortificar una primera línea á más de seiscientos metros delante del muro recinto del arrabal. » « De esta exposición resulta evidentemente que para vencer al ejército francés en una y otra orilla^ era ne- cesario tomar no solamente sus obras avoModM que no tenía interés en defender á toda costa, sino que tam- bién su cuerpo de plaza y su atrincheramiento general; porque si las obras avanzadas eran la llave de la posi- ción, la línea del canal y el muro de recinto del arra- bal Saint-Cyprien eran los cerrojos, • Las tropas ^1 24 de marzo, según llevamos dicho, acabó de francesas, reunirse en Toulouse el ejército francés, ocupando para cubrir su posición e\ riachuelo Touch, Saint- Martín, Toume-Peuille, Saint-Simon y Portet. Al ejér- cito qué había hecho la campaña, pudo Soult añadir una división que, con el carácter y nombre de reserva, creó con los conscriptos pertenecientes á los depósitos de los regimientos que, al cumplir las órdenes de Na- poleón, se habían establecido, lo mismo que los del ejército de Cataluña, en puntos bastante importan- tes próximos á la frontera. Si no acudieron todos los incluidos en el reclutamiento de los 6D.000 hombres que debían dar aquellos departamentos, por haber de- sertado muchos, de tal modo había cambiado el es- píritu público en aquellos tiempos de desgracia para la Francia, los que fueron llevados á Toulouse, en nú- mero de 6.000 según unos y hasta de 8.000 según otros, se mostraron eu aquella jornada verdaderos pa- CAPÍTULO I 135 triólas, valerosos y cual si llevasen largo tiempo de mostrai*8e soldados aguerridos en toda la extensión de la palabra. No faltaba tampoco nada para que su ins- trucción, corta es verdad, pudiera robustecerse con el espíritu que les infundirían los jefes y oficiales encar- gados de ella, siendo el primero el general Travot, co- mandante entonces de aquella división territorial, á quien se agregaron los generales Porailly y Wouille- mont. El gran parque establecido allí con la muchí- sima artillería procedente de España, aun disminuido por la saca de aquella arma al reorganizarse el ejército después de los reveses de Vitoria, Sorauren, San Mar- cial y del paso del Bidasoa, y aun por haberse enviado á París una gran parte, podría abastecer á los nuevos reclutas y la plaza de Toulouse de cuantas piexfis, así de batalla como de posición, que se creyeran necesa- rias. No escaseaban tampoco el armamento para los demás cuerpos, ni las municiones y los víveres; hasta debía sobrar el dinero, puesto que Soult comenzó sus gestiones para la mejor administración de sus tropas adelantando dos meses de sueldo á todas las clases. Nada había que pedir á las militares: las civiles eran las que se mostraban divididas por el cambio que pre- cisamente habrían de imprimir en el ánimo de muchos el de la situación de la Francia, de dueña, que pare- cía un año antes, de los destinos del mundo, á víctima sacrificada ante los enemigos ansiosos de vengar sus muchas y humillantes derrotas de veinte años. Unos por sus ideas políticas contrarias á la situación impe- rial y seguidos de los clientes que les proporcionaban su rango y su fortuna; otros, por ser también propieta- rios, negociantes ó industriales que anhelaban la paz; 136 GUERRA DB LA INDBPBNDBNOIA los, por SU car^ácter ó por su pobreza, inquietos, aspi- rando á mudanzas que supusieran serles íaTorable siehipre la que se vé más próxima, veían con indife- rencia la aproximación de quienes se la proporciona- rían inmediatamente; realistas del antiguo régimen muchos, republicanos no pocos, enfermos todos en busca de una postura que les proporcionara alivio en su malestar que poco antes creían interminable. Los aliados sin embargo, no hallaron en Toulouse durante el ataque á aquella ciudad sino franceses, unidos para, ante todo y como tales, defender el honor de su raza. Las tropas ocuparon las posiciones más propias pa- ra, con el apoyo de la plaza, oponer al enemigo una línea de batalla, en que lo pudieran rechazar ó^ por lo menos^ vista su superioridad, contenerlo por algún tiempo, por un mes, el que ofrecía á Suchet para que acudiese de Cataluña en su socorro. Debía la 1.* divi- sión defender el canal desde su embocadura hasta el puente Matabian; la 8.* se estableció en la meseta del Calvínet; las 2.*, 6.* y 4.* quedaron de reserva entre el Calvinet y la parte oriental del canal. A vanguardia de estas últimas posiciones fué destacada la brigada Saint- Pol, pero con la orden de replegarse sobre el Calvinet si, no pudiendo detener al enemigo, se veía acometi- da seriamente. En la izquierda del Garona, se encargó la 5.* división de defender el arrabal Saiut-Cyprien y de acudir una de sus brigadas á la orilla derecha si se consideraba necesario. La división Travot, recien- temente creada con los reclutas de aquellas provincias, fué conservada en la ciudad para su defensa y la del arrabal Saint-Michel. Eran, pues, sobre 28.000 hom- bres con 2.300 caballos y un inmenso tren de artillería, mo Reille, Drovist, Clauael, ViHat© y Harispe, con otros que no lo eran menos aunque Bubaltemos suyos y que citaremos en la relación de aquella batalla. (1) Lord Wellington, por su parte,- no se descuidó en Lasaliadu. preparar el ataqoe de posicioDes con tauto tino elegi- das por Su temible adversario. Quejábase de lo dismi • nuido que habla quedado su ejército con el destaca- mento de Bayona, esto es, del bloqueo de aquella pla- za, el cual contaba con las dirisiones de Sir J. Hopa y demás fuerzas de que ya dimos cueuta, pertenecientes á las brigadas Aylmer, Bradford, WilBon y Vandeleur, y del de Burdeos á donde habla ido Beresford con la 7.* división; y afladía en su despacho del 7 de abril deede Grenade: * Al advertir el estado en que este ejér' cito empi-endió la campaQa en mayo último, el núme- ro de acciones en que ha tomado parte y los pocos re- fuerzos qne ba recibido, es cosa de admirarse de que ahora esté tan fuerte. Pero hay límites respecto á los números cou que paede contenderi y estoy compene- trado de que V. E. no deseará ver la salud y el honor de este puQado de valientes dependiendo de las dudo- sas facultades y disciplina de nna indebida proporción de tropas españolas. Llamo vnestra atención particu- larmente sobre ese asunto, observando en los recientes papeles como anunciado por V. E., que no sólo se (1) En el apéndice núm. 8 copiamos el estado de fueua del ejército de Soalt, eegúa la verBión oficial extractada por^Cbon- £n el miamo apéndice se incluye el eetado de faersa publi- cado por el general Vandoncourt. Lord Wellington nanea da en eas deipacbos esa clase de estados de fuerza. 138 GDEBRA DB LA INDEPENDENCIA han enviado á Holanda ios batallones de la milicia^ sino que se han formado batallones de destacamentos de los reclutas que pertenecen á regimientos de este ejército, destinándolos á aquel mismo servicio. El de Holanda es dudoso que sea más importante al interés nacional que el de este país; pero yo espero que se considerará que lo que importa más que todo es el no perder el valiente ejército que tantas dificultades ha arrostrado en cerca de seis años. » Ese ejército contaba frente á Toulouse,sin embargo, y según* el estado comprendido en el apéndice núme- ro 3 que acabamos de citar, con 53.000 infantes, 8.400 caballos y una reserva española, aunque ésta no llegara á tomar parte en la batalla que sé preparaba en las márgenes del Carona. En 4os primeros días, después de haber llegado al frente de aquella ciudad, variaron las tropas aliadas de posición, porque Lord Wellington, que el 27 de marzo, esto es, tres días después de avistar los muros de Toulouse, había escrito á su hermano que esperaba pasar el Carona aquella noche y al día siguiente tomar posesión de la ciudad, comprendió muy luego quQ no era la presa á que aspiraba tan fácil de coger como había presumido, y viendo que no podría echar el puente sobre aquel río, por lo crecido que iba, á cau- sa del temporal de lluvia que sobrevino, tomó nuevas disposiciones para atacar. Aún el 31 escribía: «Ha sido tan malo el tiempo y el Carona lleva tanta agua y co- rre con tal rapidez, que no he podido pasarlo, i Y no sólo el Carona, sino que el Ariége se infló á punto de tener Hill que levantar un puente que había echado agua abajo de Ciutegabelle, por el estado en que se pu- CAPÍTULO 1 139 sieron los caminos que de él condacian por la orilla derecha á Toulouse. Esa situación duró hasta el 3 de abril en que apro- Paso del vechó Wellington una oportunidad, como dijo él^ para echar un puente de barcas sobre el G^arona, agua arri- ba de Grenade^ por el que hizo pasar á la margen de- recha las 3.*, 4.* y 6.* divisiones de infantería y las brigadas de caballería de Somerset, Ponsonby y Vi- vían, que hubieron de quedar separadas del resto del ejército porque, recrudecido el temporal, fué necesario levantar también el piso de aquel puente en la noche del 4. Solamente el 8 fué cuando pasó Lord Welling- ton el Garona, precedido de lo3 españoles, la artillería portuguesa y un regimiento de húsares de loe que mandaba el coronel Vivián, que dieron tan violenta carga á los dragones franceses, apostados junto al puente de Croix-Daurade, que, además de arrojarlos á la ciudad, les hicieron varios muertos y sobre 100 prisioneros. Desgraciadamente Vivián fué gravemente herido en la carga, perdiéndose su valerosa acción para el resto de la campaña en que había tomado parte tan honrosa; pero quedó así unido casi todo el ejército aliado en la otra orilla del Garona, que las llu- vias habían impedido ocupar enteramente hasta aquel día. Tal había sido el temporal, tan recio y continuo, que el ejército francés no se movió de sus posiciones ni aun contra Hill, que había logrado situarse frente al arrabal de Saint-Gyprien que debía atacar. (1) Después de tantas dilaciones como había experi- Pian de ata- que. (1) A pesar de eso, el Lord hizo echar un puente volante para que no se cortase del todo la comunicación con las tropas que habían pasado á la derecha del Garona, ordenando que se 140 CÜERBA DE LA INDSPENDENGIA mentado la campaña^ fuera por lo crudo y lluvioso que había sido aquel invierno^ fuera en expectación de los sucesos militares y políticos que tenían lugar en el norte del Imperio francés, no parece sino que We- llíngton se proponía acabar la guerra peninsular oon un golpe que coronara su grande obra, por si era, como podría ser, la última en que tomase parte. Las noticias que recibía respecto al espíritu que dominaba en los gabinetes de las potencias coaligadas, y el esta- do á que veía reducido el poco antes incontrarrestable poderio de Napoleón, le harían pensar que quizás, que probablemente, sería aquella su última campaña. Nada, pues, más natural, nada más lógico que el pen- samiento que de él se apoderara^ el de, antes de saber con certeza el resultado de las determinaciones quo se consultaban junto á París y de la ocupación de la gran metrópoli de la Europa occidental por los alia- dos del Norte, asestar al enemigo que tenía enfrente tal golpe que dejara para siempre en la memoria de los hombres su última hazaña, coronamiento digno de las de un gran capitán, comparable con los más célebres de todas las edades. (1) diera inmediatamente parte de cualquiera evento que se con- siderase importante, en el concepto de que él se hallaría siem- pre en el puente de pontones ó en Grenade. (1) Pellot no deja de dirigir á Wellington este amargo re- proche: «En último análisis, el general inglés, con cuya hu- manidad debía razonablemente contarse, ofrecía una garantía al general francés, que estaba como envuelto en Toulouse. £1 duque de Dalmacia no tenía ni el proyecto ni los medios de librar un ataque, bastante era el^t^ue pudiera defendei^se. £1 enemigo, como se ha visto, ocupaba el camino directo de Pa- rís; sus operaciones. estaban combinadas con las de la coali- ción; debía, pues, hallarse enterado antes que nosotros del momento de la abdicación de Buonaparte, y no podíamos nos- otros hacerle la injuria de creer que, si él adquiría la certeza CAPÍTULO I 141 Eso hacen pensar sus disposiciones para la batalla de Tonlouse. Que habría de vencer, ni él^ ni sus ad* versarios ni nadie podría ponerlo en duda conociendo- la disparidad de fuerzas en ambos ejércitos) la actitud de los partidos políticos en el país teatro de la guerra., y la marcha que llevaba aquella campafia en él. Así es que lo único de que podría dudarse era de si la jor- nada de Toulouse dejaría ó no de reducirse á otro re- vés de los franceses como los anteriores de la Nive, por ejemplo de algunos, de Orthez y Tarbes, ó ser tér- mino definitivo de la guerra en los Pirineos occidenta- les con la destrucción total del ejército del mariscal Soult. E^sas disposiciones, con efecto, demuestran que este último era el pensamiento que inspiraba á We- Uington al situar sus tropas en derredor de Toulouse y al dictar los que él llamó Arrangements preparatory to the attack of the enemy en su orden general del 9 de abril en la aldea de Saint-Jory. Según esas instrucciones y siguiendo el orden mis- mo en que se dieron al ejército aliado, la división Li- gera debería pasar el Carona y marchar junto á la 3.* división á la iglesia de La Lande, seguida de la briga- da de caballería de Bock, comunicando con Hill^ si- de un acontecimiento tan grande, nos atacai-la dejándonoslo ignorar. Sin embargo, no habiéndose dirigido ningana clase de comunicación ai duque de Dalmacia, y habiéndonos ata- cado el enemigo el 10 de abril con todas sus fuerzas, parece también evidente que los ríos de sangre vertida bajo los muros de Toulouse no lo han sido por causa del general francés, que no hizo sino servirse de una defensa legítima». Sólo añadiremos, para que nuestros lectores se hagan sus cálculos, cual suele decirse, que los aliados del Norte entrai'on en París el 31 de marzo, que la abdicación de Napoleón en su hijo lle-vaba la fecha del 4 de abril, y la última de todos sus derechos y los de su familia, la del 6 de aquel mismo mes, 142 QUBItRA DB LA INDEPENDENCIA tuado; como ya se sabe, frente al arrabal Saint-Cy- prien. La 4.* división marcharía á media noche al puente de Lhers junto á la Croix-Daurade (Pont de Saint- Caprais); y precediendo á la 6/ división, pero sin cruzar el río sin nueva orden. La caballería de Vivían acompafiaría también á la 4/ división y se extendería por la derecha del Lhers para observar los caminos de retaguardia. S^ estas eran instrucciones en general para las tropas que no habían*cruzado el Ga- roña hasta entonces, diólas particularmente á los ge- nerales Bereslord, Hill, Picton y Freiré. Decíase á Be- resford lo que hemos dicho debía hacer la 4.* división; que la caballería de Ponsonby se dirigiría á Touloose por Saint-Jory y Espinasse, que la de Bock pasaría el Garona detrás de la división Ligera y que la brigada de húsares de Cotton iría por la izquierda del Lhers en dirección de la Croix-Daurade. A Hill se le orde- naba obrase frente á su posición según se lo dictaran las circunstancias, tratando de llamar sobre sí la aten- ción y fuerzas del enemigo, y estableciendo un puente volante por donde comunicar con la derecha de la 3.* división. Picton avanzaría 9on esa división á la altura de las demás tropas de su lado, extendiendo su frente desde el Garona á la carretera de La Lande á Toulou- se; la Ligera se situaría á la izquierda de la 3.*, exten- diendo el frente de sus ataques desde el camino aca- bado de citar hasta ligarse con las tropas españolas, y con la misiÓD ambas divisiones de distraer al enemigo del ataque de las demás á las principales posiciones en que se había fortificado (las del Calvinet). Por fin, encargábase á Freiré del ataque de la izquierda de esas posiciones; y, para efectuarlo, se le decía lo si- naneo derecho de la -columna. Al acercarse á la aldea de CroiX'Daurade laa tropas españolas, formarán dos columnas. La de la derecha avauzará por aua alame- da de cipreaes que está cerca de La Pujado, pero no pasará al otro lado del camino de Alby. La columna de la izquierda entrará en el camino de Alby, cerca de la iglesia de Croix-Daurade, y se moverá á lo largo de ese camino haeta ponerse en situación de ligarse entre sí las dos columnas para sus ulteriores operaciones. Allí existe una altura un poco á la izquierda del cami- no de Alby, próximamente opuesta á la alameda de clpreees mencionada: las tropas espaQolas se apodera- rán de esa altura y el general Preyre establecerá la ar- tillería portuguesa en ella como posición favorable de donde su fuego puede ayudar el futiuv ataque que se ha de dar sobre la izquierda de la posición atrinchera- da del enemigo en las alturas (el Calvinet). El general Freyre tendrá la bondad de formar el cuerpo español, preparándolo para el ataque, en dos líneas con una re- serva; y empezará su avance contra la izquierda de la posición enemiga cuando las divisiones 4.' y 6." avancen á atacar las alturas' que forman la derecha de aquella posición. La división Ligera estará en el nan- eo derecho de los españoles y se mantendrá una cons- tante conexión por la izquierda de esa división con la derecha del cuerpo español. Esttirá una brigada de ca- 144 GtJKRBA Dfi LA INDS^ENDEKOIA ballería británica detrás del cuerpo español cerca de la alQea de Croix-Daurade; y un destacamento de ca- ballería británica mantendrá la conexión de la izquier- da de los españoles con ia derecha de la 6.* divi- sión.» (1) Tomadas todas esas disposiciones por el ejército aliado y las dictadas por Soult en el francés, llegó la noche del 9 al 10 de abril en que debían ejecutarse las preparatorias para dirigirse las tropas hacia sus des* tinos en las respectivas líneas de batalla y posiciones. No se había podido emprender la acción el 9, aun es- tando todo, tropas y artillería; dispuesto para acome- terla, porque teniendo que trasladar el puente para mejor y más breve comunicación con el cuerpo de Hill, pero después de haber pasado todas las tropas españolas, trascurrió todo aquel día antes de que se acabase operación tan larga y trabajosa como ne- cesaria. Comienza El primero que rompió el movimiento al amanecer la batftlla del 10 fué el mariscal Beresford con las divisiones de su maudo^y, pasando el Lhers, íormó en Croix-Daurade tres columnas, y con la 4.* división, que iba en cabe- za, se apoderó inmediatamente de la aldea de Mont- blanc en la falda oriental de la Pujade, una altura próxima al Calvinet que Soult no se había cuidado de fortificar. En ese tiempo el general Freiré, después de formar sUs tropas en dos líneas y la reserva, según se (1) Choumara dice á propósito de esas disposiciones de We- llington: «Seguramente que si proyecto alguno de ataque y de línea de batalla ha sido formulado con claridad, es ese, ¿por qué lo hemos de disimular? £ra también lo mejor que se debía hacer.» Luego veremos si ese elogio es verdaderamente merecido. CAPÍTULO I ^ 145 le había mandado en las instrucciones del Lord, ocupó aquella altura aunque defendida bravamente por la brigada francesa de Saint-Pol, y en ella plantó la arti- llería portuguesa, protegida además por la brigada de caballería del general Ponsonby. Con la ocupación de la Pujade coincidió la continuación de la marcha de las 4.* y 6." divisiones por la izquierda del Lhers que remontaron pausadamente por los obstáculos que ofre- cía el terreno hasta el camino de Lavaur, don^ die- ron frente al Calvinet en disposición de atacarlo, pero dejando su artillería en Montblanc por esas mismas dificultades. A los españoles, con eso, tocó la suerte de iniciar el combate que Bteresford y Freiré estaban lla- mados á emprender combinadamente. La misma severidad de que están revestidos los es- Atacan Frei- critos de Lord Wellingtou, sobre todo cuando se refie-'® yBereeford. ren á hechos en que ha^an tomado parte las tropas de sus aliados, portugueses y más aún españoles, nos mueve á copiar los párrafos correspondientes á nues- tros compatriotas en la batalla de Toulouse, no vaya á decirse que tratamos de desfigurar la historia de su conducta en honor injustificado de ellos. Dice así en su despacho de 12 de aquel mes de abril: «Luego que se formaron las tropas y se vio que el mariscal Beresíord estaba pronto, marchó al ata- que el general Freiré. Las tropas subieron en buen orden sufriendo un vivo fuego de fusilería y artillería, y manifestaron gran valor, llevando á su cabeza al general cOn todo el estado mayor, y las dos líneas se alojaron al abrigo de unas banquetas que había bajo el fuego inmediato de los atrincheramientos enemi- gos; permaneciendo sobre la altura en que se habían TOMO XIV 10 146 OÜERRA DE LA INDBPBNDENCIA formado primeramente las tropas^ la reserva, la ca- ballería británica y la artillería portuguesa. Sin em- bargo, el enemigo rechazó el movimiento de la dere cha de la línea del general Freyre, dobló su flanco iz- quierdo, y habiendo continuado sus ventajas y do- blado nuestra derecha por ambos lados del camino real de Tolosa á Croix-Daurade^ obligó prontamente á todo el cuerpo á retirarse. Mucha satisfacción me cau- só él ver que aunque las tropas habían sufrido consi- derablemente al tiempo de retirarse^ se reunieron otra vez luego que la división Ligera^ que estaba muy in- mediata á nuestro flanco derecho, se ponía en movi- miento; y no puedo elogiar sufícien tómente los esfuer- zos que hicieron para reunirías y formarlas de nuevo el general Freiré, los oficiales del estado mayor del quarto exército español, y los del estado mayor gene- ral. El teniente general D. Gabriel Mendizábal, que estaba de voluntario ^n la acción, el brigadier Ezpe- leta, y diferentes oficiales del estado mayor y jefes de cuerpo fueron heridos en esta acción; pero el general Mendizábal continuó en el campo. El regimiento de tiradores de Cantabria, al mando del coronel Sicilia, mantuvo su posición debaxo de los atrincheramientos enemigos hasta que le envié la orden para retirar- se. (1) Entretanto el mariscal Beresford con la quarto división, al mando del teniente general Sir Lobrycble, (1) cPero i ahí, dice el conde de Toreno, iqué de ofíciales quedaron allí tendidos por el suelo, ó le coloraron í^on pura y preciosa sangrel Muertos fueron, además de Sicilia, D. Fran- cisco Balanzat, que gobernaba el regimiento de la Corona, don José Ortega, teniente coronel de estado mayor y otros varios... con muchos más que no nos es dado enumerar, bien que me- recedores todos de justa y eterna loa». y la aezta, á las órdenes del teniente general Sir Ham- ry Clinton, atacó y tomó las alturas de la derecha del enemigo, y el reducto que cubría y protegía aquel flanco, y alojó aas tropas sobre la misma altura que el enemigo, quien sin embargo, qaedó duefio todavía de qaatro reductos y de los atríncberamientoa y de laa casas fortificadas. El mal estado de los caminos babla obligado al mariscal á dezar bu artillería en la aldea de MoQtblsnc, y se pasó algún tiempo antes de que pudiese llegar b1 sitio donde estaba, y antes que el general Freiré pudiera formarse y volver al ataque. Luego que esto se verificó continuó el mariscal su movimiento por toda la cresta de la altura, y con la brigada del general Pack tomó loe reductos principa" les y la casa fortificada que el enemigo tenía en su centro. El enemigo hizo un esfuerzo desesperado desde el canal para volver á tomar el reducto; pero fué re- chazado con pérdida considerable; y continuando la sexta división su movimiento por la cresta, al mismo tiempo que loe espafloles executaban el movimiento correspondiente por el frente del enemigo, fué arroja- do de los dos reductos y de tos atrincheramientos da BU izquierda, y toda la altura quedó en nuestro po- der». (1) Si es de aceptar esta versión, en cuanto á su pri- mera parte y en lo que se refiere á la retirada de las tropas espaflolaa al iniciar su ataque á las posiciones del Colvinet, no así en lo demás, donde no sólo se oculta á sabiendas la acción posterior de nuestros ^1) Asi ee publicó este parte dirigiido á nueetro ministro de la gnerra en la Gaceta extraordinaria de la Regencia del do- mingo 34 de abril de 1814. 148 GÜBRRA DK LA INDBPENDBNCIA compatriotas según diremos inmediatamente, sino que se desfígm^a de una manera inconcebible por el cele- bre generalísimo la de los suyos. Vamos á demostrarlo. El revés de los españoles, más que por falta de fir- meza en las tropas y de habilidad en su jefe para con- ducirlas, se debió á que el aventuradísimo movimien- to de las de Beresford dejó á Freiré sin el apoyo que le debía prestar el general británico. Este, retardado en su marcha por el terreno accidentado y cenagoso de la izquierda del Lhers, cuyos puentes habían sido rotos por los franceses, dejaba aislado el cuerpo espa- ñol á las manos con las tropas del general Villate, frescas y perfectamente establecidas en el extremo norte del Calvinet. Hay que advertir que el general Picton, que debía llamar la atención de los franceses por la parte baja del canal, había sido rechazado al atacar, por exceso de celo, el puente de Jumeaux; que cuando, vencido el general Freiré y retirándose á la Pujade, fueron flanqueadas sus dos columnas, no reci- bió el auxilio que debían prestarle aquellas fuerzas más próximas á su derecha que, como las de Picton, fueron también rechazadas, las de la división ligera de Alteij, en los Mínimos, otra cabeza de puente agua arriba del de Jumeaux; y que, en fin, sin el apoyo de la re- serva y la presencia de Lord Wellington hubieran quizás los franceses recuperado la Pujade. Hay más, para cuando los españoles atacaron el Calvinet, bien atrincherado, que para todo había dado tiempo la permanencia de 16 días del ejército aliado en la iz- quierda del Garona, las divisiones inglesas -de Beres- ford, no sólo no simultanearon el combate con el de CAPITULO I 149 Freiré, sioo que ellos mismoe fueroD objeto de uu ataque por parte de ]os enemigos situados eu la dere- cha de su linea, cubierta y apoyándose en dos de los encumbrados reductos que, coronando la altura por aquella ala, especialmente el de Sj^iere, vigilaban las aveuidas al canal hacia el camino de Montraudan á Toulouse. Formaba en la altura la división Taupin; y obser- Ruvéa da vaudo Soult la grande extensión que ocupaban las 4.' y *"^ "' 'i.* divisiones de Beresford eu su marcha, que ya al- canzaba hasta el puente roto de des Bordes en el ca- mino de Caraman, iauzó sobre ellas las fuerzas de aquel general, en cuya energía, ya que no en su inte- ligencia, teuía completa confianza. Desmintió el ge- uerat Taupin, con sorpresa de todos, aquella primera cualidad, deteniéudoee cuando, apoyado por una bri- gada de Darmaguac y tres regimientos de caballería, estaba á corta distancia de los ingleses, y más que en calcarlos resueltamente, pensando, á lo visto, en de- fenderse y tomar posición. Con eso Beresford pudo formar sus tropas y, en vez de verse atacado, marchar . l'i Soult en eu pEiite explica así nquel accidente; íEeft die- piiBición (la, de la orden dad» á Taupin), prometía el más bn- ihiiitc resultado: de tiiete á ocho mil ingleses ó portugueses 'Ii'l)f8n ser destruidos ó cogidos (déíniife oupt-is), si la i." divl- siún de infantería se hubiera lanzado como se debía esperar; piri) el ardor que mostró al principio se debilitó; en veí de i'xrirar (aborda al enemigo como se le habla mandado, apoyó a su derecha, quiso tumar posición, dio tiempo á los enemigos l<:ira formar de nuevo y marchar contra ella.i Lupene, á propÓHito de la situación eu que se veía Ileres- luril, dice; tXo cabe duda en que aquella porción de la colum- na enemiga, así envuelta, y apreciada en 8.000 hombres, caerá iiittra en nuestro poder. No liay que esperar socorro para ella 'icl resto de su ejército; del que, según la extensión de su iz- 150 OÜBBBA DB LA INDBPBNDBNGIA Exigió mucho tiempo todo eso, la marcha de tan- tas tropas por espacio tan largo en terrenos de tales obstáculos cubierto, la nueva formación ante el ataqae de los franceses; la lucha con las de Taupin y su a van- ee á las posiciones de la derecha enemiga; tiempo que en la izquierda pudieron aprovechar los franceses para repeler á los españoles de Freiré sin preocuparse de su otro naneo. ¿Por qué Lord Wellington ha dejado desatendida en su parte peripecia tan importante, y sin explicación la retirada de los españoles á cuyo lado indica que se ha- llaba? Beresford Las divisiones de Beresíord siguieron el alcance de vinet. ^ ^^ Taupin, que en su huida á la altura que debía cubrir arrastró consigo el presidio de los dos reductos construidos en ella. Ya quiso el mariscal inglés ccmti- nuar su ataque, pretendiendo descender al arrabal Guillemerie, atacarlo y sorprender también el puen- te des Demoiselles en el canal; pero observado por Soult ese movimiento que comprometía gravemente aquella segunda línea de la defensa, recogió los restos quierda, está todavía separada por un terreno difícil y panta- noso. / Vedlosl General Taupin, grita el mariscal Soolt que con su ejercitado golpe de vista juzga cuanto se aventura la cabe- za de la columna enemiga; ¡lea voilá! yo os loa entrego, añade con un acento que parece pro f ético; \aon nitestroal dice á lo.'^ que le rodean. \Son nttestroal repiten los soldados con el mayor entusiasmo. » Los escuadrones de cazadores que deben secan- dar el movimiento del general Gasquet sobre la derecha del enemigo, los de la misma arma, destinados con el general Berton á amenazar su Izquierda, comparten aquel entusiaBino y esperan con la más viva impaciencia el instante de cargar: jamás tropa alguna ha estado animada de mejores disposicio- nes ni de más halagüeñas esperanzas.» El general Taupin fué muerto y Gasquet salió fuertemente contuso. CAPÍTULO I 151 de la división Taupin, hizo avanzar parte de la segun- da y^ paesto á la cabeza del 55.® de infantería de línea, rechazó á Beresford, que hubo de retroceder á las po- siciones del Calvinet que acababa de conquistar (1). Si hubiera, pues, coincidido el ataque de Freiré con el de Beresford, no es fácil que fuesen rechazados los españoles; y los franceses, asaltados á un tiempo en toda la alta línea del Calvinet, la habrían probable - mente perdido con sus reductos y todo. Para conse- guirlo, fué necesario esperar á que se presentase de nuevo la ocasión de esa coincidencia que se había cal- culado en un principio. Entonces, con más tino que el dirigido á la ocupa- Ataqué del ción del barrio de la Guillemerie, Beresford se corrió ^¿^¿^^^^ desde el reducto de la Sypiére por la cresta de la mon- taña; y las obras inmediatas des Augustins y el Co- lombier cayeron en su poder. Había dado tiempo para que le llegase la artillería, detenida en su marcha, y para que, rehechas las tropas españolas de Freiré, aco- metiesen la subida y el ataque de las fortificaciones del Norte ante las que habían fracasado ,antes; y ade- (1) Da Luz Soriano ofrece en su interesante obra este coro- lario: «£1 mariscal Beresfort demostró en aquella tan crítica situación, no sólo energía sino que igualmente talento. Su ope- ración era en sí misma un desacierto, pero desacierto en parte inevitable. Bien caro les hubiera costado á los aliados si el ma- riscal Soult hubiese tenido la precaución de apoyar debidamen- te á TaupiUj de la manera eficaz que le cumplía. £1 duque de Dalmacia tenía en aquel momento 16.000 hombres disponibles, pero en lugar de dirigir esas tropas contra las flacas 7 cansa- das columnas inglesas, -se limitó á una media medida, dejando escapar así una de las mejores ocasiones que le deparó la for- tuna para superar á su adversario. El general francés, dice Picton en sus memorias, mostró en aquella circunstancia una gran vacilación que no era de esperar de su reconocida ha- bilidad». 152 GUERRA DB LA INDBPBNDBNGIA más de á la conquista de aquellos reductos, había. dosti- nado otra columna á ocupar sobre su izquierda, ex- trema derecha de los franceses^ el puente des Demoi- selles. Más importante aún que su avance por los altos del Calvinet, era el descenso al canal; porque^ de con- seguir su objeto, el ejército aliado se hacía dueño de la única línea de retirada del francés, el cual quedaría así completamente envuelto y cercado en Toulouse. Para eso, toda la caballería de Sir Stapleton-Cotton.. que dijimos debía remontar el Lhers, había llegado á Montraudran y *dirigídose inmediatamente al citado puente. Pero se hallaba éste bien fortificado y con cuatro piezas, cuyo fuego ahuyentó á la caballería in- glesa, obligándola á acogerse á la columna que Beres- ford había hecho bajar de la Sypióre al mismo puen- te (1 ). Para cuando llegó esa columna de Beresford, Isl defensa del puente se había aumentado con la división Maransin, destacada del arrabal Saint-Gyprien, según había previsoramente mandado Soult en sus instruc- (1) El episodio del ataque del puente des Deinoisellefl es uno de los más Interesantes de la batalla de Toulouse y el que más lv>nra á los franceses en aquella jornada. He aquí cómo lo describe Lapene: «El enemigo dispone sus masas y preludia su ataque con un vivo fuego de toda su ai*tillería, á la que hace sostener con una nube de tiradores. A su vez rompe el suyo la artillería francesa, que se compone de la del puente des Demoi- selles y de las piezas establecidas á la derecha de la casa Saca- rín. Las seis piezas de la división Maransin, llegadas apresu- radamente de Saint-Cyprien, entran paralelamente en linea y toman posición á vanguardia de Cambon. La brigada Rouget (de la misma división) se dirige también al mediodía por orden del general en jefe al frente de Guillémery. Establecida en la misma línea que su artillería, debe secundar á la guarnición de la cabeza de puente des Demoiselles y á los regimientos de la división Taupín, encargados^también de la defensa de toda aquella parte inferior del canal.» La división Taupín, después de la muerte de su general fué puesta á las órdenes del general Travot. sobre )a derecha de au avance sobre el puente des-De- moiselies. La ai-tiHeria francesa se impuso á la de los aliados y hasta la redujo á veces al silencio, y las ten- tativas de sa infantei-ía en toda aquella parte del canal fneron rechazadas por la francesa establecida en ella y aumentada con la de la brigada Leaeur de la división D'Armagoac que, con haber contribuido á repeler anteriormente á los españoles, se consideraba con fuerza para todo. Pero al tiempo que Beresford iba con la 6.' divi- Loe eep»- aión dominando la cresta del Galvinet y acometiendo caivinet. los reductos y atrincheramieutos construidos en ella y que el general Harispe defendía reconquistando algu- nos para volver á perderlos de nuevo, & costa, eso sí, de heridas tan graves que le obligaron á abandonar aquellas posiciones, en que también dejó una pierna el general Baurot de su misma división, volvían nues- tros compatriotas del 4." ejército á atacar la mayor de las obras del norte de la montaña, lá de que habían sido rechazados en su primer asalto. Cubría aquella posición en esos críticos momentos en que, ocupada una parte de la general del Calvinet, corría mayor peligro y exigía uno así como desesperado esfuerzo de euergía, la división Villate que, con los restos de la de Harispe y parte déla de D'Armagnac, mandaba Clausel como encargado de la defensa de tan impor- tante y disputado puesto. Mas pronto se veu esas fuer- zas atacadas de todos lados; por las de Beresford, del 154 GUERRA Pfl LA INDBPBNDBNCIA de la cresta del Calvinet; por las de Freiré que ganau )a altura desde sus posiciones de la Pujade, á que se había acogido al retirarse, y por un cuerpo de escoce- ses que de la parte del Lhers procuraban cortar la línea en que, junto á aquellos reductos y atrincheramientos, formaban los franceses. La lucha fué terrible y larga, de más de una hora: los escoceses perdieron mucha gente al trepar á la altura y hubieron de detenerse al asaltar las primeras obras que ligaban las superiores más fuertes; pero éstas son luego abandonadas, abru- mados sus defensores por el número y el fuego que se les dirige; y un fuerte, el llamado Triangular, cuyo je- fe, el comandante Guerrier, se obstina en defenderlo, aun habiendo recibido la orden de evacuarlo, queda también en poder de los nuestros al comprender los bravos que lo defendían que iban á perder su artillería, que estaba á punto de no poderse salvar por haber sido muertos casi todos los caballos que deberían arras- trarla. La línea del Con OSO, quedó todo el Calvinet en poder de los canal y Saint- i-js ir_ ii Explica el revés sufrido por Ficton en el pnente y el convento des-MÍnimes, é inmedia- tamente después el por qué de su inacción durante el dfa 11, atribuyéndola á la necesidad de distribuir los municiones para el caso de renovar la batalla y ejcami- nar la situación de las fuerzas de Hill, lo cual impidió al geneial en jefe volver al Calvinet hRsta la tarde del 11, así como do pudo tomar todas las dispoí-icionea para cruzar el canal la luafíana jiguieute en que se vió que el enemigo habla evacuado la ciudad. Rebate, por fín, una parte del escrito de Chaumara en el siguiente TOMO XIV 11 , 162 GUBKRA DB LA INDBPJBNDBNOIA párrafo, vigésimo quinto del suyo: «M. Chaumam pre- tende que la posición de Tolilouse era en su totalidad la ciudad, la cabeza de puente en el del Carona^ el canal, sus puentes y casas fortificadas y las obras del Calviuet. Sólo las últimas fueron tomadas. El mariscal Soult permaneció durante la noche del 10 y el día 11 en posesión del resto, luego ganó la batalla.» A ese argumento, á que sólo puede dar fuerza el patriotismo, contesta Wellington con razones muy difíciles de con- testar y que por cuenta de algún otro historiador y por cuenta propia se pueden concentrar en ésta, en nues- tro concepto poderosísima: «Era el Calvinet la llave de aquel campo y fué Soult arrojado de él á pesar del valor con que lo defendieron sus tropas; tuvo que redu- cir su acción á defender la ciudad que se vio precisa- do á evacuar temeroso de que se le cortara el único camiuo que le quedaba para retirarse. Nadie, pues, que se precie de imparcial podrá conceder al duque de Dalmacia el laurel de la victoria en la batalla de Ton- louse. > ' Los dos generales. Lord Wellington como Soult, cometieron varios y graves errores á pesar de ser de los más hábiles capitanes de aquel tiempo. La ina<;ción anterior, en el inglés, dando tiempo á que se fortificara la ciudad y mayormente el monte Calvinet ó Ravé, que así lo llaman también; la marcha de flanco del general Beresford por la izquierda del Lhers y su ata- que á la Guillemerie después de ocupado el reducto de la Sypiéj^ie; el ataque primero de los españoles antes de haberse Beresford fstablecido en la línea que se le había señalado dejándolos solos ante posición tan bien fortificada y guarnecida por tan excelentes tropas co- I CAPÍTULO I 163 mo las de Claasel, y los combates parcinlea de los puen- tes des Jumeaux y ám Minimes, son faltas que pudie- ron muy bien traer consecuencias fuuestisimas para el ejército aliado. La paralización misma del día 11 hu- biera podido producir la llegada de la noticia de la abdicaciúD del emperador de los franceseü, con lo que, abaudoDando Soult Toulouse, se habría tenido qne cer- cenar con mucho la gloria de las armas aliadas. Ese último accidente, el del abandono de Toulouse, es también uno d« tos errores cometidos á su vez por el mariscal Soult, tanto mayor cuanto que, sabiendo la eulrada de los coaligndos del Korte en París, debía es- perar paia znuy pronto la noticia de la paz. Otros erro- res, y éstos en las disposiciones para el combate y en las maniobrns de su ejército, pueden también impu- társele; el DO haber, por ejemplo, fortiücado suficien- temente el cerro de la Pujade que habría de ser por m situación primer objetivo de las tropas enemigas al iniciar el combate, y el ataque, por demás aislado, de la división Taupín que, puesteantes en movimiento y bien secundado, habría producido la destrucción de las divisiones de Bereeford, Pero ta batalla de Toulouse, en las condiciones en que se dio, entrañaba cneslione^, así militares como )jolitica8, que, cual la campafia de que fué remate, eutreluvierou la atención del general británico, influ- yendo no poco, seí^ún se ha dicho, las segundas; á punto de ser de las que más pesaban en el ánimo de quien no lo negaba en sus corr&ipondencias. Y así lo dtmostró el sitio de Bayona en el «Así, en nombre del ejército, yo declaro que me adhiero á los actos del Senado conservador y del Go- bierno provisional, referentes al restablecimiento de Luis XVIII al trono de San Luis y de Enrique IV, y que juramos fidelidad á Su Majestad. )=:Cuai'tel gene- ral de Castel-naudary, 19 de abril de 1814.=Firma- do, el mariscal Duque de Dalmacia.^For copia con- (1) He ftqiií el raíoaamiento que- presen taba Lurd Welling- ton para uegarse ni aruiisllrio: (Ko, entribia á Soult, no deseo de ningún modo obligar á V. E. á una dedeión en el parlido que deba tomar ni de separarme del ejemplo que me han tra- bado loe Soberanos Aliados en sus jiegoei aciones de Parii>; pero me parece que si yo consintiese en uu armisticio antes de que V. É. hubiera seguido el ejemplo de sus compañeros del ejér- cito y hubiera declarado su adhesión al Gobierno Pi'ovisional de Francia, sacrificarla los interesea, no sólo de los aliados, sino de la b'rancia misma, que eeíAtan interesada en evitar la gueri'a civil. > «iíuego, pues, á V. E. que íorme y me signifique su deci- sión, asegurándole que no puedo consentir en ningún aroiisti- i;io antes, por lo menos, de que yo sepa que no lie sido enga- ñado acerca de las comuDicacionee que ba llevado á V. E. el coronel St-Simóii-í 168 6UERBA DE LA INDBPBNDEKOIA forme.rzjBÍ Teniente genercU, jefe de estado mayar ge- neral del e;¿mto.=Firmado.=Conde de Gazán.» Bloqueo de Dejamos las divisiones anglo-^portaguesas de sir J. ^ * Hope y la española del general España bloqueando la plaza de Bayona, sa cindadela y las fortiScaciones ex- teriores que tanto tiempo se había dado á Soult para con ellas completar un verdadero campo atrincherado en las dos márgenes del. Adour (1). Tan insignifican- tes eran los sucesos que ocurrían en derredor de la fortaleza de Bayona, que soló después de la toma de Toulouse comunicó Wellington con Hope para darle noticia de cuanto había hecho desde mucho tiempo antes, disculpándose con no haber tenido solaz para escribirle. Esa carta debió escribirse el 16 por la ma- ñana, porque de la misma fecha y por la tarde ó no- che de aquel día, pero enviada á un tiempo, existe otra al general G. Colville en que el Lord manifiesta la pena que le ha causado la noticia de haber sido herido Hope y encargándole entregue la primera al gobernador de Bayona para que, si accede á declarar su sumisión al Gobierno provisional, se consienta en una suspensión de hostilidades. Efectivamente, excepción hecha del combate del 14 de abril en que Hope cayó herido y prisionero, el bloqueo de Bayona había corrido tranquilo, en lo po- (1) Y esto no es exageración nuestra para quitar mérito á la defensa de Bayona, porque en c Victorias y Conquistas» se dice: «No había más barreras que oponer á los aliados en el camino directo de España á Burdeos que Bayona: también esa plaza, situada ventajosamente en la confluencia de la Nive y el Adour, había sido puesta en buen estado de defensa, no sólo con las reparaciones hechas en el cuerpo de la plaza, sino que también con la extensión que se había dado á las obraí^ exteriores, lo cual hacía muy difícil la contrayalación en la orilla izquierda del Adour.» CAPÍTULO I 169 sible^ y sólo con accidentes y peripecias dé poca ó ninguna importancia^ interrumpida toda comunica- ción con el exterior y reducido el Gobernador á espe- rar su suerte de la acción del ejército de su General en Jefe en la campaña, tanto tiempo bacía comenzada. Gobernaba la plaza y su campo exterior el jo^eneral Thouvenot, que tanto tiempo y con fortuna, por cier- to, babía mandado en Guipúzcoa. Su elección babia sido muy discutida en los consejos de Soult, que hu- biera querido dejar al frente de la guarnición de 12 Á 14.000 hombres, con que al fin la dotó, un general más caracterizado, á Reille, que se excusó manifestan- do que prefería servir en rasa campaña al frente de sus divisiones á encerrarse en una plaza donde no se- rían sus servicios tan eficaces. Soult, sin embargo, mantuvo su disposición; pero Reille, una vez fuera el mariscal y puesto á la cabeza del ejército hacia Orthez y Tarbes, se marchó de Bayona á unírsele, dejando á Thouvenot el mando de aquella plaza (1). Con él se mantuvo también la división del general Abbé, de cuyas altas cualidades militares hemos visto que ha- cia tanto aprecio su irreconciliable adversario Mina. Luego de, á pesar de las dificultades que oponía el mar, extremadamente agitado en aquella costa, con (1) Y dice M. E. Daceré en su interesante iiistoria de «Le Blocas de 1814,» recientemente pnblicada: «El general Thou- venot quedó, pues, encargado del gobierno de Bayona, y se verá, por las operaciones que se sucedieron, que quizás no te- nia él todo lo que es necesario para ejercer un mando tan im- importante. 9 Sin enibargo, Napoleón le había designado para aquel cargo, conociéndole por sus servicios junto á Dumouriez y en las invasiones de Bélgica y Holanda, y el gobierno que después de su emigración ejerció de Erfúrt y Stettin al ser ascendido en 1806 al grado de general de división por el Em- perador. Thiébault hace un grande elogio de Thouvenot. 170 QUERRÁ DE LA INDEPENDENCIA particularidad en el invierno, y de las variaciones que hubo de sufrir la barra del Adour; luego, repetimos, de, gracias á esfuerzos extraordinarios, haber estable- cido un gran puente de pontones para la comunica- ción permanente y segura entre las dos orillas de aquel río por bajo de Bayona, pudo darse por continua y completamente cerrada la línea del bloqueo para aislar la cindadela de toda relación con su exterior (1). E?o que en el más próximo á las i'ortifícaciones el terreno era bastante accidentado, roto por barrancos, en parte cubierto de ca^as de campo que se había tenido cui- dado de fortificar, cruzado por las carreteras de Bur- deos y Toulouse, y dominado por el barrio de Saint- Etienne y su iglesia; todo bien atrincherado y bajo el cañón de la ciudadela. Las escaramuzas se hicieroD pronto muy frecuentes entre los puestos avanzados de una y otra parte, ayudándose los sitiadores de algunas piezas establecidas en la izquierda del Adour, y los si- tiados de los refuerzos que se les enviaba de la ciuda- dela y de la defensa de alguno de los edificios más pró- ximos á su línea. Esos choques, sin embargo, como ' las diversiones que procuró el general Hope, se hicie- ran en derredor del recinto general de la plaza en am- bas orillas del Adour y la Ni ve, iban dirigidos á dis- traer á los franceses de un ataque formal que iban a emprender los aliados sobre Saiut-Etienne, atrinchera- (1) Dice Napier: «De todos modos, aun tomando en cnenia esa circunstancia favorable (la de poder desembai'car la arti- llería de sitio) y las faltas del enemigo, se hicieron neceeariop nada menos qué la luibiUdad de los marinos, la intrepidez Y continúa el historiador ingl^: i En tal c (1) ' [) El tantas veces citado Subalterno Glelg, despuéH de con- tar cómo fué isoda na la plaza la baudera hlaDca (sucia dice, y • Restituida, pues, la antigua normalidad en nues- tros ejércitos, y establecidos en los puntos de la Penín- sula^ designados inmediatamente por el restaurado gobierno de Fernando VII; pudo darse por terminada la Guerra de la Independencia española. EPÍLOGO I Nuestra guerra de 1808 á 1814 contra el empera- dor Napoleón exige, para ser descrita cual por su im- portancia merece, más de los catorce volúmenes que cuenta la presente historia^ labor ésta, sin embargo, de 42 años y de prolijas y severas investigaciones. Apenas si bastarían treinta tomos de bien nutrida lec- tura si hubiera de abrazar en su narración la de todos los variadísimos sucesos que tuvieron lugar en nuestro suelo durante la época más accidentada del ingente poderlo cuyo fundador tuvo suspensa y basta temblo- rosa á la Europa entera. De no hacerse así; ¡qué de peripecias en lucha tan larga relegadas al olvidol {cuántos rasgos de patriotis- mo anublados en el inmenso piélago de sangre por los rojos vapores con que cubrió por siete años la Penín- sula toda! Los frutos del valor y de la experiencia se verían también obscurecidos por la fortuna en sus cam- bios, tan frecuentes entonces, sin la explicación dete- nida de las causas que los produjeron, sin el por qué, próximo ó remoto, político ó militar, que los hiciera estériles ó fecundos. Que es muy difícil, si no imposi- TOMO XIV is 194 GUERRA BK LA II7DBPKNDBNCIA bie^ hallar en la Historia un período como el de nues- tra guerra de la Independencia^ en que el esfuerzo y el talento se hayan estrellado en obstáculos desconoci- dos antes, al menos en los tiempos modernos, y que se hicieran insuperables hasta para el único hombre que la opinión consideraba capaz de vencer cuantos pu- dieran oponérsele. Pero el siquiera intentar esa tarea sería como des- conocer la manera de ser de nuestros contemporáneos^ la de los españoles sobre todo, que, como meridiona- les, si inclinados siempre á la vida activa, ai tráfago y á las aventuras de la guerra, se resisten á su repre- sentación granea y más todavía á su ^observación y estudio. Hay, pues, que someterse á buscar en la con- cisión y el laconismo, en la brevedad posible para trabajos que parecen negarse á ella, el modo de, sin descuidar lo esencial en toda narración histórica, esto es, el fondo, el recuerdo de los hechos que deben cons- tituirla, sus motivos y consecuencias, e2;citarlo en la mente del lector y facilitar su inteligencia y su conser- vación* en la memoria. A eso han de ayudar las obser- vaciones, los ejemplos y los comentarios á que provo- que tal relato, con lo que puede conseguirse, en cuan- to cabe, el objeto y fin para que se escribe y se estudia la Historia. Y eso hemos procurado alcanzar en la de la Gue- rra de la Independencia que hoy acabamos de ofrecer á nuestros compañeros de armas y á los patriotas es- pañoles en este escrito. Si no hemos expuesto todo lo detenidamente que algunos pudieran desear los rasgos políticos que acom- pañaron á las operaciones variadísimas de la lucha, EPÍLOGO 195 como acabamos de decir, tan larga y encarnizada^ es, en primer lugar, porque muy poco influyó la política en ella, si no fué para debilitar á veces su acción por la discordia que, en algunas, provocó sobre quienes debían dirigirla, y porque, ejercitada esa acción por tropas de distintas naciones, aliadas, es verdad, y en un mismo teatro, teuían todas que mantenerse princi- pálmente sometidas á sus respectivos gobiernos, aten- tos, sobre todo y sin otro género de consideraciones, á los efectos y consecuencias de la guerra. La política en esos gobiernos no era la parcial de cada una de ellos; era más general; consistía en la única aspiración en loe enemigos de Napoleón, la misma en los del Norte que en los del Mediodía de Francia, la de derri- bar al coloso que tantas veces los babía sometido á su aborrecida dominación. Ni la Gran Bretaña ni Portu- gal dieron á nuestras instituciones políticas la impor- tancia que los legisladores de Cádiz y sus partidarios han querido suponer: si, á veces, se entrometieron en la gestión de las Cortes y de la Regencia, fué por con- siderarse sus gobiernos ó sus generales heridos; aqué- llos, en su dignidad, y los últimos en el juicio de su conducta militar, ó, en ñn, por lo que pudiera afectar á la disciplina y los servicios del ejército. La obra constitucional de nuestro Estado, privativa de las Cortes desde que las juntas provinciales, primero, y la Central, después, las cedieron su lugar para esta- blecer las bases de una nueva sociedad en lo político y administrativo, distinta de la que se consideraba caduca y estéril desde la proclamación de los princi- pios que la Revolución implantara en Francia, no qui- tó á la acción espafíola el carácter, más militar que "'Pl ■ 196 GUBRBA DE LA INDEPSNDBNOIA político, inspirado por la artera conducta de Napoleón y por los actos de fuerza á que se entregaron sus hasta entonces invencibles legiones. ¿Quién las humilló en sus primeros pasos?: ¿á quién se debió aquel triunfo, tan brillante como inesperado; que reveló á los ene- migos del Gigante que no seria imposible derribarlo y vengar en sus despedazados miembros los ultrajes re- cibidos; la sangre vertida en holocausto á su indepen- dencia, á su dignidad y á su existencia? Al ejército es- pañol, á quien todas las clases, desde las más eleva- das hasta las más humildes, encomendaron esa ven- ganza provocada el Dos de Mato con la sangre gene-' rosa de los madrileños. Desde ese momento; desde la jomada, para siem- pre memorable, de Bailen, la Independencia de Espa- ña se encomienda, no á la política, no á la diploma- cia, elementos que no la hubieran sacado á salvo en tal conflagración como la en que se sentía el mundo sumido, sino que se entrega á las armas, se pone en manos de la fuerza, ensayada allí con éxito tan gran- dioso que aún resuena, salvador á la par que trenie- bundo, en los congresos de las naciones más poderosas. Despertaron éstas del cobarde letargo en que las tenia postradas el tirano; y la única no sometida aún, sal- vada por su posición, no por otra causa, buscó en nuestra alianza la victoria que, con ella, le predijo el más ilustre de sus estadistas, uniendo sus armas á las españolas y también á las de Portugal, amenazado de la misma suerte que nuestra patria, su hermana en la Península. Desde entonces, pues, y con los triunfos de Bailen y Vimieiro, las armas de las tres naciones, España, EP^OQO 197 Portugal é Inglaterra, Be unen para una acción que hacen coman eas respectivos intereses, y acaban por coDfnndirse haciendo unos sus esfuerzos y una su glo- ria. La historia, por consiguiente, sino la única, la principal, la que ha de reasumir los motivos, la mar- cha y el resultado de la guerra de nuestra Independen- cia de 1808 á 1814, se bace naturalmente militar; acabando la política por ser asi como complementaria de aquella en que descansa la importancia adquirida por Eepafla en las cuestiones internacionales. «Cette malheureuse guerre m' a perdu cette combinaison m' a perdu. Toutes lea circanstances de mes desastres viennent se rattacher á ce nceud fatal>, decía en Santa Helena Napoleón, cuando sus errores y su desgracia no tenían remedio. Y si sus errores fue- ron, respecto á Bspafia, políticos, su desgracia fué ge- neral, pues que no dio importancia á la combinación militar que se operaba en la Península, si es que no acabó por temerla, dada su índole, á que tan refracta- rio debía ser quien con una sola victoria sometía los más fuertes imperios. No fueron, no, los que declaQuin- tana á Lord HoUand, habían sido loe más ardientes de^ fenaores de ¡a Independencia europea contra Jos atenta^ dos de Napoleón; los que rntrniuvieron entero y vivo el ardor de la resistencia nacional; los que, en fin, entre- garon á BU rey un trono exento de peligros y afianzado en la gratitud y aiiansa de loa naciones. No; fuera de Cádiz había un pueblo inconmovible en sus ideas de lealtad, características de la nacionalidad española, y. un ejercito que, aun previendo su derrota y abominan- do qnizáa, y en muchas partes sin quizás, de las doc- b'inas y de los discursos de los que se llamaban eus 198 OUBBRA DB LA INBÍBPBNDBNGU regeneradores^ iban á batirse con los invencibles como si contaran con su número de ellos, con sus tormen- tos y la dirección, sobre todo, de otro Napoleón y sus expertos mariscales. De ésos; de ésos fué el triunfo por su valor, por su constancia, y su lealtad incontrarrestable como los de todo pueblo que no quiere ser sometido. «¿Por qué Na- poleón, hemos dicho, no examinó las guerras anterio- res de nuestro país y hubiera observado, así en los tiem- pos antiguos como en los modernos, una diferencia notable de las demás nacionalidades del globo y que debió reconocer como característica y congénita cou el pueblo español? ¿Por qué no presintió aquellos terri- bles miqueletes, dignos sucesores de los almogábares, que habían sido la desesperación de Noáilles y de Vendóme á principios del siglo pasado y de Dagobert en la guerra de la República?» Y es que, faltando al espíritu de la filosofía de la historia él que tanto la había estudiado desde su ju- ventud, no pensó en aplicar lo pasado á lo presente y á lo futuro, como si la vida del género humano, según dice Cantú, fuese un trabajo con lagunas é interrupción nes. Napoleón había creado un mundo nuevo en su de- rredor: si todo era en él extraordinario, talentos, habi- lidad y pericia en lo militar, en lo diplomático y en lo político, lo viejo debería ceder á lo nuevo, y loe que para las grandes naciones antiguas y sus renombrados capitanes habrían de ser obstáculos insuperables, abri- ríanle paso ó se allanarían ante su genio soberano y sus irresistibles fuerzas. Se empeñó en romper la armo- nía entre los tiempos y desechó la manera de ser y los procedimientos, más limitados de lo que creía, impuee- útil. Jamás emprendieron uaa conquista bíd aotes proporcionarse punto de apoyo, asi bajo el aspecto material como del de las ioteligeDcias en el país que se proponían invadir. Así lo hicieron en E^spafia, valién- dose de las que les procuró la conducta de los cartagi- neses que explotaban el país con su acostumbrada ra~ pocidad, y siguiendo en sus operaciones militares una máxima que luego sirvió á un duque dé Saboya para decir que d Müanesado era una alcachofa que debía comerte hojapor hoja. Ya hay sabio francés que al re- cordar esa frase, á muchos países aplicable, ha dicho que España era unpastel que convendría comer á reba- nadas; con lo cual ha querido signiñcar que por eso, y por observaciones fundadas en el estudio de nuestra Historia y de la geografía de nuestra patria, la prime- ra parte de au conquista debía limitarse á la del vallo del Ebro en su margen izquierda. Así, con efecto, co- 200 GTJBRBA DU LA INDBPKNDSNGIA menzarÓQ loe romanos su obra de ocupación de la Pe- nínsula que no acabarían hasta 200 afios después de haberla comprendido. Las fuerzas, sin embargo, del imperio Napoleóni- co eran tales, por el genio, sobre todo, de su funda- dor, que deberían los reveses de sus enemigos alternar con sus triunfos, dejando muchas veces en equilibrio la balanza de sus destinos. Y de ahí la duración tam- bién de una guerra que no sólo Napoleón sino hasta sus mismos adversarios creían tan rápida como el ra- yo que la produjera. El incendio comenzó en Madrid, provocado por esa superioridad de fuerzas en que se apoyaron artes que, vergonzosas y todo, se supusieron necesarias para evi- tar el escándalo que las armas con su estruendo po- drían producir en todas las naciones, y la ira y el de- seo de venganza en la española. El traidor era Napo- león, y el paladín, su inconsciente instrumento, Mu- rat que, ignorando los propósitos de su hermano y amo, llevaba, así como escondidas, las armas con que en último término pensaba aquel apoyar su traición. No las usaría si nuestros soberanos se sometieran á sus caprichosas pretensiones y el pueblo español se ref^igna- ra á obedecer sin protesta sus mandatos soportando la pesada cadena qun se proponían imponerle; pero, de resistirla, de intentar siquiera sacudirla los tormentos que mandaba por delante, los cañones, los fusiles y los sables, se encargarían de remachar los* clavos pre- parados también para sujetarla al cuello de sus sor- prendidas víctimas. Y, con efecto, Murat, ignorante, repetimos, del para él, y para todos como él, secreto y hasta inconcebible pensamiento del César, y, en to- upliioao 201 do caso, creyendo qus, cualquiera que fueee el resul- tado, seria favorable para quieo ;a aspiraba á un trono, y ninguno le parecía más glorioso qué el de Espafla, no sólo venía dispuesto á echar mano de esas armas, de uso tan frecuente en ^1, sino que á bascar ocasión en que volverlas á ejercitar con la dureza que so ambición hiciera necesaria. De abi el odio, los pri- meroe dios, á Ciodoy, de quien antes se había mostra- do amigo, y, en los sucesivos de su viaje y entrada en Madrid, el que manifestó pública y descaradamente á Don Femando al tiempo de la abdicación de su podre en Aranjuez. Pero al ver la recepción hecha al nuevo soberano y al, intentando deslucirla, observar la acti- tud de los madrilefios, contra ellos también se revol- vió y se propuso escarmentarla rudamente, ¿ lo que le auimarlan las sospechas que las misteriosas y des- consoladoras misivas de su omnipotente cufiado le iban inspirando sobre la esperada satisfacción de sus ambiciones. Por eso el Des de Mato constituye u^a de las más tristes páginas de nuestra historia patria; mas, por eeo mismo, resultó ton glorioso y fué principio y base del generoso alzamiento que llevó á España á recobrar la importancia que antes tenía en el mundo militar y político. Hánosla arrebatado nuestra «lema enemiga, la discordia, la que desde las edades más remotas cruel- mente DOS persigue hasta haber convertido el suelo patrio eu arena, sin cesar enseugrautada por sus hi- jos. Mientras presida esa fatídica deidad á las mani- íeetacioiiea de nuestro carácter nacional, y ee difícil evitarlo, el país seguirá despedazándose y sólo en al- gún intervalo ea que se presente á combatirla genio 202 GUERRA DB LA INDEPENDENCIA superior que alcance á inopoDerse á sus adoradores, tantos en número, logrará España reponer las fuerzas (^ue ha perdido desde la desaparición de esos hombres providenciales de la escena del mundo. I Un hombre! Un hombre y un solo hombre ha bastado en las más críticas circunstancias de los pue- blos y en las más solemnes ocasiones de su existencia para devolverles el equilibrio de sus fuer/as y esperar unidos y bajo una misma enseña su regeneración y el toque de marcha á su engrandecimiento. Ekia discordia que se había mantenido latente en los reinados anteriores al de Carlos IV, apareció de nuevo cautelosa, traidora, en el Palacio real, para luego y con caracteres ya generales, para nadie ocultos, mos- trarse en Madrid y las provincias. La conducta de la Corte, opuesta á sus mismos intereses, halagadora al parecer para las ambiciones bastai^das que en mal hora habían nacido en el ámbito de la regia morada y ger- minado al calor de una pasión vergonzosa y realmente suicida, no podía permanecer oculta por mucho tiem- po; y la causa del Elscorial la puso de maniñesto en to- das partes, en España y fuera de ella. Formáronse los partidos que no dejarían de combatirse hasta la des- trucción de ambos por la omnipotente fuerza á que apelaron y |qué ciegos debían ser los que no vieran desde el primer momento que esa fuerza tendía á, en- gañándolos, absorver la rica herencia que irían á de- jar la perturbación y desquiciamiento que ellos en su encarnizada pugna produjeron I ¡Espectáculo tan vergonzoso como triste el ofrecido al mundo civilizado en Bayona, el de una familia au- gusta puesta á los pies y pidiendo gracia de quien no gio comuDÍcado á sub belicosos compatriotas de la Pe- □íneula deeenmascararoD al detentador, y no le quedó á éste más recurso para obtener el resultado é. que as- piraba que el empleo de las armas, en que era maestro y se creía incontrarrestable. Los inermes, stn embar- go, los á quienes se consideraba sumidos en la abyec- ción más humillante, los privados de todo medio de resistencia y abandonados de todas las naciones, ven- cieron á los invencibles, justiñcando las preocnpacio- nes que habían inspirado al nunca vencido suff prefe- rencias de entonces al disimulo y al engaño. Y ai vio justificados sus recelos con el alzamiento general veri- ñcado tan inesperadamente eu lodos loa ámbitos de la Monarquía espaíLola, no tardó, además, en sentir el fracaso de'aquellos sus prestigios militares en los para siempre memorables campos de Bailen y ante los mu- roa de Valencia. Todo el aparato de conquista celebrado en Madrid con la presencia del nuevo soberano, llamado al trono de España por la iniciativa de Napoleón, secundada 204 aüBRRA DB LA INDEPBNDXNCU por la Asamblea de Bayona y confirmada, en mi con- cepto con la fácil victoria de RiosecO; que en su fan-, tástico estilo comparaba con la de Villaviciosa que ase- guró la corona en las sienes del francés Felipe V; todo ese aparato y cuantas esperanzas fundaban sus compa- triotas y partidai'ios de establecer un gobierno sólido y tranquilo en la Península, vinieron á tierra y se des- vanecieron con sola la noticia del desastre de las ar- mas imperiales en las orillas del Guadalquivir y del Turia. Hasta en las del Ebro hubieron de sentirse los efectos de victorias tan esplendorosas de los españoles, pues que obligaron á los franceses á levantar el sitio de Zaragoza, después, empero, de haber sufrido la de- rrota del 4 de agosto cuando ya se creían duefios de la ciudad que había de ser desde entonces ejemplo perdu- rable de valentía y abnegación patrióticas. II Entonces puede decirae que comenzó la guerra, en todos conceptos clásica, de España con el Imperio na- poleónico; clásica en cuanto éste empleó para empren- der el nuevo período á que le obligaba tan vergonzoso fracaso, como el sufrido por las armas, sobradas, en concepto de su jefe, para la tarea política que se había forjado, y clásica en cuanto que España recurrió para resistirlo á su antiguo sistema militar, el de combinar la defensa regular de sus ejércitos con la popular que tan brillantes resultados la había proporcionado en las circunstancias más críticas para su independencia. BPtLOOO 205 Napoleón se presentó en la orilla izquierda del Ebro á la cabeza del Grande Ejército que acababa de deshacer dos n^onarquías y obligado á la tercera de la^ grandes potencias con tiuen tales á, sufriendo también la ley del vencido^ reconocer en Tilsit y Erfürt los des- pojos que aquellos habían dejado á su vencedor en AusterlitZ; Jena, Eilau y Friedland. Era al penetrar en España como un alud que parecía venir á envol- verla en fuego y sangre, asolador, irresistible. Una vez allí, remontada la máquina como él dijo, había abierto en abanico sus innumerables fuerzas para, iitropellan- do por todo, recobrar en una sola y grande jornada cuautd había perdido su inepto hermano en la ante- rior, tan desastrosa como inesperada. Y Espinosa en su derecha, Tudela en su izquierda, como Gamonal en el centro, vieron en el estrago de sus defensores que 8Í Austria, Prusia y Rusia, con tan grandes y bien or- ganizados ejércitos como los con que contaban, no ha- bían logrado resistir al genio extraordinario del que regía á los de Francia, menos podría Espafia, con los medio inermes suyos, conseguirlo. Nada podía conte- ner la marcha arrebatada de Napoleón que, venciendo Somosierra, se presentaba á las puertas de Madrid, cuyas débiles defensas mal podían proteger á los que, aún así, se propusieron temerariamente resistir los es- fuerzos de ejército tan numeroso y aguerrido. La ca- pital de España corrió la suerte de Viena y Berlín, de Milán, Roma y Ñapóles aunque sin iguales consecuen- cias; porque Madrid no representa la misma impor- tancia que aquéllas, uo siendo centro militar aunque sí geográfico, sino político y administrativo de la mo- narquía; y eso para tiempos en que uo se conocían el 206 GUERRA DR LA IVDRPBNDRNCIA telégrafo eléctrico^ los ferrocarriles y tantos otros me- dios de comunicación hoy en uso. El carácter, por otra {>arte^ de nuestros compatriotas y el de la constitución física; del territorio ibérico, cuyo fraccionamiento fué causa por siglos y siglos del político que tanto ha per- judicado á la unidad nacional, base de toda fuerza en cualquiera república, han producido el funesto apar- tamiento entre sí de las provincias, asiento de los an- tiguos reinos establecidos al compás de la reconquista cristiana, no pocas veces refiidoe unos con otros, encas- tillados todos en las diferentes regiones naturales de la Península. Con eso, Madrid, más que centro atractivo de las fuerzas generales de toda clase, objeto de riva- lidad de otras poblaciones tanto ó más importantes por su población y riquezas como Barcelona, Zarago- za, Valencia y Sevilla, influye poco ó nada en las re- soluciones y, con eso, en los destinos de España. «Cuando esa ocupación, dice Carrión-Nisas, os coloca en una posición militar mala, llega á ser una falta y un peligro, sin género alguno de compensación; esa falta y ese peligro han durado para nosotros todo el curso de aquella desgraciada guerra: tanto era lo que Madrid nos impedía adelantar por retenerlo; tanto era lo que nos hacía avanzar, no menos mal á propósito, por volver á recobrar su insignificante posesión» . Pero si Napoleón no, si ha de calcularse por su con- ducta respecto á las demás capitales por él conquista- das, á José parecía interesarle la ocupación de Madrid, bien por que su posición central se le hiciese preferible por la influencia moral que pudiera ejercer en el áni- mo de sus nuevos subditos, bien por las delicias que cupiera le ofreciesen la parte de la antigua corte adhe- en la Villa Imperial y eos iumediacioDea. Napoleón no había visto una lección en el fracaso anterior; y continnó en el error que había cometido al hacer que sus tropas invadiesen la Peoínsala, exten- diendo au acción á Portugal, donde había sufrido el escarmiento de Vimieiro, y á Valencia y Andalucía donde loa de Quarte y Bailen. ¿Es que creía que el sólo espectáculo de sus batallones impondría á loe es- paQoles la sumisión absoluta á sus mandatos y la con- formidad con sus ambiciosos proyectos? El desconoci- miento del carácter espafiol le hizo cometer el error de i 3a bastarda política en Bayona, y su orgullo el de in- sistir en su primer plan de campaña. El que, después del error de Eylau, había sabido conquistarse entre los hielos del Vístula el dictado de Fabio Canctator con la reflexión y la prudencia suyas, recompensadas in- mediatamente con la tan decisiva victoria de Friedlaud y el glorioso tratado de Tilsit, volvió á desvanecerse en Eh'fnrt y, pensando en Espafia, creyó lácil un gol- pe capaz de anonadarla que, cumo hemos indicado antee, no podían aconsejarle ni el arte, de que era maestro, ni los ejemplos de eterna ensefianza que le ofrecía la Historia. Extendió, pues, las alas de su in- menso ejército tan inconsideradamente como lo habla hecho antes aunque bajo la dirección de su incapaz hermano, de un Murat, disgustado con el fracaso de su ambición más halagüeña, y de un Savary sin ta- lentos ni prestigios para tamafla empresa. Ea verdad que le hizo extraviarse de sus propósitos la vista del ejército de John Moore, del aborrecido ejército inglés, cuyo alcance colmaría su constante anhelo de espan- 208 aUBBBA DB LA INDIBPBNDBNOIA tar una vez para siempre aquel eterno íautasma que le perseguía desde Egipto sin conseguir volver á va- pulearlo más rudamente aún que en Aboukir. Peor ¡oh decretps de la Providencial^ presentóse en la pa- lestra que su ambición mantenía siempre abierta, un enemigo, no nuevo ciertamente, pero sí incansable, el Austria, que habría de detenerle en el arrebatado avance que no lograban contener las ventiscas de Guadarrama ni las inundaciones del Duero, y hubo de abandonar el teatro de la guerra de España, al que no volvería nunca á pesar de que sus mejores genera- les reclamasen la presencia del único que, nuevo Hér- cules, cortara con uno de sus tremendos tajos las ca- bezas todas de la Hidi'a que las asomaba por todos los ámbitos de la Península. Pero es el caso que, con efecto, la hidra espafíola tenía tantas cabezas como regiones y aun provincias contaba la vasta monarquía en que, esparcido el letal veneno del monstruo, más real pudiéramos decir que mitológico en este nuestro país, siempre dividido en sus ideales como en los accidentes de su escabroso te- rritorio, producía tantos estragos que todavía no ha permitido la constitución de unidad tan perfecta como es necesaria. ¡Cortar esas cabezas y todas de un tajo! Ni era fácil al mismo Hércules napoleónico, ni pudo adoptar las pujantes iniciativas que exigía una em- presa que superaría al célebre trabajo que se nos pin- ta como ejecutado por el héroe griego. Un historiador traspirenaico, M. Guillen, acaba de publicar una obra, si compendiosa, que comprende toda la filosofía de aquella guerra, tan desacertamen- te conducida, en su sentir, como injustamente provo- nos que eso y con frecuencia, á maniobras de desta- camentos. Eu esa guerra que duró cinco afios (no¡ íueron siete] cada año no ye seQaló por una campafia tan sólo. Puede decirse que en el curso de un aDo hubo tantas campañas como r^iones. > «PoF otra parte, añade, según lo ha escrito Napo- león, el arte de la guerra es el arte de dispersarse, para vivir, y de reunirse para pelear. Para dispersarse y vivir son necesarios caminos, poblaciones ricas, campos abundantes de provisiones. De todo eso se en- contraba en Alemania. En España, nada de caminos; frecuentemente uno solo por el que era preciso á la vez marchar y vivir. A derecha é izquierda, nada más que campes pobres ó desiertos. Eu ñu, los mon - tañaa que obligaban á dispersarse eran un obstáculo para la concentración.» «Así se comprende por qué el Emperador se dis- gustó tan pronto de España. No hallaba eu ella su ordinario tablero.» 210 GUERRA BE LA INDEPENDENCIA Tales premisas dan á M. Guillon la idea de negar eficacia á uu plan de guerra como el seguido por los franceses en España, ineficaz de todo punto para ob- tener el resultado que^ después de todo^ ambicionaba su Emperador, más impaciente por lograrlo que lo que pudieran aconsejarle el fracaso anterior y un es- tudio más detenido de la ardua empresa en que se ha- bla empeñado. Es un error creer y decir que no sorprendió á Na- poleón la resolución de los españoles ni mucho menoe lo costosa que habría de serle. Había dicho al obispo Pradt: cSi esa empresa hubiera de costarme 80.000 hombreS; no la intentaría; pero no me costará 12.000. Es cosa de niños. Los españoles no saben lo que es nn ejército francés. Creedme; esto acabará pronto (cela fi- nirá vite...)». De ahí parte la enorme equivocación militar del Emperador; así como del desprecio que le inspiraba nuestro ejército en cuanto á su disciplina, en el senti- do general de esta palabra, parten las operaciones de sus tropas, ni lo suficientes ni lo bien dirigidas que exigía el carácter de la guerra que iban á emprender. Que esa guerra sería popular y se extendería á todas las regiones de la Península debió dárselo á conocer el Dos DE MatO; y antes todavía los chispazos de Lo- groño, Burgos y Toledo, como días después la suble- vación general y los mismos excesos que la acompa- ñaron. No servirían, pues, para sofocarla los procedi- mientos que en otras partes le habían valido para finir vite los alzamientos en armas que con una ó dos batallas escarmentaba para mucho tiempo después. Su genio militar verdaderamente clásico; el de aquel BPfLOCIO 211 que había dado á su patria la hegemonía de Gre- da; el de aquel otro que^ al llegar y ver el campo de batalla^ vencía cou su sola presencia que repre- sentaba el talento, la pericia y la autoridad; el de los mayores capitanes del mundo antiguo, con las dotes, además, de la política que también les había caracterizado y la elocuencia que les distinguía, arrancada á ejercicios tan prácticos como filosóficos de las ciencias humanas; ese genio, repetimos, le hizo desdeñar todo otro procedimiento que no le diera á la vez un triunfo tan inmediato y decisivo' cual tales condiciones le hacían ambicionar. Y él, que en un principio escribía que en la guerra que le hacían pre- sumir los sucesos de mayo de 1 808, era necesario obrar con paciencia, con calma y con cálculos bien establecidos, y asegurada su comunicación con Bayona, de que ha- bía hecho su base de operacione, no& á todas partes, sino establecerse sólidamente en Madrid, que lo sería para las sucesivas, lanzaba, antes de tiempo á pesar de eso, cuatro ejércitos sobre Zaragoza, Valencia, An-* dalucía y León. No tenía fuerzas para todo eso, aun- que su orgullo le hiciera creer que eran sobradas, y sucedió lo que debía acontecer, que no lograron domi- nar Zaragoza, que fueron rechazadas ejecutivamente en Valencia, que vencidas y aprisionadas en Andalucía, sólo obtuvieron el triunfo en Ríoseco, pero tan efímero que pocos días después desaparecían del haz de España, aquende el Ebro, cuantos franceses con su eniblemáiico soberano habían poco antes cruzado aquel río. ¡Qué de dudas debieron entonces suscitarse en el ánimo de Napoleón sobre la conducta que debería em- plear en tal circunstancial 212 GUBRBA DB LA INDBPBNDENOIA Pero la ira misma que en él produjeron tamañas derrotas, desconocidas é inesperadas en su imperio^ le movieron á aquel inmenso alarde que las vengó, es verdad, pero sin el escarmiento que esperaba. Se ha publicado recientemente el tomo primero de una obra notable, debida al comandante de Estado Mayor del ejército francés M. de Balaguy, y que lleva el titulo de «Campagne de L'Empereur Napoleón en Espagne>, donde se pinta así el rapto de ira que produjo esa se- gunda invasión. cFué, dice, para él (Napoleón) un eoup defoudre: inmediatamente midió toda la exten- sión de la catástrofe; sus planes deshechos, su prestigio conmovido por la mancha impresa.por primera vez en sus águilas siempre victoriosas, y la fama de invenci- bles de BUS tropas perdida, le hicieron entregarse un instante á los transportes de la más violenta desespe- ración». De ahí» aquella carta que Napoleón escribió á su hermano José, en que le decía: «La guerra podi'ía ter- 'minarse con un solo golpe, con una maniobra hábil- mente combinada, y para eso se hace necesario que yo vaya allá » Pero esa carta entraña en sus mismas frases la acusación más ruda de los procedimientos su- cesivos posteriores á aquella campaña, puestos en uso por el emperador Napoleón para nuestra guerra de la Independencia, pues que ni consiguió su objeto de acabarla con solo un golpe ni volvió á ella, prueba inequívoca de que no la había comprendido, ó de que, comprendiéndola, consideró bochornosa su presencia para la gloria de sus armas y la suya propia. Y no es que no fuera exacto y aplicable el concep- to metafórico del general Kellermann; pero con el I BPÍLOGO 218 desahogo que proporcionaron la persecución á John Moore, tan gloriosamente muerto, aunque no vencido á la vista de la Corufia, la azarosa punta dirigida por Soult al septentrión de Portugal, con cuya corona cre- yó poder cubnr su arrogante cabeza, y la nueva haza- fia de los zaragozanos, vencibles pero indomables, surgió en todo el haz de España la idea de nuestra antigua fuerza, el levantamiento nacional, tan elo- cuentemente definido por el héroe de Marengo, acaba- do de citar. Comenzó, en efecto, á hacerse á la sombra de los ejércitos españoles, impotentes por su falta de disciplina y por la de genio militar en sus jefes, la guerra preferida de nuestros compatriotas, cía guerra, dice un distinguido escritor francés de aquel tiempo, de puestos, la guerra de miqíteletes, así la llama, que detiene á los ejércitos y los obliga á múltiples destaca- mentos, la guerra en que las masas se deshacen ma- niobrando ante puñados de hombres, ante individua- lidades que se desvanecen ó se ocultan para reunirse después y aparecer con tanta facilidad como trabajo cuesta el iiallarlas y perseguirlas. > Otro francés, el general Bigarré, ayudante de campo de José, coufírma esa idea^ dicien- do en BUS Memorias no ha mucho publicadas: cDebo, sin embargo^ confesar que las guerrillas han hecho mucho más daño á las tropas francesas que los ejérci- tos regulares durante la guerra de España; puesto que está reconocido que no asesinaban menos de cien hombres por día. Así, en el espacio de cinco años (escribía respecto á 1812) han matado 180.000 france- ses, sin ellas haber perdido más de 25.000, porque era raro que aquellas bandas indisciplinadas se batie- ran en campo abierto sin ser más de cinco contra uno.» El Apéndice núm. 6 dará á conocer mejor de lo que aquí pudiéramos afiadir el carácter de las guerrillas españolas. Todavía dieron aquellas, por los franceses mal lla- madas bandas de irigantes, ban4idas y asesinos, otro resultado más grave, denunciado por Napoleón cuan- do ya era irreparable; el de haber dado consistencia al ejército inglés proporcionándole en nuestro suelo teatro y escuela. Sí; teatro como no podían desearlo mejor, pues que una guerra en el Mediodía de Euro- pa, coincidiendo con la grandiosa que Napoleón sus- tentaba en el Norte, dividiría, sus fuerzas; y escuela porque, concentrada la fuerza británica, exenta de los servicios militares que exigen la vigilancia sobre EPÍLOGO 217 el enemigo, la guarda de sas flancos, de sus puntos f aertes y depósitos, podía dedicarse absolutamente al ejercicio de las grandes operaciones sin los obstáculos que ellos ofrecen y sin los dificultades que experimen- taban los franceses, obligados á superarlos y vencer- las. Así, mientras España tenía que sufrir el empuje de Napoleón y de José, después, y sus mariscales, Wellington juntaba nuevos ejércitos en Lisboa, orga- nizaba las fuerzas que le proporcionaría la insurrec- ción de Portugal, fundiéndolas con las suyas ó encar- gando de su mando á jefes y oficiales ingleses que mereciesen su confianza. Esa principalmente fué la forma que dio el pueblo portugués á su insurrección. A diferencia de los espa- fíoles, refractarios á dejarse mandar por extranjeros, pendientes de )a autoridad y de la voz de sus gobier- nos y menos de los subalternos enviados por ellos, los portugueses, ó por haber visto muy luego libre de ene- migos su territorio ó por espíritu más disciplinario que el de sus hermanos de la Península, prefirieron constituir ejército regular, siquier unido al de sus aliados de tiempo inmemorial y aun regido en todas sus partes por general, jefes y aun muchos oficiales extraños á su nacionalidad y raza. Los ingleses gana- ron con eso en fuerza efectiva que no podía proporcio- narle su metrópoli; obtuvieron una base de operacio- nes, inmejorable con el dominio absoluto de región tan privilegiada estratégicamente y con un abrigo en sus reveses que, bien preparado, les salvaría de una catástrofe decisiva para su causa. Esa es la diferencia esencial entre la intervención de las tres potencias interesadas en la guerra de núes- 218 GUERRA DE LA INDBPBNDSNOIA tra Península; España, como la más inmediatamente amenazada en su independencia y en la suerte de sus pueblos, en la vida, la libertad y los intereses de sus habitantes; Portugal, á cubierto de ejércitos para cuya destrucción necesitaba el enemigo común fuerzas muy superiores, dominaciones anteriores para bases segu- ras en sus maniobras sucesivas, largo tiempo y recur- sos extraordinarios; é Inglaterra, por fin, sin preocu- pación de ninguna clase respecto ai solai* patrio y libre en todos sus movimientos por la vasta periferia del hispano-portugués. Pero I qué de inconvenientes, qué de desastres tra- jo esa triple intervención en lucha tan larga y dispu- tadal Porque el vaivén continuo que produjeron unas operaciones, según unos y otros ejércitos beligerantes; por vencer, en ocasiones, por ser vencidos, en otras, ó reforzándose continuamente de lejos ó de cerca, for- maba con su flujo y reflujo un piélago, siempre agita- do por aquel oleaje humano, en que la sangre de la pelea, los excesos de la ira en los combatientes, la brutalidad de las pasiones en gentes de suyo incultas é influidas por el fuego de la licencia y de las concu- piscencias que despierta la guerra hacen perezcan los pueblos y se consuman las generaciones. Y España vio cruzado su territorio por aquellas que, más que huestes de naciones civilizadas, dirigidas á en un combate en franca lid decidir de su suerte, parecían hordas de otra edad disputándose presa humana, bo- tín copioso y albergue seguro y cómodo. Los franceses, hallando una resistencia que no es- peraban á las voluntades omnipotentes de su Empera- EPÍLOGO 219 dor, nunca vencido, no tardaron en extremar rigores ejercitadoB en tantos afios como llevaban de lachar con pueblos que consideraban mucho más fuertes; y, queriendo imponerse por el temor, se propusieron castigar el arranque de los españoles al cometer en Madrid mismo, en Córdoba y Jaén, ' en Ríoseco y Cuenca, horrores que en vano han pretendido después segar sus autores ó desvirtuarlos por la menos. ^ más exasperados todavía al sentirse vencidos y rechazados; con el pretexto de la acción, nunca interrumpida, de las guerrillas y la resistencia opuesta por nuestras pla- zas, continuaron durante toda la guerra las exacciones ruinosas en los pueblos, las ejecuciones más bárbaras en los ciudadanos, los incendios, por fin, y los atrope- llos más injustos. El ejército inglés no se descuidó tampoco en acre- ditar su composición orgánica, en cuanto á la tropa especialmente, ya que en su oficialidad, aunque no sin excepciones, hay que reconocer el espíritu militar y la delicadeza de carácter que la distinguen y la han distinguido siempre. Pero no hay más que leer los despachos de Lord Wellington para comprender qué clase de gentes mandaba, calificando sus delitos de » enormes y su conducta de escandalosamente funesta para la disciplina del ejército y la suerte de los pueblos que estaban llamadas á proteger. Los portugueses mezclados con las tropas inglesas ó formando cuerpos sometidos á la misma dirección ge- neral y mandados en su casi totalidad por jefes y ofi- ciales también británicos, más que auxiliares al modo romano, parecían tropa de levas sometida á la tiránica opresión de sus mal llamados protectores de antiguo; 220 GUERRA DB LA U^DBPBNDBNOIA no soldados nobles y gallardos defendiendo su inde- pendencia nacional como sos antepasados lo hacían en Quríqae y Al j abarrota. Así no es de extrañar que aparecieran contaminados por sus aliados en las de- masías que éstos cometían con su rudeza y crueldad consuetudinarias en la guerra^ é hicieron pesar sobre nuestros pueblos calamidades como las que el ejército inglés había hecho caer en ocasiones sobre los suyos. La retirada de Lord Wellington á Torres Vedras había costado al territorio portugués de Almeida á Lisboa su despoblación y ruina; y al volver de aquella expe- dición las tropas lusitanas creyeron que no debían ser ellas menos que las británicas en los frutos que pu- dieran proporcionar los asaltos de Ciudad Rodrigo y Badajoz, como más tarde el de Sau Sebastián. € Aún se descubren en el campo, hemos dicho en la Introducción á esta obra, los resultados de aquellas devastaciones que se ejecutaban por un invasor injusto en nombre de la civilización y de la justicia, y han pasado años y décadas sin que desaparezcan de la vis- ta, y pasarán muchos más antes de que nuestro suelo vuelva á lucir su antigua frondosidad y cultivo. » Y ahora podemos añadir: Pues qué, ¿no se descubre to- davía en la suerte de varios de nuestros pueblos, en sus industrias y comercio, los efectos de aquella inter- vención extranjera que desoyendo las quejas de esos mismos centros de nuestra población, los consejos y advertencias, hasta las reclamaciones de nuestros go- hiemos, recorrieron el suelo peninsular llevando tam- bién la devastación por donde lo atravesaban en son de protección y amistad? Borrones hay en la historia de la guerra de la In- BPíLoao 221 dependencia; y ¿cómo nó, habiendo sido tan. larga, obstinada y sangrienta? Una lucha á muerte; de ori- gen como el de una invasión tan injustíñcada, de principios tan abominables, de intereses tan opuestos, no podía menos de producir sorpresas, enconos y las represalias que en pueblo tan ardiente y susceptible como el español, habrían de producir la resistencia pertinaz y las venganzas que la caracterizaron. El in- sulto á los sentimientos más íntimos, á la religión y al espíritu de independencia; las violencias, los asesina* tos y saqueos ejercidos por una soldadesca fanatizada cenias mil victorias de sus armas y sorprendida por una oposición nunca coino entonces inesperada, y la misma victoria, conseguida en los comienzos de la guerra, no esperada, á su vez, capaz por lo mismo, de enorgullecer á un pueblo de quien tan triste idea se tenía en el mundo militar, llevaron á nuestros compa- triotas á no perdonar medio que condujera al exter- minio de un enemigo que no escrupulizaba los pode- rosos suyos para de cualquiera manera, por reprobada que fuese, imponer como en otras partes su cruel do- minación. Así y ante los atropellos cometidos por los franceses en Ríoseco y Córdoba, y con la esperanza de que el triunfo de Bailen no sería el último, se extre* marón los rigores impuestos á los vencidos de aquella gloriosa jomada, disculpados con la oposición de los ingleses á la vuelta de los capitulados á Francia y con el resultado odiosísimo del registro de los equipajes de los oficiales, de las mochilas de los soldados, y con él la prueba de los robos cometidos en la ciudad de los Ommiadas por las tropas del general Duponti De ahí el encierro de los prisioneros en los ponto- 222 GÜEBRA DB LA mDBPBNDENCU nes de. la bahía de Cádiz y, después de los intentos^ alguno afortunado; de aprovechar las tempestades ó el descuido de los tripulantes para alcancar la costa ocu- pada por los sitiadores, el envío de los restantes á la isla de Cabrera, sepulcro de tantos de ellos y escenario / para todos de loe tormentos más lamentables, los del hambre, de la nostalgia y la desesperación . Esa es la mancha á que nos referíamos, indeleble* en la historia de un pueblo tan generoso como el español, aunque impuesta en sus gloriosas páginas por exigencias, al- gunas ya apuntadas y otras del carácter de las alian- zas á que se vio la nación española obligada á con- certar para su defensa y á someterse, á veces, para conseguir su libertad. Porque bien examinada la situación en que se vieron nuestro gobierno y las auto- ridades del archipiélago baleárico durante la estancia de los prisioneros franceses en Cabrera, aún podríamos lamentar, más que nada, la indiferencia con que 1^ vieron los ingleses que tenían surtas sus naves en el inmediato puerto de Mahon, con recursos más que so- brados para atender á tal miseria y libres, de todos modos, para buscarlos cuando quisieran. Ha visto recientemente la luz pública y ha sido premiado por la Academia de la Historia un libro en que su autor, el Sr. D. Miguel Oliver, después de des- cribir el alzamiento de las islas Baleares y particular- mente el de Mallorca, los efectos que produjeron allí el motín de Aran juez, la abdicación de Carlos IV y los sucesos del Dos de Mayo, el nuevo aspecto, por fin, que ofreció aquella isla con las noticias que llegaban á ella de la Península, las de la guerra, sobre todo, que tantos sacrificios costaba y á los que desde allí se spíLOGo 223 acudía con dineros y hombres, pinta la llegada dé los prisioneros de Cádiz y su instalación en Cabrera. Nada más conmovedor y triste que la relación que nos da el Sr. Oliyer de los sufrimientos padecidos por los oficiales y tropa, otros Prometeos encadenados á aquella roca salvaje, sin más esperanza para muchos que la de la muerte. Noventa páginas ocupa esa des- cripción aterradora del Sr. Oliver que, en su espíritu de imparcialidad y justicia, pone aún más espanto en el ánimo del lector que las de varios de los historiado- res, mártires, ellos mismos, de los tormentoá indecibles que sufrieron en Cabrera los prisioneros de una jorna- da, en cuya capitulación se había estipulado su vuelta á Francia. cNi las selvas vírgenes de América á que se confiaron los aventureros de Hernán Cortés, dice el Sr. Oliver, ni el camino de Smolensk á la Beresina en la terrible retirada de Rusia, encerraron tanto horror como la solitaria isla donde aquellas legiones ociosas, hambrientas y desnudas, malograron cinco afios, los mejores de su fecunda juventud, en un infortunio si- lencioso y obscuro. > Pero hay que decirlo: ni Napoleón ni los marisca- les que operaban en España, el mismo José Bonaparte con titularse y considerarse tal rey de España y con tantos años de ejercer su soberanía, siquier así como feudatario de la de su hermano, cuidaron, como de- bían, de por convenios ó canjes librar á sus desgra- ciados compatriotas de un cautiverio tan cruel y bo- chornoso. Fueron los canjes en aquella guerra tan re- pugnados como difíciles. No los querían los españoles por las excepciones que los franceses se empeñaban en operar entre los que tenían ó querían tener por sóida- 224 OUEBBA DE LA INDEPENDENCIA dos del ejército regular ó por voluntarios; brigantes como llamaban á muchos de sus prisioneros según la ocasión ó las circunstancias más ó menos favorables en que los cogían. Repugnaban aquellos cambios á los franceses por desprecio á los nuestros^ negándose á re- conocerlos iguales á elloS; los primeros soldados del mundO; según no se cansaban de proclamarse, y el mismo Napoleón prefería á los españoles prisioneros para conducirlos á Francia desarmados ó á las guerras que proyectaba ó mantenía en el Norte de su imperio. De ahí el trato frecuentemente inhumano que se daba á nuestros prisioneros y las represalias que en España se tomaban. Sólo era^ además de fácil, bastante frecuente el canje entre franceses é ingleses; y la correspondencia de LfOrd Wellington rebosa de despachos en que se con- signa el cambio, siempre muy regateado de prisioue- roS; especialmente de oñciales, que se tenía mucho es- mero en enviarlos á Inglaterra. Esa dificultad, pues, de los canjes entre imperia- les y españoles fué la que produjo la estancia, puede decirse que ilimitada, de los prisioneros de Bailen y de otros combates en la isla de Cabrera. Por más que se trató de organizar en aquel peñas- co salvaje un establecimiento en que los prisioneros estuvieran al abrigo de los temporales y no les faltasen los auxilios médicos y religiosos que habrían de nece- sitar, no les fué posible á las autoridades de Mallorca proporcionarles ni aun los más indispensables para re- sistir situación tan penosa y sobre todo tan larga. Por más'que el clima sea suave en aquel archipiélago, ni el abrigo del diminuto castillo que corona la isla, ni EPÍLOGO 225 las chozas que la industria de los prisioneros consiguió labrar entre los rocas y los pocos árboles allí existentes y que el fuego hizo desaparecer en el primer invierno, eran para preservar el gran número de aquellos infe- lices que^ si disminuía la muerte, reemplazaba el de los nuevos prisioneros procedentes de la costa opuesta de Levante. Todo eso y la irregularidad á veces en el aprovisionamiento, debida á las variaciones del estado del mar, en los equinoccios sobre todo, produjeron en Cabrera una lucha entre los mismos prisioneros que hizo de la isla teatro de dramas tremebundos y de de- solación, hasta hubo día en que hizo allí su aparición el sombrío, repugnante y feroz fantasma de la antro- pofagia. Esa ocasión está descrita por uno de los prisioneros, M. Gille, en sus Memorias: Pero pasada aquella crisis y á través de otras que iguales ó parecidas causas produjeron, reapareció el buen humor característico de los franceses, quienes, como antes hemos dicho, se habían hecho con su in- dustria casas siquier mezquinas, cabafüas y hasta un mi- serable y destartalado teatro que, como aquéllas, in- cendiaron al embarcarse, ya en libertad, para su patria. cTuvimos, dice uno de ellos, nuestro Taima y hasta nuestro Brunet... Solamente carecíamos de BPfL060 227 actrices: de todas las mujeres que compartían nuestra cautividad^ á ninguna era posible confiar el papel más insignificante. » — ¡Infeliceel Llegó por fín^ el mes de mayo de 1814; y la calda de Napoleón y la restauración de los Borbones en Francia trajeron la paz á Europa y la libertad á los prisioneros de Cabrera^ que regresaron á su país. Pero ¿en que número? El abate Turquet escribía después al narrar sus « CTinoo años de destierro en la Isla de Cabrera > : c Ha- bíamos desembarcado en Cabrera siete ú ocho mil hom- bres procedentes de los pontones de Cádiz: durante muchos afios no cesaron de llevarnos nuevos compa- ñeros de infortunio^ unas veces en número de veinte, treinta, cuarenta ó ciento^ según decidía la suerte de los combates, siendo ei total de los que así vinieron á compartir con nosotros el destierro de unos cinco mil; añadid mil y quinientos conducidos en un solo día de Alicante y resultará haber entrado de catorce á quin- ce mil franceses en Cabrera. Calculo en quinientos el número de los que lograron sacudir el yugo del destie- rro, ya por medio de la evasión, ya por los alistamien- tos voluntarios para el servicio de España. ¿Sabéis, pues, cuántos quedábamos en resumen pendientes de nuestra libertad? tres mil seiscientos hombres; por lo tanto aquella isla había devorado en cinco afios más de diez mil franceses I » No se dirá que tratamos de atenuar el horror del espectáculo que ofrecería la isla de Cabrera en los cin- co afios que estuvo ocupada por los prisioneros france- ses. Pero permítasenos defender el error cometido al trasladarlos de Cádiz á aquella roca inhospitalaria, no 228 QUKRBA DB LA INDEPENDENCIA sólo con el arguoiento del peligro que se corría con que continuaran en los pontones de Cádiz á que los había reducido la mala voluntad de los ingleses^ tau generosos con los capitulados en Cintra^ en Badajoz y San Sebastián^ sino que también con el del destino á que Napoleón señaló para nuestro? prisioneros de Di- namarca, Zaragoza, Oerona, Uclés y Ocafia. A unos .^e les negaron las condiciones conque habían capitulado, asesinando á no pocos en el camino de su destierro; á otros se obligó á que combatiesen á sus mismos com- patriotas, á pesar de las instrucciones del Emperador á su hermano para que no se les diese armas ni se les pusiera al frente de los enemigos de Francia en Espa- ña; y á los más los llevó á la campaña de Rusia á ser- vir de carne de cañón 6 perecer entre la nieve y los hielos de aquel país, donde tantos sucumbieron. Eso, los cortos medios de que los españoles podían disponer, abismados en guerra tan dilatada y costosa, nos mueven á disculpar; mejor dicho, á difuminar el borrón del destino de los prisioneros franceses á la isla de Cabrera. m Más quizás que á la furia francesa y á las bastardas ambiciones de varios de los generales imperiales, po- drían deberse los estragos causados en aquella lucha á la presencia del rey José en España, á su impericia en las artes de la guerra y á su debilidad, sobre todo, en la gobernación del pueblo, entregádole por su ob- i BPÍLotío 229 cecado é intransigente hermano. Ni su carácter é inte- ligencia, ni su educación tampoco, eran elementos bas- tantes para regir un pueblo tan altivo é independiente como el español, ni Napoleón le había dado los más propios para dominar las difíciles situaciones en que podría verse colocado. Hombre de genio dulce y cos- tumbres cultas y de mundo, amigo de sociedad y no poco de la de mujeres, filósofo, sin embargo, y más ambicioso de los goces de la paz que del tráfago de la guerra, creía no haber venido á España á cambiar por completo la manera de vivir de que había gozado en Ñapóles. Habíanle sorprendido como al que más, los desastres de Bailen y Valencia, y su retirada de Madrid j Zaragoza al alto Ebro había de ser para él, además de un acontecimiento tan extraordinario como una re- volución física, una rudísima decepción que le arreba- taba muchas de las ilusiones que le habían creado el desenlace, para él fácil, de los sucesos de Bayona. A su vuelta á Madrid, no poco amargada iK>r los desde- nes de Napoleón al confirmarle su cesión de la corona de España, llevados hasta tardar mucho en permitirle la vuelta al {^alacio de nuestros monarcas; esa decep- ción, aunque en otro concepto, continuó desalentando* le al observar el ningún caso que hacían de sus dispo- siciones los mariscales franceses que, lejos el Empera- dor, al emprender la guen'a de Austria, se consideraban así como independientes de la autoridad de su herma- no y libr^ en sus operaciones militares y administra- tivas de las regiones que ocupaban los cuerpos de ejército de su mando respectivo. Quiso José resistir tal presión; no se admitieron sus reclamaciones; y como todo el mundo sabe y explicó perfectamente Abel Hu- 230 GUBBBA DB LA INDEPENDENCIA go, el hermano mayor del celebérrimo poeta francés page^ que había sido, del Intruso y luego oficial de su estado mayor, c cuando en 1811, vio, á los generales de Napoleón tratar sus dominios como país conquista- do y á los ministros franceses imitar aquel ejemplo apoderándose, con el título de intendentes civiles, de la admiuistración de las provincias de entre el Ebro y los Pirineos, tuvo que dar á sus representaciones el carácter de amenazadoras. > Todo inútil! ni las reprensiones le valieron ni las quejas ni amenazas, ya escritas, ya reforzadas con su presencia en París á pretexto, á veces, del estado de su salud, con el de visitar su familia, siempre ausente de España y con el de cumplimentar al Emperador por el nacimiento del rey de Roma; todo y en todas esas ocasiones, le fué negado y, si prometido, no satisfecho. Sin falta de valor y sin carecer absolutamente de conocimientos militares, nunca logró lucir las dotes de general que siempre le negaron su hermano y sus mariscales; y cuando en 1810 fracasó en su empresa de ocupar Cádjbz y en 1812 en la de escarmentar á Wellington en la línea del Tormos ai retiiurse de Bur- gos, su opinión no fué escuchada; Soult detuvo á Víc- tor con la ocupación de Sevilla; Soult ideó en Alba una maniobra que salvó al generalísimo inglés, y Soult; rebelde siempre á sus disposiciones en Valencia como en Galicia y Andalucía, le reemplazaba en la frontera de Francia, dando Napoleón á su mariscal el mando del ejército mal llamado, hemos dicho, de España^ y una Lugarteneüciá que si^ifícaba la destitución y la deshonra de su hermano mayor y, según solía decir; el predilecto de su familia. EPÍLOGO 231 No por 6u estancia, y bien larga, en el palacio real de Madrid; podía llamarse Rey de España, reducido á un papel más que secundario, vergonzoso, creyéndo- se, dice un escritor francés, hábil no siendo sino ridí- culo. Su vida allí, según la describe uno de sus ayu- dantes, el general Bigarré, era éidta. c Cuando el rey José no iba en el ejército, se levantaba ordinariamente de 6 á 7 de la mañana; á las 9, recibía á los de servi- cio de su casa; á las 9 y media almorzaba un par de huevos pasados por agua ó un pescado pequeño; á las 10 daba audiencia á sus ministros, recibía al mariscal Jourdan y á los generales franceses ó españoles que tenían que hablarle; á la 1 asistía al Consejo de Esta- do; á las 4 se iba á la casa de Campo, donde comía con el mariscal Jourdan, el conde de Melito, el general Béliard, á veces con damas de la Corte y algunos ofi- ciales de su casa; después de comer montaba á caballo ó en carruaje, hacía una partida de veintiuna por la noche y, antes de acostarse, despachaba la estafeta pa- ra Francia. » Y eso que el Rey era algo en la constitución de Ba- yona. Concebido y puede decirse que decretado aquel Código por Napoleón, uno de los hombres más autori- tarios que recuerde la Historia, no habían de escati- marse en él al soberano atribuciones que hicieran su augusta autoridad tan respetada como obedecida; y sería preciso el cúmulo de obstáculos que desde el mis- mo Emperador hasta sus más humildes subalternos 1^ oponían, para que el rey José se viera reducido á re- presentar papel tan desairado. No estamos, pues, lejos de creer que debió hacerse en él, así como costumbre 232 0ÜBRRA DB LA IKDEPBNDENCIA el flometímiento á condiciones tales de soberanía; re- duciéndose con la más paciente resignación á» cuando no pudiera figurar á la cabeza de sus ejércitos, distraer el tiempo y ejercitar sus mansas costumbres con las diversiones de la Corte. No somos de los que dan importancia al goce de algunas de éstas. Se ha acusado al rey José de su afi- ción á las mujeres, y Bigarré la confiesa en estos términos: «CJonvendré, dice, en que tuvo por ese sexo una predilección particular, en que no desdeñaba sus entretenimientos con las damas más espirituales de su Corte, hasta en que se mostró muy galante con varías de ellas; pero, sin embargo, lo repito, jamás olvidó lo que le imponían loe deberes de soberano. » Y como si con el tiempo hubiera de salir al quite de éso el hijo mayor del general Hugo, escribía en la Introducción á las Memorias de su padre: cNo me toca el hablar de las costumbres privadas del rey José. Los reyes son hombres, y los detalles de su vida doméstica, cuando no ha infinido en la administración pública, salen de la esfera del historiador. > Trabajó, con todo, en la árduá tarea de naturali- zarse en España y en arraigar la dominación francesa^ naturalizando á sus más adeptos servidores, valiéndose para ello de los pocos medios que le consentían la gue- rra y su difícil situación. Hizo cuanto podía por alcanzar tan generoso pro- pósito: dio títulos, como á Azanza el de Duque de Santa Fe, á su primer mayordomo, general Lucotte, el de Marqués de Sopetran, y quiso conceder á Hugo el de Conde de Cifuentes ó de Sigüenza á su elección; repartió grandes cantidades, en papel por supuesto, BPÍLoao 233 para que adquiriesen fincas ó palacios en que insta- larse y hacerse grandes propietarios y terratenientes con la condición de abandonar la Francia para lo por- venir; consiguiendo tan sólo que realizasen tales pa- garés, algunos de los que se perdieron en el desastre de Vitoria, Empello vano: ni eso wa posible en el es- tado de la opinión española; ni José era más que rey de Madrid, estando la Península ocupada, adminis- trada y regida por los generales franceses, otros tantos reyes de Tai/a, muy parecida á como se mostró, al disolverse, el Califato de Córdoba. No así Wellington, cuya autoridad, por todos res- petada, y cuyos establecimientos y cuarteles, gozando de una tranquilidad garantida por las tropas y guerri- llas eepaOolas, le permitfau organizar desahogada- mente los ejércitos de su mando, lo mismo en la des- gracia que en la fortuna; haciéndole arbitro de sus mo- vimientos en todas las ocasiones. Yo soy, decía Napoleón por otra parte, quien ha formado el ejército inglés en la Península. Y suya fué, con efecto, la culpa, suyo el error al consumar en Ba- yona el atentado inicuo y de imperdonable torpeza - contra los soberanos de EspaQa. Si en vez de eso se hubiera Napoleón resuelto á favorecer, como parecía al principio, la causa de Femando Vn, habría cerra- do á los ingleses la Península, asegurado su frontera pirenaica y el triunfo para siempre en las demás del Imperio- EspaBa, aun continuando el estado de gue- rra en que se hallaba con la Gran BretaQa, habría sabido an-ostrarlo, como lo hizo en Venezuela y Bue- nos Aires, mientras los reveses sufridos por las demás naciones y el cansancio de tanto luchar en vano bu- ' t 234 GUERRA DE LA INDEPENDJEKOIA biera llevado á loe ingleses á bascar una paz más só- lida y duradera que la de Amiens. Y esto mismo vie- ne á decir Napoleón por boca del Conde de Las Coses en su Memorial: «Loe sucesos han demostrado que yo cometí una gran falta en la elección de los medios; porque la falta está en los medios más que en los prin- cipios.» ¡Reflexión tardía y tanto más indisculpable cuanto que Napoleón disponía de muchos de esos me- dios y de un talento, sobre todo, al que parece impo- sible no le ocurrieran otros que los torpes que se deci- dió á emplear! ¿Qué es, pues, lo que consiguió con ellos en Es- paña? Con la guerra de Austria y con la insurrección de Galicia, Romana, apoyándose en su pequeño ejército y valiéndose de las partidas de paisanos, regidas por militares residentes en el país y preferentemente por los Abades, puestos á la cabeza de sus frailes y feli- greses, cerró la frontera del Miño; y el mariscal Soult se encontró en Oporto aislado y sin recursos para sos- tenerse y menos para proseguir su marcha á Lisboa. Wellington, aprovechando ese aislamiento de su ad- versario y la ignorancia en que éste debía estar de la topografía del teireno que le rodeaba, así como de la historia de las campañas anteriores de que había sido teatro aquella parte del Duero, logró sorprenderle ha- ciendo á sus ingleses cruzar el río poi: los mismos si- tios que lo bahía hecbo Sancho Dávila para derrotar al Prior de Crato; y el Duque de Dalmacía, hubo de recurrir á una retirada con todos los caracteres de fuga, abandonando á poco artillería y bagajes, cuan- to revela el desorden de un retroceso urgente y preci- de la persflcuciÓD de loa ingleses, cayó Soult en ma- nos de Romana y de las ¡□numerablea partidas que le salieron al paso, imponiéndole de tal manera que, aun burlando á Key en sus compromisos de camara- das y de íranceaes sobre todo, creyó que lo único que le podría salvar de una destrucción completa seria el huir de nuevo de aquella tierra inhospitalaria, em- prendiendo el solo camino que le quedaba abierto, el de Montefurado, que loe gallegos habían descuidado de ocupar coa la fuerza necesaria. No puede estar mejor descrito el apuro en que se halló Soult. Suerte parecida hubo de correr el mariscal Ney cuando, vencido en Sampayo, hubo de salir también de Galicia tras del inñel compafiero que le había 236 GUBRRA DB LA INDEPENDENCIA abandonado y á quien el Emperador, á pesar de eso, mantuvo en España y en su mando. No queda, pues, duda respecto á que sólo á favor de los españoles y de sus partidas quedó el ejército in- glés dueño absoluto de Portugal. IV Y sólo con la seguridad de esa cooperación y la del ejército, especialmente, que mandaba el general Cuesta en Extremadura se resolvió Welliugton á em- prender la campaña de Talavera de la Reina. Si en ,0 ^.a^b. . ¿«^ ae P„H„^. obtovo n.„e^ .«■ mámente entusiastas de la gratitud que le debía aquel reino, libre desde entonces de la ocupación francesa, al recorrer el valle del Tajo encontró también todo el país dispuesto á secundarle con sus recursos, tan ne- cesarios en aquella larga expedición, y á nuestras tro- pas situadas en posiciones las más propias para ope- rar, ya unidas á él, ya combinando su acción en de- manda del grande objetivo que se había propuesto alcanzar. La idea de una campaña sobre Madrid era felicísima en la situación en que se hallaba el Em- perador de los franceses en el Danuvio después de su desastrosa jomada de Essling, así como en la que ha- bía quedado su hermano José en España, enflaqueci- dos sus ejércitos por los destacamentos enviados á Austria y por los reveses que habían sufrido en Opor- to y Galicia, las bajas considerables, mejor dicho enor- mes, de los sitios de Zaragoza y Grerona. ¿Supo el ge- EPÍLOGO 237 « neralísímo inglés aprovechar tan favorables circuns- tancias? Hemos manifestado en la historia de aquella célebre campaña^ tan censurada por Napoleón en lo tocante al rey y los mariscales franceses que tomaron parte en ella, y tan discutida por cuantos, de un lado y otro de los beligerantes, han tenido que interesarse en su /acción y resultados, cuáles eran su objeto, los elementos puestos en acción para alcanzarlo y los erro- res que produjeron su fracaso. ¿Para qué, pues, re- producir los argumentos con que expusimos allí nues- tra opinión tan desfavorable á unos como á otros de los que dirigieron aquella estéril jornada? Sólo nos toca ahora manifestar que si los procedimientos de la invasión por parte del Emperador de los franceses fueron viciosos á la par que temerarios, debió evitar la cooperación de los ingleses en los guerras continen- tales y, más que en ninguna otra, en la de Espafia. Porque la retirada de Wellesley en 1809, que á Napo- león parecería, como la de Johon Moore el año antes, el signo más elocuente de la ineficacia de la inter- vención inglesa, podría, con resucitar la guerra que propiamente debe llamarse española, dar á esa inter- vención una fuerza de que, de otro modo y en otra parte, resultaría ineficaz y hasta perjudicial á la cau- sa de la coalición general formada contra la Francia desde la época de su Revolución. Un historiador inglés, inimitable en la descripción de las batallas de sus compatriotas en la Península, ha dicho con intención más que aviesa, que sólo á Ingla- terra y á sus tropas se debió el éxito de aquella guerra, sin observar que al menos avisado en las cosas milita- res le habría de ocm*rir cómo unos 30 ó 40.000 in* 238 GÜBRBA DB LA INDEPENDENCIA glesoB podrían vencer á 400.000 imperialee como se reunieron á veces para combatirlos en España. El re- chazar tal invasión como la francesa en aquel tiempo, no cabía sino á elementos muy nutridos de fuerza y en tal combinación que los aliados pudieran , concen- trándose hábilmente; servir de contrapeso á la habili- dad y á la disciplina de los invasores. < El ofício de los ingleses^ ha dicho un alemán amigo nuestro, y lo ejer- cieron perfectamente, fué el del matador en un circo taurino, encargado de acabar con la res después de preparada al sacrifício por los picadores y banderille- ros, fatigada de tal brega y sin fuerzas apenas para continuarla. > Y es exacta la comparación, porque al llegar los ingleses á las manos con sus enemigos, éstos tenían cortadas sus comunicaciones con su base de operaciones y con sus depósitos de donde municiarse y recibir refuerzos y víveres. La carta de D'Espinchal, que hemos trascrito, pero sobre todo las operaciones que siguieron á las de Talavera, lo demuestran por manera irrebatible. En la Memoria que en el Apéndice núm. 7, ha de reproducirse, y en que el autor de la presente historia explicaba el método más propio en su concepto para escribirla, decía refiriéndose á la intervención ejercida por el ejército británico en aquella guerra: «Con la adhesión de los Peninsulares, en combinación con sus numerosos ejércitos y ayudado de todas las tropas y partidas que no dejan un momento de reposo á los enemigos, ni un punto en su tranquila posesión, se verá á ese ejército aliado seguir una idea fija y cons- tante, concentrado, abastecido y dispuesto siempre á una acción de que no ha de distraerle más atención BPf LOGO 239 que la de operar. Será el que dé el golpe de gracia al invasor, acosado de todas partes, sin aliento, rendido, en fin, á fuerza de constancia, de osadía, de destreza por parte de los habitantes de la Península.» Se hace necesario insistir mucho en la rectificación de un aserto tan injurioso para Espafia, y no nos can- saremos de probar de una manera concluyente su fal- ta de fundamento; mejor todavía, su falsedad. Impor- ta eso mucho al honor de nuestros padres que tantos sacrificios hicieron, muchos de los que se hubieran ahorrado si fuese verdad cuanto Napier, Clarke, Sou- they y el mismo Wellington á veces, se han atrevido á asegurar respecto á los socorros que nos fueron en- viados de Inglaterra. (Tanto se ha generalizado la opinión de que sin los auxilios de Inglaterra no hubie- ra nunca logrado España rechazar victoriosamente la invasión napoleónica I Inglaterra es la que no habría de vencer al grande Emperador sin la cooperación es- pañola. Lo hemos dicho varias veces y nunca se cansó de repetirlo Lord Wellington: la misión de los ingleses al desembarcar en Portugal y aun después de su vic- toria de Vimieiro, era la de defender el reino lusitano; y de ahí su pereza en asomar por las fronteras espa- ñolas que, si cruzadas por John Moore en un princi- pio, había sido con escarmiento tan rudo como el de la Coruña. Lo que le sucedió al entonces Sir Arthur Wellesley fué que, viéndose poseedor tranquilo de Portugal con la retirada de Soult á Galicia y la ausen- cia de los franceses; de Andalucía, desde lo de Bailen y, de Extremadura, por atender á la guerra de Aus- tria, creyó que mejor que favorecer á Espafia, lograda dar á Napoleón tal golpe que le baria cejar en la Eu- 240 GÜBRBA DB LA IHDBPBNDBNCU ropa central de aquellos grandes proyectos que le ha- bían hecho acariciar Austerlitz y Jena, Friedlañd y Tilsit. No le salió la cuenta, como vulgarmente se dice, y, metido otra vez en Portugal, no volvió á nuestra frontera hasta mucho después, y entonces para ver im- pasible, como antes nuestros desastres [campales de Ahnonacid; Medellín y Ocaña, la destrucción de Ciu- dad Rodrigo, y para retirarse burlando así los heroís- mos, harto desgraciados, de los españoles. Pero aquella lucha, de todos modos, interesaba tanto ó más, y eso podría discutirse, á los ingleses que á nuestros compatriotas. Y lo prueba el que su coope- ración se extendió á cuantas partes fueron teatro de las guerras napoleónicas. Como en Egipto y Siria, en Holanda y Bélgica, unas veces con las armas y otras con subsidios, como los facilitados á Austria, la nación inglesa provocó, influyó y ayudó con sus fuerzas las tendencias, hechas ya generales, de derrocar al coloso que perturbaba el mundo con sus insaciables ambicio- nes, hasta que llegó un día en que hubo aquél de caer abrumado como un león por la que pudiéramos llamar jauría de naciones, allegada con el ejemplo de una de ellas, España, que había enseñado que no era la fiera lo invencible que las demás suponían. Y ¿quién sacó la mejor parte de aquella victoria? Pues la Inglaterra. Dígalo, si no, el tratado de Viena y dígalo, como veremos luego, el desigual re- parto del botín en aquel célebre Congreso. Ni tropas, ni armas, ni dinero había dado para tan larga y gigantesca lucha la Gran Bretaña, que bien claro y repetidas veces lo expuso en las Cámaras y en sus despachos el ministro Cauing; teniendo que tomar BPÍLOGO 241 gentes de todos los pueblos aliados, que repartir fusiles casi inútiles y hasta chuzos con que rechazar el fuego de la excelente artillería francesa^ y que acudir á la América española para procurarse usurariamente fon- dos con que socorrer á los verdaderos dueños de esos mismos caudales y á sus demás aliados. ¿Apreciaremos, asi, las declaraciones del coronel francés Martín en el Spectateur Militaire, conformes en todo con las de Napier hasta haberse convencido dé que el espíritu público español y no las armas inglesas era el que venció á Napoleón? ¿Seguiremos, por el contrario y al pie de la letra, la versión en ese punto del comandante Clerc al tratar de la campaña de Soult en 1814? Clerc dice en su libro, que hay que calificar de muy discretamente escrito: «¿A qué se reducen los fa- mosos subsidios de Inglaterra que enriquecía la inter- minable guerra que pretendía sostener con su dinero y que arruinaba á Europa? Como buenos ingleses, Na- pier, Southey, Londonderry y otros admiradores de WeHington, exageran á placer los buenos oficios de su gobierno, no cuentan para nada con Espafia y atribu- yen á su héroe toda la gloria de la liberación de la Pe- nínsula. Un economista inglés que, por otra parte, no pensaba intencionadamente mal, reduce á la nada sus aserciones, después de haber establecido que de 1810 á 1815, Portugal recibió de Inglaterra 208 millones y España 66 tan sólo: Cdghonn, echa la cuenta de esta suma así: TOMO XIV 10 242 QUERRÁ DB LA INDEPENDENCIA En 1810 9.598100 francos. En 1811 3.989560 En 1812 25.000000 Valor de las armas y municiones enviadas 10.612850 Efectos de equipo 16.389500 Víveres 377276 Total 65.866776 francos. »Todavla ésos no eran sino en calidad de préstamo. » Tanto en esta obra como en el folleto leído en el Ateneo de Madrid, hemos demostrado que parte de esos préstamos se pagaron inmediatamente que se fue- ron recibiendo fondos de América; que aquellas colo- nias suministraron muchos de los que Inglaterra se aprovechó valiéndose de nuestra alianza hasta en per- juicio de Espafia^ y que en cuanto á las armas no pu- do aquel gobierno proporcionarnos las necesarias^ lle- gando á enviarnos chuzos con que combatir sin duda á la numerosa y terrible artillería francesa. Pero ¿có- mo había de darnos el dinero y las armas que nos di- cen los ingleses si el mismo Mr. Canning decía en el Parlamento y en sus despachos que mal podía enviar á España uno ni otras cuando no los tenía para sus píx)- pias tropas? En los despachos de Lord Wellington, los hay en que manifiesta á nuestros generales que le hacen falta armas para sus regimientos y los de los portugueses; mostrándose así como pródigo al repartir algunas ar- mas ó municiones á los españoles. NO; por eso, hemos de escatimar á Inglaterra la gratitud debida á sus esfuerzos en favor de la indepen- dencia de la Península, que, aun más dedicados á la de Portugal que á la de España, á la que se extendieron principalmente por exigirlo así la marcha general de BPfLOOO 243 la guerra en el Norte como en el Mediodía de Europa, son siempre de agradecer, eficacísimos, como fueron, para la más pronta y completa liberación de nuestro suelo. Pero queden siempre y en sus justas proporcio- nes la magnitud de la cooperación inglesa en la guerra de la Independencia y su eficacia y sus resultados con respecto á España; que, meritorios y todo, no alcan- zan la grandeza que les atribuyen los historiadores de la Gran Bretaña, no poco desautorizados ya en la opi- nión de sus mismos compatriotas en ese punto. Esto, dicho de este ú otro modo hace cuarenta años, revela que en tan largo lapso de tiempo no han aparecido motivos que nos hayan hecho cambiar de opinión en la que entonces expusimos y continuamos abrigando, como en lo también expresado al final de esos renglones diciendo: c Sólo así se concibe que el pe- queño número de nuestros aliados, venciera sin inte- rrupción, á los muchos, diestros y valerosos invasores, guiados, además, por el primer capitán del siglo.» cSóIo, repetiremos, con la seguridad de esa coopera- ción se resolvió Lord Wellington á empreder la mar- cha á Talavera, de la que, aun saliendo vencedor, se apresuró á regresar á Portugal que, como antee, consi- deró siempre su mejor abrigo. > «Es verdad, según dice el general Sarrazín, á quien no puede acusarse de ser enemigo de los ingleses^ que Lord Wellington temía una derrota y le faltó el valor, ya que antes de batirse pensaba en la retirada al deci- dir establecerse en Talavera que por el puente del Ar- zobispo ó por el de Almaraz le ofrecía gran &cilidad para poner el Tajo entre él y los franceses. » El paso del Alberche y el combate de Alcabón demostraron 244 QUERRÁ DB LA INDEPENDENCIA la discordia entre los dos generales aliados que, de ha- berla sabido aprovechar los franceses, les hubiera hecho vencer en Talavera; y fué precisa toda la di- ligencia de Lord Wellington el 4 de agosto á presen- cia casi de Soult y Mortier que corrían á cortarle la retirada, para que comprendiera la pérdida de tiem- po, á que hemos hecho alusión, desde su entrada eu España hasta el campo de batalla que tanta gloria y tantos honores le valió por parte de Inglaterra y de España. No hay que perderse en cálculos y observa- ciones; todo dependía de aquel concepto que había expresado poco antes á la junta de Extremadura, el de' que la seguridad del reino de Portugcdera la prin- cipal misión que se le habla confiado. Le importaba mucho menos la suerte de España, y bien lo había demostrado al no traspasar la frontera de Galicia en seguimiento de Soult. Pero, aun así, el ejército anglo-portugués, hecho objeto, como del odio, del anhelo ardiente en los fran- ceses de arrojarlo al mar, expresión usual en los des- pachos del Emperador y de sus mariscales, llamaba á si los mayores esfuerzos para conseguir su destruc- ción ó, por lo menos, su alejamiento. Pasado el año fatal de 1809, de desastres los más lamentables para España, que vio derrotados sus ejércitos en Uclós, Valls, Ciudad Real, Medellín, María y Belchite, Al- monacid y Ocafia, aunque con glorias, tristes y todo, 246 QUERRÁ DB LA INDBPENDBNGIA todo, ilustrarse roas, si cabía, en Essling y Wagram. Parecía que aquella campaña de 1810 iba á ser la úl- tima de la guerra según eran de numerosas las fuerzas enemigas que entraban en acción, según había sido de ejecutivo el paso de Sierra Morena, en que fué completamente vencido el ejército español, de cuyo mando no se había separado al general Areizaga, y según se manifestaba de indiferente ó receloso, ya que no otra cosa, Lord Wellington viendo impasible la heroica conducta de la guarnición española de Ciudad Rodrigo. La de los gaditanos, sin embargo, primero y sin desfallecimiento alguno, y el resultado de la ba- talla de Busaco después, infundieron algunas esperan- zas que en España, como en Inglaterra y Portugal, se vieron confirmadas con el fracaso de Massena al fren- te de las líneas de Torres Yedras; dando á todo Euro- pa una confianza en lo porvenir de sus destinos que sirvió de estímulo para sus futuras resoluciones. Na- poleón se resistía á pensar que la guerra de España pudiera adquirir la importancia que iba alcanzando y se negaba á dirigirla personalmente, con lo que aca- so la hubiera concluido según sus deseos. No quería reconocer ^n su hermano condiciones de mando; no cesaba de motejarle y de inferirle desaires, sin ver que con ellos alentaba á los generales que había puesto á sus órdenes á no respetarle y hasta á desobedecerle en los asuntos de la administración y hasta en las operaciones militares. Tal conducta en Napoleón, que en Andalucía produjo el retardo de la llegada del ejér- cito francés al frente de Cádiz y la salvación, por con- siguiente, de aquella plaza, dio también lugar á Lord Wellington para disponer los detalles de su retirada KPÍLOGO 247 devasteuido el país que tras de él habría de recorrer Massena, para reti'asar el paso del Mouáego defen- diéndolo desde Busaco j, en ñn^ para que sus inge- nieros acabasen las formidables obras de ToiTes Yedras en que se estrelló el antes Mimado de la Victoria, ya indispuesto con los que mayores obligaciones tenían de ayudarle en su gigante empresa. Esos dos fracasos á que algo contribuyeron las gue- rrillas españolas, principalmente al segundo, cortando las comunicaciones de Massena con Francia y con inter- ceptar los convoyes que esperaba recibir de Castilla, y naás todavía la malevolencia de Soult al no acometer la entrada en Portugal por los valles del Guadiana y del Tajo, dieron después ocasión á que creciese el nú- mero de las partidas y la fuerza también en todas por habérselas dado tiempo y solaz para ello con hallarse la mayor parte de las tropas imperiales empleadas le- jos de los territorios en que generalmente campeaban. De modo que Napoleón, que no había sabido evitar una campaña con los ingleses en teatro para ellos tan pro- pio y favorable, daba ahora, con emprenderla en pro- porciones tan considerables, calor y estímulo á la su- blevación española que era, sin él comprenderlo, la base sostenedora de tan inesperada, de tan extraordi- naria lucha. Ni las Memorias de Noailles, de Berwick y de Vendóme, ni las más próximas de Beauvan, le ha- bían convencido de que debía haberse fijado en la im- portancia de nuestras fuerzas irregulares, teniéndolas por de merodeadores tan sólo aun debiéndose á ellas en la guerra de Sucesión ese mismo triunfo de Villavi- ciosa al que comparaba el de sus armas en Ríoseco. Lo ha dicho uno de los más distinguidos jefes y escrito- 248 GÜBRRA DE LA INDBPBNDENCIA res franceses: c Todos esos avisos (los de esas Memorias); han pasado como no escritos. Una orgullosa ligereza en el mando supremo, la bajeza de un entusiasmo ver- dadero ó fingido, necio ó pérfido, en los agentes prin- cipales, desdeñaban igualmente los libros y los conse- jos. Así habría gran dificultad en imaginar á qué grado se elevaría la ignorancia y la irreflexión, y cómo las instrucciones dictadas en las orillas del Sena parecerían absurdas en las del Tajo y del Guadalquivir. > De una y otra de esas observaciones podrían con- firmarse el acierto y la oportunidad con ejemplos sobra- damente elocuentes; limitándonos ahora á citar el plan general de la invasión en Eispafía, la marcha particular- mente de Junot por la derecha del Tajo desde Salaman- ca, Alcántara y Santarén á Lisboa, y hasta esa irrefle- xión é ignorancia al criticar en aquel general su queja de haber iuterceptado los ingleses la conducción de aguas potables á la capital, bañada, como está, por las del Tajo. En París se desconocían la historia de los es- pañoles, la topografía de Portugal y la altura de las ma- reas hasta más de 50 kilómetros agua aiiiba de Lisboa. ¡Qué mejores argumentos para demostrar lo erróneo y vicioso del plan de Napoleón, motivo el más pode- roso para el fracaso de sus armas, antes incontrarres- tables, en España, la bajeza, como hemos dicho, de sus agentes y generales al no atreverse á manifestarle las dificultades que ofrecían sus instrucciones, que luego criticarían acerbamente en sus escritos, y la torpeza en todos al no prever en el carácter y la historia de nues- tros compatriotas y en la astucia del gobierno de la Gran Bretaña qué clase de enemigos dejaban entrar en la Península, siempre, y más entonces, ansiosos de en- EPÍLOGO 249 centrar el flanco por donde introducirían su espada basta el corazón del coloso^ su mortal adversario I La campaña de 1810 es una de las más instructivas para conocer cuántos errores cometió Napoleón en Es- paña además del injustifícable de Bayona con que se enagenó las voluntados^ bien pronunciadas en su favor, y la cooperación de nuestros compatriotas en su encar- nizada lucha con los ingleses. Su presencia en la Península era absolutamente necesaria y urgía sobremanera al emprenderse aquella campaña: no bastaba enviar tropas suficientes para ejecutarla con fortuna; exigía no confiarla á otras fuer- zas que las de su autoridad indisputable; ni á otras in- teligencias que la extraordinaria suya. No lo creyó así y la confió á un Soult que suponía no tenérselas que haber sino con brigantes, y á Massena, á quien Ney, Junot y otros de sus generales consideraban en com- pleta decadencia, viejo y entregado á la pereza y la crápula . Un historiador militar francés ya citado, ha puesto por epígrafe de su obra «Campaña del Emperador Napoleón en España (1808-1809)», la copia de una parte de la carta dirigida á su hermano José en octubre del primero de aquellos años: «Podría terminarse la guerra con un sólo golpe por una maniobra hábilmen- te combinada, y para eso es necesario que yo esté ahí. » No cabe censura más amarga y cruel para el César francés. ¿Cómo no le ocurrió esa misma y feliz idea en el resto de la guerra, en que tantas ocasiones se le ofre- cieron para realizarla? La campaña de Portugal ó la de Andalucía en 1810 y el fracaso de Massena en Torres Yedras y el de Soult en Cádiz, ¿cómo no le inspiraron 250 GÜBRRA DB LA INDEPENDENCIA esa idea para reponer la fuerza y el prestigio del Im- perio, DO sólo en la Península sino en todo Europa? ¿Cómo no se le ocurrió al saber el desastre de Arapiles y la retirada de su hermano á Valencia? No: arredró á Napoleón la sospecha de fracasos pa- recidos que echaran por tierra sus demás planes, tan grandiosos como su inmenso genio, y anublaran las glorias incomparables que había obtenido arrancándo- las de las potencias más poderosas y que podrían arre- batarle á él enemigos que, como españoles, en tan poco tenía. Y, entonces, ¿á qué lamentarse luego de sus errores, y recordar sus admiradores una frase que lue- go desmintió en su desacertada conducta? Aquél, Soult, se estrelló en la formidable posición de Cádiz, en el valor de sus defensores y el interés de la Inglaterra. Dejando á uno de sus tenientes, el ma- riscal Víctor, la enojosa tarea de realizar un imposible, el de la conquista de la ciudad hercúlea, se dedicó á la más fácil de defender la para él Capua encantadora, de delicias y riquezas, que aprovechó ávida y fructuo- samente. Y si con fortuna también, avmque por im- posición del Emperador, extendió sus operaciones á Extremadura, no fué, como se le había mandado, para ayudar á su colega en la conquista de Lisboa y la des- trucción del ejército inglés, mira principal del sobera- no de la Francia, pretextando diñcultades que antes no había querido tomar en cuenta. Ambicionaba, como en Oporto, una corona; tenía, como en Galicia, envi - dia á sus compañeros, tanto ó más dignos que él de aquellas recompensas que Napoleón otorgaba sin me- dida y á capricho; y entonces, como después y siempre, no podía sufrir el mando de otro, siquier fuera más EPÍLOGO 251 antíguO; gobernara fuerzas más numerosas y hubiese recibido misión de mayor importancia. Sólo á Nape- león^ y en eso tenia muchos imitadores^ cedia la pri- macía en talentos y prestigio: fuera del coloso ante quien hasta entonces se había prosternado la fortuna^ jamás se satisfizo sino con la dirección del débil y ma- noseado rey intruso de España, como en Ocafia y An- dalucía ó con el mando supremo de los demás ejércitos en sus combinaciones por el resto del país. No había, pues, que esperar eficacia poderosa por parte del duque de Dalmacia para un plan tan gene- ral como el de aquella campaña, si no se limitaba á Andalucía, donde él se suponía ver el nudo •gordiano de la guerra de España que él solo también estaba destinado á romper. Así se ha podido observar en esa campaña de 1810; en la de Arapiles, en que no quiso contribuir á reparar la desgracia de Mar- mont, y en el término de la misma, en que, des- pués de su forzada evacuación de Andalucía, impidió en el Termes la derrota del casi fugitivo Wellington. Así, repetimos, se mostró Soult de ambicioso, díscolo é imperioso en su conducta en España; dejando para la campaña de Francia tan sólo las altas cualidades militares que sería injusto negarle. Si se quiere saber á ciencia cierta cuáles fueron los resultados obtenidos por Soult en su tan decantada campaña de Andalucía durante 1810 y 1811, no hay sino recorrer algunas de las páginas de la historia de aquella guerra escritas por el general Sarrazín, de quien no se dirá que se muestre enemigo del célebre mariscal francés: cEn marzo y abril, dice, Soult adoptó el sistema de co • lumnas móviles para pacificar los campos de Extre- 252 aUBBRA DB LA INDEPENDENCIA madura y las montañas de Andalucía. Romana y Blake desplegaron grandes talentos y actividad en ese género de guerra^ tan propio de la constitución de las tropas de nueva recluta. Reynier, Mortier, Latour- Maubourg y Sebastiani salieron vencidos más veces que victoriosos en los encuentros que tuvieron lugar enti*e sus destacamentos y los españoles. Soult, en su carta al príncipe de Neufchatel, su fecha en Granada el 17 de, marzo de 1810, olvida la consideración que se debe á los generales enemigos y hace, sin pensarlo, un gran elogio de Blake al decir: El general Blahe, á quien no se puede calificar sino de brigante, ha llegado con amenazas^ suplicios é incendios, á excitar á los ha- bitantes de estas montañas (las Alpujarras), á correr á las armas. ¿Cómo un general que realmente posee un mérito superior puede mostrarse tan inconsecuente como para publicar invectivas semejantes? El Sr. Ma- riscal debiera decir que los habitantes de las Alpuja- rras, irritados de los malos tratamieqtos que sufrían de sus columnas móviles, se apresuraron á unirse á los estandartes de Blake para, bajo su dirección, po- derse librar de sus opresores. > cA creer, añade Sarrazin, los brillantes despachos de Sebastiani y Soult en enero y febrero, se debiera su- poner á Andalucía como tan tranquila cual la Cham- pagne y la Picardía; y ha debido ser muy penoso para el Duque de Dalmacia el verse obligado á abandonar tan bello ensueño y publicar dos meses después los más alarmantes detalles. > Y valiéndose del estracto de esa carta, en que Soult aconseja la ocupación del campo de San Roque elevando á más de treinta mil el número de los españoles dispersos y contrabandis- EPÍLOGO 253 tas^ calcula su comentarista que loa franceses, obliga- dos á guardar tan grande extensión de terreno en An- dalucía y Extremadura, hubieran tenido que evacuar por segunda vez aquellos reinos si el ejército inglés, en lugar de ir á encerrarse en las montañas de Portu- gal, hubiese maniobrado en el norte de Andalucía So- bre la derecha del Guadalquivir entre Córdoba y Be- lalcázar. Por su lado, el Príncipe de Essling, título que tan- to se criticó hasta que Napoleón lo extendió faltándo- le coronas que repartir, no estuvo más acertado que Soult en el desempeño de la misión que le había sido cometida. Distraído con el sitio que inmortalizó el nombre de D. -Andrés Herrati y con el más Mcil y corto de Almeida, Massena se negó á atacar á Lord Wellingtou que, resuelto á no abandonar su pensa- miento de una defensiva absoluta, vio impasible la ruina de aquellas plazas y la desgracia de sus defenso- res. Con eso debió comprender Massena que su adver- sario no le ofrecería combate alguno sino en posiciones bien elegidas, donde pudiera resistir sus ataques con for- tuna y aprovechar el tiempo que su defensa le propor- cionara para completar la de algún último reducto en que mantenerse ó embarcarse, si á tanto se viese obli- gado, lo cual no esperaba según los preparativos que se estaban haciendo á su retaguardia desde hacía mu- cho tiempo. Ignorábalos Massena, y acaso por eso no se daba priesa para estorbarlos ó, por lo menos, inte- rrumpirlos con su presencia, ¡Prudencia exagerada, en nuestro concepto de españoles, por una parte, y, más que prudencia, pereza y desconfianza en sus fuer- zas, de la otral Sin esas muestras de debilidad , tan ex- 254 GUBRRA DB LA INDBPBNDBNdA traña en el defensor de Genova, y sin el error en la dirección tomada por la derecha del Mondego^ la marcha sobre Ck>imbra hubiera sido una verdadera per- secución que no darla tiempo á Wellington para de-* tenerse en Busaco ni para después organizar la defen- sa de Lisboa. Porque, además, la amenaza tan sólo del movimiento envolvente iniciado la noche del 27 al 28 habría obligado al general inglés á repasar el Monde- go tres días antes, que era perder mucho tiempo para sus preparativos de retaguardia. Pero ¿qué se hubiera dicho de un general francés de los de Italia que no fuera al toro por los cuernos? Así dio á su adversario ocasión y lugar para vanagloriarse de un paro que, además de hacerle ganar tiempo, le proporcionaba co- nocer el valor de sus auxiliares los portugueses y po- der contar con él en las operaciones sucesivas. Así de- cía en su despacho á Lord Liverpool: c Aunque á cau- sa de la desgraciada circunstancia del retardo en lle- gar á Sardao el coronel Trant, temo no alcanzar el objeto que me había propuesto al pasar el Mondego y ocupar la sierra de Busaco, no me arrepiento de ha- berlo hecho. Ese movimiento me ha procurado una ocasión favorable para mostrar al enemigo la clase de tropas de que se compone este ejército. Ha puesto los reclutas portugueses por primera vez en contacto con el enemigo en una situación ventajosa en que han re- velado que no se ha perdido el tiempo empleado con ellos y que eran dignos de combatir en las mismas fi- las de las tropas inglesas por la interesante causa para cuyo éxito son la más halagüeña esperanza. > Tan cerca marchaban franceses é ingleses, que, así como junto al Coa se habían combatido la van- íEPthOQO 256 guardia de los primeros con los de Crawfourd al em- prender éstos la retirada, así al cruzar el Mondego en Coimbra, se tocaron la cabeza de los unos y la cola de los otros; probando con eso que una mayor celeridad, una diligencia más activa y enérgica de las divisiones de Massena hubiera contenido á las británicas y pues- to en peligro de llegar derrotadas ó poco menos á las ineas de Torres Vedtas. «No se hizo, dice un histo- riador, movimiento alguno por parte de los franceses que pudiera causar la menor inquietud á sus adversa- rios. > La caballería, esa arma que tan felizmente em- pleaba César para detener al enemigo dando así tiem- po á las legiones de llegar á combatirlo decisivamen- te, si alcanzó á la inglesa en aquella marcha junto á Leyria, fué para ser rechazada por no haber cargado con el número y la violencia que tales circunstancias requerían. La jomada, pues, fracasó para el objeto de una campaña que se consideraba por el Emperador como definitiva, en época precisamente en que los resultados de la batalla de Wagram y el término esperado de la ocupación de Andalucía y la expulsión de los ingleses de la Península, habría asegurado á Napoleón el do- minio de España, complemento perfectamente acaba- do del de la Europa continental toda. VI Además de esos dos fracasos de Andalucía y de Portugal, hubo de sufrir el ejército francés el de Va- lencia, en que un general, el más prudente y hábil , el 256 QÜBRRA DB LA INDEPENDENCIA futuro duque de la Albufera, se vio obligado por las órdenes de Napoleón á acometer una empresa de la que, si logró retroceder sin la pérdida total de sus tro- pas, ya que lo hizo rudamente escarmentado, fué á fuerza de esa prudencia y de esa habilidad que no se desmintieron nunca en él. Pero mayores proporciones aún que las de tales reveses, revistió la reorganización de nuestro gobierno en Cádiz, creando la Regencia que, como de pocos, habría de atesorar más fuerza que la Junta Central, por más que se inutilizaran, al disolverla, hombres eminentes que habían prestado muy grandes servicios en los momentos angustiosos de la invasión de aquellas importantísimas provincias. Tal impopularidad llegó á crearse la Junta Central, que á la defensa que de ella hacía D. Lorenzo Calvo de Rozas con decir que siendo las desgracias efecto de circunstancias particulares que tienen más rehición cofi algunos individuos, que con el todo de la Junta Central^ no debía hablarse con tanto desprecio de ella, le contes- taba J. Amso (Joaquín Osma) que, como es sabido, proporcionó después á aquel la tan famosa zurra can- tada en la Apología de los palos, con la siguiente reta* hila de cargos á la Junta: «El desprecio, decía Osma, es por efecto del egoísmo individual y general con que han gobernado; por su ninguna dedicación á remediar los males; por haber confirmado los desatinados em- pleos y gracias de las juntas provinciales, para que no hay erario que baste á satisfacerlos; por haber comisio- nado representantes para desorganizar el exórcito de Tudela, pues no podían prometerse otra cosa de ellos; por la elección de ministros que, aunque dignos algu- nos del aprecio nacional, por sus conocimientos y BPÍLoao 257 acertado desempeño anterior, el estado de su salud no les permitía dar el impulso que necesitaban los nego- cios del día, y otros tenían manifestadas suficientemen- te pruebas de ineptitud, y de que no querían tomar parte activa en nuestra sagrada causa, como se ha confirmado después; por no haber reformado absoluta- mente las secretarías del despacho, sin lo cual era im- posible cortar de raíz el criminal y envejecido sistema que aun sigue y puede conducirnos al precipicio; por no haberse ocupado seriamente sobre la América es* pañola para haber evitado las inquietudes que desgra- ciadamente experimentamos; por la capciosa adminis- tración de caudales y mala distribución, pues hasta ahora ignora la nación la totalidad de ingresos, y soló sabe qqe cuando se expendía á manos llenas sobre los exércitos de Extremadura y Mancha, se privaba á la parte más sana de nuestros guerreros de lo preciso para el sustento, como si fuesen hijos espúreos de la patria, los que por ella derramaban su sangre en As- turias, GaUcia, Aragón y Cataluña: ¿tiene relación esto con la Junta ó con alguno de sus individuos? el públi- co se lo dirá á Calvo. » cLa escandalosa promoción por la derrota de Me- dellín, como consecuencia precisa de nuestra ignoran- cia en el orden de batalla y movimientos: ¿quién la determinó y realizó? la Junta, que si no respetaba, te- mía, y por esta razón multiplicó en ella las gracias dispensadas por las juntas provinciales, y radicó lá ig- norancia persuadiendo con el premio la suficiencia de los que obraron tan fuera del sistema militar, que sólo él bastaba, no digo para perder una batalla ni una provincia, sino para hacer desaparecer el reyno. » TOMO XIV 17 graciades pudieran sobrevenir y en cuantas medidas se tomasen que no obtuvieran el placel de la opinión pública. Porque no hay sino revisar el Diario de las Sesiones de Cortes y se encontrarán discursos y discur- sos atacando á la begencia^ acusándola como de Majes- tad humilde y siempre rebajada servidora, responsa- ble de todo y sin las iniciativas inherentes á su nom > bre y jerarquía. El mismo conde de Toreno que más tarde tenía que lamentarse de tantas y tan graves res- ponsabilidades como hubieran de exigirle asambleas de igual índole á la de Cádiz, exclamaba el 7 de fe- brero de 1813 dando cuenta de una Memoria del Mi- nistro de la Guerra, presentada á las Cortes por la Re- gencia: «El secretario del Despacho divide las provi- dencias dadas por el Gobierno, en anteriores á la bata- lla de Salamanca, y posteriores á ella. Galicia, dice, fué la provincia que más principalmente llamó la aten- ción del Gobierno; pues admírese el Congreso de las medidas que tomó la Regencia en una provincia, se- gún se expresa, tan atendida. A dos solamente se redu- cen; I pero qué dosl á trasladar seis mil quinientos ga- llegos á Andalucía, y remitir de aquí otros tantos á aquella provincia; y la segunda á aumentar hasta se- senta mil hombres el resto del ejército. Para verificar la primera disposición, dio la Regencia una or.den en febrero, que repitió hasta julio, no habiendo manifes- tado incomodidad alguna, ni por la falta de contesta- ción, dí por la de cumplimiento. Para conseguii* el au- fiptLOGO 263 mentó de fuerza que se proponía en la segunda, sólo dos órdenes aisladas, una al General y otra á una jun- ta, que no se sabe si ea la de Galicia ú otra. El prime- ro no contesta; la segunda se disculpa y la Regencia calla. Dejo de hacer otras reflexiones por haberlas ya hecho en esta parte la comisión en su inforpae. Respec- to de las provincias que comprenden los ejércitos se- gundo, tercero y quinto, se limitan las providencias tomadas á ordenar la traslación de cierto número de reclutas: el general de Extremadura no contestó á la orden, y el de los ejércitos segundo y tercero expuso la dificultad de llevarla á efecto pyr carecer de transpor- tes; pues se le comunicó un juicio escueto, sin tomar en cuenta cosa alguna de las que se necesitaban para que no fuese nula esta medida; y sólo á la feliz casua- lidad de haber aportado á Cartagena dos buques de guerra, se. debió el cumplimiento en parte de esta dis- posición. Se dio un reglamento á la infantería, el cual me abstendré de examinar por no ser ahora el caso; pero sí conviene tener presente que se reduce á dividir en tres cuerpos separados, llamados batallones, la fuer- za que, poco más ó menos, componía antes un regi- miento, sefialando á cada uno tres jefes, y formando una sección de cada tres batallones á las órdenes de un mariscal de campo, brigadier ó coronel. Este regla- mento es la única disposición que puede llamarse ge- neral, adoptada por la Regencia para el orden de los ejércitos; pero no consta si ha sido cumplida; y es es- trafio que no le hayan merecido igual atención las otras armas, sin cuyo apoyo es impracticable cualquie- ra operación. La falta de medios es la queja más fre- cuente del secretario del Despacho de la Guerra para 264 6UBBBA BB LA IMDBPBNBBKCU cubrir el desorden que se nota; pero ¿cómo nos podrá persuadir de su verdad, cuando el gobierno procura por todos los medios aumentar el número de hombres de los ejércitos, los que, según la memoria de este se- cretario, han recibido un incremento considerable desde el mes de febrero acá? ¿Pues cómo acrecentaría la Re- gencia este número si no fuera porque antes había consultado loe medios con que contaba? ¿Y cómo en- tonces se lamenta de su escasez el secretario del Despa- cho? Una de dos; ó este sefior se equivoca, ó la Regen- cia procedió ligeramente, cuidándose sólo de amonto- nar hombres que nomyíalmente, y no más, reforzasen nuestros ejércitos. La comisión en su informe ha des- sentrafíado bien esta cuestión. No es menos sensible que venga á dolerse con nosotros del desconcierto y trastorno que desgraciadamente hay en la hacienda del ejército!. Y esas son de las menores responsabilidades que se exigían á la Regencia y de las que menos debían im- portarle; ya que sus promovedores, por lo visto en aquella ocasión, demostraban entender muy poco de la materia, especialmente de la militar, objeto de sus reclamaciones y apostrofes. Donde, sin embargo, la Regencia hubo de arrostrar los ataques más duros fué en la parte referente á su administración política, en sus relaciones, sobre todo, con las Cortes, y en la de- fensa de su posición personal, si bien precaria, como se vé, envidiada por lo para muchos brillante y hasta deslumbradora ante la nación que se decía gobernar y ante las demás de Europa, aunque hubiese alguna que se serviría de tal y tan débil institución para hacer va- ler los que ella proclamaba como sacrificios hechos por EPÍLOGO 265 nuestra causa que^ después de todO; era principalmen- te la suya de muchos años antea A las OorteS; como soberanas^ y no á las Regencias, tan amovibles, ya se ha visto, es á quienes hay que car • gar^ . así la gloría como las responsabilidades que las correspondan desde la organización que se dieron has- ta el cruel golpe con que las aplastó un poder arbitra- rio negándose á reconocer sus servicios. El mayor de éstos fué el de haber impreso un carácter de universa- lidad á la sublevación española que, llevando ya dos años de mantenida con las armas sin ser sofocada por el formidable poderío de Napoleón, prometía, es la verdad) quebrantarlo y aun destruirlo si era secundada por las demás naciones que con ella simpatizaran. £1 afán cobarde en algunas de reparar los reveses sufridos sometiéndose hasta restablecer sus fuerzas, al contrario que los españoles, más atentos á vengarlos que á pre- caver otros nuevos, no contuvo tampoco á las Cortes en su obra de defensa material armada y de una nueva y reparadora constitución política conforme á las ideas que, nacidas hacía veinte años, comenzaban á^ermí- nar en España. Ya hemos visto cómo llevaron á ejecución esa obra magna, verdaderamente más difícil y arriesgada de lo qae habían presumido sus autores, por la organización sobre todo, que dieron á su planteamiento y sus pro- cederes. Enemigas de la Francia, adoptaron sus prin- cipios constituyéndose en una sola asamblea, contra- riamente á Inglaterra, su aliada, que mantenía su cdta Cámara, moderadora de los excesos y de los errores á que pudiera entregarse la de los Comunes, más ardien- te, más fogosa por su constitución y naturaleza. Con 266 GUERBA DB LA IKDBPBNDENOrA eso y con admitir en su seno á las diputaciones ame- ricanas y además á los suplentes que habrían de care- cer de la autoridad y las responsabilidades de los ele- gidos por los pueblos que iban á representar^ dieron desde un principio á sus discusiones y á sus decretos, más el carácter de una Convencían á la francesa que el sesudo y grave de las Cortes españolas, que declan to- mar por objeto y norma para obtener las libertades patrias de nuestros antiguos reinos. De ahí el atribuirse los títulos de la Soberanía y los poderes ilimitados á costa de la Regencia y de los más altos Tribunales y Consejos de la nación; acapa- rando, puede decirse, las tradiciones del absolutismo en vez de los nuevos principios de la libertad política, del Demos, según pretendían adoptar y proclamaban. No hay, pues, que extrañarse de que se hayan compa- rado las revoluciones francesa y española en ese punto; diferenciándolas, sin embargo, en sus procedimientos desfuerza, exentos en la nuestra del derramamiento de sangre que produjo aquélla y en que en Cádiz se aspi- raba intencionadamente en un principio á la resurrec- ción de los antiguos fueros, y en París al nacimiento de la emancipación del absolutismo monárquico y feu- dal, de tantos siglos antes establecido al otro lado del Pirineo. Y si á eso se añaden los efectos de la discordia^ que á los pocos días de su establecimiento presentó su hedionda cabeza en los bancos de las Cortes, se podrá comprender cómo desde un principio los partidos que las distintas ideas políticas de los diputados hicieron se formasen, exageraran su conducta en pro ó en con- tra de las que se iban . ofreciendo á su discusión. Con \ EPtLoao 267 declararse inviolables, creyéronse los diputados librea en todo; y no pocas veces el Congreso pareció un cam- po de Agramante, afeándose los contendientes con epí- tetos que no tardarían en representar bondei-as que, por desgracia, ondearían largo tiempo en nuestras montañas cubriéndolas de sangre y fuego. Así hemos visto que á veces parecían olvidarse los trances, no po- cas desastrosos, de la guerra, por entregarse los ánimos á la lucha política, en que además tomaban parte inte- reses personajes, tanto ó más que los de las provincias, así peninsulares como de las de Ultramar, solivianta- das éstas por su espíritu separatista, no poco atizado deade la asamblea en que parece no debería reinar sino el de la unión más íntima entre todas. Y, sin embargó, lo que verdaderamente urgía para evitar los males que tales circunstancias hacían temer era el mantener y aun aumentar la fuerza que luchaba por la independencia nacional y por la conservación de nuestro poderío colonial en los campos de batalla. Para las Cortes importaban más el trasiego, permíta- senos la palabra, de los Regentea ó su reemplazo en este ú otro ni^mero, la ley de imprenta, la vida ó muerte de la Inquisición, le de las Ordenes monásticas y la incorporación de sus bienes al Estado, que la or- ganización de las tropas, su armamento y la elección de los jefes que las condujesen á la victoria. Confiaban en que todo eso vendría de Inglaterra, nuestra deain- íeresada amiga; y puede decirse que se loa entregaron hasta, sin temor á ofender nuestro orgullo militar, im- ponerles la dirección de un general extranjero meri- tfsimo, ¿para qué negarlo? pero extranjero, al 6n, en un país qu« estaban defendiéndolo y con fortuna fuer- 268 GUERRA DE LA INDEPENDENCIA zas propias, así regulares como de origen popular acre- ditado siempre desde las edades más remotas. A pesar, con todo, de esa influencia que, aun cuando hipócritamente, se hacía sentir desde la emba- jada británica, y á pesar de la ostensiblemente pode- rosa del partido conservador de las ideas y formas políticas antiguas, las Cortes seguían su obra, si de- moledora para esa fracción, restauradora para la ma- yoría de los fueros de libertad que nuestras provincias habían tenido al ocupar el trono español las dinastías austríaca y francesa. Si esa mayoría influida por el fuego político que en los ánimos encendían las ideas, triunfantes poco hacía, de la Revolución, y la lucha cada vez más obstinada por la independencia nacional, se hubiese contenido en los límites impuestos por el carácter y las costumbres del pueblo que representaba, sus trabajos no hubieran recrudecido el espíritu inve- terado de la discordia española hasta creax la no poco anárquica obra constitutiva que con tales incentivos fabricó, por fin, en marzo de 1812. Vil No contribuyó poco á retardarla y aun á su fragi- lidad un elemento, si no extraño, ni mucho menos, á }os intereses generales de la nación, perturbador, como al fin resultó, por las diferencias constitutivas que sa origen, su vida y sus destinos habían impuesto á los llamados á dirigirlo y gobernarlo. Ese fué, ya lo hemos indicado, el elemento ameri- spíLOGo 269 cano, que trabajando por alcanzar^ y queremos creer que sinceramente^ más que la^igualdad de sus dere- chos con los de la metrópoli^ su independencia, que ya habla intentado en algunas de sus regiones, andu^ vo siempre en las Cortes de una parte á otra promo- viendo desaveneiicias que produjeran la satisfacción de sus ilegítimas aspiraciones. Ya vimos en el capítu- lo IV del tomo X, cuanto la representación america- na había hecho para obtener en las Cortes una prepon- derancia inconcebible; siempre^ aunque por otros ca- minos, ayudada por la Inglaterra y sus agentes, ya citados, de tanta autoridad revestidos junto á nuestro gobierno en Cádiz. Lo de menos eran los manejos puestos en juego por Napoleón y su hermano: lo ur- gente en la situación á que habían llegado las cosas en nuestras provincias ultramarinas, vueltas, unas, á la obediencia de la metrópoli, pero las mismas y otras nuevas dispuestas á sublevarse; lo urgente, repetimos, era rehusar la intervención que bajo capa de amistad ofrecían los ingleses buscando, más que nada, el am- paro de sus intereses comerciales. Pero, no aceptada la intervención ofrecida por In- glaterra considerándola hipócrita y ruinosa, no tardó esa nación, lo mismo que su gobierno, en proteger, puede decirse que descaradamente, la insurrección americana € ya atropellando, como dice D. Mariano To- rrente en su Historia de la Revolución Hispano- Ameri- cana, el bloqueo en que el gobierno español había de- clarado los puertos de las provincias insurreccionadas, protegiendo públicamente su comercio con ellas, y con simulado artificio el de las armas ó útiles de guerra, que la Espafía no podía impedir por la casi nulidad > 270 GÜKBBA DB LA INDEPENDENCIA marítima á que había sido reducida. > Ayudados los ÍDgléses que^ sin cuidado ya en sus intereses y vidas, se iban .estableciendo en la América española^ por los Estados Unidos que^ declarados sin disimulo en favor de los insurrectosy les llevaban gente, armas y bu- ques, á pesar de las representaciones dirigidas á su gobierno por D. Luis Onis, representante allí del nues- tro, la sublevación fué tomando nueva fuerza que ya difícilmente podrían contrarrestar las autoridades es- pañolas. Seguros aquellos pueblos ^e que Espafia no podría enviar á América recursos ipilitares para suje- tarlos., ocupada, como estaba, en proporcionárselos pa- ra su defensa en la Península, si cedían, á veces, al valor de las tropas realistas y á la lealtad de parte de sus habitantes, no seducidos por la fraseología y los halagos de la traición, pronto volvían á sus conciliá- bulos y conspiraciones para tomar de nuevo las armas contra la madre patria. Así en Buenos Aires, aunque siempre invocando el nombre del soberano español para alucinar á los incautos, trabajaban ahincadamente por apoderarse de Montevideo en la banda opuesta del Plata, donde el general Vigodet, que había relevado á Elío, tuvo que sofocar una nueva sublevación militar que, como todas, estaba apoyada por Inglaterra, que veía en ellas el cumplimiento de sus ambiciones comerciales, por lo que sus naturales allí establecidos se iban su- cesivamente declarando ardientemente en su favor. «Tales eran, pues, dice Torrente, al principio las ideas de Inglaterra (las de conservar la integridad de la monarquía española), anunciadas de mil modos, i señaladamente en las instrucciones de Lord Liverpool TT^V-'W^ • EPÍLOGO 271 al gobierno de Ciira9ao; pero cambiando muy pronto de conducta, atropellandoel bloqueo en que el gobierno español había declarado los puertos de las provincias insurreccionadas, protegiendo públicamente su co- mercio con ellas; i con simulado artificio el de las ar- ncias 7 útiles de guerra, que la España no podía impe- dir por la casi nulidad marítima á que había sido re - ducida, iba fomentando furiosamente la revolución con especialidad en Buenos Aires, en donde se habían establecido ya i arraigado muchos ingleses, no siendo pocos los aventureros que amenazaban tomar una par- te activa en ella, alistándose bajo las banderas rebel- des, i aun más en la marina.» £n el Perú, la derrota de Tristan en Tucumán, que desbarató cuantas ventajas había conseguido Goyene- che desde Guaqui y Sipesipe, envalentonó á los argen- tinos y dio nuevos bríos á los insurrectos del alto Pe- rú que ya se consideraban sin esperanzas siquiera de recobrar sus primeras posiciones. Bl bonaerense Bel- grano, feliz en aquella jornada y más todavía en Salta, continuó su marcha sobré las tropas leales, obligándo- las á retirarse con sus jefes y con Goyeneche que, im- presionado tristemente por tales reveses que minaron también 9U salud, hubo de dejar el mando al briga- dier Ramírez, que supo contener en sus fuerzas el des- ánimo que de ellas se había apoderado y la deserción, su más inmediata consecuencia. Era preciso nombrar un jefe que reemplazase dignamente á Goyeneche; y no aceptando el mando el general Henestrosa, se con- firió al brigadier D. Joaquín de la Pezuela, subinspec- tor que era entonces de artillería en aquel virreinato. Este jefe, ayudado eficazmente de Ramírez, logró resta- 272 GUERBA BE LA INDEPENDENCIA blecer el honor de las armas e^afiolas con sus dos bri- llantes victorias Vilcapugio y Ayohuma (Wiluma), con lo que Belgrano tuvo que volver á sus primeras posi- ciones de la frontera de Buenos Aires. Como en el Plata y el Perú, la insurrección ame- ricana se recrudeció en las demás provincias españo- las del Nuevo Mundo. En Chile, donde no fué comba- tida, su junta ó gobierno se dividió, [españoles habían de ser sus representantes! trasladándose Rosas, su pri- mer agitador, á Concepción para formar otra y ésa, por supuesto, independiente. La división cundió entre las tropas que, dispersándose también en bandos, se hostilizaron, pero con provecho de uno de ellos, diri- gido por D. José Miguel Carrera que formó nueva junta é, imponiéndose á los leales, arrojó de Chille á los más caracterizados. Amistados Carrera y Rosas pronto volvieron á enemistarse hasta que, vencedor el primero, formó un triunvirato, especie de directo- rio que decretó una constitución, substituyó el pabe- llón español por otro tricolor con los emblemas de Chile, y tomó medidas tan arbitrarias que provocó conspiraciones que, aun descubiertas y castigadas, acabaron después con él, llevando al sepulcro, según dice un cronista, el odio y execración de los mismos pueblos á quienes había llegado á precipitar. No acabaríamos si fuésemos á puntualizar tantos y tan variados sucesos como tuvieron lugar en aque- lla sublevación que, en el tiempo á que nos vamos refiriendo, se había hecho casi general en la América española. Méjico había vuelto á cobrc^r fuerzas para emprender de nuevo su obra de emancipación de la que, madre afectuosa, por más que quieran negarlo EPÍLOGO 273 I sus enemigeS; les había dado su sangre, cultura y bien- estar. Otro tanto hicieron Chile, el Perú y Venezuela, la primera, ésta, en rechazar la protección de la me- trópoli; batallando ya contra fuerzas que^ calculada la distancia de donde era necesario llevarlas, y la situa- ción precaria en que España se veía por la guerra con Francia, en un principio, y las civiles que la sucedie- ron, bien se observaba no bastarían nunca para de- volver tan grandes colonias á su augusta obediencia. Afíos y años pasarían en tan desigual contienda, favo- recida, de otra parte, por potencias celosas de tanta prosperidad y que, bajo la capa, algunas, de alianza y amistad, no hicieron sino socavar los cimientos de una fábrica que el genio español y heroísmo de nues- tros soldados habían levantado á despecho de sus ad- versarios. Tan infiltramos en los americanos las cua- lidades características de nuestra raza y antigua na- cionalidad, que las discordias que han causado nuestra ruina se apoderaron de ellos y, durante la lucha de su independencia, pero sobre todo después de haberla conseguido, sufrieron y sufren sus estragos y los su- frirán hasta que las someta, si no las devora, ese monstruo de tan diversos y heterogéneos elementos compuesto, unidos tan sólo para acaparar los intere- ses todos de aquellas espléndidas regiones, por nues- tros padres descubiertas y civilizadas. Con todo, y á pesar de tantas contrariedades, la Constitución es la obra magna de las Cortes de Cádiz, si muerta dos años después, en el de 1814, resucitada en 1820 para, envuelta luego de nuevo en el sudario del despotismo, salir á luz en 1836 á favor de una in- surrección militar. ¡Como si fuera su destino el de, na- TOMO XIV 18 274 GUBJEIBA DB LA INDEPENDENCIA cida entre el estruendo de las armas^ hallar siempre en ellas la surtida del antro en que se la encerrara! Ni la amenaza de perder su asiento cada día y aun verlo reducido á cenizas por los nuevos tormentos que sobre él hacían llover su fuego dirigido por enemigos tan es- forzados y expertos, ni las contrariedades, no pocas, producidas por nuestras discordias, por los desastres de nuestras armas y las ambiciones del más poderoso de nuestros ahados, lograron turbar la decisión de los legisladores españoles que, á fuerza de patriotismo, más ó menos bien dirigido, vieron acabada su obra, si efímera según hemos dicho en sus efectos, inmortal en cuanto á que abrió una era nueva al estado social y político de España, que, modificado en razón de los tiempos y de las circunstancias, persiste y es de espe- rar dure, combatido y todo por los mismos elementos que trataron de hacerlo abortar en aquella solemnísi - ma ocasión. La parte que menos ocupó la atención de nuestros legisladores de Cádiz fué la correspondiente á la Mili- cia. Con decirse en la Constitución que habría una fuerza militar permanente, de tierra y mar, para la defensa exterior del estado y la conservación del orden interior; con disponer que las Cortes fijaran anual- mente el número de tropas necesarias, así como el de los buques que habrían de armarse ó conservarse ar- mados; con que las Cortes también establecieran lo re- lativo á la disciplina, orden de ascensos, sueldos^ etc., así como las escuelas para la enseñanza de las diferen- tes armas del ejército y armada; y determinando, por fin, que ningún español podría excusar el servicio mi- litar, se llenan los seis artículos que contiene el ca- EPÍLOGO 275 pítulo I del título VIII de aquel Código constitu- cional. A ¿1 hay, sin embargo, aíiadido otro capítub, el II, en que se instituye otra fuerza pública, ia de las Mui- das nacionales, establecida en tíada provincia, de ser - vicio no continuo sino en las circunstancias que lo re- quiriesen, pero que no podría emplear el Rey fuera de la provincia respectiva sin otorgamiento de las Cortes. Y hé aquí la razón de lo proscripto en el párrafo último de los solos cuatro de que se compone ese ca- pítulo II. Se dice en el Discurso Preliminar: «(Somo la Milicia Nacional ha de ser el baluarte de nuestra li- bertad, sería contrario á los principios que ha seguido la Comisión en la formación de este proyecto, el dexar de prevenir que se convirtiese en perjuicio de ella una institución creada para su defensa y conservación. El Rey, como gefe del exército permanente, no debe dis- poner á su arbitrio de fuerzas destinadas á contra- rrestar, si por desgracia ocurriere, los fatales efectos de un mal consejo. Por lo mismo no debe estar auto- rizado para reunir cuerpos de milicia nacional sin otorgamiento expreso de las Cortes. En punto tan grave y transcendental toda precaución parece poca, y el menor descuido sería fatal á la Nación. » Ekto, según expresión general en el periodismo, no necesita comentarios. Para poner de acuerdo tales preceptos constitucio- nalefi y, como tales, inapelables, con las exigencias del servicio militar, regido por principios tan distintos, era necesario establecer nuevas reglas de conducta para las tropas, y se organizó una junta de notabilidades de una y otra carrera, militar y civil, que, cual es de \ 276 QUERRÁ DB LA IHDBPBNDBNCIA suponer, hallaban dificultades y obstáculos á cada paso que daban en sus estudios y resoluciones en iba- teria tan compleja y peligrosa. No faltaban, con todo, proyectistas que trataban de mostrarla fácil, aun sen- cilla, y salieron á luz libros y folletos que, al poner las ideas en ellos expuestas al alcance de todos, pudieran, en concepto de sus autores, llevar al convencimiento, al menos de sus partidarios, de lo ventajoso y práctico de sus proyectos. Hay que recordar en ese punto los escritos principalmente del sargento mayor de Zapa- dores Minadores D. Vicente Sancho, hombre público después tan conocido, que dirigió al Congreso su «En- sayo de una Constitución militar deducida de la Cons- titución política de la Monarquía Española, > y el de D. Alvaro Flórez Estrada, que en el mismo año de 1813 ofreció al público el titulado «Constitución Po- lítica de la Nación Española por lo tocante á la Parte Militar». No fueron sólo esos los que se publicaron por entonces; pero en todos, como en aquéllos, res- plandece la tendencia á dictar y aun exagerar el pen- samiento de las Cortes, el de imponer al ejército reglas completamente distintas de las que informan nuestras antiguas y acreditadas Ordenanzas, Ni tampoco era oportuna la ocasión para tales mudanzas en el modo de ser material y moral de nuestras tropas; que si se ha dicho por hombres como Napoleón no deberse cambiar organizaciones y tácticas al frente del enemigo, meno De esa manera podía, con efecto, calificarse á Suchet, sobre todo desde que Massena se vio precisado á levantar su campo al frente de Torres Yedras. Para entonces podía contarse con que andaban los ejércitos españoles reorganizándose con elementos tan sólidos relativamente y valiosos que, con el anglo-por- tugués, desíembarazado ya del grave conflicto que en tanto peligro había puesto su mantenimiento en la Península, pudieron tomar una actitud ofensiva, ajena hasta entonces de sus elementos de fuerza. De la embrionaria organización de nuestros ejér- citos, creados en las provincias sublevadas en 1808 y que naturalmente tomaron el nombre de ellas, tan fuertes, sin embargo, por su entusiasmo patriótico que supieron vencer en Bailen y Valencia y resistir, siquier sin fortuna, en Rioseco, se había pasado después á la 282 GUERRA DB LA INDBPBNDBNOIA que recibió su constitucióu y títulos por las posiciones respectivas que tomaron en la línea general, sefialada con las irregularidades que sbn de suponer por el car- so del Ebro y sus principales afluentes. Las desgracias de 1809/ en que los nuevos ejércitos, con la sola ex- cepción de los que combatieron en Alcañiz, Talayera y Tamames, fueron tan ejecutivamente vencidos, no acreditaron aquella organización, por más que, fuera la que fuese y por esfuerzos que se hubieran hecho por darla instrucción y consistencia, nunca hubiera logra- do acreditarse ante el hórrido huracán de hierro que, en forma del grande ejército traido de Alemania y gobernado por Napoleón, descargó sobre nuestra des- graciada patria. El ejército de la Izquierda fué batido en Zomoza, Valmaseda y Espinosa de los Monteros; el del Centro, fraccionado con destacamentos desprendi- dos para Cataluña y Somosierra, se vio obligado en Tudela á retirarse á Cuenca para cerca de allí, en üclés, verse luego deiTotado y casi deshecho; el de ExtrenMdura que se dirigía también al Ebro para re- unirse, según las circunstancias, á uno ú otro de los an- teriores, retrocede de Burgos maltrecho y después de Somosierra, sin poder siquiera entrar en Madrid en auxilio de los héroes temerarios del Dos de Mato. Tan- tos comentarios ha provocado esa segunda acción, que en estos tiempos que corremos se ha visto visitado aquel puerto por varios oficiales franceses con el ob- jeto, sin duda, de dar su fallo sobre la acción de los Polacos, tan brillantemente calificada de única por el general Ponzerewsky, jefe de Estado Mayor de la guarnición de Varsovia, en un folleto recientemente publicado. Nosotros dijimos en su lugar la razón del Tudela poro, batido también, retirarse á Zaragoza y, en cambio de su vencimiento, ejecutar una de las más gloriosas bazaflas que r^iatra nuestra bistoria, igual á la otra de Gerona, ejecutada por una parte del ejér- cito de la Derecha, estimulando á las demás plazas que mantuvieron con la irreductible sublevación de aquel pais el honor del antiguo Principado de OataluQa. £^ organización de nuestras fuerzas armadas duró hasta fínes de 1810, fecha en que nos hemos detenido para observar la marcha y los resultados de las gran- des expediciones ordenadas por el Emperador de los franceses sobre Cádiz y Lisboa y que representa así co- mo el mayor esfuerzo becho por aquel rayo de la gue- rra para acabar su obra del nuevo Imperio, por él ima- ginado, de Occidente. Ese es el momento en que co- mienza el desencanto para él de tan gratas ilusiones. Querrá manifestarse como abrigándolas todavía en su corazón, todo orgullo y codicia, y, para justificarlas, emprenderá mayores y más temerarias empresas; pero bien pensarla que necesitaba con ellos superar el obs- táculo que le oponía, invencible en tanto tiempo, la constancia española, ayudada por su mortal enemigo la Inglaterra. A la organización provincial de principios de la ^erra, había sucedido, segün acabamos de decir, la que pudiéramos llamar topográfica en las líneas generales de las operaciones; y al asomar la aurora de una espe- ranza con el fracaso de Soult y de Massena y con el au- mento que habían logrado nuestras fuerzas regulares y 284 OUBRRA DB LA INDEPENDENCIA las guerrillas, que iban adquiriendo, además, la cons- titución de cuerpos no pocas veces unidos á aquéllas, se dio á todas el carácter y la forma de ejércitos que ya para siempre obtendrían el orden numeral común en los de toda Europa. Formáronse, pues, en diciem- bre de 1810 seis ejércitos: el de la derecha se hizo el Primero] las tropas de Aragón y Valencia formaron el Segundo] el del Centro tomó la denoininación de Tercero] el que operaba en Andalucía y Extremadura el de Cuarto] el de la Izquierda, algunas de cuyas fuer- zas se había llevado el Marqués de la Romana, el de Quintó, y las que subsistían en Galicia y Asturias cons- tituyeron el Sexto y al que hubo luego de agregarse el Séptimo que operaría en Santander, las Provincias Vas- congadas y Navarra. Como ha podido verse en el cuer- po de esta obra y con los detalles que requería el pe- ríodo ya decisivo en que habrían de entrar las opera- ciones, regidas ya en toda España por Lord Welling- ton, se redujo á seis, primero, y, á consecuencia, acaso, del pensamiento que pudiera abrigar la Comisión de las Cortes sobre la Constitución Militar, á cuatro y las Reservas que combatieron en combinación con los in- gleses del Generalísimo y los procedentes de Sicilia en las provincias del Norte y de Levante como, al fin, en las del Mediodía de Francia. Ni carecieron tampoco las tropas españolas de la instrucción necesaria para entrar en combate, tal, al menos, como se ha dicho y propalado hasta entre nues- tros mismos compatriotas y más naturalmente entre sus enemigos. Existía, para no ser así, una base no des- preciable, bien revelada en los elogios que habían me- recido respecto á su apostura, instrucción y disciplina a oou ou ai ajaruivu t»9piuiui logiaiiioubUB ijuts no habían desdeñado loa franceses, tomados 6 no, mu- cho ó poco, de loe prusianos en tiempo del Oran Fede- rico; y al empezar la guerra, en 1808, se dio uno para la lofanteria que no ofrecía dificultadea para sus ejer- cicios y maniobras, según eran los necesidades y con- veniencias de aquel tiempo. Después y con la práctica en los combates contra las tropas tan maniobreras del imperio francés, maestro entonces iudiacutible, se pu- blicaron en Elspaña trabajos más ó meuos extensos sobre el uso de todas las armas ante enemigo tan formidable; y basta hay uno, aunque manuscrito to> davla, del general Wittingham, que enseca con lec- ciones interesantísimas al arte de manejar la caballeíra en los campos de batalla. Y no es que demos á esas organizaciones una im- portancia decisiva en la marcha de tan larga y varia- dísima contienda, es que revelan, más que adelanta- mientos técnicos de escuela, los derivadla de la amal- gama que ae iba verificando de las tuerzas levantadas voluntariamente por los pueblos, que engrosaban sin medida y se constituían hasta hacerse dignas de ad- quirir puesto en los organismos generales del ejército nacional. Porlier, Mina y Longa por el norte y el occi- dente de la línea fronteriza á que se reducirían pron- to las operaciones; el Empecinado, Duran y Villacam- pa, en el centro, y Eróles, Miláns y Manso en Catalu- ña, influían ya de tal modo en las peripecias de cada campaOa según sns posiciones, que los ejércitos fran- ceses que operaban junto á ellos se velan imposibilita- dos de contribuir á la acción de los grandes, destina- 286 GÜBRRA DB LA INDEPENDENCIA dos á reeistir la ofensiva ya de la masa aliada que se adelantaba á arrojarlos de la Península toda. Esta era la misión interesantísima: siempre la proclamare- mos como tal, del ejército anglo-portugués y de sa enérgico y hábil general-en jefe. Pero no vaya por eso á proclamarse, como por al- gapos se ba hecho, la nulidad de nuestros generales. Que no podían compararse en habilidad con los fran* ceses, se hace indudable al estudiar las operaciones de unos y otros en aquella guerra. No habían los nuestros practicado la guerra en luchas tan grandiosas como los maríscales franceses ni bajo la dirección, las lec- ciones y ejemplos de Napoleón, el mayor capitán de todos los tiempos. Las tropas españolas no habían marchado de triunfo en tríunfo, formadas en las gran- des masas que exigía aquella guerra, desde que Ricar- dos y Caro, aunque con mucho menores, se habían batido en una luch& de condiciones muy diversas. Pe- ro, aun así, no fueron tan pocos los éxitos de algunos de nuestros generales que dejasen de merecer, dadas otras circunstancias, una gloria que no se ha sabido ó no se ha querido apreciar en su justo valor. Y decimos en otras circunstancias, porque eso de pelear con los que no^ habían hallado rivales dignos de suerte en los im- perios más poderosos y en los ejércitos cuya reciente hi^oria los acreditaba de maestros en el arte de ma- niobrar, y eso durante doce años ó más con un gene- ral tan hábil é insigne, era para esperar el mismo triste resultado que á ellos les había afligido. Y sin embargo, esos nuestros generales vencieron alguna vez á los aguerridos de Napoleón aun en campos de bata- lla; que en los sitios de las plazas, mejor que plazas EPÍLOGO 287 de guerra, algunas, ciudades abiertas, sin defensas regulares, con la sola del valor y el patriotismo de sus habitantes, hicieron ver una energía, una habilidad y una constancia por nadie superadas, ni igualadas si- quiera desde los tiempos de Sagunto, Numancia y Je- rusalen. No citaremos nombres, que las preferencias, más que las comparaciones, se hacen odiosas; pero si hemos de decir que se necesitan muchos mármoles y bronce para recordar la gloria que rodea los de Casta- ños, Alburquerque, Alvarez y Palafox. En clases más subalternas, en la de jefes, los hubo que bajo la mano de un Napoleón habrían sido tan excelentes generales divisionarios y aun de ejército como varios, no pocos, de los suyos, enemigos núes- nuestros. Cuando se estudian arranques de inteligen- cia y de audacia como los ejecutados por Mendizábal, O'Donnell (el de La-Bisbal), Menacho, Freiré, Ferraz, Sarsfíeld, Villacampa, Morillo, Ballesteros, Zayas y cien otros, cuya enumeración, sin exagerar un punto llenaría muchos renglones, ya cumpliendo las órdenes de sus generales en jefe, ya por propia iniciativa en ocasiones dificilísimas, extraña uno cómo no subieron antee á las más altas jerarquías de la Milicia. Rarísi- mo fué el que, como había sucedido en Francia, pasó de las más bajas clases de la tropa á las altas en los ejércitos de operaciones; los más, la casi totalidad, necesitaron largos y meritísimos servicios para luego aparecer en las primeras columnas de la guía militar oficial . Esto no quiere decir que, aun con esos generales y esos jefes, nuestros ejércitos valieran lo que su aliado el anglo-portugués. Bastaba éste en muy distintas con- 288 GÜEKKA DB LA IKDBPBUDBNOIA diciones y habría de informar un carácter de unidad, imposible de obtener en los nuestros^ reconcentrada, ademáS; en jefe tan acreditado por su energía y sentido autoritario. Ya hemos dicho el papel que atribuíamos á ese ejército, la manera feliz con que lo desempefió y la gra' titud que le debe la nación española. No se le ha es- caseado; porque si muestras se han dado de ella á aliado alguno en las mil vicisitudes que ha corrido nuestra patria en los tiempos todos de su historia^ á nmguno se le han prodigado con el fuego y la espon- taneidad que á Lord Wellington. Su entrada en los pueblos se significó con aplausos, agasajos y fiestas que bien revelaban la admiración que producían sus servicios^ por nadie negados, por todos agradecidos. Los generales, como sus tropas, respetábanle y nunca, con rarísima excepción, se desentendieron de sus dis- posiciones; y el Gobierno mismo, la Regencia y las Cortes, aprovecharon toda ocasión para aprobar su con- ducta y prodigarle todo género de recompensas hono- ríficas y substanciales, hasta encumbrarle al mando su- premo de nuestros ejércitos y entregarle la dirección sin límites de sus operaciones. Eso que no pocas ve- ces, la Regencia como las Cortes se sintieron cohibi- das en sus resoluciones por la influencia del capitán que parecía arbitro de las fuerzas militares de la na- ción, ya interviniendo con el peso que eso represen- taba, sin apelar á ostentarlo, ya por medio de su hermano, á quien se invistió con el carácter diplo- mático más alto de la Gran Bretaña, para que uno y otro, el Generalísimo y el Embajador, pudieran in- fluir en el sentido político, cual en el militar, á fa- epílogo 289 vor de las ideas que dominaran en aquella potencia, tan interesada en la contienda de España con el im- perio francés. Los triunfos conseguidos después del de Torres Ye- dras, en Fuentes de Ofioro, en Ciudad Rodrigo y Ba* dajoK; pero sobre todo, en Arapiles á pesar de la reti- rada posterior de Burgos á la linea del Coa, dieron á Lord Wellington tales alientos y á su influencia poli- tica tal fuerza^ que bien claramente se vio en su visita á Cádiz, por más que^ según su modo de ser y su cos- tumbre, se lamentara en seguida de los desdenes ima- ginarios que suponía haber recibido, como d^ las re- sistencias que decía haber encontrado en el Gobierno y aiun en el pueblo portugués para la ejecución de la campafia próxima de 1813. Lo que hay es que, pru- dente hasta la exageración, no se satisfacía para salir airoso de la empresa que meditaba, sino con un poder onmímodo, que, por fin, alcanzó de las Cortes espafio- las y con los subsiduos de Portugal, si no los arbitra- rios que había consultado al Regente, con los que le siguieron proporcionando el carácter gallardo de los á que tantas veces había llevado á la victoria y la debi- lidad de su gobierno, siempre sometido á las volun- tades británicas. La voz de ¡Dourof tenía que ser para los portugueses tan respetada como simpática; ya que al personaje que representaba debían la independencia en que, con rarísima interrupción, se habían mante- nido durante una guerra, cuyos efectos de sangre, de- solación y miseria sufría España en casi todas sus pro- vincias. Galicia disfrutaba de igual beneficio que Por- tugal; pero no debiéndolo á las armas inglesas sino al patriotismo de sus naturales y á la eficacia de los ser- TOMO XIV 1» 290 aUERRA DB LA INDEPENDENCIA vicios prestados por nuestros ejércitos en Asturias, León, Zamora y Salamanca. Los españoles opusieron dos sistemas de guerra á la invasión francesa: el regular de los grandes ejérci- tos, que resultó en parte ineficaz, y el instintivo, usual en nuestro pueblo desde los tiempos más remotos. Ei pueblo español se ha mostrado siempre belicoso; pero militar; en las guerras exteriores tan sólo. A las falan- ges cartaginesas había opuesto, mejor- que el Cúneo, tan preconizado por algunos, su orden disperso, bár- baro ó no, y sus esti'atagemasi á las legiones romanas una constancia infatigable, una tenacidad que sólo acabó 200 años después de puesta á prueba; y enton- ces y después una lealtad de que es rara la nación que haya dado ejemplos parecidos. Con esas mismas armas defendió, pues, su independencia de los golpes que ninguna otra continental había sabido resistir, ya que las Napoleónicas dispersaban , como los huracanes el polvo, á nuestros ejércitos, ni bien organizados ni regidos debidamente. Nuestros generales, ¿para qué negarlo? no atesoraban la experiencia de los franceses que venían ejercitándose de 20 años atrás en cieu combates gloriosísimos bajo la dirección del más gran- de capitán conocido de todas las edades; y pretender resistirlos, salvo en raras ocasiones, era tanto como buscar la derrota y con ella hacer más difícil y larga la obra de emancipación que había emprendido el pa- triotismo español. A ese patriotismo, á ese amor á la independencia nacional, tan incansable como ardiente, iba unido el más sublime sentimiento de la lealtad, hecha prover- bial en el mundo, como pasada por el crisol de los si- EPÍLOGO 291 glos^ desde los en que se reveló para con los pégalos que se hablan distinguido por su virtud militar^ hasta para con los soberanos aclamados por la nación; y buen ejemplo^ tan elocuente ó más que el ofrecido á Felipe V, era el de que á Fernando VII se estaba dan- do en todo el ámbito de España: El de Romeu en Va- lencia, dado en el patíbulo mismo, prefiriendo la muerte á la negación del que tantas veces había pro- clamado en los campos de batalla; el de Moreno en Granada, en caso igual y con parecidas circunstancias; el del alcalde de Montellano defendiendo la casa hasta morir con sus hijos antes que rendirse á todo un ejér- cito, puede decirse, de enemigos; las víctimas, parti- cularmente, del Dos DE Mato, sacrificándose por el honor de la nación y la libertad de su deseado sobera- no; todos esos ejemplos y mil otros que podríamos citar revelan hasta dónde se habían llevado en España el espíritu y el orgullo de móviles tan poderosos como el patriotismo y la lealtad para obtener la indepen- dencia nacional y los fueros de la libertad en los desti- nos del solar nativo. Y de ahí la explosión que produjo el nacimiento, la organización y los efectos admirables de las guerri- llas, que, sin ser decisivos para la independencia pa- tria, contribuyeron á su consecución con tal eficiencia que, sin ella, los ejércitos españoles y los de sus alia- dos se habrían visto aislados, sin recursos, marchando á ciegas por el intrincado laberinto de nuestras mon- tañas para caer perdidos y extenuados ante las ten'i- bles legiones del César francés. ¿Cómo, así, aun con- fesando sus defectos, no proclamar en voz muy alta las excelencias de un sistema de guerra que, siendo propio 292 GUBRRA DB LA INDBPBNDBNOIA y consuetudinario^ produjo resultados tan favorable? para la independencia de Espafia? IX Pero llegamos á la época en que un nuevo error de Napoleón, ¿1 más grave de los que cometió^ inicia sa decadencia. Cuando era visible el fracaso de Soult en Cádiz y en el socorro de la plaza de Badajoz al retirarse de la Albubera; cuando Massena^ de regreso de Por- tugal ^ dejaba ver en Fuentes de Ofioro que le sena imposible tomar de nuevo la ofensiva y entregaba el mandO; por sólo el éxito de Suchet en Valencia^ á que dio una importancia que en tales circunstancias do merecía^ le ocurre á Napoleón acometer la enorme em- presa de dominar el imperio moscovita; tan robusto como extenso^ y prefiado, por ende, de peligros. Se contempla lo que había soñado, Emperador de Occi- dente y á la cabeza de las naciones que ha vencido como los Césares de Roma, rodeado de aquellas legio- nes auxiliares que en su admiración y su abatimiento no hallan mejor lenitivo para la desgracia de su patria que el pelear y pelear en busca de una ocasión en que vengarla. No es él un Carlos XII para^ como aquél en Púltawa, ser vencido por los que él ha derrotado en Austerlitz, Eylau y Friedland tan ejecutivamente, y su previsión y el inmenso poder que ha adquirido des- de el tiempo de aquellas gloriosísimas jomadas le pro- porcionará el reunir reculaos con que arrostrar el paso de las estepas que se suponen la principal defensa de la Rusia. Ni el Niemen tampoco y el Beresina le de- > EPÍLOGO 293 tendrán; y una de aquellas abrumadoras batallas que le han proporcionado la sumisión de la Italia^ el Aus- tria y la Prusia, le harán dueño de Moscou y de seguro le permitirán llegar al Neva y apoderarse igualmente de San Petersburgo. ¿Detuvieron á Alejandro el Gra- nice y el Eufrates, ni los muros de Tiro y de Babilo- nia? ¿No cruzó César el estrecho de Calais para vencer á los bretones por dos veces? Alejandro llevaba consigo la Grecia, de cuyos ejércitos se hizo generalísimo, y César arrastraba en pos de sí las legiones auxiliares y Iiasta algunos de los galos que acababa de vencer^ co- mo él llevaría ejércitos y adalides sometidos á su di- rección. Sólo un orgullo desmedido^ un endiosamiento, eso sí, concebible en hombre que hacía 16 años no encon- traba á través de la Europa pueblo que no le abriera paso ni soberano que no se arrastrase á sus pies, podía llevarle á ta ejecución de un pensamiento tan exage- radamente optimista, ni' imaginado siquiera por el mismo Carlomagno, cuya memoria, como la de sus f hazañas y ambiciones, no se escaparía á los estudios y á la atención de quien se veía capaz de superarle en unas y otras. 1f cualquiera al observar los preparativos dispuestos en el Norte del Imperio, y al ver luego cru- zar el Niemen aquella multitud de franceses, alema- nes, austríacos, italianos, polacos y espafioles, habría dicho que Europa entera iba encadenada al carro triunfal del hombre llamado por la Providencia á va- riar la faz del mundo. ¡Vanidad de vanidades! Dios, para castigarla, había en sus inescrutables designios resuelto perder á aquel hombre y, según la tan cono- cida sentencia, lo había enloquecido. j^ 294 aUBRRA DE LA ÜIDEPSIKDENGIA Pero fuese ó no acertado tan colosal proyecto como el de dominar el viejo continente, centro de la civili- zación moderna, hasta los límites del hielo en él; fue- ran ó no legítimas y fundadas las esperanzas de verlo felizmente realizado. Napoleón dejaba sin resolver en el otro extremo occidental un problema que, por fácil que le pareciese, le privaría de términos absoluta- mente necesai'ios para, completo, prestarse á su solu- ción más satisfactoria. Elspaña, con efecto, podría no preocuparle por no dar á aquella guerra la importancia debida ó por creer- la dominada desde que, ganada Valencia y con Soult en Andalucía, la considerara sin fuerza para turbar sus proyectadas operaciones en Rusia; pero ¿no tendría que, á fin de completarlas y obtener un éxito induda- ble, desmembrar los ejércitos que mantuvieran en ja- que á los nuestros y sus aliados é impidieran toda ac- ción sobre ellos? No lo consideró así Napoleón y, cual hemos visto en el texto de esta historia, sacó de España los cuerpos de su Guardia, el núcleo más robusto de las tropas imperiales, los polacos que creía, y con razón, muy útiles en la nueva jornada, y los generales y oficía- les más distinguidos que tenían aquí el mando de la ca- ballería y la £u*tillería, con sus mejores escuadrones, aquélla, y ésta y con muchos de sus cañones de campaña. Eso, como es de suponer, paralizó la acción de los ejércitos franceses en la Península, obligándolos á de- sistir de la ofensiva, predilecta suya, y alentó á los es- pañoles y anglo- portugueses á tomarla ellos con la de- cisión que les inspiraban sus recientes triunfos. Lord Wellington se halló desembarazado y libre para em- prenderla salvando las fronteras del Coa y el Guadiana, EPÍLOGO 295 y bien pronto Ciudad Rodrigo y Badajoz sintieron los efectos de aquel inesperado abandono por parte de sus antes formidables ocupantes, Así comenzó la era de las grandes operaciones que con una corta interrupción conducirían á la libertad de Espafía y á la sujeción de una parte de la Fran- cia meridional. Todo en esas campañas aparece sujeto á las reglas de la estrategia en su conjunto y de la táctica en sus detalles. Si la habilidad de Marmont en las márgenes del Duero no hubiera sorprendido al Lord y expuéstole hasta á caer en manos de los franceses^ los aliados habrían quizás ejecutado felizmente el plan \ de su invasión en Castilla por julio de 1812; pero^ al retroceder; su maniobra frente á los Arapiles le vengó de su primer descuido y de la arrogancia de su adver- sario, torpeza, si no, de él, de los generales que tan mal le secundaron. Si una falta de previsión le impi- dió sentir en el castillo de Burgos el castigo del error cometido al tomar el camino de Madrid en vez del que conduce al Ebro, bien redimió el pecado estraté- gico con la retirada admirable á sus primeras líneas ante el ejército, ya reorganizado, de Clausel y el avan- ce de todas las fuerzas de Soult y de José que corrían desde Valencia sobre su naneo. Aquella marcha, en peligro todos los días de ser cuando menos interrum- » pida, es un ejemplo táctico tan instructivo y honroso como el de la de Massena por la izquierda del Monde- go, sostenida tan sabia como gallardamente por Ney, el Bravo de los bravos á pesar de sus diferencias con su jefe el Eijo mimado de la Victoria, Pero no parece sino que aquella jomada habría de servir de lección elocuentísima para la siguiente cam- 296 GUBRRA DE LA INDBPBNDENOIA paña de 1813; porque en ésta no se dejó olvidado ele- mento ninguno moral, orgánico ni material de los que pudieran asegurar el éxito que se esperaba. He- mos dicho cómo se desorientó á los franceses al ini- ciarse la marcha^ sorprendiéndolos cuando se prepa- raban á un combate general que el rey José creía ne- cesario para no abandonar el centro de su efímera ocupación. Hemos hecho ver también con qué orden fueron nuestros ejércitos combinando sus concentra- ciones y harmonizando sus movimientos para, sin perder su comunicación con la base de donde habían partido y con el pensamiento en su generalísimo de en un caso adverso, siempre improbable, no carecer de una posición ó puerto á que acogerse, ir sujetando al enemigo á no intentar maniobra que pudiera tur- bar tan meditado proyecto. Ni esa maniobra ni la de- fensa del castillo de Burgos, único obstáculo que, como el año anterior, pudiera detener la marcha es- tratégica comenzada en el Duero, lo serían segunda vez, al menos por mucho tiempo ni con temor de otro &acaso, porque, además de poderse envolver posición tan importante, se llevaban medios poliorcéticos sufi- cientes con que allanarlo. Así el ejército francés ni aun se atrevió á ensayar aquellas reaecionéí que tan- to honran la memoria del general Clausel en su reti- rada de la campaña anterior, y menos á, apoyándose en la fortaleza burgalesa, antes, con tanta gloria tam- bién, salvada de la pertinaz valentía de sus sitiadores los ingleses, provocar á su pie una batalla, tan desea- da, según sus despachos, por el iluso soberano que veía escapársele de las manos el cetro tan malamente defendido como traidoramente arrancado de las de su EPÍLOGO 297 legítimo dueño. No la ignorancia militar del Intruso ni la caducidad de Jourdan quitan á su adversario, el Lord Wellington, mérito á su victoria de los llanos de Álava; que bien reñida estuvo por sus ejércitos, de- mostrando asi su habilidad táctica como en Salaman- ca, y las excelencias de la unidad de mando, aun en el de elementos tan heterogéneos como los que allí componían el ejército aliado. En Vitoria combatieron en las dos alas de la línea los españoles con singular bravura; y Morillo en la derecha y Longa y Girón en la izquierda no cedieron en arrojo y actividad á los anglo-portugueses que acometían el centro enemigo; teniendo aquél que superar la agria montaña, valien- te aunque desordenadamente defendida, y los otros dos que habérselas con el hábil general Reille que les estaba opuesto. I^ misma habilidad se desplegó é igual suerte se obtuvo en el resto de aquella campaña. Todo sale al insigne caudillo inglés á medida de sus deseos; todo á la de sus planes. Sorauren, San Marcial y el paso del Bidasoa aumentan 6u gloria y le aseguran la reputa- ción, ya adquirida, de táctico eminente; cabiéndole la fortuna de acabar la reconquista de la Península por los Pirineos Occidentales. En esa campaña verdadera- mente admirable, sólo un revés sufrió el ejército alia- do, el del primer asalto de San Sebastián y ese fué de- bido á no haberse observado las instrucciones dictadas por Lord Wellington en cuanto al modo y á las horas en que debía haberse ejecutado el asalto. La necesi- dad de acudir á Navarra para rechazar á Soult, que pretendía hacer levantar el sitio de Pamplona, exigió el aplazamiento del de San Sebastián. 298 aUBRRA DB LA INDEPENDENCIA No se puede menos de admirar aquella campafia, aun contribuyendo mucho á sus brillantes resultados deficiencias que son muy de notar en los. que debían haberlos evitado en parte. «Wellington, dice el co- mandante Clerc en su «Campagne du Maréchal Soult dans les Pyrénóes Occidentales en 1813-1814>, gozaba al decir: Los planes de Soult eran buenos, pero nunca supo coger el momento favorable para ejecutarlos. Aho- ra, si se estudia el carácter raro del general inglés^ la mezcla extraña de elevación y de inferioridad de su talento, hay que reconocer que debió sus éxitos á la reflexión, á la tenacidad; y ha demostrado que la constancia puede triunfar de todas las resistencias. > En esos desahogos del general inglés y del escritor militar francés, hay no poca acre censura de una par- te y una negación de talentos no justificada de otra. Que es muy rara la imparcialidad entre adversarios aspirando á glorias disputadas. A otras causas que á la íalta de conocimiento de una situación difícil que es urgente aprovechar, hay que referir un concepto tan poco favorable como el de Wellington respecto á las aptitudes militares de Soult, y á otras también que á las morales del general británico deben atribuirse sus triunfos en aquella campaña. No vayan á confun- dirse los motivos de los éxitos de éste en Talavera y Torres Vedras, hasta el de Waterloo, con los de Ara- piles y Vitoria; ni elevaremos á Soult á la altura de su jefe y maestro, á quien mal podían compararse udo y otro,, sin que poroso dejemos de reconocer en los dos condiciones de talento y experiencia que les hacen dignos de gran renombre entre los generales de su tiempo. Guillen, sin embargo, no concede superio- en Francia Iob puso uno en frente del otro, y aun en circunatancias bien diferentes la acabaron atri- buyéndose los do6 una victoria que en nuestro con- cepto, ya lo bemoa dicbg, perteneció al héroe britá- nico. Aquella campaña, cuya duracién revela el carác- ter que habían de darla forzosamente las extraordina- rias condiciones con que se disputó, el que, eobre todo la quiso dar lord Wellington coneiderándola en alto grado política, ha ofrecido ancho campo á un estudio por parte de los historiadores militares y á considera- cipnea por la de los políticos que hay que tomar muy en cuenta al describirla. ¿Qué motivo, si no es político, puede hacer que el ejército aliado tarde más de cuatro meses en recorrer las ocho leguas que separan á Bayo- na del Bidasoa? ¿Cuál para que sólo á los siete inesee de octubre de 1813, en' que se cruzó aquel rio interna- cional á abril de 18)4, entrara ese mismo ejército en Toulouse? Lord Wellington se lo escribió al general Dumouriez; la vue purement militaire eéde & la poli- tiqw. Pero esa frase, que para algunos puedo ex- plicar la inacción de las tropas aliadas después de victorias al parecer taa decisivas como las del paso del Bidasoa y las batallas de la Nivelle y de la Nive, no basta para justificar la conducta militar del Lord, vencedor en todas etlas. Un general puesto en su caso no tiene disculpa al dejar que el enemigo, aprove- chando esa tan inverosímil inacción, se reorganice, refuerce y fortiñque en nuevas líneas hábilmente ele- gidas; y Soult tuvo tiempo sobrado para hacerlo y 300 GUKRKA DB LA INDEPENDENCIA convertir la bicoca de Bayona en una plaza que se hizo formidable y no se dejó conquistar. Que deshaciéndose de las tropas españolas^ tan útiles hasta entonces, quedaba su ejército sin las sufi- cientes para proseguir su marcha agresiva sobre esas li- neas y aquella fortaleza, aun teniéndolas á la vista, no es tampoco disculpa admisible, porque pudo hacerlo y lo hizo y porque si se hubiera considerado sin medios, no se habría deshecho de los que envió á su retaguar- dia por un motivo político, el de ahorrar á los france- ses, sus enemigos, las depredaciones que no había teni- do escrúpulo de permitir en España, su aliada. No hay sino leer la carta que el duque de Angouléme escribió á su mujer en 1.^ de febrero de 1814 para comprobar el espíritu político que dominaba en las operaciones de aquella campaña. 3.*-^onquistadapor las armas la parte del país que ocupa vuestro ejército, ¿me dejareis tomar sii ad- ministración sin oponeros á ello, ni á los nombramien- tos de prefectos, subprefectos, alcaldes, etc., que yo juzgue á propósito hacer? ■ « > — Sí, mu díGcnltad alguna, os entregaré el gobier- no del pais ocupado> . 6i el lector encueatra algaaa contradicción va eso con providencias tomadas por Lord WeUiugton y con las dictadas á loe alcaldes de loa pueblos y las inetruo- cionea ¿ loa generales, especialmente á Beieaford al en- viarle á Bardeoa, no por eso dejará de convencerse de que observaba una conducta política, según decía á Du- mooñez, mezclada con la militar que exigía, al pare- cer con preferencia, el eatado de laa cosas en el Norte de Francia. Hallábase expirante el Imperio Napoleó- nico, invadido por fuerzas que ya podían considerarse como incontrastables; y si aún se temiera una reacción, que seguramente no seria de extrañar en genio tan pórtentelo como el del monstruo también de fortuna que lo fundara, razón deberla de ser esa para evitarlo no cesando un momento de hostilizar al ejército que lo defendía en el Mediodía hasta acabar con él. Esos períod<», pues, de inacción á que se entregó Lord We* llington ante la Nivelle, la Nive y el Adour, servían, y es raro que no lo advirtiese, para favorecer á 8oult en primer lugar, dándole tiempo para reforzar sus po- siciones con nuevas tropas y obras de fortiñcación, ■ y en s^undo á Napoleón, á quien no preocuparía la en- trada de los aliados por sus espaldas. Y si el generalí- simo inglés se hubiera creído sin medios para pi-os^uir su victoriosa marcha desde el Bidasoa al interior de Francia, ¿por qué no llamar á las tropas espafiolas que había despedido por tan fútiles motivos que, con su itl- génita severidad para cuantos no eran sus compatrio- tas, habría inmediatamente -impedido? Con esa con- ducta, que no tiene otra disculpa que la de estar ope- 302 GUBRRÁ DE LA INDEPflNDENOIA rando una campaña tan política como militar, dio lu- gar á que su adversaria francés, apoyado en la plaza, ya formidable, de Bayona, se atreviera á oponerle uaa ofensiva inverosímil en tales circunstancias, y obligarle, por fin, á llamar á su lado esas mismas tropas españolas que mostraba despreciar y hasta aborrecer. No es, así, de extrañar que Napoleón repitiera á su Ministro de la Guerra órdenes como esta del 25 de febrero: «inscribid al duque de Dalmacia que le mando volver á tomar in- mediatamente la ofensiva cayendo sobre una de las alas del enemigo; que aun cuando no tuviese más que 20.000 hombres, cogiendo el momento con valentía, debe tomar ventaja sobre el ejército inglés, i Y poco sa- tisfecho con eso y con añadir que Soult tenía bastante talento para comprender lo que él quería decir, escri- bía también cinco días después: cOon tropas como las suyas, el duque de Dalmacia debe batir al enemigo oou poca que sea la audacia que despliegue y marchando á la cabeza de sus soldados. > Y añadía: cQue sepa que estamos en un tiempo en que se hace necesaria más resolución y vigor que en tiempos ordinarios. Si ma- niobra con actividad y da el ejemplo de estar el pri- mero en los sitios de peligro, debe, con las tropas que tiene, batir el doble de las del enemigo. > |Sí se vería apurado el Emperadorl |Y en tal estado y en circunstancias tan críticas, del momento pudiera decirse con toda propiedad, te- nía Lord Wellington lejos de sí á los españoles, de quie- nes dice un historiador militar francés: Los españoles se batían como diablos, y sin su imponente energía (ap- point), jamás Lord Wellington habría osado penetrar en Francia! No es, paes, aquella campafia de laa que pueda en justicia vanagloriarse el que por otraa y especialmen- te por la auteríoi de Vitoria y det Bidíisoa debe ser calificado de insigue general, rival en mérito y fortu-, na de su compatriota el duque de Marlborough. A Hocbstaedt, Bamillies y Malplaket ptiede Lord We- llington oponer Talayera, Busaco y Vitoria, Waterloo sobre todo; á pesor que no hubiera ganado esa última batalla sin la concurrencia del infatigable Bintdier que pusoá su Sanco y en el momento más crítico de la pelea 60.000 prusianos, mal perseguidos desde Ligny por el desorientado y perezoso Grouchy. Pero en la cam- pafia de 1814 en el Mediodía de Francia, la falta de tos espafioles, puede decirse sin escrúpulo, le produjo la preocupación y las vaciiacioaes que le contuvieron más aún que sus cálculos políticos en una marcha que, como ofensiva, debía ser decidida, resuelta y, como tal, aprovechada para alcanzar un resultado tan pronto cnal exigían la flaqueza de fuerzas de su advei-sario y la situación por días, por momentos, más y más pre- caria del imperio enemigo. No vengau, asi, él, sus compatriotas, ni menos sus aduladores en el tiempo que rigió los destinos de su patria, á hacer paralelos con el capitán iacomparable á quien le cupo la fortuna de vencer en la última eta- pa de su carrera militar; porque nosotros, agradecidos y todo á sus servicios y ante las ofensas y los desastres caasádonoe por Napoleón, ni siquiera descenderemos á la-memoria del diálogo de E^cipión y Anníbal des- pués de la rota, nunca olvidada, de Zama. 304 GUERRA DR LA INDEPENDENCIA En resumen y para terminar, tócanos ahora ofrecer . á nneetros lectores algunas observaciones sobre el in- flujo que las armas españolas ejercieron en el glorioso resultado de la lucha entablada en la Península por Napoleón. ¿Cuál era la nación acometida; cuál la que tenía que defenderse y llevar^ por consiguiente^ el peso de la guerra? ¿Había sido, ni por acaso, vencida España, aun atacada con artes tan insidiosas y vituperables, con armas nunca hasta entonces rechazadas, cuando aparecieron las inglesas en son de intervenir á su fa- vor? No: los franceses; los soldados de Napoleón eran los vencidos en Bailen y Valencia, y la ventaja por ellos conseguida en Ríoseoo sólo sirvió para haoer más vergonzosa la fuga de José Bonaparte que con entrar en Madrid creía haber asentado sólidamente y para siempre su trono en Elspafia. No: Jos españoles solos, aun privados de las fuerzas que la astucia napoleónica retenía en Dinamarca y en Portugal, se bastaron con su patriotismo, despertado por el grito del Dos de Mato, y con su valor bien probado en otros tiempos contra la Europa toda, para burlar los en un principio teme- rarios proyectos que nadie hasta entonces había logra- do contrarrestar. Que no, por eso, habría Napoleón de abandonarlos, era natural, midiendo sus fuerzas, y lógico si hubie- ra de satisfacer sus ambiciones de dominio universal. Pero sería debilitando el que ejercía en el Norte de su sptjjoao 305 ya vastíaimo imperio, con ejéroitoe que conservaban en jaque ycomo abromadas por el miedo alas potencias militares qae se tenían por más poderosas en aquellas regiones. Así, al veuir á EspaCa Napoleón en ayoda de su hermano coa aquel Grande Ejército cargado de laureles, irresistible por lo numeroso y como dirigido por el Emperador en persona, es cuando se presenta por los horizontes de Portugal el primer ejército inglés para desaparecer inmediatamente fugitivo por los de la CoruBa. Y para acreditar el daño causado á Fran- cia con nuestras primeras victorias sin ayuda de na- die, y el concepto que acabamos de emitir de haber con ellas debilitado la acción preventiva ejercida por el Grande Ejército sobre la derecha del Rhin, nos basta con hacer memoria de la precipitada marcha de Napoleón desde Astorga á París, al tener noticia de los preparativos militares en Austria. Hasta julio, pues, de 1809 no se deja sentir en Es- pafia la iofliiencia militar de la Grau Bretaña, cuyo representante, el después duque de Wellington, no se había cansado de un día y otro protestar ante nuestras Juntas y nuestros generales de que su misión, y esa exclusiva, era la de proteger á Portugal y no tomar parte en la defensa del resto de la Península. Entonces pudo medirse la fuerza de la combinación militar que dio á EspaOa su independencia en aquella guerra. Si los ejércitos españoles eran impotentes para veucOT á los que ni austríacos, ni prusianos, ni rusos hablan logrado resistir con fortuna, alguna consiguie- ron al apoyo de las guerrillas que impedían á los fmn- ceses la ocupación tranquila del terreno, por ellos y con sus victorias conquistado, acosándolos de conU- T»Mo nv 30 306 6USRRA DR LA INBBPENDBNCIA uuoy interceptando sus convoyes y cortándoles sos co- municaciones. La resistencia; por otro ladO; de nues- tras poblaciones contenía al enemigo en la marcha de sus operaciones ofensivas; obligándole á detenerse por un espacio de tiempo que los ejércitos vencidos y las partidas dispersas aprovechaban para reorganizarse aquéllos y para éstas rehacerse. Zaragoza contuvo en su marcha invasora á las tropas que coústituian el ala izquierda del Grande Eijército francés durante cuatro meses, y Gerona por más de un afio á las con que Dinhesme^ Saint-Cyr y Augereau debían completar la conquista de Cataluña que traidoramente comenzaron con la ocupación de Barcelona y Figueras, las dos for- talezas más importantes del Principado. Astorga, des- puéS; y Ciudad Rodrigo y Badajoz prestaron servicios semejantes en el ala opuesta; de modo que bien puede decirse que nuestras plazas y aun las ciudades abiertas y desarmadas^ sin más fuertes que los pechos de sus habitantes, fueron complemento asaz robusto de nues- tro estado militar, casi desconocido en las demás na- ciones que lo tendrían por ineñcaz y hasta ruinoso. No se citará en ellas un Palafox y un Alvarez, ni siquiera los Santocildes, Menachos, Herrastis y Contreras que ilustraron nuestra historia patria con sus muestras de valor y patriotismo en aquella guerra, prestando asi un servicio verdaderamente extraordinario á los ejér- citos que mantenían el campo y á las guerrillas que disputaban al invasor el dominio de las montaficus. ¿Se quiere combinación defensiva más útil ni más propia en las condiciones de nuestro suelo y en las circunstancias en que se hallaba comprometida Espa- ña? Pero quien más se aprovechó de ella fué el ejérci- bizarro y entendido jefe francés, el coronel Martin, la INDBPXMDKNOU DS VS PDKBLO LÜCHAMIW OOMTKA KL VDQO RXTRANJSHO, NO BEOÁ JAHÁB BISO CDBSTKÍN DB TtBHPO; POKQDB HAY UNA MORALIDAD NBCBaABIA EN LAS LD0HA8 DE BSTA HATOBALIZA, T PORQDB, COMO DE LA OPINKÍN PUBLI- CA, LA VIOTOSIA DEBE 8BB SIEHFBE DEL HAS JUSTO. Con caracteree de fuego deberían loa puebloe tener eetampada esa írase en sua templos. ¿Cómo, asi, ha podido disputarse al pueblo eepafiol 308 GUSaBA DE LA Iin>EPBNDBNCIA un triunfo tan esplendoroso como el de su independen- cia? Tan influyente fué; además^ en los destinos de k legitimidad parala Europa toda, como que sin la gue- rra de nuestra Península que, tras de dejar á descu- bierto la inmoralidad de la conducta política de Napo- león , le privó de recursos que, agregados á los que te- nia reunidos al otro lado del Rhin ó llevados á éste en los momentos supremos de su decadencia, le hubieran permitido salvar su trono y de todos modos su di- nastía. Ya lo decía él aunque tardíamente: «Sea de ello lo que se quiera, esa desgraciada guerra de España, ha sido una verdadera plaga, la causa primera de las des- gracias de Francia. Después de mis conferencias de • Erfurt con Alejandro, Inglaterra debía verse obligada á la paz por la fuerza de las armas ó por la de la razón. Estaba perdida, desconsiderada en el continente; su conducta en Copenhague había sublevado los ánimos de todos, y yo brillaba en aquella ocasión con toda^^ las ventajas opuestas, cuando ese desgraciado asunto de España, vino á turbar súbitamente la opinión con- tra mí y á rehabilitar á Inglaterra. Desde entonces pudo continuar la guerra; las salidas que obtuvo de la América meridional la fueron abiertas; se hizo un ejér- cito en la Península y desde entonces llegó á ser un agente victorioso, el nudo temible de todas las intrigas que se pudieron formar en el continente, etc.; eso es lo que me ha perdido. > Esas frases cocienzudamente meditadas son así co- mo la quinta esencia de cuanto puede pensarse y as- cribirse sobre el resultado gloriosísimo de la guerra de BPÍLOGO 309 la Independencia. La intervención de Inglaterra en ella, está juzgada, para cuantos sepan leer, según sue- le decirse, entre renglones, coa tan exacto criterio co- mo con el laconismo usual del Emperador Napoleón^ lo mismo en sus pensamientos filosóficos, al comuni- carlos oral ó gráficamente, que en sus arengas y órde- nes en que se ve no falta ni sobra nunca ninguna de sus excitaciones ni parte alguna de sus preceptos siem- pre precisos y terminantes. España fué la que burló cuantos proyectos forjó Napoleón para sujetarla, en nn principio con sus ma- qaiabólicas artes y después con sus armas, tenidas, aquéllas, por las más sutiles y hábiles, y éstas por in- vencibles. Con su lealtad de siempre, los españoles su- pieron resistir á las primeras, seducciones que al Gran- de hombre le habían hecho creer sus anteriores éxitos ser incontrarrestables, y á las segundas, á las legiones que el nuevo César habla llevado con su extraordina- rio genio á la victoria, con su valor nunca desmentido, con su coostancia de siempre y con la peculiar táctica militar, históricamente probada como instrumento efi- caz para la libertad de su patria. Con esas armas la dis- putaron solos largo tiempo; dándolo para que, organi- zada la intervención anglo portuguesa en territorio tranquilo ya, como libre de nuevas invasiones, pudie- ra contribuir, como lo hizo, poderosamente á la recon- quista de los preciados intereses que tan imprudente- mente se les había intentado arrebatar. A España, pues, se debe principalmente su glorio- sa emancipación á la que, repetimos, no cabe en jus- ticia negar sin embargo, ni habrá nunca español que lo niegue, cooperó felizmente como auxiliar eficacísima 310 GUBBRA DB LA INDEPKNDBNGIA en aquella nuestra santa lucha la intervención de las tropas inglesas y portuguesas^ sabiamente dirigidas por el insigne general Duque de Wellington. Toca ahora decir qué fruto sacó España de su tan costoso triunfo^ además del precioso de su Independen- cia. Terminada la guerra general provocada en Europa por las desatadas ambiciones del Emperador Napoleón y cuando, vencido y arrojado del trono de la Fran- cia, se vio así como encadenado, aunque con tan frá- giles lazos que no tardaría sino meses en romperlos, establoMóse en París el 30 de mayo de 1814 un tratado en que, dejando el definitivo para otro que se celebraría en Viena, se hizo tino como esbozo de los destinos qne habría de recibir Europa, impuestos por los vencedo- res. En ese convenio no se trataba de España, sino pa- ra el caso de la retrocesión de la isla de Santo Domin- go á su antiguo dueño, suponiendo, sin duda, en pie lo estipulado en Chaumont ppr las cuatro grandes po- tencias que combatían á Napoleón en el Norte, en cu- yo artículo 4.^ se decía «que España en sus antiguos límites, sería gobernada por el rey Femando Vil». Al tratado de Viena, cuyo congreso inició sus se- siones el 1.^ de noviembre, había precedido una con- ferencia para decidir quiénes habrían de ser los pleni- potenciarios que tomaran parte en las resoluciones del mismo, entre los cuales nunca dejó de contarse con el español entre más de 20 que pretendían ser incluidos como pertenecientes á países más ó menos interesados en los acuerdos futuros de aquella célebre asamblea di- plomática. Quedaron, por fin, elegidos por los cuatro arbitros de la suerte de Europa, los de Rusia, Prusia^ BPÍLoeo 311 Austria é Inglaterra, que aún vacilaban en admitir á los representantes franceses, hasta ocho entre los que D. Pedro Labrador, consejero de estado y caballero gran cruz de Carlos III, como Ministro Plenipotencia- rio de S. M. el Rey de España y de las Indias. Tan difícil como interesante era la tarea impues- ta al Sr. Labrador; eso que sus ideas políticas bien claramente reveladas en las Cortes de Cádiz y triste- mente coDJBrmadas en su conducta posterior cerca del PretendienteD. Carlos á la corona de España, parece que deberían atraerle las simpatías de sus colegas del Nor- te, los cuatro famosos asistentes á aquel Congreso y luego al de la Santa Alianza. Si éstos se sabía que lle- varían en el futuro reparto de los trofeos de su victoria la parte del león, ¿por qué España no había de ser fa- vorecida con lo que en justicia le tocaba? cPero si ha- bía, dice Thiers, un^país menos satisfecho que todos los demás, y más justamente indignado de las decep- ciones que pagaban sus esfuerzos, era España. Había derramado torrentes de sangre y sostenido una lucha heroica para recuperar sus reyes y por precio de esa sangre vertida y de esa lucha heroica no había obteni- do sino una tiranía estúpida y sanguinaria. » Y aun cuando Labrador no hubiera de estar conforme con esta última opinión del historiador francés, él enviado de un soberano que le inspiraba otras muy distintas, la tarea no por eso dejaría de producirle grandes afanes, disgustos hondos y protestas calurosas. Él, que no te- nía la fiema, ni la sangre fría de otros de los con que iba á contender, habría de recurrir á la locuacidad y argumentaciones que se le echarían, por alguno de ellos, en cara como propias tan sólo de un embajador 312 aüBRRA DB LA INDEPBHDBNOIA de Garlos V, y habría de moetrarse intransigente en todo lo que se pudiera apreciar como de interés moral ó material de la nación que representaba. Así es que, después de resistir cuanto pudo las exi- gencias de los demás congresistas en puntos que consi- deraba de honra para su soberano y de amor propio para su personal representación, acabó por negarse á ñrmar el protocolo al exigirle su aceptación. Con manifestar cuáles fueron las clausuláis del tra- tado respecto á Espafia y cuáles las raa^nes en que el Señor Labrador se fundó para negar su firma, se com- prenderá que no merece las censuras de que se le hizo blanco. El artículo CV, viene á decir que> reconocien- do las potencias la justicia de las reclamaciones del Regente de Portugal sobre Olivenza y otros territorios cedidos á España por el tratado de Badajoz en 1801. se comprometían á emplear, en* vías de conciliación, sus más eficaces esfuerzos para que se realizase la re- trocesión de aquellos territorios en favor de Portugal y se efectuase lo más pronto posible. Los plenipoten- ciarios portugueses habían, con efecto, pasado á las principales potencias, á las cuatro consabidas, notas en que reclamaban con instancia su intervención para la restitución de Olivenza, fundándose en que España había unido sus fuerzas á las de Napoleón al invadir éstas el Portugal y en que las portuguesas, por con- traste, lo habían hecho después á las españolas para que nuestro país obtuviera su independencia. Mal po- día Labrador avenirse con tal injusticia y la negó su conformidad, dejando como acabamos de recordar, de suscribir su adhesión al tratado de Viena en que se imponía á España. BFtLOGO 31S La Historia de aquel Congreso escrita por el «Au- tor de la Hiatona de la Diplomacia francesa», mani- Sesta lo eiguieute á propósito de ese incidente: «El caballero Labrador que era miembro del comi- té de las ocho potencias, como plenipotenciario de Bspafta, rehusó, sólo, el dar su adhesión ó au ñrma af acta de 9 de judío. Ese ministro fué invitado el 4 de aquél miamo mes á trasladarse al comité de las cinco jpoteneiae para tomar conocimiento del tratado cou que los plenipotenciarios de Austria, Inglaterra, Fran- cia, Rusia y Prusia hablan decidido temÚDarsus traba- jos, é iníormarae á la vez de lo que se babia irrebocable- meote resuelto entre ellos sobre los derechos del antee rey de Etruria, como sobre la argente invitación hecha á Espaíia para que devolviese OJivenza á Portugal.* «Como respuesta, el caballero Labrador trasmitió la niañana del 5 de junio al presidente del Ck>ngre90, principe de Mettemich, una amarga nota en la que decía, respecto á lo de Olivenza, que loa ptmgntewia- rios de las potencias no se haiían ocupado ñn duda, SINO POR BEROR, de CÍO, puésto quB no correspondía 914 GUERRA DE LA INDKPBNDBNCIA <2.^ Porque el rey de Espafia, habiendo pedido al Austria^ en su propio nombre, la restitución de Tosca- na y subsidiariamente la de P arma y j su ministro, habiendo sido recibido en el Congreso bajo el pie de los plenipotenciarios de las demás potencias signata- rias del tratado de París; los plenipotenciarios de Aus- tria, Rusia, de la Gran Bretaña, de Francia y Prusia, no habían podido determinar la suerte de ToscaDa y Parma sin su intervención; y que así se le había invita- do á comparecer más que para oir pasivamente lo qne las potencias mediadoras habían resuelto irrevocable- mente con la otra parte después de haber redactado corno tratado definitivo.» <3.^ Porque en el gran número de artículos de que estaba compuesto el tratado de 9 de junio, no había sino un número corto de que se hubiera dado cuenta en las sesiones de los plenipotenciarios de Uu ocho potencias signatarias del tratado de París; y que como todos esos eran iguales, y las potencias que re- pi^esentaban eran también independientes; no podía reconocerse á una parte de entre ellos el derecho de discutir y resolver, y á los otros el sólo de firmar ó ne- gar la firma sin un olvido manifiesto de las formas más esenciales, sin la más notable violación de todos loQ principios, y sin la introducción de un nuevo de- recho de gentes que las potencias de Europa no po* drían admitir sin renunciar de hecho á su indepen- dencia; y que, aun cuando fuera admitido generalmente, no h sería jamás al otro lado de los Pirineos. Por esas rassones el plenipotenciario español negaba su adhe- sión al acta del 9 de junio.» Aunque en el libro de quien copiamos los anterío- fué hecho Duque) cou orden de ñrmar el protocolo en el estado eu que aquél lo dejaba >. Afortunadamente quedó Oliveoza bajo el dominio de nnestrs nación; aunque do ain protestas por parte de Portugal, cuyo ministro plenipotenciario en el Con- greso de Viena, el después duque de Pálmela, en la < Historia» de cuya vida por María Amalia de Oarva- Iho, publicada en 1898, se dioe le había ofrecido pro- \* 316 GDBBRA DB LA INDEPBNDBNCIA tección y ayuda su amigo Lord Wellington, no cesó un momento de hacer presente en el Congreso la jus- ticia que^ en su concepto, merecía y esperaba alcanzar su patria. La lucha entre los representantes de las dos nacio- nes peninsulares tenía que ser empeñada, pidiendo ambos justas compensaciones á los sacrificios que ha- bían hecho en favor de la causa común á todas las aliadas contra Napoleón; pero la omnipotencia de las cinco que entonces se declararon grandes potencúis, excluyendo á la nuestra, que lo había sido siempre y bien á costa de ellas, impuso la determinación que acabamos de seflalar en aquel más que arbitrario tra- tado de Viena. Para que, después, no se ejecutara puntualmente, contribuiría, suponemos, la consideración, no sólo de no despojar á España de una conquista que nada tenía que ver con la guerra de la Independencia y que todo Europa había respetado, sino que también la de que la restauración Napoleónica de los Cien dícts haría pensar en que en nuevos sucesos que pudieran susci- tarse importaría más la intervención de España que la de Portugal. Porque ello es que aquella lucha de siete años, perseverante hasta no conocerse un solo momento de desfallecimiento en los españoles para proseguirla con el mismo ardor que en sus principios, dio á nuestra patria una importancia para la defensa de sus intereses nacionales que no se perdió en mu- chísimo tiempo y, á pesar de todo, se tendrá presente de seguro en lo porvenir . Y no somos nosotros, los españoles, los solos que debamos atribuimos aquel triunfo salvador de la glo- BPÍLoao 317 ria y la independencia de Europa, porque á poco de haberse conseguido, escnbía M. Bígnon en bo libro Les eabinets et leepetiples: . (Cuando Napoleón, admirado de los pocos progre- sos de sus generales, trató de dar en persona un golpe decisivo á aquella nación, cien veces vencida y siem- pre invencible, el Gabiuete austríaco (en 1809} calcu- ló que se le ofrecía una ocasión favorable á sus desig- nios. La división de los fuerzas de Francia multiplica las probabilidades de su buen éxito. Sra ya una gran ventaja el sacar á Napoleón de España y prolongar aquella guerra devoradora. Napoleón se separa rabio- so' de las orillas del Manzanares y corre á las del Da- nubio; pelea, y vence; está en Viena por segunda vez. Todos los obstáculos se allanan; prodígale la victoria sus laureles en los campos de Wagram; se detieue y negocia. Estando en sus manos extender más allá sus 318 GÜBBBA DS LA DTDBPJBNDBNOIA conquistas, sólo anhela firmar la paz. ¿Cuál es la fuer- za superior que le inspira tan repentinamente esta moderación inesperada? ¿Quién salva á Austria del enojo de un enemigo vivamente ofendido? El mUmo auxiliar que salvó á Prusia, la nación española. > < Una guerra vastísima conduce á Napoleón á Mos- cou; el vencedor de Smolensk y de la Moscowa vuelve fugitivo á París, como Xerjes á Persepolís... ¿Dónde están, pues, aquellas huestes aguerridas, cuya presen- cia le volvería su dominación pasada sobre Alemania y Polonia? ¿Quién las sostiene, quién las ocupa, cuál es él enemigó infatigable que batieron ayer y las desa- fía hoy á nuevos combates? ¿Quién salva, en fin, á Ru- sia, como á Prusia y á Austria? La nación española. > ¿Fueron, pues, ó no los españoles quienes salvaron á Europa de la catástrofe de que se veía amenazada? APÉNDICES NUMERO 1 VALLES FBAKCBSES DE rX)S PIBINS08 OOCIDENTÁLBS Los montes de Bareges, en que se encaentran las montañas y picos más pin tóldeseos de la vertiente septentrional de los Pirineos, en Francia, sepa- ran, desde su arranque de la cordillera, la cuenca del Garooa de la del Adour, elevados en un principio, y deprimidos al acercarse al Océano. Su di^ recclóu general es al N. O., forman, áe consiguiente, con la cresta de los Pirineos Occidentales un ángulo en que se encien-an las cuencas del Adour y de la Ni ve, su principal anuente, y la de la Nivelle, primera linea militar, aunque nada importante, del tem torio francés. hsk Yallée encierra la descripción de ésta en muy pocas palabras. «La » Ni V elle, dice, es un torrente que desciende del collado de Maya; entra en :»Francia agua arriba de Alnlioué, pasa próximo al campo de íSabre, Célebre »en J798 y 1813, y concluye en JSaiut Jean-de-Luz, pequeño puerto^ amena- szado incesantemente por las borrascas, nada abrigado, y cuya bahía está » defendida por el fuerte de Socoa.» Nace la Nivelle, efectivamente, en España, y sus primeras aguas des- cienden del ramal que, desprendiéndose, cerca del collado de Izpegui, del estribo Pirenaico septentrional que forma la vertiente oriental de los Aldui- des, se dirige al O. por los montes de Meaka y Goromendi, vuelve al S. por el collado de Maya ó de Otsondo hasta la montaña de Atchiola, torna al O. haciendo inflexiones por las Palomeras de Echalar hasta el monte La Rhune, donde hace una notable al S. por el de Commissari ó Zagárraga, y va á terminar al N. O. en el Océano por la Cruz des Bouquets. De este ra- mal divisorio entre la Nivelle y el Bidasoa, cuya cresta marca en su última parte la frontera desde Atchiola al extremo meridional de Commissaii en Chapitaleco- arria, ramal áspero en su origen y suave en su terminación, si bien interrumpido por alturas considerables, que representaron un papel importantísimo en la guerra de la República, se desprenden varios arroyos tributarios de la Nivelle. — Después del curso de este río^ en cuya orillA está abierta la carretera de Bayona por el valle del Baztan, del que lo separa la montaña de Maya, carretera que termina en el puente de Dancharinea junto á Urdax, el más importante es el río de Urrugne, cuya dirección sigue tam- bién, después de salvar la divisoria del Bidasoa en la Cruz des Bouquets, la carretera general de Iiún á Bayona, Burdeos y París. El Urrugne corre por un vallecillo ligeramente accidentado hasta Siboure, arrabal de San Juan de Luz, y en la guerra que acabamiOs de citar sustentaba en las emi- nencias más notables de su cuenca fuertes artillados, que impedían el tránsito del camino. Cerca del Collado de Maya, en Jaisalegui, aiTanca otro ramal; por mejor decir, continúa el estribo septentrional que mencionamos, el cual, primero al N. por Gorospile y por el castillo arruinado de Mondaren, y después al N. O. por Suraide hasta Biarritz, delinea la separación de aguas de la Ni- velle y de la líive, encerrando, sin embargo, entre las eminencias cultiva- das y pintorescas que dan carácter á aquella última parte, varios vallecillos independientes, que llevan sus aguas directamente al mai* en una costa ta- jada é inhospitalaria, donde los embates del Océano son tan rudos, que se TOMO XIV 21 322 QUERRÁ D£ LA IKDEPEKOENOI A ha considerado casi imposible el mantenimiento de las grandes obras hi- dráulicas ideadas por Luis XIV y ejecutadas por Napoleón en San Juan de Luz. 13 cuenca del Adour está fonnada por el ramal divisorio de la Nivelle, que acabamos de describir; la cordillera Pirenaica entre los Alduides y el Monte Perdido, y los lentes de Bareges desde su arranque hasta su desapa- rición en las laudas que s^^cuentran en el camino de Bayona á Burdeos. Esta circunstancia hace queSlas regiones superior ó inferior del. valle del Adour sean estériles y salvajek la primera por la aspereza de sus eleva- dísimoB montes, cubiertos de bos^es y de nieve, y la segunda por sus tris- tes llanuras sin fertilidad alguna y^^uya arenisca superficie no ofrece otra vegetación que los gigantescos pinos qü© mandara plantar el primer Napo- león. Sólo en la región media ó central, p^^f^ q«e 1* cuenca del Adour re- presenta una semicircunferencia cuyo diárafe\^'<> fuesen los Pirineos, se halla el país rico, poblado y cortado por valles fórtJíe» y ^^ una belleaa admi- rable. El Adour nace en el monte Tourmalet y pasa po7 Bagneres, célebre por sus aguas minerales, y Tarbes, capital del departamen .^^ de los Altos Piri- neos. Después cambia su dirección septentrional por la -^o^^iaental, que le conduce á Aire, posición la más importante entre las dos i\'®8J9^^ superior é inferior y que domina el camino de Pau á Burdeos. Desde^ -^^^^ empieza á atravesar las laudas por Dax y, cambiando al S. , llega á Bay ??*> ? i ^*¿ primer orden, arsenal mai-ítimo y capital de la 20.* división ml?^^^*' ^^^ ^^^^' cito francés, para, 4 kilómetros más abajo, lanzarse al Océano ifr^'i'^ curso de 280, de los que es navegable por espacio de 112, desde Salnt^^^®'^: Sus afluentes de la derecha son muy poco importantes; pero iS'^®^ la izquierda lo son: el Gave de Pau, que desciende de la cascada^"® Gavar- nie y baña á Pau y á Orthez, para reunirse al Gave d'Oléron, qu^ S,**^*J^^ Oléron, plaza cuya importancia consiste en cubrir la entrada poi4^*^"^*^' la Bidouze, que pasa por Saint-Palais; la Joyeuse, que por Hellet^®» punto culminante del camino de San Juan de Pié de Puerto á Bayona; y,tj ^^ ' la Nive, que, naciendo en el monte OrcuUo al N. E. de RoncesvalH??' P*^ por aquella misma población, y unida al arroyo que riega el valle tf ® Carlos y al Bayunza, que corre por los Alduides, baja después al Ag|^'*' ^^ la misma plaza de Bayona. u " El Adour y sus afluentes componen la primera gran linea militaff* ® Francia por los Pirineos Occidentales. Aunque débil, como se manifelf ^" la campaña de 1814, en que Lord Wellington fué sucesivamente arrolR^* á Soult en todos los accidentes defensivos hasta la cuenca del Garona^^ ^^' de también lo batió en la célebre batalla de Toulouse, no deja de of1í^**' obstáculos poderosos, entre los que los mayores son la plaza de Bayojl"* ^ su formidable cindadela en la deiecha del Adour. A nuestras plazas de 4'' ^^' Pamplona y San Sebastián, los franceses han opuesto el castillo de Lou/i ^^ en una elevada roca, y Oléron y Navarreins, malas plazas, enfrente de lá'^ Jaca; San Juan de Pié de Puerto, cubriendo la entrada por Roncesvalltf^' como Hendaya, Socoa y Bayona la carretera general; pero la principal á¿\' fensa de Francia por los Pirineos Occidentales son las laudas, que obliga:\^ á tomar el valle del Garona como linea de invasión, aun siendo muy dila-1 tada y flanqueable siempre; por lo que Toulouse tiene en Francia el interét mismo que Zaragoza en España. APÉNDICES 323 OU£NOA DBL BIDA90A La cuenca del Bidasoa, rio que ha representado papel tan interesante en nuestras diferencias con la Francia, debe á la circunstancia de ser en gran parte linea fronteriza la importancia que siempre se le ha concedido y la que ahora la vamos á dar nosotros en esta descripción de la naturaleza de sus accidentes y de sus condiciones militares. Las frecuentes luchas de que ha sido teatro y las cuestiones de límites tan debatidas, así de antiguo como recientemente, harán que nos detengamos algún tanto en consideraciones que creemos oportunas en un trabajo como esta Geografía^ así porque los limites están sujetos á razón militar más que á ninguna otra, exceptuando la de dignidad nacional, como porque en la historia es donde han de encon- trarse las que justifiquen estas mismas consideraciones que vamos á aducir. La cuenca del Bidasoa está formada por las faldas meridionales del ra- mal que hemos descrito como formando la de la Nivelle por su orilla iz- ciuierda desde el monte Otsondo y collado de Maya; por las occidentales del estribo Pirenaico que encierra por O. el valle de los Alduides y se prolongan al jS. á separar las aguas de la Ni ve de las de la Nivelle, y por las septen- trionales del Pirineo, desde los Alduides á Gorriti, y las del estribo que pró- ximamente en la misma dirección de E. á O. que aquél, se dirige de Gorriti á la man tafia de Jaitzquibel. Del estribo que forma por O. los Alduides, y de los importantísimos collados de Berderitz y de Izpegui, que en él se ha- llan, para comunicar aquel valle con el del Baztan, bajan varios arroyuelos, cuyas aguas, unidas á las de Maya y montes de Azpilcueta, van formando y engi-osando el caudal de las del Bidasoa por EiTazu, Maya, Arizcun y Eli- zondo. Hasta Arizcun la corriente general de las aguas se dirige al 2S. O., para seguir después al S., rumbo que también lleva desde su origen el aflu- ente que baja por Maya y Azpilcueta, pero cerca de Lecároz y por bajo de Klizondo vuelve á tomar el del S. O. hasta Santestéban de Lerín, recibiendo, pur la derecha las aguas que bajan de las faldas meridionales de la montaña «le Alchiola, y por la izquierda, las que del Pirineo por Irurita, Aniz y Al- uiandoz, población, esta última, situada al pié del puerto de Veíate, por el que salva la cordillera la carretera de Pamplona á Bayona, que tiene tam- bién que salvar, por el de Maya, la divisoria entre el Bidasoa y la Nivelle. Kl estribo que se desprende del pico de Gorriti, más que un ramal segui- «lo, parece una sucesión de montes paralelos á la cordillera, ligados por lo- mos, en que se encuentran los collados ó pasos de los valles del Urumea y del Oyarzun á la cuenca del Bidasoa. Así vemos que, mientras aquellos ríos corren de E. áC, los principales afluentes de la izquierda del Bidasoa desde Santestéban á Vera van en la opuesta, auque algo inclinados en general al N. y formando valles divididos de los ya mencionados por aquellos mismos pasos del estribo. Uno de los montes á que aludimos es el de Goizueta, que lorma con la cordillera el valle de Lerin, en la cuenca del Bidasoa, y separa por la parte occidental los del Urumea y del Oyarzun; pero los más notables, dii duda alguna, son el monte Aya, entre el Bidasoa y el Oyarzun, y el .laitzquivel, cuyas tajadas faldas forman la costa entre el cabo de Higuer y la magníflca ensenada de Pasages. El Bidasoa, pues, desde Santestéban va al N. O. por estrechos desfilade- ros, abriéndose paso por entre aquella sucesión de montañas, que parecen querérselo impedir; recibiendo el tributo de los arroyos que descienden en- tre ellas por Zubieta y Elgoriaga en el valle de Lerin, así como por el terri- 324 GUERRA DB LA INDEPBNDBNOIA torio de las Cinco Villas, Aranaz, Yanci, Echalar, Lesaca y \>ra; y tenien- do en sus orillas la nueva carretera que, de Pamplona y desde Álmandoz, ya por Oyeregui y Santestéban al puente de Behobia. £1 territorio de las Cinco Villas confína ya con Guipúzcoa, y el Bida^oa entra en esta provincia por entre el monte Aya y el de óommissari, lla- ve el último, con el de La Bhune, de las operaciones que desde Bayona pue- dan dirigirse contra el centro del Bidasoa y aún con objeto de flanquear las posiciones defensivas de Irun y Oyarzun por los puertos de Biandiz y Zu- bieta. Sigue luego lamiendo las faldas de aquellos montes, formando de^de Chapitaleco-arria la linea ñ'onteriza y dejando á la derecha el pueblo fran- cés de Biriatu y la montaña de Luis XIV, y á la izquierda la célebre de San Marcial y la villa de Ii*un, que comunica con Francia por la carretera general y el ferro-carril del Norte. Junto á los puentes se descubre aún la isla de los Faisanes, declarada neutral en el último tratado de límites, más que con objeto alguno material, por recuerdos caballerescos que allí debie- ron tener lugar y por el de las conferencias habidas en 1669 entre D. Luij< de Haro y el cardenal Mazarino, que concertaron la paz llamada del Piri- neo y la boda de Luis XIV con la infanta María Teresa. Varias otras islas nada importantes y cubiertas de maizales interrum- pen después el curso del Bidasoa hasta la deiTuida fortaleza de la muy no- hlCy muy leal, muy valerosa y sietnpre muy fiel ciudad de Fuentarrabía, cu- yos títulos bastan por sí solos para manifestar los grandes servicios que habrá prestado en nuestras luchas con la Francia. Esta plaza tiene enfren- te la población de Hendaye, que también ostentaba un castillo, derruido á su vez por nuestros compatriotas en su continuo cañoneo de una á otrA orilla. De allí sigue el Bidasoa hasta el mar, lamiendo las faldas orientales del Jaitzquivel, en las que se descubre aún un pintoi*esco castillo construi- do en los últimos tiempos de Felipe II y cuyo nombre de Higuer manifies- ta su vecindad al cabo que lleva el mismo título. La línea del Bidasoa, de 60 kils. de curso, es vadeable hasta Vera, y por su dirección en la frontera ó en sentido de ella, por los accidentes que for- man la cuenca en general, paralelamente situados á aquella misma y á la gran cordillera Pirenaica, y por las comunicaciones á que sirve de paso, se- ría una linea importantísima, militarmente considerada, si no tuviese en el valle de los Alduides un padrastro, que neutraliza completamente todas aquellas excelentes condiciones. Efectivamente, la linea divisoria de aguas de la Nivelle y del Bidasoa presenta un obstáculo poderoso á los franceses, por cuanto, estando en ella situadas tropas de nuestro país, no sólo pueden defenderla con ventaja especialmente en los montes Commissari, La Rhune, de Echalar y Atcbio- la, Gorospil, Otsondo y collado de Maya, sino que se hallarían seguras - ner en Berderitz ó Izpegui, de cuyo último puerto descendió á Errazn y Arizcun persiguiendo á los españoles, que, viendo abandonado de sus com- patriotas el de Maya, y al general enemigo Delaborde ocupando el monte Atchiola sobre su flanco, tuvieron que retirarse precipitadamente á Sant«s- téban para cubrir después á Almandoz y el valle de Lerin, sus dos vías de retirada. El general Delaborde atacó el dia siguiente los reductos del monte Com- missari, con fortuna, no siempre risueña al valor; ocupó á Biriatu, objeto anteriormente de tanto combate glorioso para nuestras armas, el tenntorio de las Cinco Villas y el valle de Lerin, situándose así en posición desde la que podría amenazar el flanco, y aun la retaguardia, de la izquierda española. Esta, el 1.° de Agosto, fué también embestida vigorosamente por el general Frecheville, cuyas tropas pasai'on el Bidasoa y atacaron las baterías estableiú- das en las faldas de San Marcial, que se hallaban apoyadas por fuerzas si- tuadas en la bellísima posición del monte Aya. Pero, forzado éste por W enemigos procedentes de las Cinco Villas^ fué abadonado todo el Bidasoa, refugiándose sus mantenedores á Oyarzun, de cuya posición pasaron en seguida á Hernán i y poco después á Tolosa, adonde consideró el Conde de Mg perdidoe los puertos de Berderits é Izimgui, que ln flanquean completa' mente. Por eso en una guerra defensiva no debe ocnparee fuertemente el BaEtan, sino, por et contrario, concentrar las fuerzas del ejército en Ion ex- tremos de la linea fronteriza al ñcute de Pamplona, cubriendo lo» desfila- deros que desembocan al Arga desde EoncesTalles y Veíate y obaervando el Bantan; y en el monte Aya para oponerse á la invasión por Irun, ó avan- r.ar A Francia á cortar las comunicaciones del enemigo en caso de que aven- turara el ataque á Pamplona. Estas dos posiciones ofrecen la ventaja de cubrir todos los caminos que conducen al Interior; pueden comunicarse y protegerse reciprocamente por el llamado de los Mugoires, que desde Al- mandoE y» á Irun por las Cinco Villas, y por el de Lecumberri; y defiende, sin ocupación, los pasos de Zubíeta y Btandíz, únicos por donde pudieran ser flanqneados, pero sin artillería, los dos cuerpos de ejército. 328 GUERRA DE LA ISIDEPENDENGIA NUMERO 2 Al Ck)nde Bathurst. . . San Juan de Luz, 27 de noviembre de 1813. «Tan mal se van poniendo los asuntos entre nosotros y los españoles, que creo necesario llamar seriamente vuestra atención sobre ello.» «Ya habréis visto los libelos respecto á San Sebastián, que sé han sido escritos y publicados por un oficial del Ministerio de la Guerra, y creo que bajo la dirección del Ministro, D. Juan O'Donojú. Se ha aprovechado la ventaja de la impresión causada por esos libelos para circular otros en que se repiten antiguas historias sobre atropellos cometidos por el ejército de Sir J. Moore en Galicia; para irritar la opinión pública sobre nuestra ocu- pación permanente en Cádiz y Cartagena, particularmente en Ceuta; para exagerar la conducta de nuestros negociantes en la América del Sur y al- gún pequeño negocio de un capitán de barco que se haya portado mal eu un puerto español; lo cual se representa como un ataque á la autoridad soberana de la nación española.» «Yo creo que todos esos libelos proceden de un mismo origen, el gobier- no, sus inmediatos empleados y oficiales; y aun cuando no tengo motivo para creer que hayan hecho grande impresión en el país, la han hecho cier- tamente en los empleados oficiales del gobierno é igualmente en los princi- pales oficiales del ejército. Esas personas necesitan ver que, si loe libelos no han sido escritos ó estimulados por el gobierno, no han sido por lo meno8 desautorizados; conocen que somos .odiosos al gobienu> y nos tratan como tales.» «Las tropas españolas roban cuanto encuentran cerca; para ellas nada es sagrado, ni sus propios almacenes ni los nuestros. Hasta últimamente, se hacía aparecer algo de investigación y así como un deseo de castigar á los criminales; pero ahora, esos actos de desorden se han dejado como en- teramente inadvertidos hasta que he intervenido con mi «utoridad de Co- mandante en jefe del ejército español para darla fuerza. Los magistrados civiles del país, no sólo han rehusado el asistirnos, sino que han mandado terminantemente á los habitantes no pagar nada, y cuando se han descu- bierto robos y probado legal mente contra el Comisar iado, se ha violado la ley y se ha detentado la posesión. Eso ha sucedido últimamente en Tolosa.» «Así, lo que es más raro y más difícil de comprender, es una transac- ción ocurrida últimamente en Fuenterrabía. En el an-eglo de los acantona- mientos y la estación general de hospitales, se estableció que los hospitales británicos y portugueses se situaran en aquella ciudad. Hay un edificio allí que ha sido hospital español; pero la autoridad española que me respondió que era el encargado del hospital, necesitaba alzar, para servir de leña, el entarimado, etc., como las camas, de modo que nuestros soldados no teman el uso de ellas; y ese es el pueblo al que hemos dado medicinas, instrumen- tos, etc., cuyos heridos y enfermos hemos tomado en nuestros hospita- les, etc., y al que hemos hecho cuantos servicios están en nuestro poder, después de haber recuperado su país del enemigo.» «Ruego á vuestra Señoría que observe que esas personas no son el pue- blo de España, sino empleados del gobierno, que no se atreverían á condu- cirse de esa manera si no supieran que su conducta sería agradable á los que los emplean. Si la intención, sin embargo, no es reprimida; si nosotros APÉNDICBB 329 no mostramoe que aentimoa la injuria hecha á nuestro carácter y la injas' ticia y enemletoaa naturaleza de tales procederes, debemoe esperar que al fin el pueblo nos miraré de igual manera y que no tendremos ningún ami- go, ni nadie que se atreva á declararse como tal en España.» f Ahora quiero pediros que consideréis cuáles serán las couBecuenciaa de ese estado de nuestros aeuntos, suponiendo que ha de esperarse cual- quier trastorno, ó que, á seguida de nna agravación de esas injurias é In- cultos y de ees nada aoilstosa conducta ó por cualquiera otra razón, ten- dremos que pensar necesario el retirar nuestro ejército. Pienso yo que ex- perimentaré una gran dificultad para retiramos á Portugal atravesando España siéndonos boatit e¡ pueblo español, por la naturalexa peculiar de nuestros equipos; y pienso que seria mejor embarcar el ejército en Pasajes á pesar de los ejércitos unidos de Francia y Espafia. Pero es para mi mucbo más seg^nro si se toma posesión de San Sebastián; y ese punto de vista es el motivo para avisarle y aconsejarlo como remedio á los peligros de que os he dado cuenta.» «I."; Asi, os recomiendo alterar la naturaleza de vuestras relaciones políticas con Espafia y no tener aquí masque un CSiargé d'A/fairet. Mi hermano es de esta misma opinión en ese punto.s tS."; Oh recomiendo que os quejéis seriamente de la conducta del go- bierno y sus Hervidores; recordarles que Cádiz, Cartagena, y yo creo que Ceuta, tuvieron guarnición de tropas inglesas por su formal petición; y qne las tropas no fueron enviadas á las dos primeras mientras el gobierno aceptaba ciertas condiciones; y que si nuestras tropas no hubiesen guar- necido la última, la plaza, antes de ahora, habría estado en poder de los (3.°,' Os recomiendo que pidáis, para seguridad de las tropas del Rey contra cualquier disposición criminal del gobierno y de sus autoridades, que ee admita guarnición británica én San Sebastián, advirtiendo que, si no se cumple esa demanda, se retirarán nuestras trapas. i €4."; Ob recomiendo retirar las tropas si no se satisface á esa petición, con las consecuencias á que eso dé tugar y estar preparado con arreglo á ellas. Podréis confiar en eso y en que si tomain una firme y dicidlda reso- lución y se ve que os afirmáis en ella, tendréis de vuentra parte á la nación española, haréis que el gobierno vuelva en h1, pondréis ñu del todo alas pequefias cabalas y contrariedades que existen ahora y no tendréis necesi- dad de llevar al extremo esos asuntos. Si tomáis otra resolución que no sea decidida, y una qne, en sus consecuencias, nos envuelva ruinosamente, podéis estar seguro de que no ganareis nada y de que haréis mal ese asunto.» «Os recomiendo esas medidas cualquiera que sea la decisión respecto á mi mando del ejército. Serán probablemente tas más necesariaB si yo lo' con- servo. La verdad es que se acerca una crisis en nuestras conexiones con Es- paña; y si no lográis que el gobierno y la nación vuelvan en si antes de ir más adelante, perderéis inevitablemente todas las ventajas que podáis es- perar de loe servicios que se les presten.» El espíritu que revela ese despacho es el mismo siempre rencoroso qne m» descubre eu los escritos todos y en tos actos de Lord Wellington respecto á España. No bastaron para que variase en él ni sus triunfos que bien com- prenderia deberlos en gran porte á la cooperación de los españoles, sus ejércitos y guerrillas, ni los agasajos^ mercedes de riquezas y condecoracio- nes que le otorgaron nuestro pueblo, nuestro (iobierno y nuestras Cortes, ni siquiera la inmensa confianza de encomendarle el mando en jefe de -"¿-■■Lai. B.B-^^íf "-:■:: S' .5S5) moDt Í2.583 hombros y 2.39Se»bBllO!. Uarlseal Be- rearoEd.... Clinton,... VlYlan 10.000 S.OOO le la l!<¡ulPrda del eeontí ma iz(|merda de la Une» ueu[e U atablan. Brigada alemana i.m Freiré Stovut... BOO En el ataque del puente MaUblan y de luí reducios al norte del Calviuet. Hlll l*=or 18.000 . UOTlIIO.... l.MO Eu el ntaqae del arrabal de St ryprlen y fUTorecleudo Clrún 18.000 BOO Restrva eapañola que no 71 .000 B.SOO 80 300 APÉNDICES 333 NUMERO 4 PABTBS SOBBK la batalla de ToüLOUSE, dados POB LoBD WBLtllNaTON Y Fbeibb, «bgún apabbce en la Gaceta de la Begencia del Domingo 24 de ABRIL DE 1814. £1 Sr. duque de Ciudad-Rodrigo ha dirigido al secretario interino del despacho de la Guerra el parte siguiente: «Excmo. Sr.: Tengo la satisfacción de informar á Y. £. de que hoy por la mañana he entrado en esta ciudad, que el enemigo habia evacuado durante la nocl^e^ retirándose por el camino de Oarcasona. La continuación de las lluvias v el estado del rio me impidieron echar el puente hasta la mañana del 8, que el cuerpo español, con la artillería portuguesa, bazo el mando del general Freyre, y el <;iu artel general pasaron el rio Garona. Inmediatamente avanzamos hasta las inmediaciones de la ciudad, y el 18.° de húsares, baxo el mando inmediato del coronel Viviano, tuvo ocasión de executar el ataque mas brillante contra un cuerpo superior de caballería enemiga que arrojó del pueblo de Groix-Dorade, tomándoles 100 prisione- ros, y haciéndonos dueños del importante puente que hay allí sobre el rio Ers, por donde necesariamente se habia de pasar para atacar la posición del enemigo. Desgraciadamente el coronel Viviane fue herido en esta ocasión, y rezelo mucho de que por algún tiempo me veré privado de su asistencia. A la ciudad de Tolosa la rodean por tres lados el canal de Languedoc y el rio Garona. En la izquierda de este rio hablan formado los enemigos una buena cabeza de puente, fortificando el arrabal con obras fuertes de campaña delante de la muralla antigua. También habían construido cabezas de puente en cada uno de los que hay sobre el canal, que estaba ademas defendido por el fuego de fusilería en algunas partes de la muralla anti- gua, y en todas por el de la artillería. Detras del canal, hacia el oriente, y entre este y el rio Ers corre una altura que se extiende hasta Montaudran, y por la qual pasan todos los caminos que van desde la parte del E. al ca> nal y á la ciudad, á la que sirve de defensa: los enemigos, ademas de las cabezas de puente hablan fortificado esta altura con cinco reductos, unidos por una línea de retrincheramientos, haciendo con toda prontitud todos los preparativos de defensa. También hablan roto todos los puentes del Ers que estaban á nuestro alcance, y por los quales se podia aproximar á la derecha de su posición. Mas como los caminos del Amexe á Tolosa eran absoluta- mente impracticables para artillería y caballería, y aun casi para la infan- tería, según tengo manifestado á V. E., no me quedaba otra alternativa que la de atacar al enemigo en esta formidable posición. Era necesario levan- tar el puente, y colocarlo mas arriba para abreviar la comunicación con el cuerpo del teniente general Hill tan pronto como hubiese pasado el cuerpo español; y esta operación no habiendo podido efectuarse hasta muy tarde del dia 9, creí conveniente diferir el ataque hasta la mañana siguiente. El plan que habia formado para atacar al enemigo era que el mariscal Beres- ford, que se hallaba por la derecha del Ers con las divisiones quarta y sexta, debia atravesarlo por el puente de Croade, apoderarse de Montblanc, mar- char rio arriba por la izquierda del Ers, y doblar la derecha del enemigo mientras que el general D. Manuel Freyre con las tropas españolas de su Jé 334 GUERRA DB LA INDEPENDENCIA mando, sostenidas por la caballería inglesa, debia atacar el frente. £1 te- niente general sir Btapietton Cotton debía también seguir los movimientOB del mariscal con la brígada de húsares del lord E. Somercet; y la brigada del coronel Viviane, al mando del coronel Arentchyld, debia observar los movimientos de la caballería enemiga por ambas orillas del £rs, mas allá de nuestra izquierda. La tercera división y la ligera, ai mando del teniente ge- neral Picton, y al del mayor general Carlos, barón de Altten, y la brigada de caballería alemana, debiau observar al enemigo por la parte baxa del ca- nal, y atraer su atención hacia aquel lado amenazando atacar las cabezas de los puentes, cuya demostración debia también executar el teniente general sir Roland Hill en el arrabal á la izquierda del Garona. £1 mariscal Beres- ford pasó el Ers, y formó su cuerpo en tres columnas de línea en la aldea de Oroiz-Dorade tomando la cabeza la quarta división, con la cual se apode- ró inmediatamente de Montblanc. Entonces marchó por la orilla del l^lrs en la misma formación, sobre un terreno muy difícil y paralelamente á la po- sición fortificada del enemigo, y tan luego como llegó al punto en que debia doblarla, formó sus líneas, y se puso en movimiento para atacarla. Durante esta operación el general Freyre marchaba por lo largo de la izquierda del Ers al- puente de Croix-Dorade, donde formó su cuerpo en dos líneas, can su reserva en una altura enfrente de la izquierda de la posición enemiga, sobre la qual estaba también colocada la artillería poi-tuguesa, y á retaguar- dia y de reserva la brigada de caballería del mayor general Ponsomby. Luego que se formaron las tropas, y se vio que el mariscal Beresford esta- ba pronto, marchó al ataque el general Freyre. Las tropas subieron en buen orden sufriendo un vivo fuego de fusilería y artillería, y manifestaron gran valor, llevando á su cabeza al general con todo el estado mayor, y las dos lineas se alojaron al abrigo de unas banquetas que había baxo el fuego in- mediato de los retrincheramientOH enemigos, permaneciendo sobre la altura en que se hablan formado primeramente las tropas, la reserva, la caballería británica y la artillería portuguesa. Sin embargo, el enemigo rechazó el mo- vimiento de la derecha de la línea del general Freyre, dobló su flanco iz- quierdo, y habiendo continuado sus ventajas, y doblado nuestra derecha por ambos lados del camino real de Tolosa á Croix-Dorade, obligó pronta- mente á todo el cuerpo á retirarse. Mucha satisfacción me causó el ver que aunque las tropas hablan sufrido considerablemente al tiempo de re- tirarse, se reunieron otra vez luego que la división ligera, que estaba muy inmediata á nuestro flanco derecho, se ponia en movimiento; y no pue- do elogiar suficientemente los esfuerzos que hicieron para reunirías y for- marlas de nuevo el general Freyre, los oficiales del estado mayor del quarto exórcito español, y los del estado mayor general. El teniente ge- neral D. Gabriel de Meudizabal, que estaba de voluntario en la acción, el brigadier Ezpeleta, y diferentes oficiales del estado mayor y gefes de cuer- pos fueron heridos en esta ocasión; pero el general Mendizabal continuó en el campo. El regimiento de tiradores de Cantabria, al mando del co- ronel Sicilia, mantuvo su posición debaxo de los retrincheramientos ene- migos hasta que le envié la orden para retirai-se. Entretanto el mariscal Beresford con la quarta división, al mando del teniente general sir Lowri- cole, y la sexta, á las órdenes del teniente general sir Hamry Clinton, ata- có y tomó las alturas de la derecha del enemigo, y el reducto que cubría y protegía aquel fianco, y alojó sus tropas sobre la misma altura que el ene- migo, quien sin embargo quedó dueño todavía de quatro reductos, y de los retrincheramientos y de las casas fortificadas. El mal estado de los cami- APÉNDICES 335 nos había obligado al mariscal á dexar su artillería en la aldea de Mont- blanc, y se pasó algún tiempo antes de que pudiese llegar al sitio donde estaba^ y antes que el general Freyre pudiera formarse, y volver al ataque. Luego que esto se veriflcó continuó el mariscal su movimiento por toda la cresta de la altura, y con la brigada del general Pack tomó los reductos principales y la casa fortificada que el enemigo tenia en su centro. El ene- migo hizo un esfuerzo desesperado desde el canal para volver á tomar el reducto; pero fué rechaasado con pérdida considerable, y continuando la sexta división su movimiento por la cresta, al mismo tiempo que los espa- ñoles executaban el movimiento correspondiente por el frente del enemigo, fué arrojado este de los dos reductos y de los retrincheramientos de su iz- quierda, y toda la altura quedó en nuestro poder. Nosotros no conseguimos esta ventaja sin experimentar una gran pérdida, particularmente la bizarra sexta división. El teniente coronel Cotton, del 61. °, oficial de gran mérito y de gi-andes esperanzas, fué muerto desgraciadamente en el ataque de las alturas. £1 mayor general Pack fué también herido; pero pudo continuar en el campo, y el coronel Douglass, del regimiento portugués núm. 8.°, per- dió una pierna, y temo mucho que me veré privado por largo tiempo .de suH servicios. Los regimientos 36.°, 42.°, 79.° y 61.** perdieron un número considerable, y se distinguieron sobremanera durante todo el día. No puedo elogiar suficientemente la habilidad y conducta del mariscal Beresford du- rante todas las operaciones de este día, la del general Colé, la del general Clinton y la de los mayores generales Pack y Lambert. £1 mariscal refiere particularmente la buena conducta del brigadir general d'Urban, quartel- maestre general, y la del mariscal de campo Brito-Mossinho, ayudante general del exército portugués. La quarta división, aunque expuesta du- rante BU marcha por todo el frente enemigo á un fuego muy sostenido, no estuvo tan empeñada como la sexta división, y no padeció tanto como ella; pero se conduxo con su acostumbrado valor. Tengo ademas singulares motivos para estar satisfecho de la conducta del teniente general D. Ma- nuel Freyre, del de igual clase D. Gabriel Mendizabal, y del mariscal de campH) D. Pedro de la Barcena, del brigadier D. José Ezpeleta, del mariscal de campo D. Antonio Garcés de Marcilla, y del gefe del Estado mayor del quarto exército D. Estanislao Sánchez Salvador. Los oficiales y tropa se portaron bien en todos los ataques que sucesivamente se dieron, después de haberse vuelto á formar. No siendo el terreno á propósito para la caba- llería, no tuvo ocasión esta arma de distinguirse. Quando se executaban por la izquierda las operaciones que acabo de detallar, el general Hill arro- jó al enemigo de sus obras exteriores en el arrabal sobre la izquierda del Garona, hasta encerrarlo dentro de la antigua muralla; y el teniente gene- ral Picton con la división tercera arrojó al enemigo dentro de la cabeza de puente sobre el del canal, que está mas inmediato al rio. Pero habiendo hecho sus tropas un esfuerzo para apoderarse de él fueron rechazadas con alguna pérdida. El mayor general Brisbaune fué herido, aunque confio no sea de manera que me prive por mucho tiempo de su asistencia; y el te- niente coronel Forves, del 45.°, oficial de un mérito sobresaliente, fué des- graciadamente muerto. Establecido de esta manera el exército por tres la- dos de Tolosa, destaqué inmediatamente la caballería ligera para cortar la comunicación al enemigo por el único camino practicable que le quedaba para carruages, hasta que yo pudiese tomar mis disposiciones para estable- cer las tropas entre el canal y el Garona. El enemigo sin embargo se retiró la noche última, dexando en nuestro poder al general Aiispe, al general 336 QUEHKA DJfi LA INDBPSKDBNCIA * fieauror, y al general St. Hylaire con 1600 prisioneros. Una pieza de artille- ría se tomó en el campo de batalla; y otras mas, con gran cantidad de al- macenes de toda «specie se han cogido en la ciudad. Desde mi último oficio he recibido del almirante Primrose una relación de las ventajas consegui- das en la Gironda por los ^botes de la esquadra de su mando. £1 general conde de Dalhousye pasó su caballería casi al mismo tiempo que el almi- rante entraba en el rio, y arrojó las partidas enemigas que mandaba el ge- neral l'Hillier del otro lado del Gordona. Entonces pasó este rio el dia 4 cerca de St. Andre de Cupzac con un destacamento de sus tropas con el ob- jeto de atacar el fuerte de Blaye, S. S. encontró al general Ilillier y ai gene- ral Barreaux apostados cerca de Etanliers; y estaba haciendo sus prepara- tivos para atacarlos cuando se retiraron, dexando en sus manos como :^00 prisioneros. En las operaciones que acabo de referir he tenido grandes mo- tivos de estar satisfecho del auxilio que me han prestado el cuartcimaestre general, el ayudante general y oficiales de ambos departamentos, del de los mariscales de campo D. Luis Wimpffen y D. Miguel de Álava, y de los oficiales del Estado mayor español. Remito á V. E. este parte por medio del- teniente coronel D. Juan Morales, del Estado mayor de campaña, á quien ruego á V. E. lo recomiende á la protección del Gobierno. Acompa- ño á V. E. el parte que me ha pasado el general D. Manuel Freyre sobre la acción de aquel día, con un estado de su pérdida, y los estados de la pér- dida que experimentaron las tropas inglesas y portuguesas. Dios guarde á V. E. muclios años. Quartel general de Tolosa á 1*2 de Abril de 1814.:^ Excmo. Sr,^=Wellington, duque de Ciudad-Rodrigo.:=:Excmo. &■. ministro de la Guerra.» Parte del general Freyre que se cita en el ofldo anterior. cExcmo. Sr.: Con arreglo á las órdenes que V. E. tuVo á bien comu- nicarme á las siete del dia 10 del corriente, dispuse que las tropas de mi man do atacasen las alturas inmediatas á Tolosa defendidas por fuertes reductos, se apoderasen de aquella que formaba como la vanguardia enemiga, y des- pués la izquiei-da de su posición. La primera operación fué executada tan pronto como pudieron llegar lus tropas, después de haberlas formado en el orden conveniente á la salida del desfiladero por donde hicieron su marcha desde el pueblo de Espinasse al de Croix-Dorade. Luego que se tomó esta al- tura formé las tropas en dos líneas y una reserva según V. E. me previno, y emprendieron de frente el ataque de los reductos de izquierda de la posi- ción enemiga, al mismo tiempo que otras tropas del exército aliado lo veri- ficaban con la derecha y centro de la misma. Marchó la tropa con la mayor decisión atravesando mil obstáculos que le oponia el terreno en continuas y anchas zanjas, y llegó despreciando el fuego, que le causaba mucho daño, al pie de los reductos. En este sitio había un foso grande que hacia un ca- mino muy profundo, el qual no pudo franquearse. En tal estado hallándosi' expuesta á un fuego, que le causaba pérdidas muy considerables, así de los reductos como de las tropas inmediatas á la ciudad que estaban sobre su fianco, hubo de retirarse apresuradamente hasta salir del alcance. Entonces fué quando, con arreglo á las órdenes de V. E., la reserva se adelantó y sostuvo dignamente esta retirada, conteniendo á los enemigos en sus posi- ciones; y siguiendo igualmente las disposiciones de V. E. previne que mis tropas atacasen la posición que habia entre el centro é izquierda de los ene- migos. Para executar esta operación la tropa tuvo que pasar por desfiladeros APÉNDICJíS 337 inay estrechos, pues fué preciso formar las columnas de ataque al descu- bierto, y expuestas á los fuegos de la.arlilleria enemiga, pero no habia otro parage en que pudieran formarse. En esta forma se emprendió el ataque al mismo tiempo que contra el centro lo practicaba una división del exército aliado. Las tropas superaron todos los obstáculos del terreno, siempre cor- tado por zanjas, y tomaron con el mayor valor la altura por donde se exten- día la linea enemiga; con lo qual, y con haberse apoderado del centro, que- daron los enen^igos en la sola posesión de los reductos de su izquierda. Después de habeime mantenido de est^ suerte por el espacio de hora y me- dia, mandé, siguiendo las órdenes de V. B., atacar los reductos, siguiendo la misma cordillera que formaba la posición; y los enemigos fueron arroja- dos, quedando aquellos en poder de nuestras tropas, y toda su posición (muy ventajosa por cierto) en el del exército aliado. Al exponer á V. E. el resultado ventajoso de la batalla de dicho dia, tengo el sentimiento de anunciarle la pérdida de muchos gefes, oficiales y soldados que vertieron su sangre y sacrificaron sus vidas cubiertos de gloria. El estado adjunto infor- mará á V. E. de su número y de sus apreciables nombres. El teniente gene- neral D. Gabriel de Mendizabal fué herido en el ataque de la mañana, quan- do quedó encargado de dirigir el de nuestra izquierda; y por más instancias que le hice no pude lograr que se retirase en todo el dia, dando con esto un exemplo digno de admiración. Debo muy particulares elogios al mérito del mariscal de campo D. Pedro de la Barcena, cuyo valor y serenidad me ayu- daron en extremo durante toda la batalla, con la circunstancia de haber tra- bajado á pie por la pérdida de su caballo. El auxilio que me prestó este ge- neral lo considero como una de las cosas que mas contribuyeron á la victo- ria. Las heridas que recibió el brigadier D. José de Ezpeleta me privaron de su asistencia desde la mañana, y la quarta división que mandaba quedó desde muy temprano sin este digno gefe, que en todas ocasiones ha mani- festado su mérito sobresaliente. Los comandantes de brigadas D. Pedi'o Méndez de Vigo y D. José Carrillo y Albornoz fueron también obligados por BUS heridas á dexar unos puestos en que haciendo los mayores esfuer- zos, eran de la mayor utilidad por su valor y conocimientos. Debo los mayores elogios á los mariscales de campo D. José Garcia de Pai'edes y Don Antonio Garcés de Marcilla, comandante de la división provisional, por su asistencia y el zelo que emplearon en sus respectivas funciones, como también á los gefes de brigada D. Ramón Romay y D. Francisco Plasencia. Será siempre sentida en el exército la pérdida de los coroneles D. Francisco Xavier Balanzat, del de voluntarios de la Corona, y de D. Leonardo Sicilia, del de tiradores de Cantabria: ambos gefes eran de los mas respetables del exército por sus virtudes militares, y aun puede decirae que eran un mode- lo de ellas. Seria muy prolixo si me extendiese á informar á V. E. de las ca- lidades personales de cada uno de los restantes oficiales que vertieron su sangre en este dia; baste decir que la pérdida de cada uno de ellos seria bastante para afligir á los militares amantes de la gloria de su profesión. El mariscal de campo D. Estanislao Sánchez Salvador y todos los oficiales de este acreditado cuerpo cumplieron sus deberes con el zelo é inteligencia que en todas ocasiones los han distinguido, y tienen el dolor de haber perdido uno de sus mas dignos individuos en D. José Ortega, que ha fallecido de resultas de sus heridas en esta noche pasada. Los oficiales y tropa del cuer- po de zapadores han cumplido con sus funciones de un modo que nada me ha dexado que desear. Tengo la mayor satisfacción en informar á V. E. que las die» piezas de artilleria portuguesa que V. E. mandó que sirviesen agre- TOMO 2av 22 338 GÜERKA DE La. liSDBPfiNDBNCU gadas al exército de mi mando jugai'on con el mayor acierto dorante todo el día, en el qual acreditaron el concepto militar que sa nación se ha adquiri- do en Europa. Por los informes que he tomado puedo anunciar á V. £. que el cuerpo de cirugía militar del exército ha llenado completamente sus debe- res en la asistencia de los heridos, y que los facultativos que mas se han dis- tinguido á la vista del cirujano mayor D. Juan Tomas Marín son el consaitor D. Antonio de Denlafen, el primer ayudante D. Rafael Genebriera, el segun- do habilitado D. Antonio Briart, y el ñsico del batallón de marina D. Fran- cisco Castro. Los capellanes D. José Miranda y D. Francisco Várela son también dignos de recomendación por la caridad que han empleado en la asistencia espiritual de los heridos. Mis ayudantes de campo los capitanes D. Manuel del Pozo y D. Antero Henriquez, el teniente D. José María Barre- ro y D. Manuel Jácome llenaron en aquel dia á toda mi satisfacción el cum- plimiento de sus deberes, como también el teniente D. Joaquín de Velasco, que desempeñando iguales funciones que aquellos, fué herido en lo mas aca- lorado de la acción; también me acompañaron en toda ella y con el mismo objeto el teniente D. Manuel Caballero del Pozo y el subteniente D. Roque Jacinto Valle. Últimamente se distinguió en esta acción el teniente de hú- sares dé Cantabria D. Víctor Sierra, que con siete soldados dispersó quatro compañías enemigas que estaban sosteniendo sus guerrillas, y después de haber herido á algunos, y hecho prisioneros á varios, se retiró á pie por ha- ber perdido su caballo en la carga que les dio. Todo lo que tengo el honor de manifestar á V. E. para los efectos que tenga por convenientes. Dio'? guarde á V. E. muchos años.=Quartel general de Croix-Dorade 12 de Abril de 1814.-:rExcmo. Sv.^:^Manuel Freyre. -^Excmo. Sr. duque de Ciudad*Ro- drigo.nuKs copia. imWimpff en.» • Besúmen de la pérdida que ha tenido el exército aliado al mando del 8r. dtique de Ciudad- Rodrigo en la acción del 10 de Abril de 1814 ^ en las inmediacio- nes de Tolosa, Ingleses: 16 oficiales, 296 soldados y 55 caballos muertos; 131 oficiales, 1664 soldados y 54 caballos heridos; 3 oficiales, 14 soldados y un caballo extraviados: total 150 oficiales, 1964 soldados y 110 caballos. Portugueses: 3 oficiales, 76 soldados y 5 caballos muertos; 23 oficiales, 506 soldados y 1 caballo heridos: total 26 oficiales, 681 soldados y t» caballos. Españoles: 12 oficiales, 193 soldados y 2 caballos muertos; 91 oficiales, 1631 soldados y 4 caballos heridos; 1 soldado y 1 caballo extraviado: total 108 oficiales, 1825 soldados y 7 caballos. Total: 31 oficiales, 564 soldados y 62 caballos muertos; 245 oficiales, 8801 soldados y 69 caballos heridos; 3 oficiales, 15 soldados y 2 caballos ex- traviados. Total general: 279 oficiales, 4370 soldados y 123 caballos. Grados, nombres, empleos y cuerpos de los generales, gefes y oflciales muertos, Jíeridos, prisioneros y extraviados del quarto exército. Muertos, D. Juan Sánchez Garrido, teniente del 2.^ de Asturias. D. Carlos Calafat, capitán del 6.*^ de Marina. U. Fermín Sollozo, teniente de id. D. Francisco Xavier Balauzat, teniente coronel de voluntarios de la Corona. D. Manuel APÍNDIOES 389 José Fuga, teniente de id. D. Francisco Atan, subteniente de id. D. José Moreno, ayudante del de Oviedo. D. Pedro María Fernandez, teniente de id. D. José Castañon, sub teniente de id. D. José Gómez, subteniente de Laredo. D. Leonardo Sicilia, coronel de tiradores de Cantabria. D. Pascual Pérez Lazarraga, teniente de id. Heridos, £1 teniente general D. Gabriel de Mendizabal. D. José £zpeleta, co- mandante general de la quarta división, brigadier, del estado mayor. Don Pedro Méndez de Vigo, gefe de la primera brigada de la división provisio- nal, coronel de Oviedo. D. José María Carrillo, gefe de la primera brigada •le la quarta división, coronel del 2.° de Asturias. D. Joaquín Velasco^ se- cretario de S. E., teniente de la Pi-incesa. D. Fernando de Lasenra, capftan de ingenieros. D. José Ortega, teniente coronel, ayudante segundo de es- tado mayor. D. José Cienfuegos, id. de id. D. Ramón González, id. de id. I). Santos San Miguel, teniente coronel del 2.° de Asturias. D. José María Xovoa, sargento mayor de id. D. Diego Quirós, capitán de id. D. Benito Llórente, capitán del de Guadalaxara. D. Camilo Marquina, id. de id. Don Juan de Novoa, id. de id. í). Francisco Vega, ayudante primero de id. D. Jo- sé Guerra, subteniente de id. D. Eduardo Mosquera, capitán de fragata. Don Juan de Asas, capitán de Marina. D. Ramón Ayala, teniente de id. D. Juan Moreno, id de id. D. José Osorio, subteniente de id. D. Ramón Rengel, te- niente coronel, comandante de voluntarios de Asturias. D. Pablo Herce, ca- pitán de id. D. Andrés Pardo^yudante de id. D. Bernardo Pita, teniente de id. J) Ramón Nufiez, id de id.T). José Villamil, subteniente de id. D. Manuel IJznia, id. de id D. Pedro Ovalle, id. de id. D. Juan Canal, capitán del de Santiago. D. Juan de Castro, teniente de id. D. Benito Martínez, id. de id. I). Juan Guillen, subteniente de id. D. Francisco Quiroga, id. de id. Don Juan Cancela, id. de id. D. Bernabé de las Pallas, id. de id. D. Mariano Castell, teniente coronel, sargento mayor de la Corona. D. Tomas iNoriega, teniente de id. D. Mariano Canalls, subteniente de id. D. Ventura No- ííuerra, id. de id. D. José María Falcon, sargento mayor del de Ribero. D. Ramón de Castro, capitán de id. D. Pedro Neyra, teniente de id. I) Ruperto Otero, id. de id. D. José Sonsa, subteniente de id. D. Mi- guel Santos, id. de id. D. Tomas Xogueyra, id. de id. D. Francisco Villa- rino, id. de id. D. Francisco Rúa, teniente del de Oviedo. D. Ramón Custellá, id. de id. D. Ramón CoUast, subteniente de id. D. José Ordoflez, id. de id. D. Pedi'O Mateo Olorn, sargento mayor del 1.^ Cántabro. Don Juan Suarez, capitán de id. D. Vicente Carvajal, id. de id. D. Juan Pifíal, teniente de id. D. Francisco Mediavilla, id. de id. D. Ramón de Arribas, subteniente de id. D.Silvestre Hidalgo, teniente coronel del de Laredo. 1). Bemardino García, capitán de id. D. Antonio González Villamil, ayu- dante de id. P. José Alfonso, teniente de id. D. Félix del Arenal, subtenien- de id. D. José Gómez, subteniente de tiradores de Cantabria. CofUuaos. D. Ángel Vallejo, ayudante segundo de estado mayor. D. José Ruiz, subteniente del 2.° de Asturias. D. Antonio Ruiz Alvarez, id. de id. D. Ja- cobo Saavedi'a, id. de id. D, Ilafael Martínez, ayudante de Marina. D. Ale- xandro Lan*ua, teniente de id. D. Manuel Rodi'iguez, subteniente de vo- mandaba la batería más alta, le ordené tirar constantemente con toda carga para qae DUeetraa tropas pudiesen sltnaree con conflansa bajo la protección de nuestro tnego; tener el mayor cuidado de refrescar de continuo !bb pie- zas y dirigir su fuego sóbrela avenida del Boncan, al frente de la caaa Monnet.» c0noB veinte hombres, poco más ó menos, cazadores del 83.°, mandados por nn sargento, ee emboscaron en las talas de detrás de Monnet, bajo la protección de nuestro fuego. El general en jefe Hope, y uno de sns ayudantes de campo, se fueron á nuestros fusiles de parapeto, creyendo poderse dirigir sobre Montaigu; pero los cazadores franceses los hicieron prisioneros con toda en escolta, compuesta de 35 á 40 hombres, y los con- - diijeron á la batería del teniente Longuet. Habiendo visto que aquella ba- tería no tiraba más, me fuf á ella y pregunté el motivo. Al manifestárseme aqu«1Ia captura, pregunté quién la habla hecho, y el sargento me contestó que ól con sus cazadores. Mandé que se continuase el fuego y se condujeran los prisioneros á la cindadela, como se hlzo.i Nota de Doceré en 'la BIociu, ds Bb^uds. de ]SH>, piglna 342 GUERRA DB LA INDEPENDENCIA NUMERO 6 Juan Maptfn el Émpeeinado La oüerba de la Independencia bajo su aspecto popular Los guerrilleros Señores: Yo había pactado con vuestro digno presidente la lectura aquí de uu capítulo inédito de mi humilde obra sobre la guerra de la Independen- cia: las ocupaciones inherentes á mi carrera, otras, también ineludibles, y el deseo, creo que legítimo, de no interrumpir aquella labor histórica, de- masiado atrasada para los pocos años de vida que me restan, me impedían dedicar un nuevo trabajo á esta docta corporación, cual cumple á su im- portancia y á la de sus ilustrados miembros. Pero, al reflexionar sobre el tema cuyo estudio y explicación se me había encomendado en el progranuí de vuestras conferencias, he comprendido cuan deficiente resultai'ía la mía de circunscribirla á un corto período de tiempo, el que puede abarcar la narración dentro de los estrechos límites .de un capítulo de entre tantos y tantos como mi obra comprende. Discurrir sobre El Empecinado y la guerra de la Independencia bajo su aspecto popular, y exponer las excelencias y defectos de los guerrilleroii, los héroes qiie la leyenda de aquel tiempo ha hecho únicos campeones de tan gigantesca lucha, es tarea que exige, además de ánimo sereno y caráo- ter independiente, estudio profundo, examen minucioso y desarrollo tugues, como práctico que era en él por su oficio pastoril, por necesidad, después, al burlar las iras del pretor y, finalmente, como general y consu- mado estratego en los campos de batalla. No quiero ofenderos con la descripción de sus aventuras y campañas que todos conocéis: mi propósito ahora se reduce al de, por el recuerdo del héroe lusitano, deducir la antigt\edad del guerrillero en España y la seme- cliticado eiquierftpOT tanto revés y tsntas invasiones comobti sutrido i^pa- fla, ni «un por la cultura que nuestro pueblo ha llegado á alcanzar en va- rias épocas de su larga existencia. En ninguno, puede decirse que se ba revelado más firme y consisteule el espíritu conservador, pues leyes, reli- gión y hábitos, cuanto constituye el genio de una raza, se han mantenido en la espaOola con la virtualidad y la íorma conocidas desde su origen. No habla de desmentirse en la manera de hacer la guerra; y las aficiones popolaree se han dirigido, coa efecto, en materia de milicia, por loe cami- nos de la independencia á (jue guía forKOsamente el personalismo, que fué la caasa de nuestros mayores desastres nacionales y sigue siendo la de nneatra debilidad en las grandes crisis interiores por que ha atravesado la nación. Si la invasión gótica logró sofocar pronto el fuego de una lucha tan devastadora en sus comienzos como tas anteriores, iniciada por aquellos patriotas á que el vencedor dio el nombre de Bagaudos, en la siguiente muslímica, el choque de dos razas tan divorciadas una y otra de ta unidad y la dieciplina, produjo la guerra de ocho siglos, que es seguro no hubiera alcanzado período tan largo de ofrecer un carácler verdaderamente militar, no el de fuego que la dieron, además, las rivalidades de los reyeznelos de uno y otro campo. El gittrrillero, pues, y permítaseme la palabra, sin grandes éxitos ante la ntáneo que en la guerra de la Independencia, en que la situación del país y las provocaciones de que se le bizo blanco en tos objetos que le eran más caros y venerandos, lo erigie- ron en sistema militar, autorizado luego por el éxito que le fué atribuido por una gran parte de pueblo tan impresionable como el nuestro. Con efecto, no podía ser más precaria la situación de Espaüa al verse invadida por las huestes de Napoleón I. El nervio de su ya mertuado ejér- cito se hallaba en el ■ Norte y en Portugal apoyando las ambiciones del so- berbio Emperador que á nada menos aspiraba que al dominio de toilo el Occidente de Europa. Nuevo Carlomagno, con más recursos, empero, y bu- {>eríor talento, émulo y feliz, como ya era, de los más gi'andes capitanes de la antigüedad, no se humillaba á la idea de encontrar el Zaragoza y et Ron- t'esvalles que habían atajado la carrera de victorias y engrandecimientos del famoso vencedor de los avaros, fundador de una dinastía como él desea- ba serlo de otra. Como él también, se había propuesto arrancar coronas por do quler las descubriera, y comenzó á repartirlas entre sus deudos y te- nientes para, á la sombra de la gloriosísima su.va, crear una federación im- perial, con la unidad, sin embargo, que la darían su carácter de hierro y su inteligencia soberana. Lo he dicho en otra parte: «Para encontrar rivales á ese Titán moderno, es necesario trasladarse á épocas remotísimas, y, aun asi, Alejandro, Aníbal y César tendrán que reunir en un solo símbolo lo le- 346 OUfiRRA DB LA INDEPENDENCIA cantado de sus pensamientos, lo emprendedor y hábil de sus estratagema.^ y lo sublime de sus cálculos para componer la ingente figura de Napoleón Bonaparte.» Sus ejércitos eran tenidos, además, por invencibles, guiador, como iban, por hombre tan extraordinario, y por sus discípulos, cada uno de los cuales parecería un maestro en el arte de la guerra si no los empe- queñeciera á todos el sapientísimo suyo. ¿Cómo reslstii-, pues, sin hombres, cañones, ni dinero, sin administra- ción sobre todo, ni gobierno, puesto el español en manos tan débiles como ineptas? Y, sin embargo, el que tenía por uno de sii^s primeros atributos el de magnánimo, creyó deber acudir á las artes más ruines para atropellar á una dinastía que llamaba envilecida y someter á un pueblo que decía estar su- mido en la más crasa ignorancia y el abatimiento más vergonzoso. Intro- dujo la discordia en la familia real de España y trató de desautorizarla á los ojos de los españoles, tan celosos de su dignidad, personal y del decoro y la honra de la nación. Propaló sus intenciones de regeneración para halagar nuestra vanidad característica; y, temeroso todavía de un fracaso por falta de disimulo, inventó tratados donde se prometía largamente gloria y en- grandecimiento y, con arreglo á ellos, deslizó sus legiones por el país, fin- giendo dirigirlas al exterminio de los que él hacía suponer enemigos nues- tros para mejor sorprendernos y avasallarnos. Y cuando, apoderado así dv nuestras plazas más fuertes, subvertido el espíritu público con sus manejon y las predicaciones de sus agentes y adeptos y maduro el plan de antemano concebido, creyó oportuno el instante para llevarlo cumplidamente á efecto, en un día dado, á la hora misma, puede decirse, y como impelidos por un resorte solo, se pusieron en juego todos los elementos de tan infernal má- quina, cuerpos de ejército, amenazas, sujestiones é intrigas que ahogaran cualquier intento de resistencia. La familia real fué secuestrada; las tropas se vieron dispersas y las auto- ridades destituidas. ¿Rompería el pueblo español las espesas y robustas mallas de red tan traidoramente urdida? En colectividad no era fácil que pudiera deslizarse por ellas y menos destruirlas; y, entonces, herido en sus sentimientos de honor y de orgullo nacional tan hondamente arraigados, é inspirándose en los de su patriótico anhelo y en el deseo de la venganza, que siempre le ha distinguido, apeló á aquel personalismo histórico que había hecho la gloria de sus predecesores. He aquí el origen y la causa de las guerrillas en la gran epopeya de la Independencia española. Al grito de Dos de Mayo, la chispa eléctrica que, al decir de un insigne académico, incendió á Europa y la purificó de Uranos, respondió España uná- nime, suceso verdaderamente extraordinario en esta tierra de discordias. Solamente algún espíritu fuerte^ rebelde á la majestad de las causas más santas y eso por flaqueza de carácter, no pocas veces enmascarada con la ostentación de una falsa independencia, por miedo, en una palabra, al po- derío, en sentir suyo, incontrantable de la Francia, dejó de seguir aquel movimiento general de la nación-. El magnate como el menestral, el propie- tario como el labriego, sin concierto previo, pero sin vacilar por eso un mo- mento, se lanzaron como un solo hombre, y hombre de honor, según la ft-ase napoleónica, á la resistencia más tenaz y gloriosa que registran los anales de los tiempos modernos. Allí no hubo clases que se distinguieran en tre las demAa en la manifestación de sus sentimientos patrióticos; todas contestaron al grito de angustia de Madrid y ai de indignación del alcalde de Móstoles, con el nnfaono, estridente y aterrador de ^Guerra y venganza! En las ciodadea ocupadas por el enemigo, se tradujo ese arranque en la trasmisión de confidencias y en donativos de armas y dinero; en las libren, en la organización de fuerzas para el ejército regular, el trabajo en las for- tiflcaclones, el concierto con los demás países y la adquisición en ellos de toda clase de subsidios para hacer la lucha más eficaz; en los campos, final- mente, por la acción individual ayudada de los únicos recursos, allf exis- tentes, de la astucia y ta violencia. Para ejercitar mejor esa acción personal, Iim montes se hicieron la gua- rida favorita de los patriotas, las rocas y matorrales el mejor parapeto, los caminos el teatro más propio, y las casas de labor, las ventas y desiertos, su punto de cita, su cuartel general. I^s aldeas quedaron destinadas á otro género de servicios; á los de espionaje, provisión de mantenimientos y al horriblemente sublime de las venganzas por los atropellos del enemigo al honor, las creencias y la hospitalidad de los vecinos inermes, ancianos, mnjeres ó sacerdotes. El clero y las mujeres fueron el punto de apoyo de la grave palanca que puso en juego la resistencia popular en aquella lucha, cuya memoria durará eternamente para ejemplo de loe pueblos que aspiren al bien supremo de la independencia nacional. Enrojecióse la tierra espa- ñola coú la sangre de tanto y tanto mártir sin otro d»lito que su patriotis- mo; pero aquella sangre fué como la fuente de un río á la que van dando candal los derivados de la montarla ó el valle en que se forma, pues que fué canea de los mari'B de la en que se ahogaron las ambiciones y los excesos de Un honrado labrador, cuyos bélicos insllntos le hablan llevado al Rose- llón en la guerra de la República, vuelve á coger las armas al asomar los franceses en principios de 1808 por las márgenes del Duero donde habia na- cido. Su corazón le decía que no era la amistad que fingían la que guiaba aquellos huéspedes orgulIofiOB á la capital de España; y antes del Don db MavoIos espiaba en el camino, detenia sus correos y los mataba si se resis- tían al secuestro de sus balijas. Se qniso oponer al viaje de Femando VU á Bayona, previendo la traición de que era victima: y, no lográndolo, la vengo tan largamente, que una autoridad egoísta, vendida a los invasores, lo en- oeiTÓ en cruel mazmona, de la que te libraron su temeridad y fius hercúleas fuerzas. Al huir, formó partida numerosa con que emprender operaciones de ma- yor monta que los acometidas hasta entoncen; y en adelante no pudo fran- cés alguno, convoy ni destacamento del ejército imperial, transitar por las provincias de Soria, Begovia y Burgos, sin la seguridad, harto peligrosa, de encontrar á su paso á l.>on Juan Martin Díaz y sus valientes secuaces. Eete era el célebre Empecinado, hombre galán y simpático, al decir de un biógrafo suyo, de estatura regular, cenceño y de.senvuelto, de anchas es. paldas, forzudo y de pelo abundante y cerdoso en el pecho; el primero de nuestros guerrilleros en levantar el estandarte de la independencia espa- Qola. No le llevó á la sublevación ofensa alguna á su persona de parte de los franceses; le precipitaron á ella el valor de que tan gallaida muestra había hecho en la guen^a de la República, y la indignación que en él pro- dujeron la falaz conducta de Bonaparte y el espectáculo de sus legiones al pisar el "uelo de la patria. Humano hasta ser esi-rupulüso en la manifertación de una virtud ne- 348 aUERRA DB LA INDBPENDBNCIA gada sistemáticamente á nuestros guemlleros, hubo de sufrir mil contra- riedades y hasta derrotas, que de otro modo habría evitado, por no man- charse con la sangre de los prisioneros, cuya entrega en los depósitos ó á los generales de los ejércitos le costó diversiones, ni cortas ni exentas de riesgos, á los puntos en que habían sido aquéllos establecidos ó á las co- 'marcas en que éstos operaban. Así apareció el Empecinado en la provincia de Salamanca por dos veces; la primera, como portador de pliegos muy importantes, interceptados al ene- migo, para entregarlos al general inglés Sir John Moore; y la segunda, para depositar un gran número de prisioneros en la plaza de Ciudad-Rodrigo. Eran aquellos los días en que se libraba en Tala vera la gloriosa batalla de 27 y 28 de julio de 1809; y el Empecinado, puesto á la vanguardia del ejér- cito de la Izquierda que ya mandaba el duque del Parque, fué dirigido á hostilizar la rezaga y los flancos de los mariscales Soult, Mortier y Ney, que cruzaban la cordillera carpetana para caer en Plasencia á espaldas de los generales Cuesta y Wellesley y cortar su comunicación con Extremadura y Portugal. Los movimientos del Empecinado fueron tan hábiles y su acción tan eñcaz que nadie, al observarlos, hubiera dicho que eran ejecutados por un ignorante y rudo campesino, sin los estudios ni la experiencia de un verdadero hombre de guerra. Terminada aquella campaña, si gloriosa para las armas anglo-espa- ñolas, estéril por demás á la independencia de nuestras patria, el Empeci- nado volvió al teatro de sus primeras hazañas, salvando los mismos ries- gos que antes había corrido al cruzar territorio tan extenso por entre las guarniciones establecidas en el camino y las fuerzas destacadas á su encuen- tro ó en su seguimiento. La fama de sus brillantes hechos se había extendido por toda la Penín- sula; el gobierno central, lo mismo que las autoridades de las provincias, comprendió la utilidad que podi'ía sacarse de un hombre que, aun cuando en operaciones de pequeña escala, revelaba cualidades militares que cabría aprovechar en servicios de mayor monta, auxiliares de los á que eran llama- dos los grandes ejércitos que ya preparaban desde las fronteras de Andalu- cía y Portugal una expedición que acabaría sin más fruto que las anteriores de Extremadura y la Mancha. Era necesario distraer fiierzas de las que el enemigo tenía en Madrid, y aliviar además á los pueblos de las inmediacio- nes de la tan humillante como onerosa pesadumbre que pesaba sobre ellos. La provincia de Guadalajara era la que con mayor urgencia exigía algún desahogo y la más importante de conservar en condiciones militares, así por lo que podían éstas perturbar la ocupación francesa en la capital de la monarquía, como por ser lazo de las comunicaciones con Ai-agón y el ejér- cito de Suchet que allí operaba. Allá fué, pues, llamado nuesto héroe para dar comienzo á una serie de operaciones, todas ofensivas, que le permitieron la organización de fuerzas ya considerables y le pi-oporcionaron la admiración de sus compatriotas y el respeto de sus enemigos. Hasta entonces había demostrado un gran valor personal en los varios combates singulares que hubo de sostener con los más esforzados adalides del campo francés; en adelante revelaría, ya lo he- mos dicho, una prudencia y una habilidad digna de la alta gerarquía de brigadier á que en septiembre de 1810 lo elevó el gobierno supremo de la nación. El cavador de viñas, capitán después de unos cuantos que los enemigos de España apodaban bandidos, pasaba así á general, peritísimo en las pe- por Im notoriedad de sus relevantes eervlctos j el terror j eBcsrmfento que bnbla logrado imponer á los enemigos, no sólo á loe partidarioe, sino á loe MpaQoles de todas las clasee, adictos á la justa y buena causa de la nación. Y cuando, vencidos ó eecarmentados, con efecto, los franceBes, desespera- ron de alcanzar un punto de reposo en su ocupación j acudieron á las artes á qne Boma solía apelar en caaos talen para con sus adversarios, á la seduc- ción primero, y después á la discordia ó al pufial, salieron tan burlados co- mo antes lo habían sido de las estratagemas militares ó de la acumulación de fuereas sobre los puntos estratégicos ; los de refugio, elegidos por el in- cansable y astuto guerrillero, su enemigo. La ciudad de Guadalajara quedó reducida á ser prisión, tan sólo, de los franceses qne la guarnecían, que no podían salir á su merodeo de costumbre ni destacar columnas ni convoyes para la comunicación y abastecimiento de otros pantos, también fortifica- dos, más ó menos inmediatos. Hasta los centinelas tenían que mantenerse ocultos en las puertas de la población ó en los adarves de la fortaleza, sope- na de servir de blanco á los disparos de los secuaces del Empecinado y ser victimas de su acierto en el fuego. Tras las acciones de Torija, Maurulteque, Mirabueno, Solaniltos y Brea; después de fracasado el ardid de abandonar Guadalajara para mejor sorprenderle y de ver la ineficacia de las contra- guerrillas mandadas por españoles, de quien, como tales, se esperaba una acción eficaz y feliz, ios generales del Intruso creyeron necesario un gran esfuerzo, á cuyo favor quedase el ejército de la capital completamente des- embarazado de todo género de obstáculos, así en su ocupación como en sus gestiones políticas y administrativas por el centro de la Península. Entre esos generales habla uno, José Leopoldo Hugo, que se jactaba de concluir con el insigne patriota, ya con bu pericia militar, bien con sus arteros y enérgicos procedimientos. Y puesto á la cabeza de más de 3.000 infantes, muchos caballos, y cañones en gran número, el veterano de la Vendée, ven- cedor de Fra-Diávolo, pasó á Guadalajara, resuelto á demostrar, según ba- hía ofrecido, que ni los accidentes de aquel terreno habían de detener al que había superado los del Poiton,1aBretaQay losAbruzoB,ni la bizarría, la cons- tancia y la habilidad del Empecinado habrían de superar tampoco las del cé- lebre calabrés, objeto ya entonces de todo género de historias y leyendas. Habla, sin embargo, una gian diferencia, que Víctor Hugo, hijo de aquel general, pondría de manifiesto al tratar de nuestro guerrillero en sus nove- lescos escritos. r las juntas provinciales y el supremo gobierno que llegó á dictar ^glas para la organización y servicio de las partidas, hostilizaba á los e^purioi con la misma furia que á los franceses, tomándolos por josejlnos, de aquellos que el Intruso había hecho armar para combatir á los nuestros, creyendo equi- vocadamente eficaz su acción, ó para desacreditarnos á los ojos del mundo civilizado. El mismo Empecinado y Merino y Palarea, sus colegas de Castilla, y Mina y Porlier, Jáuregui y Longa en el país vasco-navarro, Santander y Asturias, se declararon enemigos encarnizados de toda partida que, no re- conociendo su autoridad, campeara en su derredor independiente, formada no pocas veces de la gente suya, resistiendo el asomo de disciplina que exigían ó seducida por algún traidorzuelo, convencido de la ineficacia de sus comprados manejos al lado del legítimo guerrillero, su jefe. Yo quisiera traer aquí todos los nombres ilustres en ese género de la guerra de la Independencia: los veríais de todas clases, de índole tan diver- sa como su procedencia étnica y de costumbres muy diferentes en sus ayun- tamientos militareSi en sus armas, arreos y traeres. El uno busca arma- mento del que usan ios ejércitos y aspira á organizar su gente é instruirla para después formar batallones y brigadas que lo eleven al rango de gene- ral. Otro se satisface con los fusiles ó escopetas, cogidos al enemigo ó re- quisadas en los pueblos de la zona en que opera, comenzando la campaña con el histórico trabuco, esa ametralladora que pone espanto en la caballe- ría enemiga, diezmándola al creerse incontrastable en sus cargas y cuando espera, tocar el triunfo con sus espadas y lanzas. El número de unos y otros es, sin embargo, tan grande que se hace im- posible el recordarlos aquí á todos; tengo, pues, que limitarme á hacerlo de muy pocos, aiin cuando será de aquellos que por su importancia y fama hayan de ofrecer mayor interés en el objeto de esta conferencia. El primero, señores, que, como A mis labios, vendrá á vuestra memoria, es D. Fl-ancisco Espoz y Mina, Le petit roi de Navarre, como le llamaban los franceses. Movido del ejemplo de su sobrino, el Estudiante, formó la partida con siete amigos, labradores también; y al caer aquél prisionero á principios de 1810 en Labiano, la aumentó, no sólo con la fuerza salvada allí, sino con la de Echevarría, otro guerrillero,' su rival en el mando, de quien se deshizo en Estella por los procedimientos, usuales entre tales gen- tes, de la violencia y la sangre. Pero desde aquel momento y con el carácter de comandante en jefe de las guenillas de Navarra, que le había adjudicado la Junta de Aragón, fué tal el arte que se dio para organizarías é instrullrlas^ tantas veces riñó a nacer una guerra Horrorosa en ivii, anorcanao ]r lusuanno a cuantos soi- dados y oficiales mios calan en su poder, lo mismo que á los interesados de loe voluntarios, ; llevando á Fraucia infinitas familias, di el 11 de diciem- bre de ese afio una solemne declaración compuesta de 23 artículos, el pri- mero de los cuales deda: En Navarra *e declara guerra á mutrte y «n euar- tel, sin ditünñó» de toldado» »i je/e», ineluto el Emperador Eran mucho n>¿s trascendentales tos qne bien puQierau llamarse asesi- natos ¿ que algunos se entregaron con mengua del honor que nadie podrá negar á los hijos de la gran nación. El general Kellermann biso aplicar fuego lento á las plantas de los pies y á las palmas de las manos de un nillo que llevaba pólvora á los guerrilleros por no declarar quién se la daba; el gene- ral Roqoet mandó fusilar veinte soldados prisioneros después de hacerles creer que, si se rendían, se les otorgarla cuartel; Beaaieres hizo matar á loe miembros de la junta de Burgos, y Duvemet ejecntó á un alcalde porqne no podía presentar prófugos de su aldea para atormentarlos en los calabozos ú obligarlos al servicio del Intruso. Y eso general era el que escribía á Bes- sieres qne mientras no se hiciese desaparecer al moderno D. Quijote, que era Duran, no había qne contar con contribución alguna; á lo que dice Sché- peter: « iCuánto no hubiera agradecido la humanidad ver en Duvemet la generosidad de D. Quijotet..,> No ea que los franceses dejaran de compren- der lo Inútil de sus esfuerzos miUtarea, lo miamo que lo de sus bárbaros de deasnue y de confianza á la nación eapaQola, h&ciendo traicióo á bu hoB- pitalidad, provocaban en segnida á eea nación óltrajada á batallas deaigaa- les, hasta iirisoiiaa? ¿No eran, en nna palabra, loa soldados de Austeiliti j de Frjedland? Tal se bailaba de excitado el espiñtu pAblico en España, ann á la viata y bajo la férnla de loa franceeee, que llegó á extenderse ¿ la corte de aquel rey que, para ponerlo de maniñeslo á loe ojos de ea intolerante hermano, le escritífa: cLa opinión ee omnipotente en el pueblo eepafiol; y esa opinión, boy por hoy, nos ha vuelto la espalda, se ha declarado unánime contra noa- Y ¿cómo había de eqniTocarse en eso? El corregidor de Madrid, y eso no es fábula, le presentó un día sus hijos veBlidOB con el uniforme de la goardia cÍTÍca; y enllantado José de la her- mosura y la gracia del menor de elloH, D. Carlos Latorre, de algunos de nos- otros conocido, le dijo con su bondad caracteristiea;— « ¥ tú para qtU qme- re» ese sabUf — Para malar frantxne», contestó resueltamente el niOo. <1>08 uifios, dice con eete motivo un historiador alemán, repiten lo que oyen en iodaa partes, lo que el pueblo siente, y pueden dar noticia de ese Hentimiento mncbo mejor que los cortesanos.! Pudiera yo recordaros también los nombres de miles de patriotas que predrieron la miseria, loe tormentos y la muerte misma á la sumisión que se les exigía y al reconocimiento del nuevo rey. El de uno sólo basta, sin embargo, para daros la medida del patriotismo de nuestros padres; el de D. José Romeu, que os cito, además, por haber nacido en Sagunto, la ciudad históricamente primera en que se reveló el espíritu de independencia de la nacionalidad española. D. José Bomeu había tomado parte con muchos de sus convecinos en el primer sitio de 1808, puesto á Valencia por el general Moncey; y, huyendo de Súchel al ocuparla en 1811, salió después de Alicante para, al frente de una partida, seguir haciendo la guerra á loa franceses, á cuyos generales y jefes más distinguidos snpo burlar frecuentemente, cuando no escarmentar- los y vencerlos. Ya que no ganarlo con los más halagadores ofrecimientos, logró Buchet sorprenderlo á favor de una traición tan hábil como vergon- zosa, valiéndose de algunos que, no por capricbo, llamaban nuestros com- patriotas renegado*. No os cansaré con la relación de las artes puestas en 364 ^ GUERRA DK LA INBBPKNDENCIA juego por el mariscal para «seducir á Romeu en la cái'cel, en el consejo de guerra^ en la capilla misma hasta el momento de su ejecución': sólo ob diré que todos fueron inútiles y el mártir se encerró en la generosísima fórmula de «que preferiría morir antes que reconocer á otro rey que á su legítimo é idolatrado Fernando VII.» Los generales Saint* Cyr y Maezuchelli trabajaron sin cesar, ya en el ánimo de Romeu para arrancarle el reconocimiento de José, ya en el de Suchet para obtener el indulto del patriota saguntino, todo sin fruto; porque al pie del patíbulo y por contestación á los ruedos, exhortaciones y lágrimas de los circunstantes, murió animándolos á perse- verar en la defensa de la patria por cuyo amor, dijo, se saanjlcaha gustoso, ¿Cómo vencer á un pueblo que tales hijos procreaba? Para negar la existencia de ese espíritu nacional y la eficacia de su ac- ción en la guerra de la Independencia, acción que pudiera desvirtuar la de nuestros aliados en las proporciones, á lo menos, que ellos pretenden ha- berla ejercido, los historiadores ingleses, Napier sobre todo, nuestro afectuo- sísimo y ardiente admirador , con esa imparcialidad que tan popular le ha hecho entre sus desinteresados compatriotas, pinta á los guerrilleros, á la masa general, dice, como muchos, por serlo cuantos temían la ciircel ó ee habían escapado de ella, jios contrabandistas, los frailes mal avenidos con la estrechez de las reglas de su orden y los poltrones que huían de las tilas del ejército. Con saber que atribuye el origen de las guerrillas al deseo de apoderarse de la plata de los templos mandada recoger por el Intruso, se comprenderá qué móviles, qué virtud, ni qué mérito concederá el escritor inglés á nuestros partidarios. Por supuesto que las tropas británicas no les debieron nada, ayuda de ningún género, ni lograron impedir á las france- sas operación alguna de importancia. 'Ya habéis oído la opinión de Lord Wellington y de Londonden-y; pero si aun fuese necesaria otrft, tanto ó más autorizada, ahí está la del general francés, Mathieu Dumas, que hiyx) la guerra de Espafiacomo tal y á quien, al verter á su idioma ese párrafo de Napier, leocurrió la observación siguiente: «La interceptación de las comuni- caciones, dice, el ataque y la destrucción de los convoyes de víveres y mu- niciones, mantenían aislados á los cuerpos del ejército, sumían en la incer- tidumbre para sus planes á los generales en jefe, enfriaban á veces el entu- siasmo y la confianza de las tropas. Lo cierto es que las guerrillas eran au- xiliares poderosos para el ejército inglés; y los inconvenientes inevitables de aquellas bandas desordenadas estaban más que compensados coujbI daño y el estorbo que producían á los franceses y con las ventajas que de ellas sa- caban los aliados.» ¿Qué más? Un prusiano, el coronel Schépeler, que hizo la guerra en las filas de los ingleses, dice así: «Reconocerá fácilmente el lector la eficacia de las guen-illas en Castilla y Navarra para las campañas de We- llington; porque si no hubiera sido mayor que la que ingleses y franceses pretenden, Massena hubiese contado con 18.000 hombres más que, si no antes, habrían decidido después en Fuente Guinaldo el éxito á su favor. T á cuántos mató aquella inquietud constante en los franceses, nos lo demues- tran lop hospitales de Madrid, en los que, de enero de 1809 á julio de 1810, murieron 24.00© hombres y quedaron inútiles hasta 8.0C0.» Señoree, en el Otoño del último de esos años citados por SchépeUr había en los hospitales franceses de España 43.060 enfermos ó heridos, de los que morían diaria- mente unos 220, á veces 285 y hasta 430, sin que en el cuadro de donde se han sacado estas cifras se halle comprendido el de los hospitales de Sala- manca y Ciudad-Rodrigo, prueba de que no se toma en cuenta la coopera- ción del ejército inglés que, aquellos días, se encontraba en observación de eludían U persecución dei enemigo como podrían eorprenderlo y destruirlo. Pero iqué de escasecee, qué de penalidadee aun para hombree, como dice el Conde de Toreuo, de manos encallecidas cou la esteva y la aiáda, ablanda- das sólo en sangre enemiga)* Y ¿cuál era su recompensa, el galardón de sus trabajos y baiaDas? Pues el desprecio de no pocos, el olvido de muchos de entre los que máa fruto habían sacado de aus patrióticos eafuerzos, y la execración y la veogansa de sus enemigos. Dno, entre ellos, el máa poderoso, aquel cuyo sólo nombre los provoca- ba á la pelea y á las más temerarias empresas y por cuyo vencimiento de- rramaron tanta sangre, acabó, sin embargo, por hacerles justicia en nn cé- lebre decreto, expedido cuando vio á la Francia que tanto amaba, en trance tan apurado como el en que él hnbía puesto á nuestra Espalta. Entre loa ar- tículos de eae decreto, al de 5 de marzo de 18U, decía: «1." Que todoa las ciudadanos franceses estaban no sólo autoriíados á tomar los- armas sino obligados á hacerlo, como también á tocar al arma. . . A reunirse, registrar lo6 bosques, cortar loa puentes, interceptar loe caminos, y acometer al ene- migo por flanco y espalda*. . . ; y s3." Que todo ciudadano francés cogido por el enemigo y castigado de muerte, seria vengado Inmediatamente en represalia con la muerte de nn prisionero enemigo.* ¡Qué expiacLÓnl Pero icuán Tauo resultó también su intento! porque fue- ra de algniioe montaBeses, muy pocos, de los Vosgos y el Jura, los fmnceses no conteetaron á aquel llamamiento, que es la sanción mas explícita de la conduela de nuestros guerrilleros y déla justicia de nuestra causa. Un hombre de Estado del tercer imperio me preguntaba, en 187D, cómo podi'ían organizarse en Francia las guerrillBa que tan alta reputación habían alcan- zado en España; y yo no hallé reí^giuesta que darle mils lacónica ni gradea que éeta: mo que tanto contribuyó al éxito brillante, glorioso, decisivo de la guerra de la Independencia, pero que fué causa de lo terrible, cruen- to y destructor de las civiles que después han destrozado nuestro país. Hombres sin'educación militar, y sin los alcances suficientes para descubrir el límite á que debían aspirar en bus empresas, pensaron que lo que en aquella ocasión daba resultados debía constituir un sistema general, inva- riable, y en su empleo creyeron ver la revelación de una fuerza nacional y, á la vez, la de la personal suya. Inñuídos en la embriaguez del triunfo y de la satisfacción de su amor propio, por la división característica de los espa- ñales, á la menor oportunidad y con el pretexto más frivolo, trataron de imponerse hasia á sus mismos conciudadanos; y no hubo causa nacional, política ni aun de interés de provincia en que no se apelara á ese sistema, en que no se amenazase con todos sus efectos y con todos sus errores. Y las I guerras civiles, las sublevaciones contra la autoridad, lo que sólo debía te- ner el carácter de una representación ó de queja, tomaba la forma de una guerra antigua, la de fuego. Los que la habían hecho por su independencia APÍNDIOSS y loB fneros de aa nacionalid«d, empleaban con loa wldadoa de Ib patria, j con BUS propios Tecinoe, los ardides, laa violencias, loa a«eslnKto« que lea liabían lUdo renombre. La prolecclún á la antortdad, la santa defensa drt bog»t, conatitnían púa eUoa nn delito, al se hacían en reiwesentaciin de otros principios políticos ó de bando distinto, j procuraban castigarlas de- rratnando la asngre j esparciendo la miama desolación en el país, qne aAoe antes hablan derramado y esparcido sna injuatoa j provocadores ene- migos. > a a etnpreDaer ei ejercito de AnaftiacM; pero la j unta de Sevilla, de acuerdo con CaslafioB, no aceptó la oferta, aun ^rade- ciéndola; repalsa tachada entonceí de arrogante por nuestros aliados, y que negaron deepuée al vería justificada por el éxito inesperado de la campaña, l^o cierto, de todos modos, es que nadie en España se acordó de ios ingleses en aquellos días de prueba tan arriesíEada contra el poder más formidable de los tiempos modernUB. Hay más: en Cádiz ee acometió una empresa que, por ser principatmen- te marftima, parecía exigir la coeperactón de los ingleses si babCa de dar el resaltado apetecido: el de la rendición de la escuadra francesa de RoslUy, Burta en aquella bahía. Y, sin embargo, se ejecutó por los españoles solos, con sus recursos maritimos y la eñcae ayuda de las baterías de tierra, sin intervención de género alguno por parte de loe navios ingleses qne la pre- senciaron, pero de alta mar, de muy lejos. He dicho, en son de pregunta, qrie dónde se hallaban los ingleses, y hay que reconocer que ya habían pisado el suelo peninsular y en número con- siderable, formando ejército perfectamente organizado, y dirigido por gene- rales de seputación ya hecha y merecida, tía caudillo, el tan célebre después .'^ir Arturo Wellesley, habla tocado en España con las naves que conducían las tropas de su mando y héckose en la Corufia con noticias que calificó en Hus Dñpaehoi de favorables en alto grado á la causa común, si bien com- prendiendo á la vez que no sería bien mirado de los españoles un desembar- co allí de laa fuerzas británicas, ya por efecto de esaS mismas noticias, que lo hacían considerar como innecesario, bien por orgullo nacional ó por te- mor á uoa acción, así preventiva, de los aliados en aquel, puerto y el del Ferrol. iTales recelos levantaba en el ánimo de los españolee la interven- ción militar de quienes de siglos antes andaban espiaiylo la ocasión y el ca- mino por donde destruir nueeiros medios y recursos marítimos! üo ponía tampoco el General inglés grande empeño en ejercitar sus ar- mas en España; su misión más importante te llamaba á Portugal, objeto siempre de la predilección de la Gran Bretaña en la Península. Así ee que, sin perder tiempo ai guardar nuevas repulsas de la Jnnta lie Galicia, hiio rumbo á LíHboa, buscando en la costa punto cómodo en que desembarcar, propio, ademáii, para desde él emprender las operaciones contra el ejército del general Janot, que desde el año anterior ocupaba mi- litarmente aqnetla capital y una gran parte del reino portugués. Y desem- barcando en la boca del Mondego ton mil dificultades, y arrollando un cuer- po avanzado de los franceses en UolI<^, los batió en Vimeiro en batalla campal, mil veces después comparada con la que inmortalizó al general Castaños. Pero iqué diferencial Bien patente se hace con sólo decir que en el ar- ticulo primero de ta capitulación de Bailen se consignaba que el cuerpo de ejército del general Dupont, quedaba prisionero de guerra, y, en el de la convención de Cintra, que el ejército de Junot cedería todo el Portngal á los ingleses, pero no sería considerado como prisionero de guerra y sí con- ducido á Francia con artillería, armas y bagajes. Asi, mientras ea España la victoria alcanzada en los campos andaluces enloquecía de entusiasmo, y puro y sin sombra alguna, á nuffHtros compatriotas, ta prensa inglesase desataba ea denuestos contra los negociailores de Cintra, el Parlamento pedia cuenta A los Ministro» de tamaño desacierto, el Gobierno encausaba á los generales Dalrymple, Burrard y Wellesley, que habían autorizado el 376 GUERRA DB LA INDBPBNDENGIA convenio; y prensa y Parlamento, la opinión pública unánime^ proclaoiaba la humillación de las armas inglesas ante las de la noble y gloriosa Espafia nuestra patria. Y, como si eso no bastase á demostrar la ineficacia de la intei'vención armada de la Gran Bretaña en sus primeras operaciones, vino á parecerlo aún más con la malograda expedición del general . Sir John Moore, digno, eso sí, de eterna loa por su valor, sus talentos y su gloriosísima muerte, sólo comparable con la de Epamlnondas, el célebre restaurador de la libertad tebana. John Moore no perdió un solo combate: lo mismo que en Rueda, en Sahagún y Castro Gonzalo, venció á los franceses en Gacabelos y la Coruña, su Mantinea; pero i qué de decepciones produjo su acción militar en los es- pafiole9l ide qué atropellos no hizo victima á los pueblos de su tránsito! I cuan de&audadas dejó las esperanzas de nuestro Gobierno y las aspira- ciones de nuestros generales! Resultado: que Espafia quedó abandonada á si misma, sin más recursos que los suyos propios. Y así, á las derrotas de Zornoza, Espinosa de los Monteros, Burgos y Tudela, que quizá hubiera evitado Jhon Moore, ó, por mejor decir, la Inglaterra, andando más previsora y diligente, sucedieroa las de Uclés y Valls, las de Ciudad Real, Medellín y Oporto, que ofrecieron, sin embargo, una particularidad más que notable, extraordinaria: la de qae los vencedores, en lugar de proseguir el triunfo hasta completarlo en Cádiz y Lisboa, hubieron de retroceder temblando de los efectos de aquel espíritu nacional que se levantaba cada vez más ardiente y entusiasta para recons- tituir los ejércitos vencidos y animarlos á la venganza. IjO he dicho en otra parte: cNo conocemos ejemplo igual en la historia militar de ningún otro pueblo. Vendrán los extranjeros á decirnos que Na- poleón, concentrando un grande ejército á la vista de los nuestros, codicio- sos de envolverlo y de repetir su hazaña en Andalucía, supo y logró aven- tarlos como a venta el huracán las arenas del desierto. Nos añadirán que cruzó el Ebro y se extendió por las Castillas sin contrarresto que paralizase sus movimientos más que por breves instantes, apoderándose de la capital, de donde haría irradiar sus ejércitos para establecer un dominio indisputa- ble en toda la Península. El no veía en los horizontes de su ambición sino una nubécula, mejor dicho, una sombra, la que en ellos proyectaba el ejér- cito inglés, que, según su ñ*ase favorita, hundiría en el mar. Pero no con- taba, á pesar de la lección de la campaña anterior, con la altivez, el des- apropio y la constancia de un pueblo que enseñanzas antiguas bien elocuen- tes debían haber mostrado á su privilegiado entendimiento como digno de respeto y aun de ser temido.» Y ¿queréíB saber el efecto que aquellsi conducta produjo en el pueblo es- pafiol? Pnes oíd al mismo Wellington nueve diae después de la perdida de Ciudad-Rodrigo; «Yo estaba perfectamente convencido de que la calda de Ciudad-Rodrigo producirla un resultado fatalísimo y sumamente bochorno- so para nosotros; pero nunca esperé que ese suceso liiciera tanta impresión en tos habitantes de Castilla como parece haberlo hecho, y temo que la ma- yoria de ellos, con su confianza de costambie en las murallas y en su pro- pio valor, hayan recogido sns bienes muebles en aquella plaza y los hayan perdido. No debo pensar otra cosa por el obstinado silencio que guardan con nosotros desde tal acontecimiento. No recihimos una sola carta de Es- paña, ni un aviso en estos últimos diez dias; y los oficiales que operan por los flancos del ejército, me dicen que no sólo no pueden procurarse noticia alguna, sino que apenas logran encontrar quien les lleve sus cartas. Eslo, añade, no es para animal' ¿ nadie.» De la rendición de Ciudad-Rodrigo, á la vista de Lord Wellington, hasta la vuelta del ilustre caadillo del Ejército británico á la línea del Coa, pasa- ron diez meses, empleados en la gran CHmpa&a, que tuvo principio en la sierra de Busaco y terminó con la defensa de las famosas líneas da Torres- Vedras, los varios trances de la retirada de Massena y su revés, por fin, de Fuentes de Oñoro, el 16 de mayo de 1811. No es ésta la ocasión de juagar aquellas operaciones, salvadoras de la independencia de Portugal, aunque más á costa de sus naturales, que hubieron de sacrificar cuanto amaban, hogar, hacienda y sosiego, que de los iugleses, que sufrieron muy pocas ba- jas, pero beneficiosas también á España en cuanto i que la pérdida de Lia- boa hubiera comprometido aún más la suerte de nuestros ejércitos, empu- jados de todas partes por los numerosísimos refueraos que la pan con Aus- tria permitía á Napoleón enviar á la Penlnsnla, No he de negarlo, no; pero de eso á conceder que aquella campaña, en que no se dio una sola batalla decisiva, to fuera para nuestra patria, hay mucha distancia. Como el Por- tugal por MaAsena, fueron invadidas nuestras Andalucías por José en per- sona y Soult, Víctor, Sebastiant y cien y cien generales, que, con ejércitos como nunca vistos desde las irrupciones alárabes, pudieron llegar sin con- trarresto á laa orillas del mar eu Málaga, Algeciras y Cádiz. ¿Vencieron por eso la resistencia española? ¿E^gi-aron siquiera doblegar la constancia de nuestros padres, y menos someterlos á su imperio? Nada de eso; entonces, por el contrario, dio España la prueba más con- cloyente de la tuerza que atesora, sólo superada por la que revela la suce- sión Interminable de tas luchas civiles pOHteriores, que ni la agotan, ni si- quiera la enfiaquecen; tal es su vitalidad, y tal el carácter férreo, obstina- do y ardiente de sus hijos. Cádiz, sitiada por los ejércitos más formidables, blanco de un bombardeo para el que se inventaron máquinas de un poder hasta entonces desconocido, sepulcro que parecía, de toda esperanza de sa- lud para la patria, fué cuna de su regeneración política y social, templo de las leyes que, al aspecto de las legiones enemigas y con el estruendo de los proyectiles que sobre él reventaban, salieron, en las expansiones del pa- triotismo y la confianza de la victoria, más y más sabias, enérgicas y salva- doras para la nacioualidad española. Podrían esas leyes resultar después deficientes para unos; como inspiradas, en concepto de otros, por un espíri- tu exageradamente reformista, producto de ideas que condenaban, traídos del código revolucionario de la ConvenciÓD francesa; peroDDucs dejarán de ser la expresión de un pueblo á quien la violencia de qne era víctima y su valor 7 pertinacia singulares le provocaban & alai'deH de ana independeocis qne ningún otro ee habia atrevido á hacer como él. En aquel largo atscdio de má» de dos años, una sola acción intentó la división auxiliar inglesa que se habla establecido en la isla de que Cádix forma parte; y esa acciún, la de Cbiolana, en marzo de 1811, resultó com- pleíamente ineficaz, no produciendo eino quejas y recriminaciones, expe- dientes inútiles, f celos y nuevas discordias entre las naciones aliadas. La acción eniinenlemente salvadora por lo gallarda y pertinaz y glorlOBA, fué la de los españoles; la del Duque de Alhurquerqne, en un principio, por lo oportuna, la de las demás tropos de la guarnición y de los voluntarios de la ciudad hercúlea después, y siempre la del Gobierno y la de los egregios le- gisladores, cuya entereza nunca se doblegó a! peso de la responsabilidad y en cuyos ánimos no pudo tampoco abrirse paso el pavor que en Otras partos infundían la furia y las bombas francesas. Espafia llevaba, pues, más de tres aHos de combatir sola una invaaiúD preparada con la ocupación de las mejores plazas de guerra j el estableci- miento de los ejércitos enemigos en Lisboa y en Madrid; esto es, en loa pun- tos centros de toda acción política y administrativa. Antes de dispararse un tiro emigraban ó se velan reducidas á la esclavitud las dos familias reinan- tes en la Península, estorbo, que pudiera ser, para el establecimiento sólido y tranquilo de la ocupación francesa: las mejora tropas se hallaban le- jos ó sometidas á la vigilancia del enemigo, impotentes de todos mo- dos; y la máquina toda gubernamental, sin medios de funcionar más que con órganos é instrumentos puestos en sus manofl. Y no me negaréis, Señores, qne la intervención de Inglaterra habla sido hasta 1811 nula, más que nula, puesto que las campañas de Jobn Moote y de Wellesley, en la OoruOa y Talayera terminadas, lo que hablan logrado era demostrar la ineficacia, hasta entonces, de una alianza que con tan inútiles esfuerzos se iniciaba. Lo que esa intervención habla obtenido era, si, la independencia de Por- tugal; quiero decir, la libertad de sus leales habitantes del yugo qne la Francia les quería imponer, porque seguiría pesando sobre ellos el más suave, es verdad, de su vieja protectora, sensible, con todo, por versa ex- plotados en sus intereses y empequeñecidos en su dignidad. Y como la mi- sión principal del ejército inglés, la única según «nies habéis oído, era la de sacar á salvo la independencia do Portugal, que era de tan vital interés para el Reino Unido, hay que convenir en que el éxito más completo había coronado sus esfuerzos. El ejército de Junot habla desaparecido de aquella noble tierra, aun cuando fuera pura servir, pocos meses después, conb-a los esposóles; Soult, habla huido de ella, empujado tambiéti á la nuestra; Víc- tor vio paralizada en Talavera su acción, que, combinada con la del mismo mariscal, Duque de Dalmacia, la de Ney y Mortier, amenazaba ejercerse nuevamente en tas reglones lusitanas del Tajo y del Duero; Massena, en fin, el hijo mimado de la Victoria, retrocedía de Torres-Vedros, mas perseguido tan sólo haata Fuentes de Oñoro. Esto es, que la frontera espafiola venia á ser el limite impuesto á la acción y á las aspiraciones del triunfo dé las tro- pas británicas. Portugal parecía representar la arena cerrada, el circo en que los nuevos gladiadores, galos y británicos, ibón á dirimir la grave y trascendental controversia de su supremai'ía, hacía veinte afioa puesta á disciisióu en cien eajnpoH de batalla. no llegara WeilingUin ¿ Talavera BÍn.BU unión con Cuesta y bub combina- ciones con-Venegasi y en Ton^ea-Vedra» habia eBpañoles, los del Marqués de la Eouiana y el Conde de Kspaña, é interceptaban la coniunicación y los i'onvoyeB de Mnaaena el empecinado, MeNuo y Sánchez, qne hasta le pri- varon, además de ana gran parte. do la artillei-ia que le estaba destinada, de municiones, víveres y noticias. Hay que lomar en cuenta estas cii'cuns- tancíos para no plantear exclusivas en una acción tan combinada cumo la de loa ejércitos aliados en la guerra de la Independencia, en qne ninguno lie ellos puede atribuirse para él soto la gloria del triunfo sin manifiesta in- justicia; debiéndose, por el contraiio, á causas y efectos en que todos tu- vieron proporcionaimente su parte. ¿Por qué los ingleses logiaban mante- ní-ree en Lisboa y no en iSápoles, ni Walkeren, á pesar de componerse la ¡*etíunda de aquellas expediciones de 80.0ÜÍ) bombres de mar y tierra? El año de 18U ofrece un carácter singular, debido á muy diversas con- dicionea de aituación polftica en el reeLo de Europa y de gestión militaren la Península. Parece que era tiempo aún de que la Francia intentase un KHfuerzo supremo para concluir ya la lucha cuya duración debía desespe- rar al Emperador. Y, sin embargo, no bubo en ese afio, ni en los primeros ' meses del de 1612, acción alguna cuyos resultados fueran üecíBlvos para el (le lucha tan larga y reñida. Ijas de Chiclana y Puentes do Oñoro, ya lo he dicho, no sirvieron para obtener el levantamiento del sitio de Cádiz á que iba dirigida la primera, ni para la reconquista de Ciudad-Rodrigo y la en- trada de las tropas británicas eo Castilla á que parecía provocar el fracaso d<* Maasena al pretender el avituallamiento de la plaaa de Almeida, aban- donada al día siguiente por liw franceses. La batalla de la Albuhera, cou Her tan gloriosa para los aliados que, lo mismo ingleses que portugueses y espafioles, procurai'on excederse á si mismos compitiendo en bravura y liimeza, no pudo impedir que un mes más tarde se reunieran .Soult y Mar- niont en Badajoz, cuyo sitio hubo necesidad, así, de levantai' dos veces. Y era que Napoleón se resistía ¿ intentar ese esfuerno supremo, de todo punto necesario, á que acabo de referirme, engolfada su mente ya en el gi- gantesco proyecto de humillar de nuevo á la Kusia, apesadumbrada de unos tratados como los de TJIsit y F,rfurt, que tanto perjudicaban á bu co- mercio con el bloqueo continental, y tajito habrían de lastimar los intere- ses y el orgullo de la nobleza moscovita. No podía dar eutrada eu su enten- dimiento, privilegiado y lodo, á la idea de que la guerra de España hubiei'a ilf ser tan aeriu y trascendental. que le vedara entregarse, sin su feliz acá- bamiento, á loB grandes proyectos que acariciaba desde bu elevación al Imperio. Era en su sentir muy suliciente el envío de Massena para echar al mar, como solía decir, á los ingleses, i'inicos que consideraba capaces de trastornar sus planes manteniendo vivo el espíritu de judependencia en la.'' demás nacionen ;raciadls¡mo en el ataque á Tarraii:onB que terminó, perdiendo toda la urtillerfs de sitio, vergonzosa y atropelladamente, como dice nuestro Conde de ToiTno, nada hostil á los ingleses. Arrojó de Valencia á Sucliet lo que á José de Castilla y las provincias de la izquierda del Ebro, la marcha de los rucchob en el Norte de Europa, que esieia cnantos recursos pudieran qnediir á Francia en en seno y en loa demás teatros de la ((uerra, no sólo en fuerzas, de las que salieron en algún núme- ro de España, sino en personalidades eminentes como Soult, Bessiéres y utros );;enerBles distinguidos que se creyeron más necesarios en Alemania. Porque la intervención de la Inglaterra, valiosa y todo, como ahora se dice, no fué tampoco la única que se ejerciera en favor de España para la grande obra de su independencia y la ruina del coloso que pretendía ari'e- batárnoela. Yo voy á declarai con toda ingenuidad, y luego i poner de manifiesto con la imparcialidad en que debe inspirarse el historiador si ba de ejercer honradamente la noble misión á que está llamado, cuáles fueron las causas determinantes de la victoria con que la suerte coronó los esfueri»>s de los españoles. Me parece que los datos que vengo aduciendo prueban hasta la evidencia que la primera de esas causas está en la gallarda determinación lie nuestros padres de no someterse á la voluntad, entonces omnipotente, del emperador Napoleón, ni á la furia, tampoco, de sus soldados, tenidos hasta la de Bailen por invencibles, Pero dentro de esa cftusa hay otra esen- cialmente militar que ejerció una influencia poderosa é innegable; la del aislamiento en que operaron los ejércitos franceses. Más que de discurrir y convencer con el discurso, es, la presente, ocasión de demostrar, mejor que con argumentos que, siendo míos, se hiin de tener por apasionados, con pruebas aducidas por autoridad respetable y como tal reconocida. Y como escolio y explicación de tal concepto, decisivo qnizés en el éxito de la guerra de la Independencia, hé nquf un párrafo de U obra de Vacani, que elocuen 388 GUERRA DK LA INDEPENDENCIA temente expone v demuestra de manera, en mi sentir, irrefutable, los mo- tivos V el resultado de la profunda división que produjeron en las operacio- nes dé las tropas francesas la naturaleza del suelo peninsular y la ausencia de Napoleón. «Cortada,- dice, —como está España por anchos ríos y cade- nas de montes muy elevados v que se extienden hasta el mar, donde tam- bién se descubren vastas llanuras deshabitadas é incultas; divididas, sobre todo sus provincias por costumbres, leyes y carácter distinto, no es mara- villa el que los ejércitos extranjeros que en ella operan encuentren tantos obstáculos para la debida armonía en sus maniobras que puede decirse que la mayor parte de las veces han combatido sin plan alguno, hasta el puiuü de ser la guerra de España un Uíjido informe de varias guerras, ejercitadas por iefes diversos, independientes unos de otros, y en provincias separadas por límites naturales y políticos. Tal fué siempre en las primeras campaña.- el aislamiento del ejército de Cataluña del más próximo de Aragón; el de este de los de Castilla, v el de los de Asturias, Galicia, Portugal, Extremadura y Andalucía entre sí* Que si, por el contrario, se hubieran dirigido todos a un solo objeto, esto es, á evitar el contacto de los ingleses con las vanas posi- ciones españolas de la costa, á romper y dispersar toda reunión nacional amenazadora en el interior, aun cuando alguna vez hubiesen operado sin acierto loa jefes, sus maniobras habrían ofrecido el aspecto de armónicas, así en la ofensiva como en la defensiva, lo cual únicamente hubiera suce- dido fijando el emperador Napoleón un solo plan y conservando constante- mente, ya estuviese en París, ó al otro lado del Rhin, el mando supremo para las operaciones generales en esta parte de Europa.» Hasta aquí Vacani. • i u m i Pero al partir Napoleón, entregado el mando á su hermano, ni lo hábil ni lo severo que era necesario para dar unidad á las operaciones militares e imponerse á las voluntades caprichosas y dispersas de los generales france- ses cada cuerpo de ejército tiró, como vulgarmente se dice, por su lado y ni el de Aragón se enlendió con su vecino de Cataluña ni aun con los de Castilla y Navarra, que le servirían para comunicarse con la Corte, centro de la ocupación francesa, y con el Imperio, fuente de su prestigio y de 8u fuerza De Portugal no se tenían ni noticias, y sólo de vez en cuando comu- nicaban Andalucía, Extremadura y Castilla. ¿Cómo lograr así la sumisión total de la Península? i , c/r. • » « La segunda causa, y aquí está. Señores, la clave de la fábrica cuyas ba- ses me propongo establecer en esta conferencia, es la guerra de Kusia. H apoyo del Czar á Napoleón desde el tratado deTilsit, P^^^to de arranque de todos los proyectos del nuevo César sobre España y Portugal, había des- anarecido erque le prestaba aquel congreso de soberanos de B^rfurt en^ol- Xdole en nubes de incienso? cual dioses del Olimpo á Júpiter tonante se desvanecía con su fracaso de España, que nadie de ellos esperaba, y con aquXTtirada que, como el incendio del Kremlim les hacía vislumbrar un rayo de esperanza para su propia independencia y la de sus desgraciadlos pueblos, unos y otros sometidos á la sola y despótica voluntad del objeto antes de sus adulaciones. Las proporciones que alcanzó aquella lucha que. siendo afortunada, daría á Napoleón el dominio sin contrapeso alguno de Spa! llevó á Rusia las fuerzas disponibles de la Francia, las de sus tei - datarios y aliados; y el desastre de que fué seguida, l^f^^^^^^^;!;?^^" 7^" ro cuantas aún se hallaban preparadas en aquel camino de desolación, de nieve y fuego y sangie, dejólos demás teatros de la lucha general, provo- Tda por "alnsaciable ambición suya, sin ese recurso supremo, umco deci.i- muda y poatradn a bus pies Ja JLuropa uatera. ¿<^né innyoreB que los de las ^iieiTftB de Eapaaa y Huei.i? La una Hirvió de ejemplo á la otra; y el patrio- lismo de los españolea, provocan'lo el de leu rusos, obluvo por fiiito la i.-uaapensaciüa de nuestra debilidad con la fuerza que dalia á los aliados la división de las legiones, basta eutoiicea in con trac tablea, del enemigo. El Bereoina, con efecto, y el Niemen, eran abismos que atraían y ee tra- baban los rtitimoa recnraos de la Francia, ya flaca y esquilmada, las tropas iiue, repasadas las rojas aguas, ést'en ario de catástrofe tan horrenda, ha- bríiin de arroHlrar atin la defección do muchos de los ijue iban alU como :imÍ^oa y camarudaa, esperanzados, nin embar^fo, cual ya he divlio, y dis- puestos á sacudir en la primera ocasión el yugo ó la tutela del tirano, su dom¡nar impedir, aunque en vano, fuese holla- ilo por el extranjero el suelo sagrado de la patria. Vitoria, Koiauren y San Marcial son loe últimos grandes episodios de la f;nerra de la Inde|>endeDcia en Kspaña, batallaa mal preparadas por el enemigo, peor reñídaa y, sí ins- tructivas, más como circunstanciales que por lo que pudiéramos llaniar su e.struclura clásica. La primera, esto es, la -«.le Vitoi'ia, representa en el cam- po francés la defensa de sus trofeos lie seis años, del botín con tanto afán recogido en una guerra en que, aparte de las costumbres militares introdu- cidas por los franceses en eu Odisea por la Kuropa entera conliuenlal, cons- tituíael único fruto sacado de ella du entre las ensangrentadas ruinas de nuestro suelo; del decoro, por fin, de un cetro ya tronchado y que se consi- deraba no adttuirido con la (floriit c[ue pudiei'a hacerlo resiietable y respeta- 390 QU£RRA DE LA INDBPKNDi£NOIA do. Era el esfuerzo hecho por un atleta para tomar postura digna en su caída. Sorauren y San Marcial significan el cumplimiento de un deber sa- cratísimo en la Milicia, el de salvar, no las plazas de Pamplona y San Se- bastián, pues por perdida^las tenía el mariscal Soult, sino sus respectivat' guarniciones, á fin de que pudieran retirarse sin experimentar la dura loy de los rendidos ó capitulados, cuando de una tenaz resistencia sólo gloria podrían reportar, no la utilidad de que tan necesitada se veía la Francia pai'a mantener incólume su suelo. Y ojalá hubiera acontecido; porque no tendría yo esta noche que des- pertar en vuestra memoria la lúgubre y bochornosa de aquel día 31 de agosto, en que la ciudad de San Sebastián quedó reducida á miserabh-.^ ruinas, manchadas, más que con la sangre de nuestros infelices compatrio- tas, vertida á torrentes, con la soez y bárbara y repugnante hazaña de lo?^ que se decían aliados y amigos, casi hermanos, según pregonaban su abne- gación por la causa española. El Conde de Toreno, al suponerla propia tan sólo de enemigas y salvajes bandas venidas del África, no la ennegrecen bastante; porque los almohades de Ben Jussef , vencedores de Alárcos, eran tratables, humanos, y hasta piadosos, comparados con los hijos de la Gran Bretaña en los asaltos de Badajoz y San Sebastián. £1 incendio de una ciudad amiga; el sacrificio, bárbaro asesinato, de los moradores que salían con los brazos abiertos al encuentro de los que tomaban por generosos li- bertadores suyos; las violaciones horrendas de las hijas en el regazo de 8us madres, como dice el célebre historiador y es verdad, á las madres en loí» brazos de los maridos, y á las mujeres todas por do quiera; el robo de las casas y el saqueo de los templos; no son obra de salvajes en tierra ami^a: lo son de la maldad más refinada, de la indisciplina más brutal, fruto »le aquellos enormes crimeneSj según la justa calificación de su caudillo, que, desde que entraron en España iban los soldados ingleses cometiendo má.-< con sus aliados que con sus enemigos. Para éstos, todo género de conside- raciones, y ahí tenéis la historia de Napier, su agradecido admirador, y los despachos de Lord Wellington; para los españoles, el desprecio más sube- rano, y en ocasiones, como las que ya les iba proporcionando la marclia «le la guerra, el pillaje, la destrucción, deshonra y muerte. Aquella, que hoy admiráis, perla del Océano, meciéndose en su azulada concha, blandamen- te recostada en la euskara montaña cubierta de verdor eterno, y nacida para ofrecer paz y ventura en su hospitalario seno, hecha por su misma hermosura y su fatal destino imán de la guen*a, de sus furores y estragos, sería hoy montón informe de ruinas sin el patriotismo de los egregios varo- nes que, con semblante todavía lívido y cubiertos de luto, decidieron ocho días después en Zubieta la reedificación de su querida ciudad y su renaci- miento al comercio y las artes que tanto la engalanaban antes de catástro- fe tan horrible. Y esto se hacía en presencia, puede decirse, casi á la vista, de los sol- dados españoles, que en Vitoria fueron los que tanta parte habían tómalo en aquel, más glorioso que difícil, triunfo; que en Sorauren iniciaron la acción y mantuvieron el campo hasta la llegada de los ingleses á la línea de batalla; que en San Marcial, por fin, fueron los únicos sostenedores de un combate en que se estrellaron el valor francés y el talento de su gene- ral en jefe, el mariscal Soult, aquel Duque de Dalmacia, cuyas dotes de gran capitán son en la pluma de Napier comparables con las de los niáf» ilustres de la antigüedad. No negaban entonces, por supuesto, los ingleses, el mérito de nuestros APÉNDICES 391 conipatriotaii, qne eeoqaedó pai'u deeptiés con loe celos y lü emulación que despiertan el tiempo 7 laa a)»ban7eBextranuB,)-,parademo{itrároslo,meTai8 á permitir, mejor ditho, Á dispensar, que os traiga á la memoria un anéc- dota que cíen veces escuché de labios de mi padre, soldado de Alba de Tor- uies, de Vitoria y San Marcial. Unos días después del asalto de Bau Sebastián, j mezcladas en su nueva guarnición tropas españolas é iuglesBs, se amotinaron éstas por falta de víveres, de que tantos consumían. De tal niodo habían destruido la ciudad, PUS depósitos y almacenes; en tales proporciones liabíuu derrochado lo poco que quedaba y lo que llevaran consigo, que los ingleses padecían hambre, pero protestando, y los españoles se mantenían del bacalao que aquéllos despreciaban, podrido en el incendio. Avisado el Lord, que campaba junto al Bidaeoa, acudió al fíom de la plaea, encontrando á sns soldados en el mayor desorden, muchos borrachos y no pocos de ellos hasta desnudos. Wellington se lamenta en sus Despachos del 6stado de sus subditos por aquellos diae. ^£1 becbo es, dice en uno de 38 de septiembre al general íürou, que yo mando á los más infames (eoquiíis los llama, pues el despacho original está en francés; de la tierra en todas las naciones del mundo, y se ni^cesita una mano de hierro para mantenerlos en orden y todo género de informaciones para deRcubrirlue,> Wellington ¡os arengó con el laconismo y la serenidad que le caracteri- zaban. Les echó en cara so disciplina y Ifs presentó como ejemplo de abne- gación y de sobriedad la de los españoles, que se satisfacían con alimentar- se de lo que ellos desechaban, no teniendo otro rancho que el de un baca- lao malsano que un inglés rechazaría por repugnante y asqueroso. Pero al oir eso se ndeíantó á la fila, en que formaba, un sargento, y con voz entera y en no muy respetuoso tono le expuso que, si los espailoles soportaban sin quejarse tantas privaciones, era porque el patriotismo se las imponía, peleando por los fueros de su inde]>«ndencia y los objetos de su amor y ve- neración; pero que los ingleses combatían y derramaban su sangre median- te un contrato, entre cuyas primeras condiciones estaba consignada la de una alimentación sana y abundante, de que carecían, y un sueldo que no He les abonaba con la puntualidad (convenida. Y el I^ord, sin contestación que dar, sino apelando á los sentimientos de bonor, conjurándolos, como dice Napier después, en su nombre, á resistir tantas privaciones, y prome- tiéndolos pronto remedio, picó espuelHH y se alejó de aquel campo de Agra- mante entre las protestas áe sus soldados y la mayor admiración de los es- pañoles que presenciaban escena tan edificante. No Ib extrañaréis vosotros, conociendo la organización del ejército in- glés; pero sí lo que vais á oir inmediatamente. El ejército aliado penetró en Francia, y con él entraron varios cuerpos espafloles. Sabéis que en la guerra las represalias son difíciles de evitar; y, si no justo, porque la vengan/a nunca lo es, era disculpable que los tanlos años robados y maltraídos tomaran su desquite al invadir la tierra de sus provocadores y tiranos. A pesar de eso, ingleses fueron y entre ellos algu- ni)s oficiales los primeros en darse á los excesos mismos que habían come- tido en Man Sebastian, españoles muy pocos y pertenecientes á las gnerri- llnp que acompañaban al ejército. Los ingleses, fueron, sin embargo, envia- dos á Inglaterra, y los españoles nimplfmento ahorcados. Y para que no se reprodujeran escenas parecidas, una vez ganadas las márgenes de la Nive- lie, en que la sangre de nuestros soldados se mezcló en abundancia con la 892 QDBRKA DB LA INDGPttNPEKCIA de los ingleacB, casi todo el cnarto cuerpo del ejército español recibió la or- den rte establecerse en la frontera. «Previendo Weilin^ton,— dicu un bisto- riador, — cuan imponible se hacía durasen las coaas en el mismo ser (la ad- mirable resignación de nuestros compatriotas sin queja ni desmán notn- bles), resolvió tornasen los españoles al país nativo por iiiiir de íutnros y temibles daños, y también por no necesitar entonces de su apoyo y auxilios, decidido á no llevar muy adelaute la invasión comenzada, en tanto que no abonanzase el tiempo y que no penetrasen en Francia los aliados del Nortes Sólo quedó con los ingleses la primera división del mando del geneial Mo- rillo que tomó parte tan gloriosa en aquella campaña, á la que por fin fue- ron llamadas otra vez las demás del cuarto cuerpo y las del de reserva de Andalucía, para contribuir con su número y su valor á la conclusión de Ih guerra en la tan celebrada batalla de Tolosa de Francia. Terminada, como veis, la narración hietórica de las operaciones milita- res de nuestros aliados los ingleses en la Península, permitidme, Sefior»:«, oírecerOB algunas consideraciones qne necesito añadir á las auturiorment'' expuestas para el amplio desarrollo del tema propuesto en esla ya l&Tgn Quien sólo examine las historias inglesas de la época, caerá lAcilmente en el lazo tendido por sus autores á la buena fe del lector, sorprendido del brillo de aquellas grandes batallas, hechos culminantefi, aunqne pocos en número, de la guerra de !a Independencia. Nadie, al leer ó al escuchar su narración, se detiene á reile:tioiiar sobre las causas, nnají próximas y otras lejanas, de tan estrepitosos sucesos; bajo la impresión ele su terrible apií- rato y desliimbrado por el fulgor que producen el choque y la gloria de sus efectos, se resistirá á descender, hasta desentendiéndose de la forma, siem- pre tan seductora, á romper el tejido de sofismas enqueesa narración lleva oculta la verdad histórica. Para nadie mejor que para los autores de es Esa combinación (la de la guerra de Eapañu) me ha perdido. Todas las circunstancias de míH desastres vienen á enlazarse con ese nudo fatal: ha, destruido mi moialidad en Europa, com- plicado rala dificultades y abierto ana escuela á los toldados ingleses Yo soy quien ha formado el ejército inglés en la Peninmtlai. Si no temiera cansitr vuestra atención, aun os ofreceila testimonios, tan elucuentes como ese, de historiadores autorizadísimos, de geneíales, sobre tocio, que como Kellermann, Hugo, Lannes y otroH mucho», pudieron tun- dar su opinión en la e.tperiencia de aquella guerra, pero me satisfaré con el recuerdo de una polémica en que se nos hi^o también justicia de una manera verdaderamente caballerosa. .Mr. llurtín, coronel Ue un legnniento de coraceros de la Guardia en el segundo Imperio, inserto hai'ia fines de 181)1 en el Spectateur Mititnire unos ai'ticulus sobre los volúntanos ingleses, organizados por entonces, en que, para demostraj- la corta utilidad que ofrecerían para la defensa de la Gran Bretaña, sacaba á plaza nuestros gue- rrilleros, y haciendo suyas las temerarias apreciaciones de Napíer, atribula también á las tropa» inglesas y sólo á ellas el éxito de la guerra de la Inde- pendencia. , Encargado yo de contestarle en La AsanAlea del Ejército y de la Armada, le hice, por primer argumento, observar que, "dicho aquello por un francés que no vela más que guerrilleros en las tropas españolas, equivalía á con- fesar que 50.000 ingleses [número que JIr. Martín conceriia, aun siendo en realidad muy inferior) vencieron y obligaron á repasar el Pirineo á más de medio millón de liombres He los ejércitos impei'iutesü. i^abéis lo que contestó el coronel Martín después de cambiar la frase de Napier por la de que aA las tropas regulares de la Inglateri'a y de España, para quienes las guerrillas no fueron sino auxiliares insignificantes, hay que atribuir la gloria de la independencia de la Fenlnsula?i Pues oid: contrario se han presentado al público muchos trabajos históricos sobre la guerra de la Inde- pendencia. Ya se ha dicho que aquí fueron vencidos y desconceptuados varios de los más hábiles tenientes de Napoleón. El hombre nada busca con más afán que el vindicarse de las acusaciones y cargos consiguientes á su vencimiento, y como el Emperador no los esca- seaba, embargado por la idea de que no debía nunca nublarse el brillo de sus armas, es muy raro el general francés, que no haya confiado & la pluma sus disculpas ó descargos para eximirse de la responsabilidad que entonces le exigía su jefe y después la opinión pública. Varios son los que en eate sentido han tratado en SII8 Memorias ó en obras especiales la guerra de la lu- depeudeocia, y aun algunos lo han hecho con cierta imparcialidad, ya por que no nec^taban diacniparee por haber sido afortunados en sus operaciones, bien por su carácter noble y digno. Más el cuerpo de obra que ha resumido las alabanzas y las disculpas, que pa - rece estar dedicado á legar á la posteridad glorias, unas reales y otras problemáticas, asi como á cubrir cod errores de transcendencia y con raciocinios sofísticos el infinito número de las derrotas que al fin produjeron la emancipación de la Península; libro escrito con pa- sión exagerada y lleno de contradicciones inevitables cuando se desfigura la verdad, es el que con el título de Historia dd Consulado y del Imperio ha publicado recientemente Mr. Tbiers. Su crédito es debido, más que á nada, al persoual del autor, y á lo galano y pro- pio del estilo en los distintos ramos político, adminis- trativo, financiero y militar que trata, que no parece sino que pertenece el que tal escribe á cada una de las carreras que aquellos representan. Pero ya cuantos en Europa lo teen reflexivamente, comprenden las in- exactitudes que encierra, no faltando país en que se le conozca con el titulo de pafiola que tanto han de manifestarse despuéa para gloría del país; la historia militar, cuyo recuerdo glo- rioso, trasmitido tradicionalmeQte de generación eo ge- ueración, exaltando los ánimos los prepara á hechos tan heroicos como los que han de ser objeto de la obra; y la demostración de que el esfuerzo general que hizo Es- paQa para rechazar la iuvasióu extranjera no es nuevo ni extraordinario, y si la consecuencia natural de las disposiciones geniales del país, y la lógica de la sitúa- ción en que se encontraba al iniciarse la lucha, situa- ción que puede presentarse detallada y latamente. Corresponde luego hidtoríar la guerra abrazando los acontecimientos todos, cualquiera que sea su Índo- le, pues que han de estar precisamente relacionados y producir en combinación sus resaltados; pero dete- niéndose en relatar los militares minuciosamente, apreciándolos y juzgándolos por los principios del arte de la guerra y las exigencias á que en cada ocasión tuvieran que plegarse los encargados de las operacio- nes. Para ello, no podrá observarse estrictamente el orden cronológico sino que habrá do seguirse en cada marcha general de la gueri'a, coroaada coa el éxito más completo. Pero cuando se v«rá más unidad en el |)eu9amieDto, mayor conjunto en laa maniobras, pla- nes más vastos y resultados más grandiosos será al unirse loa ejércitos de las dos naciones ibéricas con el de la Gran BretaQa, dirigido por un hombre superior y cou los recursos de un país poderoso rival de mucho tiempo de la Francia y decidido á derribar el Imperio. Con la adhesión de los peniusalares, en combina- ción con sus Qumerosos ejércitos y ayudado de todas las tropEis y partidos que uo dejan un momento de re- poso á los enemigos, ni un punto en su tranquila po- sesión, se verá á ese ejército aliado seguir una idea fija y constante, concentrado, abastecido y dispuesto siempre á una acción de que no ha de distraerle más atención que la de operar. Será el que dé el golpe de gracia al invasor, acosado de todas partes sin aliento, crasarse a granaes raegos ios pnncipatea sucesos qne formen correlación y se dirijaD eseaoiaUuente al resul- tado general, para de ól deducir cuáles fueron las con- secuencias de la guerra, su utilidad para el país, la gloria obtenida ; las esperanzas que pudieran íundar- ee en su brillante éxito para el porreDÍrde Capafia. He terminado, Excmo. Sr., la exposición del mé- todo que yo considero más convauiente para escribir la Historia de la Guerra de la Independencia. Para llevar á cabo tamaña empresa necesitaría, exceleutfsimo sefior, de una cooperación sumamente eficaz por parte del Depósito de la Guerra. En él existen los datos más interesantes para la historia; y con los que pueden encontrarse en otros establecimientos ó archivos del Estado, y con los que fuera dable adquirir de los particulares, interesados en que se presente al público la verdad de hechos eu CAPITULO PRIMERO.— Kevolución francesa.— Napoleón Bona- ptLrte. — P»E de Amiena. — Paz de Tileit.— Espafia mantiene su ' independencia y la Integridad de en terntorio.^ Amistad geo- gráfica de la Francia.— Proyectos de Napoleón sobre España. — Exige el envío de una división al Norte. ^Motivos para ha- cerlo. — Accédeeeáéi. — Composición del ejército de la Romana. — Itinerario de loa cuerpos en su inarclia. — Algunos de ellos to- man parte en el sitio de Stralsund.— Proyecto de la Inglaterra sobre nuestras colonias.— Provoca la insurrección en .Vene- zuela. — Fracasa Miranda en sus' dos expediciones. — Primera expedición de los ingleses é. Buenos- Aires.— Derrota y rendición de Beresford.— Segunda expedición. — Derrota y capitulación de Whitelock.— Empieza Napoleón la ejecución de sus planes en la Península.— Cuerpo de observación de la üironda. — Efecto que produce en España el aviso de su formación 107 á 144 CAP. I[. — Composición del cuerpo de observación de la Gironda. — Primera noticia de los proyectos de Napoleón.— Ambiciones de Godoy.— Bu celo por ayudar á Napoleón.— Cuerpos españo- les contra Portugal. — Intimación al gobierno portugués. — Con- testación dilatoria de éste. — Inquietud de los ánimos en Lis- boa.— Impresión favorable en España.— Entran los franceses. —Vacilaciones de Napoleón,- Resuelve la Invasión de Portu- gal por el valle del Tajo.- Error que comete al elegir este ca- mino. —Marcha de Junot á Alcántara.— L'n ido á Carrafa entra en Portugal.— Dificultades de la marcha.- Sepáranse Junot y Carrafa en Ábranles.— Sigue Junot á Lisboa. — Misión de Bá- rrelo. — Vacilaciones del Regente.- Se resuelve á abandonar Europa.- Embárcase la corte.— Junot en Sacavem.— Estra en Lisboa. — Carrafa se dirige á O'Porto. — Marcha de Taranco. — Conducta de los generalen eepañoleB.— Operaciones de Socorro. — La bandera portuguesa substituida por la tricolor. —Conmo- ción en Lisboa. — La caga át Braganta deja de reinar en Europti. 14f>á lUfí CAP. in.— Estado de lacorte.— Carta de Fernando al Emperador, imperíal. — Estado Mayor y AdminUtraciún.— Modo de rttem- plasár ta9 bajas en campana. — Tropa» auxiliares. — Eep.i&a.— Política española. — Pacto de íamilLa.-^ Errores de Godoy. — Ejército español. — Guardia real.— Infantería.— Cabal le ría.— Artillería é In^nieros. — Reemplazo. — Educación de los uiicia- lee.— Instrucción táctica.— Esc ri toa mi litares. ^Estado ¡tlayor. Administración. —La Europa toda imitando la organización , francesa. — Reserva.- Milicias proviiicialCB.— Milicias nrbftna>í. Consideraciones (reneraloa.- Material.— Fortificaciones.— Con- veniencia de las fortiücaciones en- Kspafi a.— Fuerzas de Ultra- mar. — AlianKas.^Qué se debía esperar de ellas.— Ejército íd- glée. — Infantería. — Caballería.— A rti Herí a. ^Estado Míiyor y Admin istracci ó n,^ Milicias.- Fuerzas inglesas en la Penin- snla.— Su objeto principal. — Portugal. — Ejército portugués.- Su reducción por Junot.— Espíritu nacional. ^Superior! dad de los ejércitos franceses.- Guerra marítima. — Mai'ina eeiioñola. — Ultimas consideraciones 449á&38 AfÉNdioes 62» á 678 Tomo II CAPÍTULO PRIMERO.- Opkb ACIONES pebliminabes db (,a phi- MBEA CAMPAÑA DE 1808 EN OAaxn.r.A, Aeabón y Cataluña. —Planos de Napoleón para sujetar á España.— Ordenes que dicta para su ejecución.— Operaciones proyectadas en Castilla, Astarias y Galicia, — En Aragón.- En Cataluña, — Eu Valen- cia. — En Andalucía. — Defectos de estos pianes.—tiistema de- fensivo de los españoles. — Carencia de plan en la mayor parte de laa provincias. — Acción de los generales españoles en algu- nas. —Primeras operaciones de la campana.— En Logroño.^ En Santander. — En Valladoliil.— Ataijue de Torqueuiada. — Combate de Cabezón.- Cuesta se retira á Rioseco y Benavente. ' —Lasal le entra en Valladolid,- Tres días después ee retira á Falencia.— Merle se dirige á Santander.- Ataca á los españo- les en la cordillera. — Entra en la ciudad, — El general Lefebvre sale de Pamplona en edición de Molibrán,— Junot releva al maris- cal Moncey. — Apertura de la 1." paralela.— Sal idrf del 31 de di- ciembre. — Prosignen pub trabajos los fi^anceses, — Nuevas sali- das. — Establecimiento de la 2." paralela.— Situación de Zara- goza á mediados de enero.— .Claque del 10 de enero.- Kalida de loa aitiadoR. — Ataque nocturno.— Precauciones en Zarago- za.— Asalto de San Joeé.— Defensa del reducto del Pilar.— Alarma en la ciudad.— Muerte de Sangenis. — Trabajos en el in- terior. — Los de ataque de los franceses.— Piérdese el reducto del Pilar. — Plan de ataque al recinto. — Brecha en la batería de Palafos. — Salida del 33 de enero. — Toma el mando de los fran- ceses el mariscal Lannes. — Impulno que dá á las operaciones del sitio. ^Ataqne del 26 y 27 de enero.— Penetran los france- ses en Zaragoza. — Reacción que se opera en el pueblo.- Bn triste situBción.-Kstablecimientos franceses en la ciudad. — Nuevo plan de ataque. —Traía Palafox de resistirlo.— Conti- núan los ataques.— Kl de la Ti'inidadpor los defensores. — Pro- clamas de Pala fox.— Operaciones en el Arrabal. — En la derecha del Ebro. — Ataque de San Agustín. — Kl de la calle Quemada. — Frente á Santa ^;ngraci8. — Situación extrema de Zaragoza. — Combates sucesivos.— Pérdida de San Francisco. — Espec- táculo que presenta á los franceses Zaragoza.— Pérdida del convento de Jesós. -Deserción de lo.i suizos.— Signe la lucba en la derecha del Ebra. — Anuncios falsos de socorro. — No se intenumpe, por eso, la lucha. — Pérdida del Arrabal y de la Universidad.— Últimos combates.— Situación desesperad a. r- Mensaje á Eann es. ^Enfermedad de Palafox.— Junta que le substituye. -^Capitulación.— til timas consideraciones 801 á 51fi Apéndices : 617 é fi88 migo. — PoBÍcionea españolas. — Ataque de Tribal dos. — Pisa del mariscal Víctor. —Ataque de la izquierda. — Refuorzos que se le envían. — Arranque de Copons.— Retirada y dispersión de aquella ala. — Situacíún desesperada de Venegaa.— Retirase también.-— Situación de loa cuei'poB de la derecha.— Resuelven retirarse. — La infantería ea cercada por los franceses.— Es ro- ta —Una part« de la caballería so aolva. — La otra combate la artillería francesa.— Consecuencias de la de Uc les.- Crueldad de los franceses.— Retirase Infantado. — Pierde la artillería.— Combato de Tórtola. — Continúa la retirada. — Observaciones. — Segunda entrada de José en Madrid.- Piimeras disposicio- nes. —Conducta de los babitantes.— Organización de un ejér- cito de españoles. — Difícil posición del rey José CAP, II.— Los PROYECTOS MILITARES. -Constancia española,— La Junta Central.— Reglamento para las juDtas de provincia. —El de las guerrillas,- Corso terrestre.- lealtad de las Colo- nias de Ultramar. — Recursos que envían. — Equivocación res- pecto á los de Inglaterra. — Los de la Península. — Tratado de alianza con Inglaterra, — Alboroto de Cádiz.— £1 marqués de Villel.— I^s gaditanos.— Intentan los ingleses ocuparla plaza. — Envia la Central nn batallón do extranjeros,— Su ble vanse los habitantes y los rechazan. — Se revuelven contra Villol y Carrafa. — Asesinato de Heredia.— El guardián délos capuchi- nos j' los voluntariOB devuelven la paz á Cádiz.— Proyectos militares.— El de Xaramillo.—Iíl del portugués Palgart— El de Valenzuela.— El del Patrycyo espailol.— El de! P. üoudln, — El do los Vecinos de Jaén.— El de Alonso.— El de Jnclán.— El del marqués del Palacio.— El de Feniándeü.^El de Sevillano. — El del ti-niente Torres.- El dei Barón Crossai'z.^El de Cau- nock,— El del general Alós.— El del capitán del Rio.— El del coronel Ibarra.- El de Cttnel Acev*io. — El de wit andana mÜi- f ir. — Consideraciones CAP. ITI, — Va LLS,— Suevos operaciones de Sai ut-Cyr— Acción de Molins de Rey.— Fuerza de los franceses.- Ejército español. — Sus posiciones.— Conducta de Reding. — Consulta 4 Vives, —Respuesta que recihe.^Comienza la acción. — Ataqne de la derecba.— Ataque del Centro. — Llega Vives.— Derrota general, — Causas de aquel desastre.— Sus efectos en Tarragona. — Con- ducta ineícplicablede.Saint'Cyr.— Cbabrán váal Brucb.— Nue- va situación militar. — En la Montaña.^En el Anipiirdáo. — tíorpresade Castellón. — Acude Ileille á vengarla, — Accióngene- ral, — Vencen loa españolea.— Plan de Redi n^.- Comienzan de nuevo las operaciones. — Acción de Capel ludes,- Entra Saint- OrDsan el Francoll.— Choque en la Izquierda — Rompen la lí- nea. — Pérdidas. '-Consecuencias. — Inacción de Saint-Cjr.— 8u conducta cruel. — Conetancift de loe catslsneti 16S i ÍÍS'i CAP. IV.— Ciudad Rbal y Mkdbllín.— UltimaH operaciones de Infantado en et Centro.— Las del marqués del Palacio.— Son relevados del mando. — Ejército de la Mancha.— Su objeto. — Diflcnltades para alcanzarlo.— Operaciones en la Mancha. — El dnqae de Alburquerque. — El conde de Cartaojal. — Acción de Ciudad Real. — Derrota de los espafiolee.— Detiénense los fran- ceses.- Campafia de Extremadura. — El ko^i*^) GallDEO. — Se retira á la izquierda del Tajo. — Puentes del Tajo. —Posiciones de la orilla izquierda. — íiitu ación de las tropas. — Continúala retirada de los es paño les. ^Destitución de GallUEO. — Nombra- miento de Cuesta. — Avanza Cuesta á Almarae. — Operaciones desacertadas de Lefebvre. — Algarada de los franceses sobre Guadalupe.— Situación de Víctor en aquellos días.— Ejército de Víctor.- Posiciones de Cuesta.— Acción de Mesas de Ibor. — Retirase Cuesta. — Combate de Miajadas.— Continúa la retira- da.— Únese la división Alburquerque. — Revuelve Cuesta con- tra los franceses. —Batalla de Medellin. — Campo de la acción. ■ — Fuerza de Ioh dos ejércitos.- Sus respectivas formaciones, — Acción en la derecha española.- Acción en el centro. — Acción en la izquierda. — Derrota de los espaSoles en la izquierda.^ En el centro. — En la derecha. — Horrible mortandad de ««pa- fioles.- Bajas de los franceses. — Conducta de los españoles y de la Central. — Consecuencias de la batalla .... 233 á 312 CAP. V.— (íALiciA Y PoBTUo A I,.— Expedición á Portugal.— Es- tado de üalici a. —García del Barrio.- Ejército de la Izquierda. — El clero y los gallegos. — Rompen los franceses la marcha. — Llegada de Sonit al Miño.- Intenta cruzarlo. — Causas de su fracaso.— Be dirige al puente de Orense.— Combates en el ca- mino.— £n las Hachas.— En Mourentan. — En Francelos. — Los franceses cruzan el Mifio. — Entran en Orense. —Inacción del Marqués de la Romana.— Decido retirarse á Portugal. — El ejército francés en Orense. — Camino que emprende.— ReaolU' ción de Romana.— Acciones de Abedee y la Trepa.— Se dirige A Castilla y Asturias. — Avanzan los franceses hacia Portugal. — Situación de aquel reino.— Fuerza militar.- Misión del ge- neral inglés Cra dock.— Entran los franceses en Portugal.— Conquista de Chaves. — Toman el camino de Braga. — Asesinato del general Freiré, — Acción de Carhalho d' Este.— El- Barón d' Eben.— Su actividad. — Van llegando loa franceses.— Derro- ta de los piirlUiíuescs.^Paso del rio Ave. — Llega Soult al fren- te de OpoHo. — Fistiido de la ciudad. — La asaltan los franceset. CAFÍTUW FRIMEBO.—AixiÁÑiz Y BELCHiTB.—&titado de Ara- gón. — Bendición de Jaca.^De Monzón. — Reeiete Mequinenza. — Expedición de Briche á Cataluña.— Pasa Mortier á Caelilla. — Derrota de loa fvanceeee en Moozón.^Laval ae retira á la linea del Martín.— El general Sucliet.— Su cuerpo de ejército. — Ejército de Valencia y Aragón. — El general Blake toma la ofensiva.— Eintra en AluaBia,— Sale Suchet á en encuentro.— Batalla de Alcañiz,- DcBcripción del terreno, — linea de loa españolee. — Avanzan loa france sea. —Comienza la batalla. — Ataque á los i*ue;os. — Segundo ataque á loe PceyúH. — Ataque al centro. — Eb también rechazado. — Pérdidas en uno y otro campo. — Retírase Su chet.^ Conducta de Blake,— Kecibe re- fuerzos. — Emprende la marcha á Zaragoza. —Fuerza del ejér- cito español.- Preparativos de Su chet.— Batalla de Maria. — Formación de los franceses.-La délos españoles. —Avanzan losnnestros. — Son rechazados. — Gran tempestad. — Ataca la iz- quierda francesa. — Derrota de la derecha española, — ^Ataque á nuestro centro. — Dispersión general. — Pérdidas, — Observacio- nes. — Loa españoles se retiran áBelcliite. — iVcción de Belchite. — Posiciones españolas. — Atacan los franceses. — Nueva den'o- ta. — Operaciones Hucesivas de tjuchet, — Ha condaeta posterior. — Reaultadoa de la campaña GAP.IL— PoETuaAi. y (jiLici A.— Soul ten Oporto.— Reconquista de Chaves, — Liberación de Tuy por loa franceses.— Sucesos de Galicia,— Junta de Ijobera. — D. Joaquín Tenreiro. — Diatribu- ción de mandos.— Sitio de Vigo, — Tratos de capitulación.— Nnevaa discordias en los españoles. — Encum.bramiento de Mo- rillo,— Capitula el francés.- Socorro tardío.— Sitio de Tuy.— Barilo, comandante en jefe. — Se levanta el sitio, — Los france- ses abandonan á Tuy,— Operaciones de Romana.— Toma de Villaf ranea.- El ejército se acantona en el Viwüo,— l'U briga- dier Carrera, en Sanabria, — Trasládase á Romana á Oviedo y Mahy toma el mando del ejército. — Mahy en Galicia.— Roma- na en Oviedo. — La Junta del Principado.— Invasión de Astu- rias por Ney. — Movimiento» preliminares,- Conferencia con Kellermann.'— Entra Ney en Asturias.^Ocupa á Oviedo.^ Acude Kellermann desde León.— -Movimientos sucesivos de Ney. — Vuelve é, Galicia.— M.ah y contra Lugo. — .SouU pretende la corona de la Luaítania septentrinnal. — Efecto producido en el ejército,— El Capitán D'Argentou — Situación militar del ejército francés.— Sir Arturo Wellesiey, general en jefe de los Aliados. ^El ejército portugués, — K,l Gobierno inglés. ^Pri me- por Avintes. — Lord Pagel ocupa el Seminario. — RetiTada de Soult. — Situación crítica del ejército francés. — Continúa la re- lirada.— Se dirige á Orense.— Paso del MíBarella.— Entra en Eepafla.— SouH en Lugo.— boult y Ney trntan de ocupar sólida- mente á Galicia, — Soult se traslada á CaBtilla.— Ney se dirige á Santiago.— División de La Carrera, — El conde de Maceda. — Acción de la Estrella. ^El conde de Noro ña.— Acción del Puen- te Sampayo. — Victoria de los españoles. ^Retirad a de Ney. — Ney evacúa las provincias gallegas 83 á 201 CAP. IIL— TalaveeA V Ai.MONAciD.— Preliminares de la cam- paña de Talavera.— El inariBcal Víctor en el Guadiana.— En- tabla negociaciones con Badajoz y con la Junta Central.— Conducta de la Junta. ^Liicha política entre sus miembros. — Decreto del 22 de mayo convocando A Corles. — Restableci- miento de los Consejos. — Llega Lapisse al campo del mariscal Víctor. — CaténtroEe de Alcántara.— Combates en el Guadiana. — Los franceses se retiran al Tajo,— Operaciones en la Mancha. —Alarma en el campo £rancéa,—Ejército de la Mancha. —Sale Acampana. — Se retira com batiendo. —ErroreB del Intruso. — Situación y fiierza de los beligerantes. — Ejército de la Man- cha. — El de Estremadura.^El ejército inglés,— El de Piwtu- gal. — Plan de operaciones, — Conducta de Wellesley para con Cuesta.— Fuerzas de los franceses y ane proyectos.— Comien- zan las operaciones.— Cuesta cruza sólo el Alberche.— Combate de Alcabón. — Batalla de Talavera. — Descripción del campo. — Posición de las tropas.- Día 27, Primer período de la Batalla. — Ataque del cerro de MedelÜn. — Ataque á la linea española, — Día a8. Primer ataque al M «del lín.— Consejo de gueiTa en el campo de Víctor. — Plan de un ataque general. — Ataque de la izquierda tranceea'.— Ataque de la derecha. — Ataque del centro.— Bajas en uno y otro campo. — Porqué terminó la ba- talla.— Los franceses se retiran.— Ningún resultado de la vic- toria.— Suevas posiciones de los franceses —Situación de los aliados, — Marcba de Soult á Plasencla.— Va Wellesley á su encuentro, — Se le une Cuesta.— Se retiran. —Acción del Puente del Arzobispo, — Establecimiento del ejército en la izquierda del Tajo, — Ejército de la Mancha.— Plan de sus operaciones. — Lo pone en ejecHción.—Se presenta en Toledo y Aranjues, — Cambio en la conducta de Venegae, — Acción de Aranjuez. —El ejército se dirige á Toledo.— Batalla de Almonacid. — El campo de batalla.— Formación de Ion españoles.— Combate en la Izquierda, — Kn la derecha y el centro. -^División Vigodet, -Retirada del ejército.— Las guerrillas en Almonacid. -Ba- jas en uno y otro campo.— Observaciones sobre la batalla de cha. — Jfin Cataluña. — Manso. —Bus primeras bazafiaa. ^Su campnfia en el Llobre^at. — Su humanidad. — D. Antonio Francb.^ Acción general de los catalanes.— Opinión de Su- chet7 de Vacani sobre aquella lucha. — Kegtamentu para los Somatenes. — Observaciones sobre las «uerrillaB. — Todaa las clases toman parte en ellas. ^Loe pastorea. — Las mujerea.— Opinión de loe vencidos.— M. Fée. — M. Proudhon. ^Utilidad de las guerrillas.— Contra los franceses. —Eq favor de los in- CAP, n.— Baecblona cautiva.- Barcelona cautiva.— Saint Cyt leenelve establecerse en Vich.— Se dispone á regresar á Barcelona. — Combates en MoUns de Rey. — Entra en Barcelo- na. — Estado de loa ánimos en aquella ciudad. ^Proyectos de los barcelonesea.— El del 7 de mar/o.^Saint ('yr acaba por creer en ellos.— Ordena el juramento al Intruso.— Acto del ju- ramento. — Castigo de los no juramentados.- Sale Saint Cyr para Vich-— Paso del Congos t.— Saint Cyr en Vich.— Posición de Vich.— Son relevailos Saint Cyr y líeille. — Continúan las conapiraciones en Barcelona.- Las soapechan loa franceses. — Proyecto sobre Montjuich y las Atarazan as. ^Trabajos en la ciudad. — El 11 de mayo.— Nuevo fracaso.— Otros arrestua.- Represalias de los franceses. ^Consejos de guerra. — Senten- cias.— Su ejecución. —Alarma en la cindad. — Más ejecucio- nes. ^Término de la conspiración CAP. III.— Gbrona.— D. Mariano Alvares de Caafro.- Asoman los franceses á Gerona. ^Estado de la plana. — La guarnición. — El vecindario. — Comienza el sitio, — Primeros combates 6 la vista de la plaza.-El tren de sitio.— Inacción de Reille y de Verdier. — Nueviis obras en la plaza. ^Crece el campo de loa sitiadores.— Nuevos combates en los contornos.- Posiciones de los franceses en tin ile mayo. — Parsimonia de Verdier. — T^ Cruzada gerunden se.— Continúa el fuego entre las avanza- das. — Primeras batei'iiia francesas. — Plan de ataque. — El boiu- Nuevas bateriOB p&ra eneaacliaT la brecha. — El grande asalto rechazado también. — Voladurn de la torre de San Juao.— Ha- safiae délos Migueletes y Somatenes.— Verd i er cambia de eia- Mma en el ataque de Montjuich. — Se apodera del convento de San. Daniel.— De la torre de San Juan,— Y de la media lana del castillo.— EeclamactoneB de Al va re a. — Salida de Mont- jQich.— Ahanílono de Montjuich 136 á 341 CAP. IV,— Tamamrs y Ocísa. — Situación de los ejércilOB alia- doB.^La de loa franceaes.— IjOB españoles toman la iniciativa de la campaña. — El ejército de la Izquierda. — Sitio de Astor- ga.— Avanza el Duque del Parque.— Batalla de Tamamea,— La línea española.— Atacan ios franceeea.^Por la isquietda eapafloia. — Por la durecha y el centro.— Completa victoria de loa oapañulea.— Se incorpora la tercera división.— Ballesteros. -Su campaña de Santander. — Porlier y barbayo.— Entra el del Parque en Salamanca. — Se incorpora la quinta división. — Ejército del Centro.— General AreÍKaga.^Compoaición del ejér- oito.- Acción de la cueata del Madero.— Otra á las puertas de Ocafia. — Alarma en el campo francéa.- Areizaga emprende el paso del Tajo. —Acción de Ontígola. — Deaórdenes en Ocafia.— Batalla de Ocaña. — Descripción del campo.— Posiciones de los españoles.— Orden de combate de los franceses. — Cede la dere- cha española.— Cambio de frente.-yueda rota la linea. -De- rrota general.— Acción de ia vanguardia. — El General Areiza- ga. — Incidentes de la retirada. — Difereacia en la dirección de los ejercites, — Bajas de loa francesea. — Laa de loa eapafioles.^ Conaecuenciaa de la batalla. — Ejército de la Izquierda. — Ac- ción de Medina. ^El Duque do Alburquerque. — Retírase el ejército de la Inquierda. — Acción de Alba de Tormes.— Los cé- lebres cuadros.— Retirada definitiva de los espaDoles.— Consi- deraciones sobre la campaña a43á343 CAP. V.^Gkbona. — Estado de las defensas. — Comienza el ata- que al cuerpo de la plaza.— Se preparan los defensores á reais- tirlo.— Loa franceses se dirigen con preferencia á Santa Lu- cia. — Continúan loa Irabajos de una y otra parte.— Se aumen- ta el fuego. — Entrada del convoy en 1." de aeptiembro.— -Des- cuido en no ocupar á Salt.— .\taqui' de Clanes y Rovira.— .Sa- lida contra Montjuich.^Sale García Conde de Gerona. — Res- tablecen loa franceses la línea del sitio. — Reanudan sus tra- bajos.— Acción de Bascara.- Rómpese de nuevo el fuego en Gerona.— El gran asalto del 19 de septiembre. — En Alemanes. eapiiñolas.^Sa ataque por los franceses. — Ketirada de las tro- pas de Girón.— Retü'ada de las de Lacy,— Retirada de las de Vigodet,— Derrota de las de Cuetejón.^ Derrota general.— El dtique de Alburquerqiie.- riua operaciones,— Se dirige á Sevi- lla.:-Y después resueltamente á Cádiz.— Se le debe la ealva- ciúnde CádiB.— Cómo es recibido José en Andalucía. —Loa franceses delante de Sevilla. — Fuga de la Central. — Capitula- ción de SeviUa.^Marcha de Víctor á Cádiz. — La de Mortier á Extremadura. — Ocupación de Málaga. ^El Intruso frente á Cádiz.— Intimaciones que la dirige.— Jji Central en Cádiz.— Preparativos de defensa en Cádiz. — Guarnición de ingleses en la Isla. —Medidas defensivas de Alburquerque.- Viaje de José Napoleón. ^órdenes del Emperador sobre el gobierno de al^u- ■ [ístnttagema de loe fcancesee, — El ejército inglés de socorro.— D. Julián SáncbeB abandona la plaza, — Ataque al convento de Santa Cruz,— Re rompe el fuego Hobre la plaza.— Ataque al arrabal de San FranciBco.— Otra intimación.— Los franceae» i;aaibian de plan, — Insistencia de Wellington en el suyo. — Ocu- pación del arrabal de San Francieco.— Segunda paralela y ba- tería de brecha.— N'ueva salida. — Situación de la plaza.— tos fraacesee avanzan sus obrae. — La brecha.— Consejo de guerra. — Capitulación de Ciudad Rodrigo. — Conducta de los defenso- res. -Juicios sobre la de Wellington. — Preparativos para el sitio de Atmeida,- Fuerte de la Concepción.- Acción del Coa.- (iltio de Alineida. — Salida de la goarnición. — Las fortificacio- nes. — Primeros trabajos. — Se rompe el fuego. — Capitulación de Almeida. — Conducta del gobierno portugués. — Opiniones de Wellington.— Situación del ejército aliado.— La del fran- cés. — Represen I aciones de Masse na.— Penetra en Portugal. — Medidas tomadas por Wellington.— Su posición en Busaco. — Formación de los aliados.— La de los franceses. — La batalla. — Ataque de la izquierda,- El de la deracha.— Bajas.- Cambio de plan.— Se retiran los aliados á Coimbra. — Abandonan la ciudad. — La entran los franceses. — Término de la primera parte de la campaña.— Reflexiones sobre ella. 849 á 469 Tomo IX CAPÍTULO PBDIKRO.—Ci DIZ. -Cádiz.- Descripción de la Isla. — SuH defensas. — Nuevas fortificaciones.- Refuerzos á la guar- nición.- Primeros ataques de Víctor.^Alburquerque y la Jun- ta de Cádiz.— Acción del 16 de marzo. — Huracán del Q al 9 de marzo. — Kl del 18 de mayo y evasión de prisioneros franceses. — Pérdida de Matagorda. — Estado de los ánimos en Cádi2. — Expedición á Honda.— La del condado de Niebla,— Instalación de las Cortes.— Participación dada á las Colonias.— I íOS su- plentes.— Apertura de laa Cortes. — Sus primeras medidas. — Dimisión de los regentes.- La del Obispo de Orense. —El Dn- que de Orleáns. — Impugnaciones del Obispo de Orense. — Su ' juramento. — Igualdad con las Colonias.- Libertad de Impren- ta. — Sobre relevo de los regenten. — Regencia trina.— Loe re- CAPÍTULO PRIMERO.— Feek ANDO vil y i/ib afeancebados.— femando Vil.— Sn destino á Veleuijay,- Sn llegada.— La Tida en Valen ?ay.— Napoleón y TalleyrSEd. — Proyectos de evasión. —El de Maíibrán.^El de! Marqués de Ayerbe. — El de Kolli.— La Reina duEtiTiria. — Venfranzaede Napoleón.— Consideracio- nes.— Los afrancesados. — Sus razonamientos.- Testimonio df> la Oaeeta de Madrid. — Cómo ee afrancesaba á las gentes.— I.as JuBticiaB.— El Clero.- Laürandeza.^Tropaeespafiolas del In- truso.— Resumen CAP. II.— Fuentes fie Oñoho y la ArBUHESA.— Situación del ejército francés en Casltlla.— La del aliado.— Wellington se traslada á Elvae.- Su vuelta á Cistilla. — Resolución de Masse- na. — Conducta de Btíseiéres.— El ejército francés de Portugal. —Avanza sobre la frontera. ^Posición de Fuentes de Ofioro. — Ejército combinado. — Error de Massen a.— Comienza la batalla en Fuentes de Ofioro.— Cambio de plan.— Nueva situación.— Tomo XI CAPÍTULO PRIMERO.— La CoKeTiiuciÓN y T a bif a —Eferves- cencia de losánimoBen Cádiz.— Provecto de Conetiluoión.— Su diBcnaión.— Titulo L— Capítulo L— Capitulo II.— Titulo II.— El territorio.— La Eelígif^n.- El Gobierno.— Ciudadsnia espa- ñola. — Compoeición del Congreao.— FacHltadés del Rey. — Ter- mina la díBcneión.- Se promulga la ConstituciÓD.— Concepto militar de la Conetilodón. — Cambio de Regencia. — Loe nue- vos Regentee.— Lae Regencias comparadas.- Tarea de U Re- gencia. —Lob Masones. — La guerra junto á Cádiz.— El general Ballesteros.— Sitio de Tarifa.— La plaza y su presidio.— Fuer- zas sitiadoras.— Primeras operaciones— Primeras baterías.- Se rompe el fuego. ^Leval intima la rendición.— Asalto á la brecha. — Se levanta el sitio.— Observaciones,— Recompensas. — Retirada de los franceses 6 á la 94 CAP. II.— Valencia.- Campaña de 1811 en Valencia.— El ejérci- to español. — Obstáculos en el camino. — Fuerzas de los france- ses.— Preparativos para !a jornada. — Sitaación de los españo- les.- Su mando.— Su estado moral. — Preparativos deBlake. — So conducta militar.— Llega Suchet á Marviedro. — El castillo de Sagunto. — Sus forti fie aciones. — Estado de ellas. —Cómo se restauraron. — Avance de los franceses. ^Situación de Blake. Bultaa.— Rendición de St^unto.— ConeideracioneB.— La ciipi- tulBción. — Suchet pide nuevos refuerzos.— FoaicioneB que ocupa.— Valencia y eu posición multar.— Primera a operacio- nes de sitio. — lx>B refuerzos franceses. — D'Arma^ac trata de unirse á guchet. — Nuestros ((uerrillei'os y jefes aragoneses. — Diversiones en auxilio de Snchet. — La en favor de Blake.— Llegan los refuerzos al campo francés.— Paso del Turia.^ Acción de caballería junto á Torrente.— Combate de Mielata. —En la izquierda espafiola.^ — En Chirivella. — Retirada al Já- car. — La división Zayas.— Paso del Tuna en sn desembocadn- ra. -Mahy en Alcira. — Comentarios. — Valencia cercada. — Sa- lida de la plaza. — Comienza el sitio.— La casa de las Palmas. — Los valencianos y Blake.- Obras de aproche y de ataque. — Se abandona el atrincheramiento exterior. ^Ataque al recinto antiguo. — Intimación de Suchet.— Contestación de Blake. — Consejo de guerra.— Capitulación.— Entmn los franceses en Valencia. --Quebrantamiento de la capitulación. — Conducta de los valencianos. — Pérdida de Peñí seo la S& i la 372 CAP. III.— Rkcok QUISTA DK CiTiDAD KoDRioo,— Situación de los ejércitos en Extremadura. ^Pensamiento de Wellington sobre Cindad Bodrígo,— Modo de llevarlo á ejecución. — Marcha de Wellington, á Ciudad Rodrigo.- Operaciones en la frontera de Galicia.— Marcha de Marmont y Dorsenne en socorro de Ciu- dad Rodrigo. — Posiciones de los beligerante^}. — Combate de El Bodón. — Indecisión de los generales franceíe al Calvinet. — Ataque del puent« des Doujoiselles. — i^os españolea en el Calvinet. — La linea del canal y Saint-Cyprien. — Las bajRs. — Evacuación de Toulouee. —ObserviicionPB. —Rp tírase el ejercito fiancís. — Primeras no- ^ HARVARD LAW LIBRARY FROM THE LIBRARY RAMÓN DE DALMAU Y DE OLIVART MARQUÉS DE OLIVART Received December 31, 1911